Rodrigo Alarcón Muñoz / El manto del pasado y la inmunización del cuerpo social. Notas sobre el porvenir de chile

Filosofía, Política

En “Los patios interiores de la democracia”, páginas decisivas del debate transicional chileno, queda consignado que la posibilidad de la experiencia democrática supone la elaboración colectiva del tiempo (1985). Es decir, este acontecimiento ocurriría en la extraordinaria situación donde la fisonomía del pasado y la proyección del futuro surgen de las condiciones de producción del cuerpo popular y no de la representación político-institucional del Estado. Aquí, claramente Lechner parece conectar con la perspectiva negriana del poder constituyente, cuyas estrategias conceptuales desbaratan la raíz autoritaria de la soberanía. No obstante, cuando la perspectiva del alemán se enmarca, en una concepción que comprende el momento más decisivo de la república, el golpe de 1973, como fenómeno excepcional y acotado, queda completamente desactivada, en tanto hace directamente sistema con la inmunización del Estado y el “cuerpo social” que ejecuta la elite nacional, sobre todo potencial transformador activo o latente en el cuerpo social, relegando tácita y definitivamente los avances democráticos a un pasado ambiguo e imposible de ser referido (Villalobos-Ruminot, 2013).

El establecimiento de esta especie de “impotencia colectiva” proviene de la incapacidad para reconocer la dinámica sacrificial que el golpe reproduce y que atraviesa toda la historia política chilena (2013). En este sentido, este análisis revela la dificultad para advertir que la experiencia democrática, tal vez de manera única, se abrió precisamente en el acontecimiento que disloca la historia e interrumpe su relato y orden maestro: la Unidad Popular. En esos años convulsos, el trabajo colectivo del tiempo restituye -efectivamente- el pasado como “historia digna” y traza un futuro común posible (Lechner, 2006). Sin embargo, no solo este inédito proceso queda trunco por la violencia, sino que su clausura es refrendada por la desactivación de todo su potencial crítico, al definirse la brutalidad golpista como algo excepcional y acotado, maniobra que gatilló la casi completa desapropiación del pasado, al situarlo como objeto imposible de disputar (Villalobos-Ruminot, 2013).

Bajo estas luces, actualizar la historia requerirá un pensamiento que aborde críticamente los reajustes de la acumulación que modula la historia nacional y que registra intensos episodios de una violencia fundacional contra los avances populares, que centenariamente pujan por la democracia y el reconocimiento de los sectores populares (2013). En este sentido, lo que esquiva el “sociologismo transicional”, es que contrarrestar la impostura de la república, no requiere solo reparación, sino que desocultar la temporalidad autoritaria que reactualiza la “filosofía histórica del capital”, que actualmente hilvana el neoliberalismo compulsivo, con la violencia que desciende desde los más profundos cimientos portalianos (2013).

Desde temprano, fueron obturadas las facultades colectivas de estructuración del tiempo, viéndose restringida la potencialidad política que ahí subyace, como efecto de una subsunción de la igualdad social, por una gestión gubernamental que graníticamente fija la proporción de las partes sociales, consolidando una organización carente de autonomía y que purga la capacidad de la sociedad civil. En esto, el Estado, independientemente de las lógicas privatizadoras, será determinante en función de la consolidación de la hegemonía conservadora (Larraín, 2001). Así, la condición de posibilidad de lo común quedó interrumpida, como resultado de la sincronización de los deseos colectivos, emanados de tradiciones e identidades que “sientan las bases de la nación”, que es radicalmente apropiada por la elite. Es lo que señala Alfredo Jocelyn Holt, respecto del orden tradicional que impide una y otra vez los avances de la sociedad civil (1998).

