(Penúltimo capítulo de La religión de la muerte, Postscriptum sobre viejos y nuevos fascismos, Editorial Tempestades, 2023).
Entramos a la última parte de este libro, haciendo ver que en octubre del 2022 se cumple el centenario del ascenso al poder de Benito Mussolini, y que en las elecciones de fines de septiembre la gran ganadora fue su admiradora Giorgia Meloni, militante desde los 15 años en la juventud del explícitamente neofascista Movimiento Social Italiano y actual dirigenta del partido Fratelli d’Italia (Hermanos de Italia), que varios identifican como estando a medio camino de la derecha populista radical y el posfascismo, quedando a pasos de convertirse en la primera mujer jefa de gobierno de la historia italiana[1].
Hemos dedicado bastante tiempo y espacio a discutir sobre los viejos y nuevos fascismos, y se necesitaría un libro aparte para referirse al “antifascismo” con todo el detalle y atención que se merece. Pero es necesario abordar, aunque sea a grandes rasgos, la cuestión de cómo combatir a la reacción en general, y al fascismo en particular, a la luz de la experiencia histórica de estos 100 años. Amadeo Bordiga, que ha sido acusado de menospreciar los riesgos que representaba el fascismo en el momento de su aparición[2], señaló alguna vez que “el antifascismo es el peor producto del fascismo”. En tiempos como los actuales en que ser “antifa” es una identidad, una frase como la de Bordiga resulta incomprensible, si es que no abiertamente reaccionaria. Un aporte clave para comprender estas posiciones comunistas no oficiales es el breve texto del periódico de la izquierda comunista italiana Bilan, publicado en el exilio belga en el año 1934 y titulado contundentemente como “El antifascismo: fórmula de confusión”[3]. En efecto, nos dicen estos camaradas, el antifascismo “idealiza la confusión” y “se da como tarea agrupar a todos aquellos que están amenazados por el fascismo en una especie de ‘sindicato de los amenazados’”.
El caso es que, si concluimos que no existe uno solo, sino que varios tipos de fascismo, deberían existir también diversas formas de antifascismo. Para empezar, la más acostumbrada es la que sostienen los demócratas liberales, que han abusado del concepto “fascismo” desde hace décadas, usándolo para estigmatizar a enemigos tan diversos como el Islam o cualquier forma de oposición crítica a la democracia capitalista, incluyendo a todas las posiciones revolucionarias. Como dijo Korsch en 1940, la burguesía liberal toma las condiciones existentes bajo su dominación como la normalidad social, y ve a la revolución y a la contrarrevolución como interrupciones anormales de dicho orden[4].
Así, al haberse acostumbrado a usar el concepto “fascista” como un insulto aplicable a todos quienes critican la democracia liberal, estos sectores pasan por alto el hecho de que el fascismo propiamente tal es precisamente un producto del capitalismo, y que no hay forma de oponerse realmente a él sin oponerse al sistema capitalista en bloque. Así, el antifascismo de los demócratas liberales es más bien la retórica que usan para blanquearse a sí mismos mediante la exhibición de un enemigo tan monstruoso que en comparación a él, el grueso de la población prefiera apoyar la democracia burguesa (depurada en su autoimagen de todos los aspectos violentos de la dominación capitalista).
Un factor clave en esta versión liberal del antifascismo es la escasa comprensión histórica del fascismo, la que es reemplazada por visiones moralistas o “psicologicistas” para tratar de explicarlo como encarnación del Mal absoluto. Como señalan los compañeros de Troploin, “Auschwitz ha sido sacado de su contexto histórico”; lo que necesitamos es “volver a situar a Auschwitz en la historia, y en lo que domina la historia de los siglos XIX, XX y XXI: el capitalismo”[5]. Y ya sabemos bien que, como dijo Bordiga, “existen fases, pero no tipos de capitalismo”[6].
Si bien siempre seremos sospechosos de “negacionismo” por decir esto, hay que tener claro que los horrores del fascismo no han sido excepciones inexplicables en la historia moderna: Enzo Traverso lo ha expresado con claridad cuando dice que resulta penoso tener todavía que recordar que los judíos exterminados por los nazis “no merecen ni más ni menos compasión y memoria que los armenios aplastados por el Imperio otomano justo antes de su colapso, los ciudadanos soviéticos que murieron en los gulags, los campesinos ucranianos exterminados durante el Holodomor, los congoleses asesinados en las plantaciones de caucho de Leopoldo II de Bélgica, los argelinos quemados en sus aldeas por los ejércitos franceses, los etíopes gaseados por los aviones italianos, los desaparecidos de las dictaduras militares chilena y argentina y todas las víctimas de la lista interminable de atrocidades de la modernidad”[7].
