Mauro Salazar J. / ¿Tiene sexo la hegemonía? Zonas de combate

Filosofía, Política

al Chile del Rechazo, a la imposibilidad de definir los modos de producir el sentido del presente.

Si asumimos la imagen de las palabras, cuál sería el corpus sexual de un término “celebrado” y “manido” como hegemonía al interior del binarismo masculino-paterno, o bien, bajo la dicotomización entre lo privado-doméstico y lo público/político. Invocamos la trayectoria inestable de un “término” (barítono-relacional) que muchas veces ha inspirado la consciencia crítica de los subalternos (desbandes transformadores de Rosa Luxemburgo y su “Huelga de masas”) y, otras tantas, ha quedado enfangado en la “soberanía estatal” (orden adultocéntrico). Ya sabemos gracias a Beasy-Murray que la teoría de la hegemonía concibe al Estado como una instancia incuestionada. Tal sería un poder constituido que antecede cualquier formación de demandas y que goza de una supremacía de “lo nacional” sobre otras posibilidades de concebir el territorio.

Nos debemos una explicación ante a sus vacilaciones, singularidades y “comercios de sentido” que, pese a su espectro contrahegemónico, deviene en el dominio cristalizado de la “familia heteropatriarcal” (sentimental, madre cívica, contrato sexual, amor romántico) administrando la distribución jerárquica de los nombres propios. En última instancia, parafraseando a Louis Althusser, una hegemonía en sus afanes fácticos, busca más bien diagramar el sentido común, que desplegar las potencias disruptivas en su diversos “modos de singularidad” ( “línea de fuga” de lo sexo-afectivo). La vida cotidiana debe domesticar la economía de los cuerpos y la gubernamentalidad debe administrar una república de los cuerpos. Un trono del pensar bajo la “modernidad tardía”, cuya misión fue usurpar la representación femenina mediante formas de naturalización a nombre de las semánticas de género y las “sexualidades periféricas”. La fábrica hegemónica -sus luchas concretas y efectos de totalización- estarían afiliadas, cuál más, cuál menos, al dispositivo del género, en su “obsesión” heteronormativa por domar lo familiar-conservador, normarel orden legal, biomédico y social de la diversidad sexual.Hegemony, point de capiton en el lacanismo de izquierdas. Con todo, pese a su vocación de impugnación radical, nos enfrentamos a dilemas policiales , ¿Cuál es la relación entre hegemonía como método cultural, el momento de la estrategia y su componente militar? O bien, ¿feminismo post-colonial o hegemonía occidental? Gracias a los colectivos y sus aprendizajes prácticos, la pregunta también porta un revés, a saber, ¿feminismo hegemónico o colonización androcéntrica?

Evitar los campos cerrados de la diferencia, la igualdad y la identidad es un forma de recorrer la arquitectura neomarxista y la comunidad de los cuerpos que hunde sus raíces en los territorios de Tréveris, los teóricos del Komintern de la socialdemocracia rusa, El 18 Brumario de Luis Bonaparte, Plejanov y Lenin en 1902, y el post-gramscismo, hasta el “materialismo cultural” de los años 70’ de la mano de Raymond Williams en el XX. Del griego eghesthai, que significa “conducir”, “ser guía”, “ser jefe”; o del verbo eghemoneno, que significa “guiar”, “preceder”, “conducir”, y de donde deriva estar al frente”, “comandar”, “gobernar”. La hegemonía hunde sus huellas en las tierras del imperialismo bajo la fricción entre bolcheviques y mencheviques.

Contra la “máquina de comando”, el devenir feminista es una “política de lo múltiple” y la desterritorialización de los dominios específicos, invocando a Deleuze y Guattari (1981). Con todo, ha sido Chantal Mouffe, con su retorno al “agonismo” liberal, quién ha interrogado desde una hermenéutica socialdemócrata las implicancias posicionales de la teoría hegemónica al interior de las luchas feministas y las demandas ciudadanas (1998) llamando a des-esencializar las identidades y ha evitado los particularismos -separatismos feministas- para impulsar la tarea de la articulación de demandas. La sugestiva propuesta de Mouffe, pese a sus advertencias, comprende un riesgo, a saber, los grupos o minorías que luchan por universalizar sus particularismos pueden asumir las lógicas de hegemonización heteropatriacales y abrazar una agenda de “reformismo liberal”. La sugerente articulación política de Mouffe orientada a una democracia radical, compuesta de una heterogeneidad de movimientos sociales y grupos de resistencia global u otras organizaciones no gubernamentales, pueden quedar capturados y destinados a reproducir la facticidad del virus normativo (institucionalismo o equidad de las políticas del acceso) de las actuales estructuras democráticas y los derechos ciudadanos.

