Estos saqueadores del mundo, después de haber destruido la tierra con sus devastaciones, ahora están saqueando el océano: impulsados por la codicia, si su enemigo es rico; por la ambición, si es pobre; insaciables tanto hacia Oriente como hacia Occidente: el único pueblo que contempla la riqueza y la miseria con la misma avidez. Saquear, masacrar, usurpar con falsos títulos —a esto lo llaman imperio; y donde hacen un desierto, lo llaman paz. Tácito, Agrícola
Lo hermoso de Gaza es que nuestras voces no la alcanzan. Nada la distrae; nada le quita el puño de la cara al enemigo. No las formas del Estado palestino que construiremos, aunque sea en el lado oriental de la luna o en el lado occidental de Marte, cuando sea explorado. Mahmoud Darwish, Silencio por Gaza
A finales de septiembre, la administración Trump publicó su plan en 21 puntos para poner fin al «conflicto de Gaza». En los últimos ocho meses, el obsceno «plan de desarrollo para Gaza» de Trump —que presentaba el territorio devastado como la «Riviera de Oriente Medio», acompañado por las ya omnipresentes y alucinadas representaciones generadas por IA de cómo debería lucir— ha servido como punto de referencia constante para la campaña israelí de limpieza étnica y genocidio.
Netanyahu y sus ministros saborearon el hecho de que la ontología inmobiliaria del plan —como Brenna Bhandar y yo delineamos en nuestro artículo Le mani sul pianeta. L’imperialismo immobiliare di Trump— excluyera el derecho internacional y previera una transferencia total de la población como preludio a un auge edificatorio.
Aquí reside quizá la función principal de este «plan», como de innumerables otros: la gestión estratégica del tiempo político. Siguiendo una lógica más de diagrama de la expropiación que de proyecto para un nuevo orden, Israel, Estados Unidos y las potencias aliadas o cómplices pueden proseguir sus guerras de eliminación y acumulación como si estuvieran regidas por un fin discernible, una suerte de endgame.
En este sentido, los planes completan otra técnica de la política temporal-colonial de asentamiento israelí: las negociaciones (incluido el propio acuerdo de Oslo), pérfidamente escenificadas como una suerte de guerra psicológica internacional para debilitar al enemigo, perpetuar la violencia expropiatoria y servir de escudo contra las crecientes oleadas de deslegitimación.
Como ha reconocido incluso The Economist, «las conversaciones sobre el futuro solo sirven para ganar tiempo para Israel, que mientras tanto crea hechos alternativos en el presente». Como ha observado el analista político palestino Abdaljawad Omar, las negociaciones no son sino otra modalidad de guerra perpetua, o de pacificación sin fin, mediante la cual Israel espera «agotar la indignación global así como espera agotar la resistencia palestina: a través del aplazamiento, la confusión, la normalización del colapso y, por supuesto, la coerción mediante la instrumentalización del antisemitismo».
El cálculo diplomático —esto es, la necesidad de obtener el asentimiento y la participación de Egipto, Turquía, Jordania y los Estados del Golfo— ha atenuado el extremismo patrimonialista de la propuesta original. En febrero, Trump había declarado a los periodistas a bordo del Air Force One: «Piénsenlo como un gran sitio inmobiliario. Estados Unidos será su propietario y lo desarrollaremos lentamente, muy lentamente —no tenemos prisa— para llevar estabilidad a Oriente Medio». En una entrevista posterior con Fox News, en la que confirmaba que esta adquisición de Gaza anularía cualquier derecho de retorno para los habitantes palestinos, Trump pareció transferir el título de propiedad del territorio del gobierno estadounidense a sí mismo: «Construiremos comunidades seguras, un poco lejos de donde se encuentran ahora, donde hay todo este peligro. Mientras tanto, yo sería el propietario. Piénsenlo como un desarrollo inmobiliario para el futuro. Sería un pedazo de tierra hermoso. Sin gran gasto».