En efecto, el capital llega al mundo “chorreando sangre por todos sus poros” (Marx), y el “terrorismo occidental” se ha expresado no sólo en campos de concentración y bombas atómicas, sino que, como ha destacado Chomsky, entre cincuenta y cincuenta y cinco millones de personas han muerto en todo el mundo como resultado del colonialismo y neocolonialismo occidental desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. También hay que señalar que las formas tardías y bastante sui generis de acumulación capitalista concentrada que se impulsaron en Rusia y China causaron también varios millones de muertos en el siglo XX, los cuales se suelen usar tramposamente como argumento derechista y demoliberal contra un comunismo que en rigor no ha empezado todavía.
Además del antifascismo liberal es posible identificar -como hace Griffin- la existencia de un antifascismo conservador. Asumiendo que el fascismo es “antisistémico” y “revolucionario” y la derecha radical no, a pesar de posibles alianzas entre ambos sectores con fines tácticos, este autor dice la derecha radical es “tendencialmente antifascista”. Para explicar esa posibilidad, señala que no necesariamente el antifascismo tiene una connotación de “resistencia partidista de izquierdas/socialcristiana/liberal contra la toma de poder u ocupación fascista de una nación”, sino que se puede extender a un “antifascismo ultraconservador”, mencionando varios ejemplos de “regímenes conservadores autoritarios que prohibieron o aplastaron los movimientos fascistas”: Portugal, Hungría, Rumania y el Brasil de entreguerras, agregando que Franco “debilitó a la Falange al fusionarla primero con los carlistas monárquicos y marginarla radicalmente después de 1943”[8]. Desde el año 2022 es posible agregar a este listado la incursión pretendidamente “desnazificadora” del régimen de Putin en Ucrania, que también podría calificar como un caso de “conflicto inter-fascista” o incluso -como dicen Forti y otros- de “fascismo antifascista”[9].
La segunda gran variedad de antifascismo histórico, que sería la propia de la izquierda tradicional, es la de los Frentes Populares, caracterizados por la colaboración de clases entre “partidos obreros” y los sectores burgueses “democráticos”, postergando indefinidamente toda transformación radical anticapitalista con el pretexto de combatir al fascismo primero. La fórmula fue probada en Francia, Chile y España, con distintos y desconcertantes resultados. En España en particular, el Frente Popular se encargó a partir de julio de 1936 de sepultar primero todas las conquistas revolucionarias, para luego liquidar a la vanguardia obrera mediante la acción conjunta del estalinismo y el estado burgués, disolver las milicias y reconstituir el Ejército, para perder definitivamente la guerra en 1939.
La mitología antifascista de la que se nutre el “comunismo” oficial ha hecho olvidar los tremendos errores y zigzagueos que la dirección estalinista impuso a lo que quedaba del movimiento comunista internacional en los años treinta. Si bien resulta relativamente conocido el hecho de que mientras los movimientos fascistas se hacían fuertes los Partidos Comunistas veían ese avance como una señal positiva para la revolución proletaria y se entretenían en combatir a los socialistas y otros izquierdistas denunciados como “social-fascistas”, se conoce harto menos el hecho de que una vez consolidado el fascismo en Italia, el PC italiano hacia 1935 hizo patéticos llamados a la “salvación de Italia”, invitando a “los hermanos de camisa negra” a realizar una “unión fraternal” de todos italianos, a través de “la reconciliación entre fascistas y no-fascistas”, unidos en la lucha para “liberar a Italia de un puñado de grandes capitalistas, parásitos del trabajo de la Nación”. ¿Otro momento nacional-bolchevique? Diría que sí: en ese manifiesto publicado en Lo Stato Operaio los estalinistas italianos reivindicaron miserable y explícitamente el programa fascista de 1919, al que calificaban de “programa de paz y de libertad, de defensa de los intereses de los trabajadores”[10].
El caso del Frente Popular chileno desde 1938 es particularmente interesante pues con la excusa del “antifascismo” la izquierda apoyó a Pedro Aguirre Cerda (del ala derecha del Partido Radical) haciendo la vista gorda respecto del hecho de que había sido ministro del Interior del gobierno de Arturo Alessandri durante la Masacre de San Gregorio, ocurrida el 3 y 4 de febrero de 1921 en dicha oficina salitrera cerca de Antofagasta. Y fue precisamente el fascismo que se pretendía combatir (el Movimiento Nacional Socialista chileno) el que tras la Matanza del Seguro Obrero termina dando una voltereta tan grande que logra con sus votos dar la victoria a Aguirre Cerda. Tras eso los nacional-socialistas chilenos liderados por Jorge González Von Marées se incorporaron de facto al Frente Popular, tras cambiarse el nombre a Vanguardia Popular Socialista. Así y todo, ¡para la historia y mitología izquierdista tradicional el único traidor de esta historia fue Gabriel González Videla[11]!
