Alexis Donoso González / MOLINA, algunas propuestas de lectura.

Literatura, Poesía

Sobre Molina, de Guillermo Enrique Fernández, Editorial Desbordes, Santiago, 2022.

La lectura no coincide con el texto, sino con una de las múltiples posibilidades de lecturas que tiene un texto. Dicho esto, quisiera proponer algo que les puede parecer raro, esto es, la idea de una lectura general en la que se incluyen dos lecturas particulares. De este modo, la lectura general que he realizado de Molina, tiene que ver con una interpretación o extravío —a la manera de Riffaterre—, con una enajenación en el texto más bien personal, que trae como consecuencias estas otras dos ideas de lectura, las que por cierto, no deseo imponer, y con las que ustedes podrían después de leer el libro, estar o no de acuerdo.

Ustedes dirán, ¿por qué dos lecturas? Seguro hay muchas más, que irán surgiendo en sus cabezas en la medida que como yo realicen el ejercicio de extraviarse libremente en estos poemas, pero hoy, quisiera solo proponer dos. La primera, trata de que Molina es la escritura de una extrañeza de sí, y la segunda, de que efectivamente estamos frente a una autobiografía.

En su texto La autobiografía como desfiguración, publicado en el suplemento Anthropos, Nº29 del año 1991, Paul de Man, advierte que los intentos por definir la autobiografía han sido poco o nada fructíferos. Se preguntará también si ¿puede ser poética una autobiografía? La autobiografía es una prosopopeya, nos dice, pero ¿qué es una prosopopeya? Es una figura retórica que, entre otras cosas, consiste en hacer hablar a personas ausentes o muertas. En la crítica demaniana, la autobiografía al mismo tiempo que figura, desfigura.

Pero, volvamos a Molina, ¿qué autobiografía es la que se nos filtra en estos versos? ¿Es el Chico Molina el que usa el cuerpo, el rostro, la mano de Guillermo Enrique Fernández (poeta y profesor de filosofía, Santiago, 1966) para escribir en estas cuarenta y ocho piezas poéticas su autobiografía o es este último el que nos habla usando la máscara del Chico Molina? ¿Qué rostro es el que se figura y desfigura en este libro?

Es probable que si ustedes preguntaran al autor de Molina: ¿quién escribió estos versos?, les contestaría que no lo sabe, que es un libro extraño para él, que se escapa de la estética de lo que venía haciendo; que es ajeno a su poética. Porque al final, de eso se trata la escritura, de volverse otros. Al menos sucede así con la más genuina, la que se nos vuelve menos familiar, esa escritura que nos dice en una palabra: escribir es volverse un extraño para sí mismo.

Entonces, junto con decir que en estos versos hay una autobiografía, quisiera insistir esta tarde en que, en Molina, es una extrañeza la que nos habla. Una extrañeza que se escribe y desaparece en la medida en que el lector va devorando sus páginas, haciéndolas parte de sí por medio del placer de la lectura.

¿Qué tipo de extrañeza es la que nos habla? ¿De qué nos habla realmente esta extrañeza? Nos habla, por ejemplo, de que, «la mejor obra es la que no se escribe». En este sentido, Molina opera como un epitafio del Chico Molina, autor sin obra, “bandolero y dios de la literatura fundante” como señala Graciela Andrini en la contratapa.

Se trata de una extrañeza alucinatoria o de una alucinación, un delirio que vocifera «La literatura chilena soy yo», pero ¿qué es la literatura? Y agreguemos ¿chilena? Talvez Molina comparta con la literatura y la autobiografía su imposibilidad de definición. Aquello que hace que en el intento por re-figurar este rostro del pasado, a quien se intenta (d)escribir, traer de vuelta —homenajear en este caso—, al mismo tiempo, se lo esté desfigurando.

Sin embargo, creo que este no es un libro orientado al pasado, sino un modo de hacer presente un pasado que nos señala un porvenir, un futuro venidero: «soy el amigo imaginario de todos los niños y niñas chilenas», «el futuro de la literatura chilena me pertenece», vocifera esa extrañeza que se figura a la vez que se desfigura. En el fondo, está claro, es la extrañeza de una prosopopeya la que no deja de hablar como cierta resistencia al hablar mismo.

En La escritura de sí (Corps écrit, n° 5: L’Autoportrait, febrero de 1983, págs. 3-23), Foucault señala que, esta «mitiga los peligros de la soledad, ofrece a una mirada posible lo que se ha hecho o pensado, además de ser como un apremio de la escritura a los movimientos interiores del alma, muy próximos a la confesión» ¿Acaso no es también Molina una especie de escritura muy cercana a la confesión? Pienso que después de leer a Guillermo Enrique Fernández, ustedes me darán la razón.

Para finalizar —y con esto vuelvo a mi lectura general— diré que, en cualquiera de los dos casos, tanto en la lectura de Molina como la escritura de una extrañeza de sí o de que sea este un texto autobiográfico, la conclusión es la misma: es un muerto el que nos habla.


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