La utopía del constructor Trump, que escenifica el volver inhabitable Gaza como precondición para su transformación en una propiedad rentable, no ha desaparecido en absoluto: en el Urban Renewal Summit de Tel Aviv, en septiembre, el ministro de Finanzas Bezalel Smotrich anunció una inminente «mina de oro inmobiliaria», afirmando: «Hemos completado la fase de demolición, que es siempre la primera fase de la recalificación urbana: ahora debemos construir». Añadió: «Hemos gastado mucho dinero en esta guerra. Debemos ver cómo dividir la tierra en porcentajes».
Pero mientras esta lógica inmobiliaria del genocidio («la fase de demolición») persiste en la mente y las acciones de los protagonistas principales, el plan de septiembre de Trump y algunas de las propuestas más detalladas que lo precedieron y prepararon —en particular los documentos filtrados que describen la Gaza International Transition Authority (GITA) del Instituto Tony Blair y el Gaza Reconstitution Economic Acceleration and Transformation (GREAT) Trust vinculado a la Gaza Humanitarian Foundation— incorporan tal lógica en un diseño neocolonial más amplio.
Sostengo que este diseño es a la vez síntoma y prueba de los vínculos íntimos y las afinidades electivas entre las utopías aparentemente marginales de la extrema derecha, especialmente en sus tendencias «tecno-fascistas», y las ideologías y prácticas centrales del imperialismo contemporáneo. En un nivel más profundo, lo que podemos observar en funcionamiento en estos diagramas de expropiación es el nexo entre acumulación y eliminación —la lógica genocida de la «acumulación primitiva», esto es, una dimensión saliente de las relaciones de destrucción propias del capitalismo.
Estos planes para lo que el último documento de Trump llama «Nueva Gaza» —que constituyen un género en sí, precedente al genocidio y que acompaña su desarrollo desde múltiples perspectivas— representan una suerte de palimpsesto recombinante de las técnicas coloniales de pacificación, expropiación, dominación y expulsión. Todas ellas incorporan:
- marcos de gobierno que anulan las reivindicaciones palestinas de autonomía, soberanía o autodeterminación;
- la producción de espacios neocoloniales (Gaza como «zona» o «hub»);
- una visión capitalista del desarrollo especulativo y extractivo que borra cualquier otra reivindicación o experiencia de la tierra, la comunidad y la cultura palestinas.
La visión resultante es la de un espacio meticulosamente controlado y despolitizado, es decir, pacificado, para la circulación, el consumo y la producción del capital. Gaza no es solo un «ensayo general del futuro», un laboratorio planetario para ejercer una violencia genocida tecnológicamente sofisticada sobre poblaciones «sacrificables» —como denunció el presidente colombiano Gustavo Petro y muchos otros comentaristas—, sino que es también, como demuestran estos «planes», una prueba de las modalidades neocoloniales de sometimiento funcionales a los nuevos regímenes de acumulación del capital.
El plan en 21 puntos de Trump, que atenúa las formas más abiertamente coloniales de autoridad delineadas en los documentos GITA y GREAT y nominalmente pone un límite a los impulsos expansionistas de Israel («Israel no ocupará ni anexará Gaza»), comparte sin embargo lo que podríamos definir como la exigencia mínima de todas estas visiones de sometimiento: la desmilitarización y la radical despolitización del espacio palestino. Como se declara en el plan, de hecho: «Gaza será gobernada bajo la administración temporal y transitoria de un comité palestino tecnocrático y apolítico». Este último será supervisado por un «Consejo para la Paz», presidido por Trump con el apoyo de Tony Blair y otros no nombrados.
Es significativo notar la necesidad sintomática de duplicar lo «temporal» con lo «transitorio», lo «tecnocrático» con lo «apolítico», para que no quede duda de que la «gobernanza» es la antítesis del autogobierno. Sobre todo, incluso la sombra de la resistencia anticolonial debe ser aniquilada; la «nueva Gaza» deberá ser una «zona desradicalizada y libre del terror», condición negativa para la única visión «positiva» concebida para Gaza: la de una «zona económica especial» con «aranceles y tasas de acceso preferenciales». El parámetro a alcanzar es el de las «ciudades milagrosas modernas de Oriente Medio», y el método consiste en «sintetizar los marcos de seguridad y gobernanza para atraer y facilitar las inversiones». Como ha observado Daniel Lévy, este documento se asemeja a «una carta para una versión del siglo XXI de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales» y constituye «un intento de erigir una capa adicional de ocupación internacional sobre el pueblo palestino, además de la de Israel».