También se usó la cantinela antifascista por parte de la izquierda chilena para llamar a la colaboración de clases antes y después del golpe militar de septiembre de 1973. “No a la guerra civil” mezclado con “No pasarán” fueron los lemas de una izquierda que en la canción “Venceremos” aseguraba que “al fascismo sabremos vencer”. Este antifascismo criollo sirvió primero para contener y encuadrar los fuertes brotes de autonomía proletaria manifestada en el movimiento de los cordones industriales y los comandos comunales y -luego de la masacre a la que condujeron al proletariado y el pueblo- para intentar una alianza con los golpistas de la Democracia Cristiana y con militares “no fascistas”.
De este modo, podemos constatar que tal como señalan los editores de Troploin, “el antifascismo no implica simplemente el hecho de luchar contra el fascismo” (con lo que todos estamos de acuerdo) sino que “supone una manera particular de combatir el fascismo, dándole a este combate una prioridad absoluta, superior a la lucha contra otras formas de dominio burgués, en primer lugar las formas democráticas”[12].
Esta fue exactamente la posición del Partido Comunista de Chile y gran parte de la izquierda chilena, muy bien explicada por Tomás Moulian cuando da cuenta de las discusiones sobre el carácter del régimen instaurado el 11 de septiembre de 1973. El PC intentó durante una década la política más amplia de alianzas, en base a una “retórica antifascista”, y propuso “la participación de las FFAA en el ’gobierno provisional’ que debería suceder a Pinochet e incorporó entre los elegidos de la alianza no sólo a los sectores antifascistas sino también a los no fascistas, entre los cuales incluyó al general Leigh”[13]. Su secretario general, Luis Corvalán, hizo llamados a la unidad nacional llegando a decir apenas cuatro años después del inicio de la masacre: “Pensamos que parte importante de este reencuentro es y debe ser la reconciliación de las Fuerzas Armadas con el pueblo de Chile…Nosotros los tendemos la mano”[14].
De acuerdo a Moulian la caracterización de la dictadura chilena bajo la “noción dimitroviana de fascismo”[15] evitó “captar que el régimen militar realizaba tareas históricas pendientes en el desarrollo del capitalismo chileno”. En este sentido “la dictadura fue subvalorada, no se percibió su naturaleza de clase y su papel orgánico”. Por el contrario, se le clasificó “bajo la categoría de irracional, como si el terror fuese el objetivo y no el instrumento”[16]. Al mismo tiempo la dictadura era sobrestimada, pues “al motejarse al régimen militar de fascista algunos entendieron que se trataba de una dictadura omnipotente, contra cuyo diabólico poderío era imposible luchar”[17].
El MIR, en cambio, señaló inicialmente que la dictadura era fascista, al ser promovida por “el sector fascista que domina el cuerpo de oficiales del ejército y la extrema derecha reaccionaria”, para resolver a fuego y sangre la crisis del sistema de dominación capitalista. Poco después el MIR corrigió esa caracterización señalando que se trataba de una “dictadura gorila”, contrarrevolucionaria, como expresión latinoamericana del “estado de excepción” que aplica el capitalismo cuando se agrava la crisis. No tendría un carácter propiamente fascista pues carecía de una base de apoyo en un “movimiento de masas en permanente estado de movilización”, una pequeña burguesía activamente incorporada al régimen, y de “un partido fascista que articule y centralice la conducción del proceso por la fracción burguesa hegemónica”[18].
Lo señalado no impide identificar en las políticas juveniles sostenidas por la dictadura como una forma de “parafascismo” (Griffin) que se expresaba en las estrechas relaciones de la Secretaría Nacional de la Juventud con el aparato organizado del franquismo (la Organización Juvenil Española y la Academia de Mandos José Antonio Primo de Rivera: la vertiente nacional-católica del fascismo europeo), y en rituales tan fascistizantes como la marcha de las antorchas en la ceremonia de Chacarillas en 1977, organizada por el Frente Juvenil de Unidad Nacional[19]. En continuidad con los fascismos históricos de 1919/1945, y con la “deportivización” promovida por la dictadura de Ibañez (1927/1932), la dictadura encabezada por Pinochet practicó en relación a la juventud una verdadera “efebolatría”[20]. Así, según González, el régimen pinochetista “no sólo se apropia de las claves represivas del fascismo –el cariz terrorista que asume la dominación de clase–, sino que implementa estrategias simbólicas de raíz fascista para legitimarse y, sobremanera, una política de adoctrinamiento palingenésico, fidelización y movilización para asegurar su continuidad”. Algo de esa “fascistización controlada” mediante el contacto directo con el nacional-catolicismo franquista español subsiste en los residuos del “pinochetismo popular” que aún pulula en sectores del pueblo chileno.
