Mauricio Amar / Palestina y el reconocimiento colonial

Política

En las últimas semanas las manifestaciones contra el genocidio en Gaza han crecido en Europa con acciones concretas que han logrado, por un lado visibilizar la maquinaria de muerte que Israel despliega en Palestina, así como también la complicidad de los Estados en la continuación de esta violencia desatada. En este último caso, la interrupción a la vuelta ciclística de España, que terminó inconclusa debido a la solidaridad de los españoles con Palestina, así como también las enormes protestas en Italia, que buscan abiertamente parar la venta y transporte de armas al Estado sionista, ponen una vez más de manifiesto la enorme distancia entre los pueblos y sus representantes en el campo de las democracias liberales, fractura de representación que pone a Palestina en un lugar paradigmático, que ilumina el carácter reticular del sionismo en el mundo. Como una suerte de respuesta a esta oleada de manifestaciones, varios Estados europeos (once en la última semana, entre los cuales se cuentan Francia, Gran Bretaña, Portugal y Bélgica) han reconocido la existencia del Estado de Palestina. ¿Es beneficioso esto para los palestinos? Veamos.

Lo primero a tener en cuenta es que Palestina debe entenderse a partir de dos fenómenos: el fenómeno colonial que representa el Estado de Israel desde su origen y los hechos consumados, es decir, que el Estado de Israel exista y cuente con legitimidad en el derecho internacional y en las relaciones comerciales entre Estados. Si pensamos en los hechos consumados, la aceptación del Estado de Palestina debería ser un motivo de alegría, pues a pesar de todos los esfuerzos de Israel por borrar a Palestina de la memoria colectiva del mundo, por cierto los palestinos de una u otra forma siguen diciendo al mundo que existen y tienen derecho a tener un Estado. En la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), durante los años 80s, esta fue una cuestión importante, pues se pensaba que cualquier establecimiento de un Estado Palestino iba a cortar la proyección de crecimiento colonial de Israel, por lo pronto, un Estado que no tiene límites definidos. Sin embargo, esta es la tesis que condujo a gran parte del desastre que tenemos hoy.

Las elites palestinas decidieron aprovechar las revueltas populares en los Territorios Ocupados entre 1987 y 1993 para obligar a Israel a sentarse a la mesa de negociaciones. Con el fin de la Unión Soviética y la aparición del neoliberalismo como único horizonte del mundo en los 90’s, Estados Unidos pasó a convertirse en el «garante» de un proceso de paz que supuestamente terminaría con la creación de un Estado Palestino. A pesar de que la mayor parte de la comunidad internacional reconoce a Palestina como Estado, en la práctica los Acuerdos de Oslo de 1993 y 1995 fueron dispositivos para impedir cualquier aparición de un Estado real (con soberanía, ejército y fronteras definidas). En su lugar lo que se creó fue la Autoridad Nacional Palestina (ANP), que con los años terminó absorbiendo a la propia OLP con una primera consecuencia nefasta: la OLP representaba a todos los palestinos, aquellos de los Territorios Ocupados y los que habían quedado en condición de refugiados en diferentes lugares del mundo, especialmente en los países árabes vecinos. Al quedar la OLP sólo como una entelequia de respaldo a la ANP, los acuerdos redujeron el problema palestino a una cuestión de «paz por territorios» (consigna de la época) que retóricamente invertía el problema de la ocupación de Palestina por el de la seguridad de Israel.

En ese contexto, ya con Oslo II en 1995, la ANP comienza a administrar un conjunto de islotes separados por asentamientos judíos en Cisjordania y la Franja de Gaza. Un año antes, la OLP había firmado los Protocolos de París, donde cedía a Israel el control de los recursos naturales y aseguraba que la Autoridad Palestina naciente cumpliría con los mandatos del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. De ese modo los territorios palestinos pasarían a incorporar un bizarro neoliberalismo con una fuerte bancarización de la sociedad palestina, cuyo destino sería sobre todo ser un mercado de consumo interno para Israel y para las elites de la OLP que aprovecharían los modelos de negocios surgidos de este nuevo panorama. En ese contexto, Israel no sólo continuó controlando, como aseguraba el pacto, los recursos de Cisjordania y Gaza, sino que, además, intensificó la colonización de los Territorios Ocupados, basándose en la propia estructura de los Acuerdos de Oslo, pues estos crearon tres zonas de administración denominadas A, B y C para Cisjordania. El Area C sería el 60% del territorio y quedaría completamente bajo control israelí. El área A, por su parte, sería de control policial y administrativo palestino y el área B de control administrativo palestino, pero la seguridad seguiría a cargo del Ejército de Ocupación.

