a tu presencia, con la alegría de las plantas.
Transcurría 1989 y nuestro valle se preparaba para ingresar a la “democracia pactada” bajo el swing del arco-iris y cumplir el mandato galáctico del mundo OCDE. El cúmulo de afanes modernizantes, untados en memorias del trauma, presagiaban una saga de impunidades y pillajes que la coalición del arcoíris (Tironi, Correa, Schilling, et al) debía gestionar visualmente administrando una gobernabilidad estetizante que desterrara épicas, rebeldías y militancias. Todo el tren del progreso modernizador implicaba fragmentar la vida cotidiana en escenas testimoniales, hedonismos estetizantes y consumos culturales.
En el Brasil de Teixeira y en el contexto de una eliminatoria para el mundial de Italia 90’, el equipo chileno apeló a la “mano moro” instalando la simiente tanática del Chile Actual. Un arrebato patriótico, autoinfligido por un futbolista dejó al descubierto la “lepra arribista” de una oligarquía rentista que, posteriormente, fue sancionada junto a sus heraldos (dirigentes, gremios y publicistas) ante la comunidad internacional. Los sucesos nos recuerdan que, ante 120 mil personas, cayó una bengala de la cual cualquier “Cóndor” (Rojas) debía huir. En este caso, el personaje decidió acercarse dejándonos a todos manchados por la sangre que manaba de su rostro -la Dictadura-, el bisturí, los guantes extraviados por el utilero y los aparatos de seguridad del régimen (CNI). El fraude del Cóndor fue el bautismo del Pinochetismo modernizante -perpetrado como órgano institucional- que no se explica sin convocar imagines de violencia, transgresión, muerte, tortura, detenidos, opositores quemados vivos y dinamitados en vida. El “guante” sucio de los militares fue la forma de inaugurar una “patria eufórica” -copia codiciosa del edén, entre un Cóndor y un Huemul- apedreando la embajada brasileña y rotulando de “primitivo al pueblo brasileño” (declaraciones del Almirante Merino). Luego delaciones, omisiones, transgresiones, humillaciones y una ráfaga de “violencia crónica”. El lugar de la policía secreta (CNI) y elites sumariadas, pavimentaron un estado de zozobra. En lo doméstico ello estaba agudizado por la veleidad parroquial contra las instituciones eurocéntricas, combinando la rabia periférica del Sur, el capitalismo popular de bota militar (las poblaciones callampas), el nacionalismo hispano-catolicista y la saturación mediática. En medio de la “bancarrota ética”, destacan las falsas lealtades del equipo, las presiones financieras para que Codelco generará incentivos usureros que forzaron a Sergio Stoppel -directivo de la época- a conceder montos escándalos. La habilidad de un sofista, Rojas vestido de santidad y cristiano perdón, pero renegociando todos los premios (im)posibles, las militancias serviles hacia el régimen, los parlamentarios pidiendo viajes en la embajada de Suiza, la obsecuencia de los dirigentes (primero Ambrosio Rodríguez, la promiscuidad de Nazur con Havelange, Asfura como el operador más glonacal y después Stoppel, Guillermo Weinstein y la Comisión Mosquera). De suyo, la información sesgada de los medios, fueron los hitos fundacionales de una “modernización carnavalesca” (1990-2011) que hacía de la Dictadura una vanguardia especulativa.Este hito, empapado de “nacionalismo deportivo”, consagró la capacidad de escándalo de la emergente democracia Alwynista.
La guillotina huacha de Brasil, incluye al utilero de aquella selección que recién el año 2019 -coincidente con la revuelta nómade- sugirió nuevos nombres enlodados en la trama del “Maracanazo”: hito fundante de nuestra post-dictadura y la furia publicitaria del consumo popular. Y sí, todos estuvieron bajo el diagrama de una saga de clandestinajes y ello marcó el “karma generacional” de un proyecto doloso que relampaguea en nuestro presente (nuevamente La Polar, antes Ripley, la Colusión del Confort, las Farmacias, luego PENTA y SQM). Debido a que estos sucesos no se deben solamente a la teatralidad de un personaje, sino una teatralidad obscena de intereses, urdida entre el técnico, futbolistas (Aravena, Astengo) y otros nombres poderosos de la ACF y los heraldos de nuestra Uribe noche. En suma, la mordacidad de los sucesos nos recuerda la condición humana.