El plan promovido por el Tony Blair Institute para la Gaza International Transition Authority es una propuesta mucho más detallada que el documento deliberadamente genérico de Trump. Como ha observado Arnaud Miranda, imagina Gaza como «un laboratorio para una nueva gobernanza tecno-imperial». Su organigrama de transición, detallado, cuantificado y calendarizado, es lo contrario exacto de una constitución política —Gaza no tiene ciudadanos, a lo sumo residentes o sujetos tutelados—, sino una estructura para un experimento de dominio empresarial neocolonial. El órgano político más alto de la autoridad —nombrado, como se nos instruye cómicamente, «por consenso internacional»— es un consejo con un presidente.
En su diseño, la autoridad de transición de Blair es una ilustración perfecta de que las ideas dominantes de hoy son las ideas de la clase dominante: si a Blair muchos lo han definido como «el virrey de Gaza», dos de los miembros previstos del consejo son multimillonarios: Marc Rowan, propietario de un fondo de capital privado y figura clave en los esfuerzos de la administración Trump por reprimir la solidaridad con Palestina y amordazar el pensamiento crítico; y Naguib Sawiris, magnate egipcio de las telecomunicaciones, la tecnología y el sector inmobiliario. Junto a la tecnócrata neerlandesa Sigrid Kaag, otro potencial miembro del consejo es el empresario y rabino Aryeh Lightstone, figura central de los Acuerdos de Abraham y uno de los fundadores de la llamada Gaza Humanitarian Foundation, descrita por Médicos Sin Fronteras como un «sistema de hambre y deshumanización institucionalizado». Vale la pena señalar que el principal financiador del TBI, por un monto de quinientos millones de dólares, es el querido amigo de Blair, Larry Ellison, quien, además de ser el mayor donante privado de las FDI, es figura clave, a través de su empresa Oracle, en la integración entre el sector tecnológico y la administración Trump. Además, ahora está listo, junto con su hijo, para conquistar una posición casi monopolística en los medios estadounidenses). Como ha escrito Ammiel Alcalay en Middle East Eye, la GITA prefigura «la corporativización de todo un pueblo traumatizado bajo el «liderazgo» de multimillonarios».
En este deslumbrante escenario de heteronomía sin límites, el Consejo, dotado de su propia fuerza de seguridad especial, vigila y controla a una «autoridad ejecutiva palestina» (que no debe confundirse con la actual Autoridad Nacional Palestina de Ramala), que no puede ejecutar nada, que tiene poquísima, si no ninguna, autoridad y está fundada en la abnegación de cualquier reivindicación nacional palestina. Las únicas reivindicaciones que los palestinos están realmente autorizados a hacer, en este esquema, son las de propietarios de tierras. La GITA prevé de hecho una «Unidad para la conservación de los derechos de propiedad», cuya tarea sería «garantizar que cualquier salida voluntaria de los residentes de Gaza durante el período de transición sea documentada, legalmente protegida y no comprometa el derecho individual de retorno o de mantenimiento de la propiedad». El hecho de que el marco sea el de la «salida voluntaria», unido a la vaguedad sobre cómo podrían juzgarse las «reclamaciones de propiedad transitorias», es altamente sintomático.
La tecnocracia dirigida por multimillonarios delineada por la GITA de Blair adopta una pátina aún más tecno-futurista en el Gaza Reconstitution Economic Acceleration and Transformation (GREAT) Trust, cuya presentación en PowerPoint, circulada en la Casa Blanca, se filtró suscitando considerable consternación. Como ha observado la estudiosa palestina Rafeef Ziadah, «el documento hace eco del plan Gaza 2035 promovido por el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu… la propuesta de 2024 que imaginaba Gaza como un hub logístico esterilizado, conectado al megaproyecto saudí Neom y desprovisto de una presencia palestina significativa».
Ricamente ilustrado con gráficos de inversión e imágenes generadas por inteligencia artificial, GREAT se sitúa a medio camino entre el proyecto de gobernanza de Blair y la previa «modesta propuesta» del bloguero de extrema derecha y asesor informal de la Casa Blanca Curtis Yarvin, titulada Gaza, Inc.