Precisamente en el área C, la mayor parte del territorio de Cisjordania, los israelíes avanzaron con el proyecto colonial, construyendo más asentamientos y aumentando los programas de subsidio a la colonización por parte de grupos de sionistas religiosos que se convirtieron en una amenaza constante para las aldeas palestinas y, con los años, en una fuerza política fundamental para sostener a los gobiernos de extrema derecha en Israel. Una vez fragmentada Cisjordania los espacios entre ciudades y aldeas palestinas fueron aprovechados para construir carreteras segregadas y diversos sistemas de control de la población palestina. Tras la segunda Intifada de 2000, este proceso no sólo se agudizó, sino que, además, Israel construyó un muro que separa completamente a la población palestina del enclave del resto del país. Y con esa misma lógica de separación y asfixia, en 2007 el Estado sionista comenzó el bloqueo completo de la Franja de Gaza, que desde entonces se convirtió, además, en un campo de experimentación de armas y aparatos de control, que en 2008, 2014 y 2021 devinieron fuerzas de exterminio para miles de civiles palestinos.

Hoy es evidente que el proceso de Oslo fracasó (porque no podía ser de otro modo), pero sus consecuencias siguen siendo el medio en el que se debe pensar el futuro de Palestina. La ANP, creada con los acuerdos devino en una policía del gueto, controlada por Israel y elites palestinas colaboracionistas. Los asentamientos, reforzados por Israel desde la firma de los acuerdos, terminaron siendo el basamento para la aparición del sionismo en su forma más brutal, la genocida.

La lógica de dos Estados se encuentra, como es evidente, ligada desde el inicio al problema colonial de Palestina y como solución sólo puede responder desde un enfoque colonial. Hoy, por cierto, el reconocimiento de varios Estados a Palestina no es otra cosa que salvar ese proceso muerto que es Oslo a la luz de lo que gran parte del mundo comprende como la deriva genocida de Israel, aún cuando no tengan, estos mismos Estados, ningún interés en romper relaciones con el Estado sionista. El reconocimiento de Palestina podría entenderse, incluso, como un salvamento a la noción misma de Estado, que en el capitalismo tardío no hace otra cosa que servir de policía a los intereses de las corporaciones.

Si enfrentamos el problema desde un punto de vista abiertamente anticolonial, tanto la cuestión del Estado palestino (que dicho sea de paso Israel jamás reconocerá y será, por tanto inviable incluso en su formulación mínima) como la idea de la legitimidad de Israel en el derecho internacional pasan a segundo plano. Aunque Israel tergiverse el reconocimiento que le dio Naciones Unidas en sus primeros años de existencia como entidad como un «derecho de Israel a existir», lo cierto es que la resistencia palestina (no la ANP) ha puesto por primera vez en tela de juicio su existencia y la supuesta legitimidad de origen. Ningún Estado tiene derecho a existir en tanto los Estados no son sino formaciones históricas que aparecen y desaparecen, y cuando asumen su propia forma como una máquina de muerte, no sólo deben ser detenidos, sino desmantelados, como ocurrió con el nacionalsocialismo alemán.

La solución de dos Estados en Palestina es la carta colonial en juego por las potencias occidentales y árabes que quieren salvar la cara frente a ciudadanías que demandan acción contra el genocidio. El propósito es el mismo de siempre, derrotar a los pueblos que luchan para imponer condiciones bajo legitimidad retórica. Pero el proceso que ha abierto la resistencia palestina es diferente y probablemente no sea ya posible de ser detenido, pues tanto mayor es la criminalidad a la que llega Israel, tanto mayor es la convicción del mundo de que el problema no es Benjamin Netanyahu, sino una estructura de poder racista y colonial que debe caer. Reconocer un Estado Palestino para seguir engordando a Abbas y su parentela, mientras continúa el genocidio en Gaza y los pogromos en Cisjordania, puede ser la opción de los que siempre quieren sacar una tajada de los oprimidos, pero no de estos. Los pueblos sueñan con la liberación completa de Palestina, cuestión que desborda completamente la noción misma de Estado.

Imagen principal: Mona Hatoum, 3D, 2015

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