Una saga de transgresiones y bastardías -en la cita en 1989- sólo podían ser retratadas por un formato espectacularizante que gestionara la “euforia exitista”, el emprendimiento y una cotidianidad de redes que, décadas más tarde, es capturada por el “Partido de la Gente” y los Matinales alwynistas. No debemos olvidar que, en 1992, el Iceberg trasladado a la Expo-Sevilla (1992), desde la Antártida, dio lugar a un sinfín de críticas ecologistas. Tal simulacro haría la performance de la internacionalización de un Chile planetario y purificado para pasar el “test de globalización”. Con todo, el Maracanazo, fue la “remolienda experimental” de la (pot)transición chilena, mediante el fárrago de “sucesos huachos” aquí narrados. Una profecía vulgar, pero respetuosa de los onomásticos patrióticos. En suma, en 1989 se destaparon sucesosruines, histerias, hitos grotescos, propios de un clima sedicioso -herencia del golpismo oligarquizante- como sala de parto del partido matinal y pivote de la “política de los consensos”. No podemos olvidar que, por aquellos años, Abel Alonso obtuvo una invitación del presidente Patricio Aylwin a Joao Havelange para que visitara Chile en 1991. Se trataba de un documento oficial, casi de carácter diplomático en una gestión gris de dirigentes y el capo del mercado futbolístico. Era el momento oportuno para que Havelange se hiciera un lifting, ex aliado de las dictaduras regionales de Bunzer, Stroessner y Videla, ahora debía abrazar un nuevo “marketing político” de mano de la raquítica transición chilena. Nada mejor que el fantasma alwynista para valorizar olvidos y reprogramar amnesias. Todo conjuraba en favor de la anulación de cualquier público articulado y un travestismo infinito de los hábitos perceptivos sobre lo nacional. Al mismo tiempo el imperativo de asistir al oráculo de Zurich en interminables caravanas (“primer mundo de la futura OECD”) debía re-higienizar a las elites ensombrecidas por el botín estatal de los años 70’. Estos sucesos presagiaban un frenético “credencialismo globalizador” que buscaba establecer una comunicación basada en fragmentos y unidades aisladas para diluir el tiempo histórico y sus ideologías.
En suma, los hitos del “nacionalismo deportivo” (con la trampa del arquero patriota, la metáfora Cóndor) fue el rito fundante de la viscosa (post)transición chilena y una prevalente “subjetividad neoliberal” (plástica y ludópata) que se hizo presente en los días del Rechazo (2022). La comunión de los heraldos quedaba consumada haciendo de lo popular un resumidero de beligerancias. Con todo, y de modo premonitorio, por aquellos días se comenzaba a fraguar el más eficiente mecanismo deshistorizante para un “Chile dócil” por medio del “simulacro” (Matinal). Hay que subrayarlo; los matinales han sido el partido político más efectivo a la hora de producir un pueblo pedagógico-hacendal, expandir el Reyno enviciando lo doméstico, por la vía de una democracia audiovisual que debía institucionalizar lucro, disciplina laboral y consumo (audiencias). El tiempo atomizado abrió una nueva economía cultural, a saber, una comunicación discontinua donde no hay nada que pueda religar los acontecimientos en un reparto común. El coro de la modernización credit card representó un golpe a la lengua que abjuró de toda ética de la comunidad mediante el espectáculo llamado “La Roja de Todos” (subjetividad neoliberal) cuyo telón de fondo fue levantar un nacionalismo mediático -después del golpe de Estado. Hoy, lejos de los electorados cautivos y ante el abuso del armatoste institucional, se ha intensificado el desmoronamiento de las relatorías sociales que antes proporcionaban continuidad, duración y horizontes de sentido.
Lo anterior supone dos simulacros. De un lado, y con pobreza franciscana, el “caso Rojas” develó un descontrol de metas y arribismos modernizantes del Chile hipermercantilizado (“tramposo”) bajo el fetiche de Francia (1998) que se impuso tras la estridencia de la Copa Libertadores de 1991 -Copa América del mismo año- y activó el desbande glotón de las capas medias que reclamaban ansiosamente su participación en la masificación de los mercados. De suyo, la figura del futbolista retratado como adicto a la sombra, irresponsable y chapucero requería de una nueva imagen profesionalizante que liberará el revanchismo de los sectores populares de los ancestrales estigmas del fracaso. Ello incluye ciertamente al propio Rojas que meses más tarde vendió la verdad al Grupo Copesa, abrazando nuevas glorias de “lo popular” en un programa de reciclaje-. Y así, a la entrada de los años 90’ se puso en juego un nuevo narcisismo identitario mediante la despopularización de lo popular y el fútbol terminó de copar la agenda mediática. Nuestros sucesos políticos deben interrogar los hitos fundantes de un “Chile tramposo” como un vector que modularía todo el universo de la post Concertación. Luego se precipitó una lepra arribista para los años venideros. “Emprendedores” fue el término instruido por “elites guillotinadas” ante un Reyno sin otro destino que el éxito domiciliado en los consumos contiguos y culturales- pero fugaces, al fin y al cabo. A la sazón, el matinal post 90’ se instauró como el más fiel exponente del Aylwinismo y un ritual purificante para consumar una mutación antropológica: el llanto de la unidad nacional fue la liturgia de aquellos años, que por otros medios mantenía el puente de la Teletón e inauguraba el maridaje entre matinales y post-dictadura.
