Habita al lenguaje, desplegante en sus tecnologías del dialogo. Se imbuye del inmenso párrafo dotado de mitologías políticas poderosas, de liturgias intransitivas, de rituales no intensos. Logo o no logo. Palabra o verbo. Una vez los militares salieron a la calle en el 18 de octubre del 2019, la marcha de los fusiles, los comandos de escritorio, no han dejado de derramar ríos de tinta roja por calles tuertas. La fotografía política recalcó al lapsus compartido que recordaba a un Sebastián Pinochet al mando. Vendaval contra el barco, timón apretado por brazos cortos y tiesos, velas desplegadas. Ahí donde la digitalidad se definía por el mundo dentro de mundos, por el enjambre infinito de una red de redes1, su gesta política reiteró el discreto justificativo frugal: gran crisis dada dentro de la época general de las crisis2. Erección del gran epitafio político de la transición, su criminología, su letarguismo ilustrado. Cifra elemental, de palacios monetarios dentro de una democracia presupuestaria. Todo ha sido convocado por la pregunta por el origen de su archivo: ¿es el Estado de Sitio una alternativa política? ¿Puede retomarse la relación original entre violencia legal y extracción productiva?
La pax araucana es un animoso llamado a la buena conducta bajo la pesada marcha de un anacrónico desarrollo; garantía de razón o de fuerza de las condiciones de inversión extractivista en la macrozona sur; cluster de prácticas rentistas de producción por desposesión de tierras locales; desinterés sobre los archivos orales; mercadotecnia amorosa de identidades basadas en atavismos multiplicados. No quedarán testigos, sino sólo souvenires de una gloria desaforada, de una democracia ecléctica, de un partido que defiende manierismos dados en fuerzas débiles3. El patrimonio de su violencia. Su reino fiduciario de igualdad fundamental. Perfectos bandidos.
Tal y como ha sido conducido hasta ahora, el “conflicto mapuche” pone al descubierto la completa delimitación policial del léxico concertacionista. Montar un macro-campo de concentración4, extendido en los nudos críticos del Wallmapu. Volver a cifrar una serie de relaciones díscolas, sin rumbo luego del imperio interregno de un lenguaje de piedras y de peñascos sin verbos. El colapso de la gloria y su trono, la defunción de un “milagro” más duradero que espontáneo, el ahogo de una economía general dada en la martirología del éxito. Todo corrió en sus caudales libres de polaridades, hasta que las telarañas compactas de una época dorada volvieron a tenderse como puentes aéreos entre las expresiones civilizatorias del fascismo temucano. Se dio en la época de las demarcaciones, de los excesos de narcóticos, del timing de un pragmatismo monetario. Misión de restituir el mismo principio de causa y comando gubernamental, sellado en el seno sincrético de una tierra baldía e insonora, de una obscenidad transparente y visible por todos y por sí misma5.
Con un movimiento descorazonado, en el pleno imago frugal de las identidades sin contenido, el partido neoliberal busca restaurar su esperanza dentro de una política de avanzada. Recuperar nuevas relaciones derogadas en el manto de octubre. Celebrar el matrimonio entre instituciones de seguridad y un corpus empresarial6. Apelar a las causas de un cadáver llamado “la chilenidad”. Hacer general la atmósfera de crisis, con la cual enarbolar el aurático deseo de su ensoñación. De lo que se desistió sin embargo, fue del intento de hacer hegemonía, de seguir apelando al gran caballito de batalla de las PYMES que durante el 18/O codificaban el sentido de los damnificados por los malos protestantes7. La luz reposada en el género de lo dado, el sive natura encarnado por una abstracta capacidad de producción general, fue esculpido por las cuñas de un poder obsceno: el 15 de noviembre se pactó una institución desaforada con la que entronar una arritmia constituyente8. Obra industrial sin ley ni justicia. Interés privado como delineador del mapa con el que reinscribir la relación productiva. Pacto nacional o guerra sucia.
El gran personaje conceptual de este desaforo público es Juan Sutil, cuyo llamado a no descuidar a la economía fue la muestra directa del grado sacrificial que el menoscabo de la revuelta y de la pandemia debían activar. El gran gesto pacifista de la lucha contra el terrorismo, fue el abandono de escena del poder ejecutivo cuando la representante del Senado se arrojó a hacer uso de su carisma público. El Estado de Sitio se demuestra con esto como el más político gesto de toda la transición. Como la más fuerte demostración de que nuestra política no es más que fuerza modulada como violencia in-intensa9. La pax araucana condensa todo lo que de Manco tiene quién alguna vez se dijo descendiente de Sapa Inca. Sea en el viejo registro del tawantisuyu, en la frontera eterna marcada contra un desactivado pueblo guerrero; sea en el control aéreo de los flujos de un mediterráneo linear, la lucha humanitaria contra el barbarismo; ora en el quipu, con su zona texturada de registro, ora en el devenir romano de la palabra, con todo lo de documental que porta, la pax araucana se devela nada más que como la promesa arcaica de una violencia desfasada pero que, sin embargo, nunca termina de llegar. De un acto que es tal en tanto promesa, síntoma de un tiempo que ha devenido en completo y compacto10. Constituye, en tiempos modernos, la expresión de una violencia que deviene promesa de pago. Novísima teología, esa de la mera justificación como flujo de capitales. Esfuerzo y sacrificio; sentencia y condena; ejecución y promesa. Norma y campo, en el sitial donde las relaciones étnico-productivas deben ser retomadas.