Sintomático resulta que la tesis de un historiador liberal, tácitamente coincida con las de Gabriel Salazar, que por “izquierda” sostiene que la historia nacional muestra, que cada movimiento ciudadano que ha planteado una reorganización del Estado, ha quedado trabado por el “katechon” que la elite despliega, a través de su control y acaparamiento del aparato del Estado. Así, esta genealogía política termina por desvelar y perpetuar un binarismo sistémico, resultante del paradigma político del XIX (civilización o barbarie). El presente proyecta un adentro/afuera (orden/caos) a través de un dispositivo bipolar, operado por la gestión de una máquina abstracta de poder que tiene su objetivo en la inmunización del cuerpo social, frente a toda afectación desestabilizadora.

Este poder abstracto, construye la gobernanza como una esfera técnica exenta de litigio, conceptuando toda diferenciación social más allá del mercado, como portadora de una deficiencia o principio de decadencia. En este sentido, se puede sostener que la transformación de una sociedad tradicional en una plenamente moderna, es un proyecto histórico hasta ahora no concluido (Jocelyn-Holt, 1998).

2- La política cobra existencia, siguiendo a Rancière, cuando el orden es minado por la irrupción de energías colectivas que pretenden reivindicar la cifra de igualdad que toda sociedad supone. Cuando esto ocurre, el régimen de policía es desbaratado o momentáneamente destituido, poniendo en movimiento el pedregoso conflicto que define al fenómeno político (Galende, 2012). Estas fuerzas disruptivas temporalmente y con distintas intensidades, se han desatado logrando asediar e interrumpir la institucionalidad, transformándose en un verdadero bestiario portador de los deseos e imaginarios populares chilenos (Cabezas y Valderrama, 2014). Siempre al acecho, estas fuerzas ratifican la idea foucaultiana de que donde hay poder, hay puntos de fuga que desbaratarán su pretensión de totalidad.

La puesta en obra, en contrapartida, de la gubernamentalidad neoliberal, gestionada a través de lo que Lazzarato define como control a espacio abierto, actualiza la “urbanización” total de los hábitos del ciudadano, maniobrando la soterrada filosofía de la historia que ha guiado la historia nacional, con el renovado objetivo de reducir la potencia de los nuevos movimientos sociales, a la condición de “proliferación anómica”. Para desactivar su potencial destituyente, los expone como contaminación política del derecho y no como suspensión del orden establecido (Villalobos-Ruminot, 2013).

Desde esta mirada, el golpe de Estado de 1973 lo que hace es asaltar “el acontecimiento” de la historia del “progreso popular”. Desató toda su violencia persiguiendo no solo el fin del proyecto de la UP, sino también el agotamiento de la latencia colectiva, acabando con todo vestigio del paradigma republicano y su intento por reconstituirse en el devenir nacional. Cumplido el objetivo, la impronta conservadora se orienta a la masividad de los procesos de vida, reconduciendo el orden y la acumulación hacia la administración de la población en su potencialidad como recurso de producción (Karmy, 2013).

Esta revolución conservadora, literalmente sepulta las avanzadas democráticas y sus proyectos de deconstrucción del orden soberano, bajo la imposición de la omnipresente impronta autoritaria. Lo que opera la dictadura, en este sentido, es un golpe soberano a la soberanía, refrendado en una constitución que desmanteló plenamente el “nomos colectivo” y su capacidad de transformadora (Villalobos-Ruminot (2013).

3- En los sucesos de la revuelta de octubre de 2019, asistimos a una nueva irrupción de las fuerzas divergentes de la historia. Acumuladas en las últimas décadas, su azote descalzó el orden del modelo chileno, gestando un momento destituyente -luego de casi 50 años de una sistemática profundización y una exponencial hegemonía- donde la ciudadanía espabila del “sueño” devenido pesadilla que la elite moduló, empujada súbitamente a “saltar” para abandonar la inercia del frenético modo de vida neoliberal.

La subsunción constitutiva de la política en el imaginario del orden, lo que Rancière denomina “policía”, se vio interrumpida por una potencia social que apuntó, a partir de un desborde de emocionalidad e imaginación colectiva, a reorganizar el tiempo social, intentando clausurar la temporalidad y orden heredado de la transición -y, en consecuencia, de la dictadura-, desde una socialización de las decisiones que pudiera reconstruir un proyecto socio-político, que devolviera la autonomía colectiva y desbancara la hegemonía económica-gestional de la “oligarquía criolla”.

