La melancolía del sujeto capitalístico (“los que se han ido por el escape chico, la casita en las afueras, la especialización literaria o científica, el turismo” [Cortázar, Morelliana]) es el recobro de una mismidad perdida en el investimento de lo real que procede por carencias; eso es, en el grado cero del espectro de lo real, investido durante el Gran Reinado de la contra-crueldad occidental, y el nacimiento imposible de la topología pensable del multiverso contra-catexizado, Leibniz, Hegel, Hitler y Hora de Aventura. Al sentirnos “crecidos como plantas aerícolas”, como escribiría El Santísimo Juan Goytisolo, procedemos por carencias (cosa que él no hizo, gracias a Dios y a la tremenda erección de Lakhdar), y producimos realidad en grado uno. Proceder por carencias es la actividad vital primera del individuo parido desde el siglo XI para acá, desde la Paz de Dios (antes del XI no se nacía por vaginas-mamitas, sino por vaginas-portales universales, desde el útero no personológico). Es la anterior una de las múltiples formas en que “los hombres se hacen víctimas de los males que ellos mismos se imponen” (Pitágoras), tristeza infinita, sacerdocio de la empresa funeraria que es el vivir deseante capitalístico-productor de sí (Nietzsche). Hay, sin embargo, una anti-nostalgia que sigue siendo nostalgia, irreductible contemporánea del límite inmanente al capitalismo posterior a Friedman (permítanme decir que lo realmente relevante del neoliberalismo es que tiene sus propias formas de redireccionar la redistribución de la libido hacia la restauración de la mismidad-emprendedora-identitaria-totalitaria) (sí, anti-melancolía, tal como toda filosofía es anti-filosofía, definida como el pensamiento de la anti-mediación, o sea el pensamiento de lo no pensable). Esto está en Cortázar, Fernando Vallejo, Goytisolo, Kafka; la melancolía de lo no representable o de lo no extrañable introducido en la nostalgia de lo metaestable.