Una característica central del antifascismo histórico según Troploin es que “apoya a la democracia para librarse del fascismo”, aunque muchas veces dicho apoyo pretenda ser solamente parcial, crítico o provisional. Esta es la base de la “política del ‘mal menor’, que subordina todo a la aniquilación de un enemigo que hace parecer aceptable a todos los otros enemigos, incluso a aquellos que hasta ahora parecían ser los más inaceptables”. Así, “para librarnos de Hitler, son bien recibidas las armas más poderosas: el FBI, Stalin o la bomba atómica”[21]. Pero no existe en realidad una alternativa entre “fascismo y democracia”: la dominación capitalista recurre permanentemente a una mezcla de dictadura y democracia, enfatizando una u otra según las necesidades de acumulación y valorización del capital. Por eso es que tal como señala Troploin “apoyar la democracia para evitar la dictadura simplemente no funciona (…) no lo ha hecho ni lo hará nunca”.
El problema del antifascismo que predican y practican los sectores revolucionarios de la izquierda es que, aunque se opongan a la sociedad de clases, dejan esa lucha entre paréntesis mientras se combate al Mal absoluto: “cuando el capitalismo se vuelve nazi ya no es considerado como capitalismo, sino sólo como nazismo”. Así, si bien estos sectores no niegan “la contradicción entre burgueses y proletarios”, la dejan a un lado por un momento, “dándole prioridad a otra dicotomía: la que enfrenta a demócratas (casi todos los proletarios, tantos pequeñoburgueses como sea posible, más algunos burgueses progresistas) contra los fascistas (los burgueses más conservadores, algunos pequeñoburgueses y unos pocos proletarios desorientados)”[22].
Pero tal vez el mayor problema del antifascismo propio de la izquierda tradicional y autoritaria es que una vez que se proclama les permite calificar a todos sus opositores y críticos ubicados a su extrema izquierda como “objetivamente fascistas”, cuando no de agentes de la CIA, la Gestapo, la CNI o lo que corresponda. Pioneros de este recurso fueron siempre los estalinistas, que tras menospreciar e incluso favorecer el desarrollo del fascismo en los años veinte, deciden a partir de mediados de los treinta combatirlo desde la defensa de la democracia burguesa y la colaboración de clases, escenario en el cual todos los comunistas disidentes fueron tildados de “trotskofascistas” y aniquilados en consecuencia. Antes de ese viraje, la Internacional y sus partidos pensaban que el enemigo principal eran los socialistas, tildados primero de “socialistas imperiales”, luego de “socialpatriotas” y finalmente de “socialfascistas”. Con razón tanto Pasolini como E. Gentile hablan de la paradoja del “antifascista fascista”, que sería el reflejo invertido de la del “fascismo antifascista”.
El “antifascismo” que se vio en acción en Chile entre la primera y segunda vueltas presidenciales en Chile a fines de 2021 es un caso de manual en que se puede verificar de nuevo toda la crítica que hemos señalado. Mediante esta última campaña “antifascista” la actual socialdemocracia expresada en el Frente Amplio en alianza con el Partido Comunista de Chile (“Apruebo Dignidad”) y restos de la vieja Concertación (“Socialismo Democrático”) logró resultados sorprendentes que tras la victoria de Kast en primera vuelta parecían casi imposibles de conseguir. El mal desempeño inicial del candidato Boric, único firmante en noviembre del 2019 del Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución que lo hizo a título individual, fue revertido en pocas semanas, superando en segunda vuelta a Kast por más de un millón de votos, en una campaña en que se invocaba por un lado el miedo al fascismo y por el otro el miedo al comunismo.
Poco importaba que muchos expertos diagnosticaran que en rigor no veían a ningún movimiento fascista de masas apoyando a Kast, y que su partido y programa fueran propios de la derecha chilena más tradicional: ultraconservadora en lo moral y ultraliberal en lo económico. Los sectores “octubristas”, que se la jugaron por la revuelta mientras Boric y el Frente Amplio negociaban de espaldas al pueblo con todos los sectores de la política burguesa, olvidaron de inmediato las acusaciones de “amarillismo” y traición, porque entendían que estaba en juego el inminente establecimiento de un régimen fascista. Así, mientras la extrema izquierda e incluso parte importante del “bloque negro” se volcaron a una campaña electoral “antifascista”, Boric se dedicó a limar de su programa todo lo que sonara demasiado radical, para acercarse al centro, la Democracia Cristiana y todos los sectores que sin ser demasiado derechistas veían en Kast la necesaria defensa de “Ley y Orden” tras dos años de revuelta, pandemia, agudización del conflicto en Wallmapu y diversos brotes de delincuencia y violencia callejera.