Para el pacto conservador que ha administrado la historia chilena, la revuelta fue una intempestiva y drástica interrupción, que aperturó un interregno, un “mal” radical, que en función de la salud nacional, era urgente conjurar. Dentro del entusiasmo colectivo, sin embargo, no se logró visualizar la actualidad de la revolución neoliberal, cuya profundidad hace plausible la hipótesis de que en octubre del 2019, ocurrió una especie de “rebelión neoliberal”, expresión generalizada de una frustración de una subjetividad que más que desmantelamiento, pidió mejorías en relación a las “fallas del modelo”.

El revés posterior del proceso constituyente, la penetración (más allá del golpe comunicacional) del discurso de la “propiedad amenazada”, del peligro para las identidades e instituciones tradicionales (paradojalmente sindicadas como culpables de la crisis y reproductoras del “orden sin pueblo” que la tradición política ha perpetuado), cuestiona el alcance del “juicio” al neoliberalismo y permite hipoetetizar que la revuelta y la inestabilidad posicional de las capas populares no ponen en cuestión al modelo, sino a la “insensibilidad social” de la elite económica y política en su administración obliterante del bienestar individual y colectivo.

Cuando la revuelta irrumpe, el presente se “presentificó”, es decir, se desveló la condición ontológica del presente a partir de la tensión crítica sobre su genealogía, que anunció la emergencia de las nuevas categorías sociales y el agotamiento de las vigentes. El presente como “acontecimiento”, es esta interrupción del continuum histórico, que saturado de futuro, se sostiene en el vacío y el decisionismo de la elite. La revuelta “desobró” ese “futuro” con que la tradición política, ha contenido el asedio al pacto conservador. Sin embargo, aunque toda revuelta es un impulso efímero, que inocula el virus destituyente para un futuro incierto, el posicionamiento de la demanda por igualdad que escenificó, por lo pronto ha resultado ser extraordinariamente débil, confusa y contenida rápidamente por la “perpetua” cesura del orden, esa máquina abstracta de poder cuyo diseño institucional impersonal y binario, inmuniza el cuerpo social ante todo empuje ajeno a la elite política, económica y militar.

Pensar el porvenir de Chile, desde la resonancia de octubre y desde todas las resonancias cuyos pulsos aún llegan a nosotros (las del 86, las del 2011 etc.), resulta una cuestión que tiene en el pasado su nudo gordiano, en tanto el futuro es operativizado como el dispositivo que dilata la realización democrática en un ilusorio “por-venir”. El presente elaborado como reiteración, proyecta al “infinito” las estructuras del orden conservador, que fijan al sujeto en una dependencia -material y existencial- que le imposibilita torcer su propia historia. Mientras no se destituya la presencia del espectro portaliano, restaurando el pasado como historia de la dignidad humana, los calendarios chilenos no solo no medirán el tiempo colectivo, sino que serán mausoleos de una conciencia histórica destrozada.

REFERENCIAS

-Cabezas, Oscar. Valderrama (2014), Miguel. Consignas. La Cebra. Buenos Aires.

-Larrain, Jorge. Identidad Chilena. Libros Arces- Lom. Santiago.

-Jocelyn-Holt, Alfredo (1998). El peso de la noche. Nuestra frágil fortaleza histórica. Estudios públicos. Santiago.

-Karmy Bolton, Rodrigo (2013). Políticas de la excarnación. Para una genealogía de la biopolítica. UNIPE: Editorial Universitaria. Sao Paulo.

-Lechner, Norbert (2006). Obras escogidas. Santiago. Lom Editores. Santiago de Chile.

– Galende, Federico (2013). Ranciere. Una introducción. Quadrata. Buenos Aires

-Villalobos-Ruminot, Sergio (2013). Soberanías en suspenso. Imaginación y violencia en América Latina. La Cebra. Buenos Aires.

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