Mauricio Amar / Carta a lxs estudiantes sobre saber y pensar

Filosofía

Quisiera dirigirme a lxs estudiantes para referirme a una cuestión que creo resulta fundamental en nuestros días, a saber, la relación entre saber y pensamiento. En realidad siempre ha sido importante, pero frente a la situación del mundo actual, con la enorme destrucción de nuestro habitat que muchas veces parece cerrar el horizonte u oscurecer el futuro, sumado esto al auge de movimientos fascistas de nuevo tipo, que sólo buscan saberes basados en dicotomías, me parece razonable que desde alguna vereda se enarbole la bandera del pensamiento. No se trata, por cierto, de entrar en un conflicto abierto con el saber, aunque a ratos lo parezca. Más bien, lo que está en juego es no permitir la superposición absoluta del saber por sobre el pensamiento. Claro, ambos conceptos, al menos en la manera canónica en que se propaga la educación, suponen una enorme virtud. Se les ve a ambos como absolutamente entrelazados y dependientes. No se puede saber sin pensar, no se puede pensar sin saber. Pero al menos debiésemos ver que la educación formal ha privilegiado sólo uno de ellos. Digamos claramente. En la educación formal se estudia para saber, no para pensar.

¿Pero que encono puede tener un profesor con el saber? Desde algún punto de vista es una cuestión contra-intuitiva, de modo que requiere una explicación. Partamos de una cuestión cara a Michel Foucault, donde el saber aparece profundamente vinculado al poder. En la medida en que sabemos algo podemos controlarlo. Sabemos que tal cosa es así o asá porque le hemos estudiado y mientras más minuciosamente lo hagamos, mayor control tendremos sobre nuestro objeto. Por ejemplo, cuando hacemos una tabla de clasificaciones y decidimos que una cosa pertenece a tal categoría y no a otra y que bajo su jerarquía se ubicarán otras cosas más. En ese caso, hacemos evidente la relación entre clasificación y poder. Una vez hecha la lista, lo que queda es aplicarla. Edward W. Said hace un maravilloso estudio de esta cuestión en relación a cómo se clasifica y se conoce, se adquiere un saber, sobre Oriente. El orientalismo hace aparecer Oriente, lo inventa a través de clasificaciones dicotómicas que abarcan diferentes características del objeto en un todo en el que se entremezclan, por supuesto, geografías, ciudades y cuerpos. En estos opuestos aparece lo blanco y lo negro, lo fuerte y lo débil, lo racional e irracional, lo histórico y lo sin historia, lo activo y lo pasivo, entre muchas otras. Esto implica que cuando se conoce Oriente no se fabrica simplemente una ficción, sino que se genera un saber que puede ser aplicado. Se aplica sobre el objeto el control para el que fue pensado el saber.

Y asimismo, ustedes, queridxs estudiantes, aprenden en la escuela que por esas mismas razones la historia de Oriente no es algo que valga la pena. De hecho, en estricto rigor, ni siquiera hay historia allí. Peor aún, aprenden, saben, que ustedes mismos no tienen historia, porque ella le pertenece a Europa. Y así, cada evento histórico, incluso las revueltas populares en nuestros territorios, son leídas a la luz de quienes sí tienen historia. Nuestra independencia es un pobre reflejo de la revolución francesa y nuestras revueltas un eco gastado de mayo del 68. Así seguimos escribiendo y escribiendo sobre nuestra realidad con las categorías de análisis que hemos heredado. Esa palabra es interesante. «Categorías de análisis». Supone que una vez que tengamos la estructura, las categorías del saber, ahora sí podrán pensar adecuadamente. ¿Qué nos indica esto? Principalmente que es el saber el que antecede al pensamiento. Si analizan con las categorías de análisis equivocadas, pues dirán disparates que les enviarán al ostracismo intelectual. Así las cosas, todo lo que deben decir debe constreñirse a los marcos efectivos de un saber-poder ya comprobado por su propia reproducción. Esta es otra manera, tal vez más sofisticada o prometedora, de decir que deben apretar bien el botón.

Y esto nos lleva necesariamente al contexto, el espacio-tiempo en el que se nos pide apretar bien el botón. La división del trabajo capitalista, la fragmentación de todo proceso incluido el del conocimiento. El saber es una figura conceptual preferente del capitalismo porque ustedes se educan para funcionar en él. Aprenden procesos que les deben ser útiles para comportarse adecuadamente bajo los principios de identidad subjetiva, protección de la propiedad privada, venta de la fuerza de trabajo y procesos de acumulación, participando en cada uno de ellos, siendo ustedes mismos, jerarquizados y dependientes de las tablas de clasificación. Así, son sujetos de consumo, pero no son los sujetos capaces de gobernar o representarse a ustedes mismos. Son protectores de la propiedad privada y hasta puede que lleguen a participar de ella, pero sólo para legitimar la propiedad privada de los grandes empresarios. Venderán su fuerza de trabajo y en el proceso de acumulación recibirán el estímulo convertido en un estilo de vida, que les permitirá vivir en el consumo sin poner en cuestión la desigualdad que es inherente a ese mismo proceso. Serán reproductores de la desigualdad, dominando a los que se ubiquen bajo sus órdenes, agachando la cabeza frente a sus patrones o CEOs, que tal vez suene más interesante.

