Carlos del Valle y Mauro Salazar J. / La kastización del mundo. Octubrismo y parto Republicano

Filosofía, Política

La razón fundamental que explica esto es que hoy no tenemos un presidente. Sebastián Piñera es una figura fantasmal, ronda los pasillos de La Moneda y de cuando en cuando aparece con declaraciones desafortunadas y lamentos extemporáneos. Pero su liderazgo es inexistente y su capacidad de dirección ejecutiva ausente” El Líbero, marzo de 2020.

A semanas del apabullante estallido electoral en favor del Partido Republicano se agolpan una serie de textos e imágenes que nos llevan a ocuparnos de las incertidumbres de diciembre (2023). Todo transcurre una vez que los elencos de la post-transición experimentan una drástica reducción demográfica y un vacío discursivo-programático. ¿Fin de ciclo? Aludimos a una orfandad hermenéutica, donde ni siquiera el “tiro de gracia” que le propinó Repúblicano al clivaje PPD/DC -Concertación-, pudo ser capitalizado por un campo de izquierdas (AP) sin disputa ideológica, relatos, ni potencia imaginal. El bullado proyecto que encabeza José Antonio Kast (JAK) y los enigmas de su sociodemografía, de innegable inserción en un sentido común nihilista y colérico, obligan a sopesar sigilosamente las posiciones o nudos ideológicos que harían plausible un nuevo “pacto social” (texto Constitucional) con una socialdemocracia absorbida en la administración y capturada en la gestión. Lo último agravado por obra y gracia del propio partido que lidera JAK y su promesa refundacional que se avalancha para disputar la hegemonía de la política post-transicional.

Con todo hay un hito que no podemos soslayar, la Kastización toma nuevos bríos cuando funge como el dorso tanático de la revuelta de octubre (2019). La trampa ideológica aquí, consiste en esa relación de interior/exterior que la nueva derecha ha logrado administrar. Una coalición insiders que, a la sazón, se ha tornado outsiders -cuestión genuina en el caso de Donald Trump-, a saber, como sí Republicano existiera desde un “afuera” -un no lugar- respecto al sistema de partidos. El simulacro es un espacio de excepción al interior de la intimidad partidaria. En definitiva, lo que tenemos es el núcleo de la UDI autonomizado de la transición, aunque tal ficción, a no dudar, comprendió réditos políticos en las votaciones del 07 de mayo.

Aquí se abrió el espacio gravitacional para su actual agenciamiento. El desfonde de Sebastián Piñera el año 2019 con su célebre frase, “estamos en guerra [War] frente a un enemigo poderoso”, consumó el aborrecimiento ciudadano contra su gobierno y echó las bases para alcanzar niveles catastróficos de repudio, más del 70% de desaprobación ciudadana, útiles a los motivos de Republicano que buscaba mediatizar el ethos travestisdo de la derecha aliancista. Todo lo anterior, fue la “prueba de fuego” que permitió el tránsito desde posturas moderadas hacia posiciones cercanas a la ultraderecha, abriendo las “condiciones de posibilidad” -radicalización- que empujaron a los sectores más extremos para exacerbar un estado de excepcionalismo -violencia y decadentismo- y un “manicomio lingüístico” en la clase política. En aquel entonces Acción Republicana, ahora como partido ha conseguido la hegemonía en el pacto electoral para Consejeros Constitucionales. Dada la dislocación del mapa político el 2019, irrumpió una nueva economía argumental que se apoderó de los valores y criterios de la derecha chilena (post)transicional. Ello agudizó la intensificación de la disposición enemizante frente a “la izquierda”. Todo agravó el distanciamiento irrefrenable respecto a la derecha Piñerista en el gobierno desde un contexto de crisis e incertidumbre. En suma, el octubrismo (2919) donó al actual Partido Republicano la producción discursiva para dotar de sentido político la hegemonía del presente. En aquel año (2019) la evasión masiva en el Metro de Santiago -retorizada por las izquierdas- no fue un movimiento ciudadano, sino una “organización criminal”. La Kastizacion, obró como reverso tanático y guardián de la descompuesta democracia liberal. Desde las movilizaciones del 18-0 la denuncia de la violencia fue una gramática frecuentada para denunciar la grave alteración del orden público y el clima de agitación amparado directa o sibilinamente por el campo de las izquierdas. Todo ello, articulado con una distancia crítica frente al gobierno de Piñera -derecha pragmática y light según JAK- dónde vaticinó que “la violencia hará que Chile se seguirá empobreciendo y perpetuando el camino al precipicio al que nos llevan la izquierda radical y el Partido Comunista” (El Líbero, 03/12/2019). Todo el léxico alude a los antipatriotas que queman buses, a exaltar el orden público, contra los diversos móviles de la delincuencia en sus más diversas expresiones hasta tener el control punitivo de la vida cotidiana. Tal fue la estrategia político-discursiva de Republicano que, sin duda alguna, forma parte del mismo dispositivo que se ha plegado a las formas de existencia de la vida cotidiana. De allí en más, ante un “presente de la ruina” agravado por el relato de Republicano, donde el lazo social deja de ser un lazo libidinal, quedó autovalidado aquel “principio de realidad” que imputa las diversas patologías en el cuerpo social, a saber, el enemigo absoluto puede ser el migrante, la delincuencia, el narcotráfico, la inseguridad, y la araucanización del conflicto comprenden brotes de xenofobia. Todo remite a una “máquina de guerra”. Inclusive los reos votaron de modo prevalente en favor de Kast: la identidad entre presos y el líder del PR es porque Chile ha devenido una cárcel biopolítica. La economía argumental de la kastización puede seguir cultivando un “estado de guerra” -necrofilia- que busca consolidar la violencia institucionalizada y auto-regenerativa. No hay aquí beatitud para hablar de “antagonismos” que puedan administrar el juego de la democracia liberal como sugiere el interesante trabajo de Chantal Mouffe y su recepción en el mundo del Frenteamplismo. Una vez que el desplazamiento discursivo logró sus objetivos, declarando viciada la forma de gerenciar la modernización, se han corrido las fronteras políticas entre izquierda radical y derecha light. Por fin, Republicano reclama reconocimiento estatal y la democratización de las prácticas punitivas.