En uno de los pocos diagnósticos lúcidos de esos días se da en el clavo cuando se dice que “a contra corriente del pensamiento popular, no fue su ‘fascismo’ lo que le impidió captar más votos a Kast, sino todo lo contrario: la falta de él. En primer lugar, el discurso de Kast no contó para nada con elementos revolucionarios y populares propios del fascismo histórico que pudieran enganchar con algún sector indeciso del proletariado —al cual necesita ganarse para imponerse democráticamente—, y en segundo lugar, no logró trascender el esquema político tradicional aferrándose a su pinochetismo clásico con un carácter claramente burgués, lo que al igual que en las elecciones del Apruebo/Rechazo se reflejó bien, por ejemplo, en el mapa del voto en las comunas del gran Santiago”[23]. En rigor, lo más “rebelde” que hicieron Kast y su partido durante la campaña del 2021 fue oponerse al estado de excepción y el toque de queda por la pandemia de coronavirus, mientras el grueso de los demás partidos y coaliciones votaban su renovación una y otra vez en el Congreso. Pero ni siquiera la contratación del guionista del exitoso imitador y humorista Kramer sirvió para transformar a José Antonio Kast en algo muy diferente a un “momio” pinochetista tradicional.
Si bien sabemos racionalmente que Kast tenía tanto de fascista como Boric de comunista -o como señalé en una columna en ese momento: si se quería ver en Kast a un Hitler, Boric necesariamente sería una reencarnación Friedrich Ebert, sepulturero de la revolución alemana hace exactamente un siglo[24]-, el potencial movilizador del miedo dominó la campaña. Una aislada y lúcida voz fue la de Mario Sobarzo cuando en una columna nos recordaba que el miedo no sirve para frenar a al fascismo y otras manifestaciones de la ultraderecha, y que de hecho lo que logra es precisamente darles poder, pues el miedo “disuelve el juicio, obnubila la razón, hace difícil aquilatar adecuadamente las condiciones materiales, dificulta la capacidad de actuar y, en último término, es la expresión proyectiva de las propias angustias y terrores pánicos”[25]. La consigna “sin miedo”, que había hecho posible el estallido social desafiando toques de queda, perdigones, tanques y patrullas militares, se transformó en su contrario: “tengo miedo, mucho miedo” (como decía un personaje del programa infantil 31 Minutos), lo que finalmente permitió olvidar la traición de Boric (tal como en 1989 se “perdonó” el golpismo de Patricio Aylwin), y ganarle al fascismo “con un lápiz”, sin desactivar ninguno de sus dispositivos ya legalizados y dejando a la derecha dura “derrotada” pero con una enorme representación electoral.
En fin, el miedo al fascismo se pasó la misma noche del 19 de diciembre de 2021 en medio de masivas celebraciones, a pesar de que el bando derrotado obtuvo el 44% de los votos (porcentaje que nunca obtuvieron ni Mussolini ni Hitler en su mejor momento electoral), y del apoyo al mal menor se dio paso intempestivamente a una verdadera e insoportable “Boricmanía”, que a pesar de haber disminuido considerablemente desde que asumió el nuevo gobierno, garantiza que ante la menor crítica seremos sin duda alguna acusados de “hacerle el juego al fascismo”, si es que no de ser “fascistas objetivos” o “microfascistas”[26].
Así, de manera bastante sorprendente, la campaña electoral “antifascista” logró lo que no lograron ni la represión policial y militar, ni el acuerdo del 15 de noviembre de 2019, ni la pandemia: apagar las barricadas de la rebelión social y renovar la confianza en el sistema político. Pocos meses después era este nuevo progresismo el que estaba encarcelando mapuches mediante la invocación de una Ley de Seguridad del Estado que durante la campaña electoral prometían derogar[27].
Muchos de esos “antifascistas por Boric”, en su mayoría prorrusos, deben haber quedado descolocados cuando el joven presidente dio su apoyo inmediato al comediante Zelensky, presidente de lo que llaman “Ucranazis” -que por lo demás es judío-, apoyado también por el “globalista” Soros, contra quien Putin ha emitido una orden de detención. Más confusión debe causar a nivel de la izquierda local y global el hecho de que el “fascista Trump” muestre simpatías por el “antiimperialista” Putin, al igual que el grueso de los nacional-revolucionarios, rojipardos y/o nacional-bolcheviques, unidos en esta causa a varios antifascistas rusófilos, prochinos y a los restos de la izquierda autoritaria (denominados usualmente como tankies o campistas). Los nacional-socialistas puros, en cambio, mayoritariamente dan su apoyo no a la OTAN ni al presidente de Ucrania -detrás de quien ven a Soros y el globalismo sionista-, sino que a lo que entienden como un tercer bando en este conflicto: sus camaradas del Regimiento Azov, que se destacaron en los combates del Euromaidán de 2014[28], y que en pocos años pasó de contar con unas pocas decenas a decenas de miles de combatientes.