La fantasía distópica de Yarvin imaginaba una concepción de la soberanía completamente corporativa y privatizada, que «sale» de los propios parámetros del derecho internacional y de la política democrática —a imagen de Próspera, la «charter city» en Honduras financiada por capitalistas de riesgo como Peter Thiel, Balaji Srinivasan y Marc Andreessen. Para Yarvin, una precondición para transformar Gaza en «la primera corporación soberana en entrar en las Naciones Unidas» no es solo deportar a su población, sino también borrar los títulos de propiedad de su tierra —abstraerlos en su lugar en una ficha fungible. Como declaraba:
Gaza, sin sus habitantes (aún más importante, sin su complejo laberinto de títulos de propiedad de época otomana), vale mucho más que Gaza con sus habitantes, incluso para sus propios habitantes. Se trata de 140 millas cuadradas de bienes raíces en el Mediterráneo, liberadas de títulos, demolidas y desminadas a un costo de quizá diez mil millones de dólares. Esta tierra se convierte en la primera ciudad con carta constitutiva respaldada por la legitimidad estadounidense: Gaza, Inc. Símbolo bursátil: GAZA.
Como Blair, también Yarvin quiere poner a multimillonarios sionistas al mando, sugiriendo que el roadshow para esta OPV (oferta pública de venta) debería ser dirigido por Adam Neumann, el multimillonario israelo-estadounidense cofundador de WeWork. En el centro de esta visión especulativa de la privatización como pacificación está el supuesto de que «todos los títulos de propiedad inmobiliaria tienen la guerra como bloque de génesis» [1].
El plan GREAT (subtitulado «De un apoderado iraní demolido a un próspero aliado abrahámico»), como las propuestas afines, representa también un recapitulación, recombinación y aceleración de múltiples formas y dispositivos de dominio provenientes de la historia del capitalismo colonial y racial. En cuanto nodo de lo que define como «la trama abrahámica» de esta región imperial, la forma política que Gaza debería asumir es la de una «tutela multilateral dirigida por Estados Unidos».
El Trust, se nos dice, gobernará Gaza «por un período de transición hasta que una estructura política palestina reformada y desradicalizada esté lista para tomar su lugar». Para implementar esta estructura de gobernanza antipolítica —una máquina para vaciar la soberanía palestina, fundada en la supuesta disposición de los subalternos a convertirse en un cliente dócil y pacífico— GREAT prevé sus propias producciones de espacio neocolonial, esto es, lo que llama «zonas humanitarias de transición libres de Hamás».
Presentadas con mapas operativos, estas «áreas de transición humanitaria», que serán gestionadas inicialmente por la Gaza Humanitarian Foundation y luego por un «marco de seguridad híbrido», son descendientes directas, y no muy lejanas, de la práctica británica de reasentamiento en las «nuevas aldeas» en Kenia y Malasia, de la política francesa de regroupement en Argelia y de la estrategia estadounidense de «hamletization» en Vietnam.
En demostración de la perfecta continuidad del imaginario dominante de la contrainsurgencia, el diseño mismo de la «Nueva Gaza», con sus campos de golf y áreas verdes, bebe de la historia de la guerra social en la metrópolis imperial. Como se lee en una de las diapositivas: «al igual que la estrategia de Haussmann en el París del siglo XIX, este plan busca resolver una de las causas raíz de la insurgencia continua de Gaza: su diseño urbano».
Y hoy, para regocijo de sus promotores, la disciplina espacial puede ser completada por el control cibernético, una vez que «todos los servicios y la economía de estas ciudades sean gestionados a través de un sistema digital basado en identidad y alimentado por inteligencia artificial».
Pero el plan GREAT tiene un horizonte mucho más amplio que la simple gestión de la pacificación tras el genocidio. En el lenguaje jadeante y vacío de los visionarios del capital de riesgo, prevé la posibilidad de recaudar miles de millones en inversiones público-privadas, adoptando un «modelo de financiación innovador» que combinaría una suerte de «fideicomiso de suelo tokenizado» cuyos rendimientos se invertirían en un «Fondo de riqueza para Gaza». El valor de Gaza, hoy estimado en 0 dólares, crecería en diez años hasta más de 300 mil millones de dólares (con la creación de «un millón de puestos de trabajo»).