Saber a secas da poder y eso es lo que parece hacerlo tan fascinante. Obtendrán un título que certificará sus saberes, es decir, las tablas de clasificación que les han entregado. Entrarán al mercado laboral y verán la injusticia de que algunos son contratados con más probabilidad porque tienen más experiencia laboral,es decir, más saber acumulado, más experiencia aplicando, dominando, por pequeño que sea el terreno de su dominio. Pero alguna oportunidad saldrá al paso y sabrán aprovecharla. Serán respetados por sus pares y familiares y podrán adquirir el estilo de vida que imaginaban. Un trabajo de saberes aplicados intercalado con postales en redes sociales que aseguran la imagen pública de la felicidad.

En toda esta situación, no aparece por ningún lado la necesidad de pensar. Y es que en tanto pensar no es saber, carece de posibilidades de dominar. El «sólo sé que nada sé» que nunca dijo Sócrates es una bella manera de ingresar en el pensamiento. Cuando se piensa algo se sabe, algo se conoce ya sea por experiencia o lectura. Nunca partimos de la nada, siempre creamos a partir de lo que otros han hecho. Pero el pensamiento tiene una cualidad irreductible al saber. El pensamiento se aventura. Miren que bella palabra. La aventura es una especie de inscripción en el pensar. Se piensa cuando hay aventura, incertidumbre, un abismo que no requiere ser llenado con pavimento. Esta es la cuestión más increíble del pensamiento, que cuando ocurre no alcanza a dominar, no puede constituir saber. El saber es, para el pensamiento, una suerte de par amurallado en el que se deben encontrar fisuras, pequeñas rendijas que abran no tanto otro mundo, sino el mismo mundo, pero sin saber.

¿Y la tradición? Es probable que confundamos el saber con la tradición, pero si bien están muy relacionados no son del todo lo mismo. La tradición es el cúmulo tanto de saberes como de aventuras del pensamiento. Mientras el saber funciona como un a priori histórico, un conocimiento poco discutible de nuestra época, en la tradición, en cambio, podemos encontrar aventuras truncadas, pensamientos fuera de moda o conceptos condenados. En la tradición se puede escarbar porque es precisamente lo que ha sido capturado por los saberes. Estos la disponen en forma lineal, para que el aprendizaje sea igualmente plano. El pensamiento no desconoce la tradición, pero tampoco se la apropia. La usa, escarba en ella y la recombina para producir nuevas formas, nuevas imágenes para las cosas. Cuando la tradición es capturada, se nos representa como sólida, eficiente, con un sentido recto. En su forma capitalista la tradición es sólo la imagen de un origen para el inevitable progreso. Para la aventura del pensamiento la sola condición de posibilidad de un nuevo pensamiento.

En el capitalismo las élites tampoco piensan mucho. Ellas usan el saber para dominar, trazan cuadrículas, establecen sus propias clasificaciones, emulando el pensamiento. Sus categorías son presentadas como universales, pero si se decidieran a pensar, aceptarían el riesgo de perderlo todo, partiendo por sus fundamentos morales. Porque pensar es aventurarse y quien quiera comodidad en el pensamiento se decepcionará. Pensar es reconocer que la experiencia humana, en última instancia, no sabe nada de seguro, que todas las clasificaciones que hemos aprendido son potencialmente una mera ficción, que incluso nuestros valores más arraigados podrían basarse en pequeños prejuicios. Mejor aún, pensar es lanzarse hacia lo que no nos pertenece. Esto puede sonarles extraño, pero si el pensamiento es una aventura, lo es porque él mismo no es una pertenencia. El pensamiento hay que salir a buscarlo también. Nos relacionamos con él, por cierto, pero nadie puede apropiárselo, decir que lo ha pensado todo o pensado totalmente algo. Por eso los fascistas intentan una y otra vez no sólo hacer coincidir al pensamiento con un cuerpo biológico (individuo), sino también con un pueblo (raza). El fascismo no es una locura. Es el pensamiento el que nos indica la inseguridad de la razón. El fascismo, en cambio, es una paranoia que intenta por todos los medios hacer coincidir pensar y saber, subsumiendo al primero en el último.

Queridxs estudiantes. Tal vez es demasiado prepotente de mi parte decirles que opten por pensar antes de saber. Jamás quisiera que pasen penurias ni sean expulsados de los mundos que habitan y donde se sienten segurxs. Asimismo, creo que es muy difícil combatir hoy contra un sistema que genera de manera tan hábil consumidores deseosos de tristeza. Es costoso inscribir el ánimo de pensar allí donde se ha partido con la resignación a saber. Pero sí quisiera hacerles una invitación. Hay una manera muy singular en que se da el pensamiento. Una manera que se repite siempre diferente y permite infinitas posibilidades. Pueden corroborarlo indagando sobre la tradición filosófica y científica. Es el modo de la pregunta.

Hoy en día las preguntas también están tomadas por la educación capitalista. Sólo se pregunta ¿Para qué? ¿Con qué fin? Y así vamos gastando la vida en finalidades, objetivos en algún punto encauzados por la acumulación. Les propongo tomarnos la pregunta, el modo pregunta, y frente a cada saber simplemente ejercerla hasta donde se pueda. ¿Desde cuando? ¿hasta cuando? ¿quienes lo dicen? ¿para qué fue creado este saber? ¿a quien o que se busca dominar? ¿cómo podría ser de otra manera? Más importante, en todo caso, pregúntense frente a todo saber ¿qué puedo preguntar?

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