El nacionalismo radical ucraniano, tanto a través de sus sectores más tradicionales (Pravy Sektor y Svoboda) como en la nueva síntesis y estilo representado por Azov, puede ser uno de los neofascismos más puros de nuestro tiempo, con un partido-milicia al que parecía que no le costaría mucho tomar el poder. No resulta para nada extraño que se confronten con otros intereses capitalistas e imperialistas, que a su vez generan sus propias formas de postfascismo con retórica bolchevique. De hecho, Dugin fue uno de los maestros de Semenyaka, ex militante de Pravy Sektor y principal ideóloga de Azov. La ironía trágica es que en el marco de esta guerra inter-fascista –“operación especial” como le llaman los pro-rusos- se haya realizado un atentado explosivo en agosto del 2022 contra Dugin que le costó la vida a su hija Darya, también muy activa en el neofascismo imperial eurasianista, y cuya autoría algunas versiones atribuyen a los servicios de inteligencia ucranianos y el Batallón Azov.
Lo más sorprendente es que a pesar de la retórica de “desnazificación” empleada por Rusia para justificar sus ataques, la guerra en Ucrania tiende a fortalecer estas posiciones, que ven el contexto bélico como un escenario ideal para extender su armamento e influencia social, además de los contactos internacionales. Como advierte Aris Roussinos -que ha estudiado estos movimientos radicales ucranianos en terreno- “si bien hoy pueden ser útiles, en caso de que el gobierno liberal de Ucrania resulte descabezado o evacuado de Kiev, quizá hacia Polonia o Lviv, o lo que es más probable, en caso de que Zelenski se vea forzado por los acontecimientos a firmar un acuerdo de paz cediendo territorio ucraniano, los grupos como Azov pueden encontrar una gran oportunidad para desafiar a lo que quede del Estado y consolidar sus propias bases de poder, aunque sea solo en el nivel local[29]”. En ese sentido el conflicto inter-fascista en Ucrania favorece la consecución de los objetivos de los sectores más ultraderechistas de ambos bandos.
Por si fuera poco y volviendo a Chile, la acción de grupos anti-mapuche como los que desalojaron municipalidades en toma durante el 2021, la división del trabajo entre policías corruptas y el lumpen parapolicial que los ayuda a dar golpizas y balazos contra estudiantes y otros sectores movilizados, en un contexto en que la “crisis migratoria” en el norte de Chile – que tiene causas estructurales de largo plazo y otras más inmediatas y contingentes como el viaje de Piñera a Cúcuta a inicios del 2019 en que invitó al pueblo venezolano a migrar-, son factores que podrían generar un escenario ideal para que la extrema derecha y movimientos fascistas del tercer milenio conquisten una buena base de apoyo en Chile, mientras la izquierda realmente existente se limita a corear que “ningún ser humano es ilegal” y sigue ilusionada en los resultados de un proceso constituyente surgido como respuesta a la revuelta pero desde la misma legalidad y acuerdos surgidos en el marco del régimen vigente, como se dice, sin solución de continuidad.
¿Entonces dirán que, tal como la dura derrota del apruebo en el plebiscito de salida, a estos nuevos fascismos no los vieron venir?
NOTAS
[1] Sobre el ascenso y orígenes de este sector en Italia ver Daniel Vicente Guisado y Jaime Bordel Gil. Salvini & Meloni. Hijos de la misma rabia: cómo la derecha radical conquistó la política italiana. Barcelona, Apostoph, 2021.