Elemento crucial de la visión de GREAT es la idea de Gaza como «hub» dentro de un vasto complejo regional logístico–extractivo–productivo destinado a competir con China. La creación de la «Nueva Gaza» serviría para acelerar la integración rentable del Corredor Económico India–Medio Oriente–Europa (IMEC) y para transformar la Franja en el «centro de la arquitectura regional proestadounidense», asegurando poder económico, político y militar sobre el flujo de energía, capital y mercancías (con particular atención a los «minerales de tierras raras»).
Como observa Ziadah, lo que «se imagina no es la reconstrucción para los habitantes [de Gaza], sino la conversión de Gaza en un centro logístico al servicio del IMEC», «una forma de tutela corporativa al servicio del capital global». En GREAT, concluye, «Gaza es descrita menos como una sociedad y más como un activo en dificultades para revender con lucro. Este es el capitalismo del desastre en su forma más pura. Es la devastación reformulada como precondición para el beneficio especulativo».
La «re-imaginación» de Gaza representa la apoteosis de esa fusión entre capital y dominio autoritario que define, para gran parte de la reacción global, las «ciudades milagrosas» de Oriente Medio. Reducida a tabula rasa por el genocidio israelí, Gaza renace mediante diez «megaproyectos» que incluyen, emblemáticamente, un enlace MBS (con el nombre del príncipe saudí Mohammed Bin Salman), una autopista central MBZ (con el nombre de Mohammed bin Zayed Al Nahyan, soberano de Abu Dabi), una Elon Musk Smart Manufacturing Zone y una Gaza Trump Riviera con sus islas artificiales. Centros de datos, gigafactorías de vehículos eléctricos, un puerto de aguas profundas, oleoductos y gasoductos: se prevén todos los accesorios de la acumulación del siglo XXI.
En lo que respecta a la tierra, no solo los derechos de propiedad de los palestinos son efímeros, sino que el plan, al calcular los costes y beneficios relativos entre el alojamiento temporal en la Franja (financiado con deuda con tierras públicas como garantía) y la «reubicación voluntaria», formula un argumento económico directo a favor de la limpieza étnica, señalando que se ahorrarían 500 millones de dólares por cada 1% de la población reubicada, «aumentando así el valor de Gaza». Se añade que el Trust mantendría la propiedad del 30–40% de las tierras de Gaza.
Sobre las cenizas del escolasticidio, es altamente indicativo que las disposiciones para la educación en Gaza no incluyan en ningún punto la reconstitución de la educación superior, y que toda la formación secundaria sea designada como «profesional». Esto quizá esté ligado al hecho de que la zona industrial para vehículos eléctricos está concebida para emplear mano de obra «cualificada» de bajo costo.
En esta panoplia de planes —que se superponen por intenciones, ideología, circulación y personal implicado— vemos la espeluznante cristalización de las relaciones de destrucción que gobiernan nuestro presente. Al proyectar el «después» del genocidio, lo justifican retrospectivamente y lo integran como precondición para un nuevo ciclo de integración imperial regional, acumulación y desarrollo. En el futuro anterior que estructura la temporalidad especulativa de estos planes, el genocidio habrá sido el necesario preludio de un luminoso futuro de expansión inmobiliaria especulativa, integración logístico–extractiva y hegemonía regional —habrá roto la espiral del «subdesarrollo» de Gaza para hacer posible una «Nueva Gaza» de desarrollo hipercapitalista. También habrá desmentido la advertencia, expresada por el exdiplomático estadounidense Josh Paul, de que «no se puede construir una riviera sobre los huesos de los muertos».
Al contrario, para Trump, Blair, Netanyahu y sus financiadores multimillonarios, en Gaza solo se puede construir una riviera sobre los huesos de los muertos. Lo que estos planes revelan, entre líneas, es una variante del siglo XXI de la racialización de la guerra como proceso de devaluación e inversión (el plan GREAT es explícito en la aritmética: de los 0 dólares producidos por la «fase de demolición» a la futura valoración de más de 300 mil millones). Mirar el genocidio a través del prisma de estos planes nos muestra la lógica misma de la eliminación propia del capital, en la que una guerra de exterminio se revela como lo que Éric Alliez y Maurizio Lazzarato llaman una «guerra de acumulación»: la destrucción —de seres humanos, de sus relaciones e instituciones, de su cultura y su tierra, de sus ciudades, del espacio y la naturaleza— se revela retrospectivamente como lo que Marx, en El capital, vol. I, definía «el invernadero forzado de la acumulación».