Tal proceso de politización capturó la dimensión frustrada y beligerante de la subjetividad neoliberal y logró exponer la ineficacia de los elencos de la post-transicional para generar paz social. De allí el  vertiginoso ascenso del Partido que lidera JAK en la contienda que se ha desplegado al interior de las derechas. Todo a la luz de los resultados del 07 de mayo (2023) ha desplazado la hegemonía chicago-hacendal. 

Una vez que la gobernabilidad postransicional padece desgastes representacionales y crisis de legitimidad, la cólera de la razón ciudadana ha sido agenciada en un texto punitivo. De tal suerte, se expande el caudal libidinal de Kast que le ha permitido dar el “golpe blando” contra toda la maquinaria de elencos (post) transicionales, por cuanto es la “vida misma” la que se encuentra amenazada en una cotidianeidad que no se afirma en rutinas de sociabilidad, sino en la propia operación especular del kastismo. La revuelta (2019) se tradujo en producción de rabia erotizada y la seguridad en tanto guerra es el principio de consagración de José Antonio Kast. En suma, la paranoia, la ridiculización, el menoscabo, la denostación y toda práctica vengativa (vejatoria) nos lleva a procesos de des-subjetivación donde el vacío de simbolicidad hace que la “otredad” devenga un objeto de permanente aniquilación.  El ritual de la purificación (orden, familia, jerarquía, sermón) retrotrae las cosas a un estado de naturaleza hobbesiano (grado cero de “lo ruin”) donde la rabia proyectada es asumida por el sujeto frente a un otro no adversarial, sino ante un enemigo intolerable que sólo se constituye en la “pulsión de muerte”. La necrofilia neoliberal que promueve JAK encuentra aquí un lugar que amerita un debate respecto a las eventuales posiciones agonistas de la democracia.  En suma, la kastización es el soporte de esa ira que la subjetividad no puede metabolizar bajo los aparatos emotivos y digitales de la dominante neoliberal, por cuanto el enemigo absoluto puede ser el terrorismo virológico del Covid-19, De tal suerte se ha impuesto en Chile la fantasía ideológica de la desintegración social. En medio de un cuerpo institucional degradado la nueva derecha ofrece familia, seguridad (revanchismo), angustias urbanas, porque sólo el miedo como afecto político es un recurso para controlar el gobierno de los cuerpos y sus pulsiones. De otro modo, nos es posible redituar una nueva agenda de gobernabilidad dado que el vació de “pacto social” se resuelve mediante una figuracesarista como dispositivo gubernamental. En suma, la “desintegración social” es la rearticulación angustiada de la subjetividad que carece de un enraizamiento -como proceso de subjetivación. En suma, ni gobernabilidad, ni cultura de los consensos, salvó la caotización que el orden fáctico requiere en favor del texto punitivo.

Si bien, es posible sostener que las posiciones desplegadas por Republicano son inviables en una sociedad líquida, gobernada por plataformas on line,  minorías sexuales, crisis de la institución familiar, baja legitimidad de la Iglesia, derechos identitarios, sexuales y reproductivos y nuevas insurgencias digitales. Ello implica el desafío de no reducir el proceso de Republicano a la mera “bolsonarizacion”, Vox, o bien, el “Demon neo/fascista” (agregando un sufijo) que ha logrado interpelar el sentido común que se identifica temporalmente con la naciente coalición. No sé trata de eludir la crítica de izquierda, su radicalidad respecto a la demografía que comprende el nuevo integrismo, pero la nueva hegemonía de Republicano en sus anudamientos con la modernización sería la única forma de blindarla con la ideas del orden, familia y progreso. La moralización del orden en Chile es un fenómeno que amerita más de una explicación frente a la crisis de mediación entre lo social y lo político. Ello involucra a las protestas sociales, los estallidos y también los drásticos resultados electorales en los procesos eleccionarios. De un lado, los desajustes entre modernización y subjetividad y, de otro, cómo ello se ha expresado en ciclos de ebullición donde las mayorías electorales han abultado procesos de caotización y necrofilia, funcionales a la restitución de un “orden ético”. Pero el punto no culmina aquí, pues la producción de una cotidianeidad siniestrada (secuestrada) por imaginarios narcotizantes, bandas de corrupción, formas de violencia y otros grupos de ilícitos es también es el “caldo de cultivo” con el cual funciona el discurso de José Antonio Kast. Entonces, se requieren, altas dosis de otrocidio y caotización como expresiones que revelan que la vida cotidiana se ha tornado brumosa e imposible y ello amerita un “momento espartano” de restauración moral. En suma, el objeto de la necrofilia es la pulverización del otro como un “enemigo absoluto”.

A la luz de los resultados electorales, Kast representa el fin de la postransición chilena y existe un solo objetivo, refundar Chile. En suma, el líder de Republicano impugna la permisividad del pacto transicional, restituyendo la autenticidad del “milagro chileno”. El orden tanático implica volver al mito cincelado en los años 80’, bajo las coordenadas del modelo chicago-hacendal (Jaime Guzmán), pero obviando la viciada agenda de la gobernabilidad transicional. El sujeto de marras deja offside el paradigma transitológico y su adicción a lo “político-virológico” (Chile Vamos/RN/PS/PPD y DC).

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