De tal modo, el arcoíris con su estribillo “Chile, la alegría ya viene”, fue la perpetuación inquebrantable del axioma clasemediero destinado a desplegar el “nosotros de la modernización” como un eje de la obsolescencia programada por y para el neoliberalismo. El matinal oligárquico-pinochetista, de alta concentración mediática, fue concebido para masificar los simulacros de la pureza deportiva (gesta) y mediatizar los deseos de los grupos medios.
El nuevo formato televisivo -capitalismo alegre- se consagró a fragilizar lo público, agravando la ruina argumental, evitando la palabra publica, administrando la separación incremental del chileno con el sistema de partidos, impulsando las memorias fugitivas de la cibercultura en un “proyecto de las negaciones” bajo el dictum de la empresarializacion de la subjetividad. En suma, llegó el turno de un “pinochetismo coral”, que relegaba los disensos a la diferencia turística y reorganizaba las memorias insípidas en una clave testimonial en materias de DDHH.El matinal fue el texto modernizador que mejor supo domiciliar la circulación del capital en los mapas de existencia -pactos de consenso- bajo la dominante neoliberal. Una intensificación de los “contratos de temporalidad” donde las redes sociales devinieron en un “tiempo informacional” (no lineal) que se opone al “tiempo histórico” (historia, memoria, comunidad). Los sucesos antes narrados fueron posibles como un espectáculo que neutraliza “lo político”, o bien, resigna una “polis” en lo medial.
No es casual que cuando el padrón electoral comenzó a caer, a mediados de los 2000’, el formato televisivo mediatizaba malestares y consolidaba el control de la vida cotidiana. Y así quedaba consumada una coreografía hedonista que prometía estilos de vida, consoladores de boutique, objetos psiquiátricos, osadías gerenciales y éxitos deportivos, desplazando los lenguajes de la disidencia. Toda la épica se centraba en consumar la iconografía hedonista del emprendizaje que debía exorcizar el Maracanazo y un mundo de “chorros”. A poco andar, y con nuestra parroquia castigada ante la comunidad internacional, se agudizó el aislamiento, las aspiraciones de la emergente capa media y la vileza elitaria.La frustración popular se extendió y eso fue revertido desde un incontrolable deseo de legitimidad y ascenso sociales, que implicó transitar desde la FIFA a los paraísos galácticos (OCDE) exaltando de modo muy creativo el “milagro chileno” (PIB) en Zurich, Suiza.
La consigna fue erradicar la endogamia -la marginalidad pordiosera y el fraude originario. En medio de imágenes huérfanas las elites en un movimiento populista apoyaron la masificación de los servicios. Y así, nuestra plebeyización, carnavalesca en consumos, reflejada en el “Chile de huachos” (40% de pobreza en 1989) migró por la vía crediticia, moderando las “poblaciones callampas” y recreando inéditas formas de pipiolaje digital, segregación urbana, narcisismo, e indigencia simbólica que hoy han perpetuidad una cultura negacionista. A poco andar la ráfaga de impunidad -bengala-, obligó a la policía secreta de Pinochet y a nuestras elites envilecidas por la bota militar a convencer a Havelange que la Copa América (1991), debía ser en Chile y esto liberaba a nuestro Reyno de su decadentismo programado; cabía nacionalizar la globalización y terminar con un presente enlutado.
Lo popular fue sometido a una despopularización, lo social fue transado por lo estadístico. La gobernanza cedió a una economía mediática y pacificadora de los antagonismos. Por su parte los grupos medios, henchidos en la vulgaridad consumista, el 2011 decidieron marchar por Piñera ante el estupor de la pobreza y sus estéticas. Todo esto es parte de la nueva economía oligarquizante que nos anuncia la llegada de la comunicación memética y el multitexto. Luego del triunfo del Rechazo, y ante la expropiación del lenguaje de los cambios, a manos de “Amarillos por Chile”, es necesario recordar el estigma que gobierna al pueblo portaliano. Es hora de recordar que Apruebo-Dignidad, no solo está henchido del fraude originario (“Maracanazo y subjetividad neoliberal prevalente”), sino que muy difícilmente podrá implementar una nueva política social que rompa los candados de la patrulla oligarquizante. Otros afanes serán efectos de la retórica millennials.
Ante los sucesos descritos, la tarea del presente, es limpiar a nuestra parroquia del matadero que denunció el estallido social (2019). En suma, nadie se quiso sentir en el abismo de los proxenetas. Nadie quiso estar representado en la imagen bastarda que el espejo proyecta.
Trizano 312, Temuco
Mauro Salazar, Observatorio de Comunicación, Crítica y Sociedad (OBS), Universidad de la Frontera, Temuco