Mouffe nos recuerda que, bajo su democracia hegemónica, no existe un sentido determinable (a priori) al margen de los distintos “juegos de lenguaje, y que estamos siempre en presencia de un “término posicional”, y no una esencia. Huelga la pregunta por el ordenamiento de la “facticidad democrática”. Con todo, su materialidad hereda el dictum de una “masculinidad inclusiva” del reconocimiento (“imperial-reformista”, “racional-inclusivo”, “totalizante-molar”) bajo la sociedad industrial y las políticas ciudadanas (masculinización) del Welfare State. Quizá es posible recusar desde el feminismo, la república de los conceptos –“la economía de la frase logocentrada”- para dar cuenta de un armatoste de falogocentrismo que anida en los pliegues del programa masculino-hegemónico, a saber, los códigos binarios de occidente, o bien, el “patriarcado reformista” -políticas públicas (“reivindicativas”) y reformas del reconocimiento- en las disputas de las minorías sexuales –(“obreras contrahegemónicas”) contra la “dominante del capital”. Tal término, ha impugnado, al menos desde un sabotaje de feminismo radical, la declaración abstracta de los “derechos humanos masculinamente definidos” (“feminismo jurídico” de Catherine Mackinnon), cuando cuestiona el ordenamiento jerárquico de los géneros en las naturalizaciones del poder. En suma, categoría anfibia que entra en una deriva heteronormativa y cae en sospecha por su relación archivística con las “sociedades de control”. Deriva finisecular que se debe al orden androcéntrico -supremacía- de la máquina abstracto-financiera. Triunfo del sometimiento y la sumisión (gubernamentalidad alogarítmica, realismo, partidos, disciplinas que disciplinan cuerpos) que reduce las potencias sexuales (sentido, sedimentación, goce, cuerpo, heterogeneidad, alteridad) al dominio masculino de la centralidad, el etnocentrismo y las violencias naturalizadas. Si el feminismo es concebido esencialmente como “alteridad”, esto nos lleva a una paradigma deleuziano (1981) de la “desterritorialización” de los regímenes de poder, cosificados en la cultura oficial.

Un orden “macho de inclusión” y racionalidad abusiva donde las instituciones como “ciencias gerenciales” -modo masculino de producción- han diagramado el campo de los géneros, pese a que las “disputas por la diferencia” nos hablan de fracturas de sentido y emancipación de la subjetividades sirviéndose de los “usos de la hegemonía”. En suma, es necesario abrir el término a lo “plural-discordante” para buscar los márgenes –políticas de lo intersticialdirá Richard concitando a Leonor Arfuch, 2020, 45- y desplegar las potencias de los cuerpos y una política de los afectos que libere al feminismo del plano institucional y fortalezca las aperturas de sentido y agenciamientos de género. Al margen del litigio por la “sexualidad de la hegemonía”, y las posibilidades de contrahegemonía, con sus vaivenes, oscilaciones o relaciones cortocircuitadas con el feminismo contemporáneo, es necesario interrogar el reparto de las palabras y las cosas para emplazar desde una política de los enunciados, las posibilidades o estancamientos del programa hegemónico y sus mecanismos de colonización que relegan a la mujer a las estéticas del cuidado, la maternidad y a la institución familiar (sentimental). “Literatura de las mujeres”, dirá Miguel Valderrama en Papel Maquina (2020, 48). Ya en 1906, y con una profunda fuerza intelectiva, Emma Goldman sostenía en La tragedia de la Emancipación feminista que “la mujer se encuentra en la necesidad de emanciparse de la emancipación” en clara alusión al movimiento sufragista (“obreras de masa”). Todo ello solazado en un conjunto de “epistemes modernas”. Con todo, un “feminismo de la alteridad”, ya sea como un programa inacabado (¿post-hegemonía?), no puede estar ajeno a los efectos de contaminación discursiva o sostener, lisa y llanamente, una supremacía ética contra lo “masculino singular”. En suma, sabotear la economía política del orden adultocéntrico (“ley del padre”), no implica negar las fronteras mutantes entre cuerpo, identidad y hegemonía, si pretendemos mantener en pie la perspectiva o el gesto des-esencializador sobre el significante mujer como sujeto-objeto del feminismo. Ello tuvo lugar en el Coloquio del CUDS titulado “Por un feminismo sin mujeres” (2011) que, de una u otra manera, buscaba emplazar aquel enunciado, “nosotros las mujeres como espacio homogéneo de exclusión, opresión, dentro del canon occidental. Aquí, sin negar las relaciones de poder, se trataba de evitar el confort cognitivo (fetichizante) que reduce la mujer a lo particular-evangelizador y el hombre a lo general. Dentro de esta comunidad de preocupaciones es bueno recordar que no hay identidades estables, sino incompletud (interacción permanente entre lo literal y lo figurativo), cuestión que ha encontrado un fuerte estímulo en el campo de la deconstrucción y en su afán por impugnar todo residuo ontológico. En suma, la conocida crítica derridiana a la “metafísica de la presencia” abunda en el feminismo como un campo abierto en la producción de subjetivación. En este sentido, se abre una posibilidad más penetrante que, sin negar el orden de la “facticidad androcéntrica”, ubique al campo feminista como una lengua -no purificante- que rechaza creativamente la tentación monolítica de las identidades cerradas y se abre a las intersecciones de sentido para emplazar las prácticas institucionalistas y sus vectores de violencia. Ello también evita la dicotomía entre texto femenino y texto masculino. Lo último comprende un trayecto de ida y vuelta entre identidad y diferencia como un espacio fisurado (feminismos blancos, de la cuestión social, de la plasticidad, militantes, radicales, de la insubordinación en Nelly Richard, chicano-fronterizo en el caso de Gloria Anzaldúa, etc.) evitando la monumentalización -dogmas categoriales del género- de uno de ambos lugares y las dicotomías que tornan improductiva una “política feminista”, como así mismo, su energía crítica para abrazar los espacios fisurados de las identidades (Feminismos post-humanos de Butler -la performatividad que devela lo Queer– y Haraway -polivocalidad-). En este sentido el feminismo, en sus intersecciones político-semióticas, es un lugar medular al interior de los estudios de género. Es posible hablar de masculinidades como representaciones, prácticas de sentido y sistemas de creencias, sin tener que recurrir obligatoriamente a una concepción sexual (biomédica) del hombre. De igual forma, la analogía entre ser mujer y hablar en códigos feministas.