Si bien el genocidio no ha sido impulsado directamente por una estrategia capitalista de acumulación, estos planes lo reinscriben como parte integrante de dicha estrategia. Lo que Raphael Lemkin describía como el ataque sincronizado a diferentes aspectos de la vida de un pueblo prisionero se convierte aquí en la condición preliminar para los megaproyectos: los nuevos corredores logísticos y las infraestructuras para los minerales de tierras raras, los hidrocarburos fósiles y las cadenas de mercancías, pero también para los masivos complejos tecnológicos de la violencia concentrada (ahora «alimentada por inteligencia artificial») necesarios para garantizar estos modelos de circulación y acumulación.
En estos planes —mientras evocan, repiten y recombinan lógicas coloniales y raciales dentro de un marco sobredeterminado por la vanguardia del capital (IA, vehículos eléctricos, etc.)— podemos vislumbrar los rasgos distintivos de la lógica genocida que define la llamada acumulación primitiva, como lógica recursiva de la violencia capitalista. Como ha sostenido Harry Harootunian en su extraordinaria memoria marxista sobre el genocidio armenio, The Unspoken as Heritage, la verdadera historia del capitalismo repone continuamente «una fórmula que combina el asesinato genocida y el robo masivo, sancionados por la acumulación y dirigidos por alguna forma de autoridad política, ya sea un estado naciente o un imperio en declive. … El asesinato en masa significa adquisiciones en masa». Desde esta perspectiva, el genocidio es «una herramienta necesaria para implementar el proceso de acumulación primitiva del capitalismo», el cual, mediante «la implementación sistemática de la apropiación, la expropiación y el robo a gran escala… transforma lo ordinario en su contrario: un infierno viviente de necropolítica» [2].
Las transiciones imaginadas por estos planes para Gaza hacen que el cese del genocidio quede condicionado al politicidio; se fundan en la sumisión de los palestinos —que, a lo sumo, serían empleados como mano de obra servil o como fuerzas de seguridad colaboracionistas en una estrategia imperialista de acumulación regional que refuncionaliza todos los dispositivos del colonialismo para alimentar las fantasías especulativas autoritarias de los multimillonarios de hoy y sus asesores tecnocráticos. El después del genocidio se revela así como la extensión indefinida de su lógica, pero también como su subsunción como momento dentro de una visión imperialista más amplia. El asesinato en masa deviene un mediador efímero para el tecno-capital autoritario y sus megaproyectos.
Estos planes son el diagrama fiel de un futuro que es la antítesis de la justicia, la igualdad y la liberación, para los palestinos y para los pueblos de todo el mundo; es un futuro en el que el genocidio no es un crimen inconmensurable sino un prólogo a la prosperidad y un factor de acumulación, donde el «valor de Gaza» es otro nombre para la destrucción de Palestina. Solo trabajando por la expropiación y la reducción a la miseria de los déspotas del capital —MBS, MBZ, Musk, Ellison, Rowan, Trump, Blair y compañía— se puede impedir que nuevas oleadas de acumulación genocida extiendan su sombra sobre la tierra. Ellos planifican nuestra cancelación; nosotros deberíamos planificar la suya.
NOTAS
[1] El bloque génesis es el primer bloque de una blockchain, el registro distribuido de transacciones en la base de las criptomonedas.
[2] Harry Harootunian, The Unspoken as Heritage: The Armenian Genocide and Its Unaccounted Lives (Durham, NC: Duke University Press, 2019), pp. 87, 88, 96.
Alberto Toscano enseña en la Simon Fraser University. Es autor de varios artículos y libros sobre el obrerismo, la filosofía francesa y la crítica del capitalismo racial, de lo cual es uno de los puntos de referencia en el debate internacional.
Fuente: Machina Rivista