Paz como despersonalización. La excepción como prima política, constitución como política prima. Extensión de cadáveres sin fosas, de prisiones preventivas para toda la población que pueda querer declararse en estado de revuelta. Los sin contenido, los sin futuro, los cualquiera. ¿Qué? ¿No lo hemos visto aún? Respondamos pues el sentido de la pregunta por el Estado de Sitio: los cadáveres son el continente de lo que tanta Moneda contabiliza como el éxito de su gestión, de su presupuesto, de su administración11. El emblema final de la República chilena no es otro que la sangre a granel. Lo que tanto informe cifra, tanta reconciliación acapara, no es nada más que cuerpos larvados12; lo que hace avanzar es el reino de la norma soberana sobre la dimensión intemporal de los Detenidos Desaparecidos13. Toda alianza es, por tanto, un acto compuesto que llena un cuerpo de violencia sin fines. Toda coyuntura y gesto de programa general es, en fin, el meollo de la traición concertacionista, su poderío.
La promesa por el todos ya tejió sus telarañas, ¿Qué espera la phoné de los cualquiera?
NOTAS
1 Lo múltiple, lo uno; las redes, la red; las crisis, la crisis. El mundo digital abre la puerta a una consideración de orden y de mundo, a un aparato cuya temporalidad hace en el pliegue del más general el universo complejo que sostiene a la particularidad de temporalidades díscolas. En términos generales, ello sugiere un tipo de relacionamiento entre lo extenso y lo intenso, siendo la posibilidad de plegar sobre sí y actuar como soporte de lo plural la especial singularidad de lo intenso. En este o cualquier otro caso, el problema que parece más discreto y más potente es el de la pregunta por las condiciones que llevan a que una tecnología que actúa en lo extenso, se comporte y adopte la modalidad de la intensidad. Mundo análogo, mundo digital, mundo mitológico, religioso o espacial… en cualquier caso, hay entornos que adopta la técnica que lleva a determinado modo de relacionamiento, como la manifestación, la emanación, la dialéctica, la agonía, la erótica, la geometría… la violencia.
2 Hay que aprender de la radicalidad que encontramos en el concepto de “situación”. Toda relación comporta no un enclave unitario que la despliega como totalidad integrada, sino más bien una formación relativa compuesta por el momentum de sus participantes. Tómese como ejemplo a la pedagogía o la memoria, siendo la primera la expresión de una máquina pastoral que tiende una relación que va del espacio al tiempo (escuela, periódico; broadcast, podcast; onda y retícula de espacio sobre tiempo) y la segunda una máquina histórica que va del tiempo al espacio (recuerdo, parimonio, anamnesis, historia; amnistía como pedagogía de la memoria; stasis y politeia; mnemotecnia tenida a la base del contrato). Los principios metodológicos que aquí se aplican, distinguen de forma estricta al comportamiento direccional y relativo de la máquina cartografiada, de la velocidad de los movimientos y las fuerzas dilatadas en su superficie. Quizás me adelanto, quizás me alejo del problema estrictamente cartográfico. De todos modos, vale acotar que quien explora la máquina, la misma que produce superficie y coordenada del mapa discurrido entre letra y literatura, lo hace en tanto sus direcciones o en tanto el movimiento de sus flujos. En este caso, la máquina digital se comporta desde dos movimientos basales: la red de redes, como figura axiológica que actualiza la realidad del gran déspota sobre un código-fractal dado al movimiento; la crisis de crisis, como imagen escatológica que reúne a creación y destrucción (en y fuera del capital) en el seno del contrato contemporáneo.
3 En su formación fáctica, la política capitalista adopta la manera del campo de concentración, esto es: se condensa como ese plano que no deja de reproducir las fuerzas sacrificiales que disponen a los cuerpos en torno a una producción normal de la sobrevida. Al igual que con los oficiales nazis, que gritaban contra la memoria a los cadáveres fetichizados de su norma, el capital no deja de repetirle al proletariado que de su historia no quedará nada, pues no sobrarán testigos. Sin embargo, aun cuando aparece como souvenir, el cuerpo mercantil cumple con expresar las huellas de esta modificación en la escala social de la producción: sobre la greda, el torno o los moldes masivos dejan un legado imborrable que se hace presente incluso al más cándido de los turistas.
4 “Cuando nuestro tiempo ha tratado de dar una localización visible permanente a eso ilocalizable, el resultado ha sido el campo de concentración. No la cárcel sino el campo de concentración es, en rigor, el espacio que corresponde a esta estructura originaria del nomos.” En Agamben, Homo sacer I, p. 33. En este caso, el campo de concentración es, sobretodo, la visualidad y el espectáculo tenido sobre la vida vulnerable, precarizada en las condiciones extremas que aseguran una acumulación originaria sin cuartel ni Dios. Es quizás por este motivo que, para la Ley, el Wallmapu aparece como un territorio lleno de mártires, terroristas y sacrificios provocados por agencias estrictamente impersonales e irreconocibles. Parte del mito sobre el corte en la cadena de mando es reproducido en este marco.