Aquí, conviene advertir que una exacerbación de lo femenino en clave deconstructivista tiene el riesgo de trasladar todo al campo de “juegos de lenguajes” -giro lingüístico- y evadir la corporeidad (materialidad) mediante abstracciones o flujos hipertextuales que pueden subestimar las relaciones de poder -facticidad de la dominación- a las que se enfrenta la crítica del género, a saber, opresiones de género, subjetividad, raza y heterosexualidad e identidades marginalizadas en distintos diagramas materiales y mediáticos. La doble afirmatividad implica un momento de intimidad identitaria (presencia) y también lo posicional en el campo de una política trans-femenina donde el “activismo híbrido” emplaza al feminismo de la acción directa.

El gobierno de los cuerpos, en tanto régimen de propiedad, ha sido emplazado desde diversos movimientos feministas donde las minorías sexuales impugnan la economía libidinal del “mainstream patriarcal”, como así mismo, desde lo postcolonial que emplaza al capital en las expresiones de racialización, clasismos cognitivos, e identidades que develan la hegemonía evangélica de los acuerdos patriarcales.

Finalmente, y a propósito de formas violencia material, inmaterial, o capilar, no podemos olvidar la advertencia postmarxista cuando nos señala que “…si bien hay un invariante que funciona en toda construcción de diferencias sexuales y es que, pese a su multiplicidad y heterogeneidad, ellas construyen siempre lo femenino como polo subordinado a lo masculino” (Mouffe & Laclau, 156. En suma, la apertura mediante la deconstrucción de “lo hetero-normado” (hegemónico) con su fantasmática “creencia de plenitud” -donde el deseo no es igual a estar en falta con el cristianismo- implica revisar los diálogos y tensiones del propio feminismo con el universo transexual, bisexual, lésbico y homosexual con identidades acalladas o marginalizadas que obligan a revisar el estatuto de la humanidad hegemónica.

Mauro Salazar J., Doctorado en Comunicación UFRO-UACh, Universidad de la Frontera.

Bibliografía de referencia

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Fraser, Nancy (2015). Fortunas del feminismo. Del capitalismo gestionado por el Estado a la crisis neoliberal, Quito-Madrid, Instituto de Altos Estudios nacionales del Ecuador- Traficantes de sueños, p. 197

Laclau E, Mouffe. Ch. (2000). “Posición de sujeto y antagonismo: la plenitud imposible”. El reverso de la diferencia. Identidad y política. P. 156

Mackinnon, C. (2014). Feminismo inmodificado. Discursos sobre la vida y el derecho, Buenos Aires, Siglo XXI editores. pp. 20-21

Mouffe, C. (2001). Algunes Observacions Sobre Política Feminista. Transversal. El Cos de les Idees, 36-41.

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Richard, N. (2013a). Crítica y política. Conversaciones con Alejandra Castillo y Miguel Valderrama. Palinodia, Santiago. 2013.

Richard, N. (2020). Crítica. Crítica y política. Conversaciones con Alejandra Castillo y Miguel Valderrama (re-edición). Palinodia. Segunda edición, página 45.

Valderrama, M (2020). ¿Tiene sexo la lectura? Revista de Cultura, Papel Máquina N°14. Santiago.

Mouffe, Ch. (1994). Feminismo, ciudadanía y política radical. En Revista de Crítica Cultural N°9.


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