Mauricio Amar / El disenso vigente

Política

La derrota política es por supuesto una cuestión difícil de enfrentar, sobre todo cuando lo que se ha perdido es la imagen de un horizonte abierto cuyo sostén había sido la revuelta de movimientos sociales, estudiantes, pobladorxs, trabajadorxs precarizados por décadas. La derrota en este caso, es la del sueño, tiempo de la imaginación, frente a la claridad insípida de la vigilia. En un horizonte cerrado como el que las élites económicas han formado por medio siglo, en el que son normales las zonas de sacrificio y la falta de agua, la mala y lucrativa educación, la explotación irracional de la tierra y el mar, la destrucción de la diversidad de la vida, el racismo, la misoginia, en este horizonte, digo, lo que perdura es la falta de mundo. La catástrofe como espacio de inscripción de la vida.

Sin embargo, la derrota también es el momento en que las cosas devienen, al menos en ciertos aspectos, más evidentes. Una de ellas es la verificación de que no eramos la mayoría de los votantes. Que la revuelta era un levantamiento del pueblo, un disenso estético y político fundamental que se sostenía en cuerpos solidarios y hastiados, críticos y enrabiados que todavía son una parte del total. Una parte importante, numerosa. Una parte minoritaria.

¿Es posible que la revuelta no haya servido de nada como algunos pregonan en las redes sociales? Pregunta que, obviamente, en el momento de la derrota a muchos se nos aparece como un fantasma pesado. Pero la revuelta es precisamente el punto en que la solidaridad de lo común fue capaz de resquebrajar la imagen lineal de la democracia tutelada, fue el evento preciso en que nuestras vidas confluyeron, produciendo nuevas formas de afectación, nuevas relaciones. En la revuelta no se enunciaba un triunfo electoral, sino un disenso, la exposición de una fractura que el plebiscito de salida sólo reforzó. Dicho plebiscito no puede borrar el gesto fundamental de la revuelta, porque es la muestra más profunda de que el neoliberalismo no funciona meramente como un modelo económico, sino es el mundo en el que vivimos, el mundo en el que habitamos políticamente y en medio del cual ejercimos en 2019 una resistencia.

No se trata necesariamente de volver a la revuelta, aunque ningún camino puede estar cerrado si se ha de indicar el malestar. Es quizá el momento de indicar y habitar nuevos modos de vida, formas de coexistencia con nosotros y con el planeta que sean sustentables y amables. De crear espacios de solidaridad que promuevan formas de de-subjetivación neoliberal e impriman un imaginario crítico. La derrota, en este sentido, debe indicar el reforzamiento de prácticas e ideas que hemos ido transfiriéndonos y que ningún plebiscito puede hacer que sean menos justas. ¿La mayoría no estaba de acuerdo con lo que creemos? Bien, es un buen contexto para comenzar nuestra labor, pues, hoy la tarea política es volver a imaginar lo común a partir de nuestros propios actos y relaciones, crear nuevas analogías de las que surjan nuevas formas, esta vez amplificando su alcance, fracturando no sólo el modus vivendi neoliberal, sino el miedo a dejar de vivir en él. Es el momento de volver a resistir, sabiendo que somos minoría.

Sólo a los defensores del neoliberalismo, con su imaginación empobrecida se les ocurriría que tras el fracaso electoral el disenso podría esconderse bajo la alfombra. ¿Que viene la arremetida portaliana? ¿la represión? ¿la rearticulación de los partidos del orden? Por cierto. Y ese mismo momento debe convertirse en el espacio tiempo en el que encontremos las condiciones de posibilidad de un nuevo mundo, es decir, los medios a través de los cuales sigamos irradiando el disenso.

Imagen principal: Safaa Erruas, Ink 5, 2019


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