[2] Mientras presentaba su famoso Informe ante el cuarto congreso de la Internacional Comunista ocurrió la Marcha fascista sobre Roma. Eso lo obligó a complementar el Informe en base a las nuevas informaciones recibidas. Entre sus apreciaciones señala, tras comentar las primeras medidas del nuevo gobierno: “no pretendo afirmar con esto que la situación sea favorable para el movimiento proletario y comunista, pero creo que el fascismo será liberal y democrático”. Con todo, esos errores de pronóstico son menores en comparación con la posición de varios marxistas que luego del ascenso de Hitler pronosticaban la pronta victoria del Partido Comunista en Alemania, o de los que, luego de que eso no ocurriera, trataron de ver que así y todo los fascistas y nacional socialistas estaban realizando a su manera el socialismo, que de acuerdo a su teoría marxista- positivista era inevitable. Al respecto, ver el ya referido texto de Korsch sobre “La contrarrevolución fascista” (1940), que califica a dicha creencia como la versión marxista de la segunda venida de Cristo, que según el Nuevo Testamento sería precedida por la llegada del Antecristo. Por lo demás, Gramsci también estimó en agosto de 1924 que el fascismo “se agota y muere”, y en octubre del mismo año el socialista Turati diagnosticaba la pronta liquidación y descomposición del régimen (ver Emilio Gentile, Quién es fascista, pág. 76).
[3] Publicado recientemente en Chile por Ediciones Pensamiento y Batalla.
[4] “The fascist counter-revolution” (1940). Publicado en Living Marxism, Vol 5, N°2, 1940.
[5] Troploin, ¿De qué va todo esto? Entrevista por Revolution Times (2007). Incluida en: Troploin. El timón y los remos. Preguntas y respuestas. Segunda edición ampliada. Península ibérica, Klinamen, 2013.
[6] Lecciones de las contrarrevoluciones (1951).
[7] Enzo Traverso, “Holocausto y colonialismo: a propósito de ‘El catecismo alemán’”. El Porteño, 27 de abril de 2022.
[8] Griffin, Roger. “Vox qualis populi? La ubicación de la derecha radical populista dentro de la ultraderecha”. Encrucijadas. Revista crítica de ciencias sociales. Vol. 21 Núm. 2 (2021). Coordinado por Antonio Álvarez-Benavides y Emanuele Toscano.
[9] Francisco Veiga, Carlos González-Villa, Steven Forti, Alfredo Sasso, Jelena Prokopljevic y Ramón Moles. Patriotas indignados. Sobre la nueva ultraderecha en la Posguerra Fría. Neofascismo, posfascismo y nazbols. Madrid, Alianza, 2019, pág. 245 y ss.
[10] Referido por Emilio Gentile, Quién es fascista. Madrid, Alianza, 2019, pág. 103.
[11] Que en un tercer gobierno frentepopulista terminó por expulsar e ilegalizar al PC de Chile.
[12] Troploin, ¿De qué va todo esto? Entrevista por Revolution Times (2007).
[13] Tomás Moulian, Chile actual. Anatomía de un mito, LOM, 1997, pág. 264 y ss. En esta parte el autor refiere el documento del PC “La lucha de las masas derribará a la dictadura”, octubre de 1978.
[14] Ibid. Referencia a Luis Corvalán, “Nuestro proyecto democrático”, 1977.
[15] Jorge Dimitrov fue un comunista oficial búlgaro que como secretario general de la Internacional Comunista ya completamente estalinizada promovió desde 1935 la táctica de los Frentes Populares, marcando un viraje respecto a la fase sectaria y ultraizquierdista que el comunismo estaliniano siguió desde fines de los años 20, durante el llamado “tercer período” de desarrollo del capitalismo mundial. Como explica Sergio Grez: “La política de «clase contra clase» descartaba, de hecho, toda posibilidad de desarrollar un frente único proletario contra las ofensivas capitalistas. Ni siquiera permitía la conclusión de alianzas tácticas con socialistas o reformistas para frenar el avance del nazismo y del fascismo” (“Un episodio de las políticas del tercer período de la Internacional Comunista; elecciones presidenciales en Chile. 1931”, Historia (Santiago) vol.48 no.2 Santiago dic. 2015).
[16] Moulian, op. cit.
[17] Ibid.
[18] MIR, “La dictadura gorila y la táctica de los revolucionarios”, circulado en diciembre de 1973. Referido por Julio Pinto, ¿Y la historia les dio la razón? El MIR en dictadura, 1973-1981. En: Varios Autores. Su revolución contra nuestra revolución. Izquierdas y derechas en el Chile de Pinochet (1973-1981). Santiago, LOM, 2006, pág. 154-155.
[19] Ver: Yanko González, “‘Así van a ser ustedes porque así los estamos formando’: Juventud, adoctrinamiento y fascistización en la dictadura chilena, 1973-1983”, en: Historia y Memoria N°20, enero-junio 2020, Tunja, Colombia. Cabe destacar que gran parte de esta documentación fue destruida por la SNJ antes del fin de la dictadura chilena, pero como indica el autor “algunos registros quedaron en el Archivo General de la Administración en España y en el Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile”.
[20] El concepto es usado por Víctor Muñoz, “‘Chile es bandera y juventud’. Efebolatría y gremialismo durante la primera etapa de la dictadura de Pinochet (1973-1979)”, Historia Crítica Nº 54, 2014, citado por Yanko González, pág. 105.
