La palabra comunismo no deja de aparecer, como un espectro, en la imaginación política contemporánea. Sin embargo, no deberíamos estar tan seguros de que ésta sea una palabra, una noción o un concepto, unívoco y puramente político. Aunque tampoco se trate de una mera utopía, de un más allá en el que se promete una reconciliación final de los hombres, de todos ellos, sin fisuras ni conflictos. Si el comunismo es la única tradición emancipatoria digna de dicho nombre (Badiou), no debemos olvidar que este nombre también está asociado con China, el poder estatal más grande en la historia contemporánea (Rancière). ¿Cómo pensar entonces el comunismo, su resonancia y su innegable legado, sin omitir sus instanciaciones históricas ni obliterarlas desde un voluntarismo ingenuo?