5 La literatura relativa a los efectos culturales de los crímenes de masa, han enfatizado en el marco religioso en el que suelen inscribirse los testimonios y las acusaciones contra la perpetración de los crímenes. Para dichos marcos, el tipo de hito al que se asiste forma parte de un despliegue sacrificial, en el que perpetrador y víctima toman sus partes dentro de un contexto normativo hecho a la orden teológica de su ritual afín. Dentro de este esquema, diversos autores –estadounidenses, europeos y latinoamericanos- insisten en la apuesta por el reconocimiento como un modo de fundar una ética disponible para sortear este encuadre ceremonial de la violencia. El supuesto: tras ver que en la posibilidad de sufrir una violencia somos todos iguales, decido restarme de su uso. El objeto del reconocimiento, por lo tanto y pese a todo, no es el otro tanto como la vulnerabilidad que lo define. Esto, en palabras de Carolina Montero, en Vulnerabilidad, reconocimiento y reparación, conforma una visualidad definible por la existencia de un sujeto que ve y es visto bajo las condiciones de su propia finitud. La fórmula “ver y ser visto”, es útil para abordar el diagrama y la arquitectura que orienta a la producción de la experiencia sobre los crímenes de lesa humanidad en general, apareciendo aquí la memoria como una mera superficie en la que se busca estetizar al yo-otro como vulnerable. Todavía quedarán pendientes las consideraciones pastorales de este esquema, toda vez que el dogma que conforma este diagrama no abandona del todo a la matriz cristiana que lo engendra. Esta temática no se abordará en los trabajos más inmediatos, en directa atención a que ello implica elaborar una larga arqueología sobre la culpa y la deuda dentro de la axiomática propia de los Derechos Humanos.
6 Esto es, para el prusianismo chileno, la simulación de un código maestro en el seno de la familia despótica de la gran hacienda. Dicha familia existe, antes que en cualquier posible entidad social, en la circulación monetaria. El esquema del consenso ocurre únicamente entre la seguridad y las condiciones de producción.
7 Lo que el Wallmapu como campo de concentración ilustra, es la entrada y supervivencia de una fase eminentemente fáctica del capitalismo, cuya ley y dinámica se fundan en el interior de un lenguaje sagrado que funda sin fundamento alguno. De ahí a que la disputa hegemónica enarbolada por la economía de PYME seda terreno a la función histórica de las Fuerzas Armadas y del Orden: la defensa de una circulación oligárquica de los capitales producidos. La defensa no es a la articulación universal de los agentes en el modelo, sino al nihilismo abismal del comportamiento monetario atravesado por las técnicas fiscales de control inflacionario.
8 Esta cartografía se escribió antes de la elección de constituyentes, en marzo de 2021. El espíritu del ejercicio responde a la fidelidad al momento que ordena una sucesión caligráfica, por lo que no se toma en consideración el devenir “reactor nuclear” del proceso constituyente que se ha expresado en el último tiempo.
9 Extensa, pero de vocación intensa.
10 Tal es la expresión que, desde Miguel Valderrama y los comentarios que Carlos Ramírez ha hecho de su trabajo, puede configurar la temporalidad de la transición: consecución intransitiva de los acontecimientos, en el que todo lo ocurrido es uno con la línea que no les deja desplegarse.
11 El sentido del Estado de Sitio como fundamento político es, en este sentido, una afirmación no de la estructura religiosa de la soberanía (premisa que seguiría remitiendo a la idea de una fuerza trascendental que funda el orden de lo extenso), sino del modo en que el cadáver aparece como la referencia de una vida que puede ser realizada en el marco (preventivo, securitario) de la legalidad. El testimonio de la violencia originaria no es otro que la constatación de que el Estado de Sitio nunca ha sido levantado, sino que ha devenido una realidad móvil, fluida y desterritorializada. Es la suspensión que en la calle se hace de la política callejera. El cadáver sin fosa es la viande con la que Deleuze, en “La lógica de las sensaciones”, rivaliza el motivo cristiano que la fenomenología del cuerpo introduce al hablar de la chair. El Estado de Sitio es un callejón sensacional. El campo de concentración cumple con cumplir el resguardo de las relaciones de extracción y de desposesión sobre el Wallmapu. El Estado de Sitio es, finalmente, la concentración territorial de la norma, acaecida como una mecánica de flujo monetario.
12 Señales de muertes que no pueden completar el paso de redención, si no es bajo el amparo de un concepto jurídico de impunidad que, cual Valkiria, acompaña al viviente hasta que se agote la eterna mecha.
13 La Desaparición como fenómeno de exclusión sobre el territorio del nómos, y la Reconciliación como fenómeno de inclusión de la desaparición en el corpus de la norma.
Imagen principal: Atilio Pernisco, Monotipo.