[21] Troploin, op. cit.
[22] Ibíd.
[23] Vamos hacia la vida, “La alegría nunca llegó y el miedo se disfraza de esperanza”, 5 de enero de 2022. La referencia es al “Plebiscito de entrada” (octubre de 2020). En el “plebiscito de salida” vino la gran sorpresa: el rechazo se impuso en todo el país, obteniendo mayor proporción de votos a medida que se descendía en la escala socioeconómica, mientras el desempeño del apruebo mejoraba a medida que se ascendía. Por eso la reacción “apruebista” o “cuico progre” consistió en descargar su ira contra los “fachos pobres” y el “pueblo tonto”.
[24] “La historia no se repite, pero rima” decía M. Twain (frase citada en paralelo tanto en mi “¿Patria o Caos?” como en “¿La rebeldía se volvió de derecha?” de Stefanoni; dos libros publicados el mismo año cuyos autores no se conocen y cuyo título viene entre signos de interrogación. Como la ironía resulta a veces demasiado irónica, Stefanoni es ni más ni menos que jefe de redacción de la revista “Nueva Sociedad”: “un proyecto de la Fundación Friedrich Ebert (FES), institución creada en 1925 como legado político de Friedrich Ebert, socialdemócrata y primer presidente alemán elegido democráticamente. “La FES está representada en América Latina a través de 18 oficinas y, además de NUEVA SOCIEDAD, lleva adelante los proyectos regionales Sindical, Integración Regional, Energía y Clima, Cooperación en Seguridad Regional, Centro de Competencia en Comunicación (C3), Género y Nuevos Enfoques de Desarrollo para América Latina” (https://nuso.org/acerca-de-nueva-sociedad/). El paralelo entre el estallido chileno y la revolución alemana de 1918 me llevaron a sostener que “cuando la socialdemocracia apaga el fuego de las barricadas luego llegan los ‘cuerpos francos’ a barrer las cenizas del piso”, lección histórica muy clara que nos enseña que apoyar a la socialdemocracia (Ebert/Boric) no sirve para impedir el fascismo (Hitler/Kast). La columna a la que me refiero es: “Octubre, noviembre, ¿septiembre? Dos años de estallido y contraestallido en Chile”, El Porteño, 23 de noviembre de 2011. En: https://elporteno.cl/octubr-noviembre-septiembre-dos-anos-de-estallido-y-contraestallido-en-chile/.
[25] Mario Sobarzo. “La cruzada de los inocentes de Punta Peuco”. El Mostrador, 18 de noviembre de 2021.
[26] De hecho, en un mensaje que circuló en redes sociales a inicios de 2022 preservando su anonimato algún/a tuitero/a señaló que “así como existen los micromachismos que son graves y tenemos el deber de erradicarlos, existen los microfachismos. Todo acto de desvalorización del próximo gobierno, es un microfachismo”.
[27] “Impulsaremos leyes que reconozcan el derecho a manifestarse y la derogación de leyes represivas, tales como las normas que regulan el control de identidad preventivo, la ley antibarricadas y la Ley de Seguridad del Estado” (https://boricpresidente.cl/propuestas/derechos-humanos/).
[28] Olena Semenyaka, que empezó a participar en política en ese contexto, hace este balance: “Aunque fue un derrocamiento en lugar de una Revolución Nacional consumada, el espíritu de esta última se ha despertado, y la consolidación patriótica masiva en nuestro país, sin mencionar la ascensión de la derecha ucraniana, nos sorprende aún más que esta milagrosa victoria” (Adiren Nonkon, op. cit.).
[29] Aris Roussinos, “La verdad sobre la extrema derecha ucraniana”. Nueva Sociedad, marzo de 2022. En esta proyección Roussinos coincide con el análisis publicado en Moon of Alabama que señala que que como resultado de la guerra Ucrania eventualmente “se dividirá a lo largo del río Dniéper y al sur a lo largo de la costa, que alberga una población mayoritariamente étnica rusa. Esto eliminaría el acceso de Ucrania al Mar Negro y crearía un puente terrestre hacia Transnistria, la escisión de Moldavia, que está bajo protección rusa. El resto de Ucrania sería un estado confinado a la tierra, principalmente agrícola, desarmado y demasiado pobre para convertirse en una nueva amenaza para Rusia en el corto plazo.Políticamente estaría dominado por fascistas de Galitzia, lo que se convertiría en un gran problema para la Unión Europea” (https://www.moonofalabama.org/2022/03/what-will-be-the-geographic-end-state-of-the-war-in-ukraine.html ).
