“[D]esde el marco de la filosofía universitaria, Chile es un país de lectorxs, no de autorxs. Los filósofos chilenos leen mucho y escriben poco. En Chile, los ‘especialistas sin creatividad’ que practican la filosofía profesional comentan textos, promueven sucursales de pensamiento, desvían los disparos de la filosofía europea en forma de tertulia. Chile es un país de traducción de libros de filosofía, antes que de creación de obras filosóficas”.
Las aseveraciones son de Ángel Álvarez Solís (en adelante A.A.), en una reseña (¿?) del libro de Patricio Marchant, Amor de la foto (2022)1. Y añade en seguida: “En este espíritu beligerante, Patricio Marchant comenta: ‘hemos sido y somos la conciencia teórica de libreros e importadores de libros’ (Escritura y temblor, 418)”.
Esta última cita pertenece al texto “Situación de la filosofía y situación de la filosofía en Chile” (1972)2, donde Marchant está haciendo alusión a la “dependencia económica, política, cultural” (chilena), que , por supuesto, toca también a la práctica filosófica, enfatizando que “‘trabajamos’ sobre filosofías que recibimos con bastantes años de retardo, sin un conocimiento adecuado de sus raíces, productos extraños que los libreros se dignan dejarnos caer”3.
No habría que dejar de lado el contexto político en que este texto se escribe (la Unidad Popular) y en que se busca difundir, al punto que Marchant parte apostillando con una cita de Lenin: “sin teoría, no hay práctica revolucionaria”4. Y su diagnóstico, su proyección: “Si la filosofía debe servir al país, debe hacerlo a partir de lo que ella es: teoría, saber. Querer transformar prácticamente implica saber adecuadamente. La filosofía en Chile no ha servido nunca ni ha pensado nunca adecuadamente”5.
De hecho, es preciso recordar – y en estas fechas con mayor razón – lo que era la UP o evocar tal vez lo que podría estar siendo para quienes en el momento trabajaban en filosofía (o que, trabajando en filosofía, eran favorables a la UP, como era el caso de Marchant). ¿O es que habría que pensar a los filósofos sustraídos de la convicción de que había “llegado el momento de la rendición de cuentas”, donde “el futuro le pertenecía al pueblo … de que, por fin, la rueda de la historia giraba en la dirección correcta”?6. ¿Acaso Marchant al interpelar la situación filosófica chilena a las alturas de 1972 no tenía en vistas el contribuir a ese giro o cambiar de dirección algo que estaba más bien arqueado en la dirección contraria?
Sea como fuere, nada más lejos de un “espíritu beligerante” (según la aseveración de A.A,). Más aún, ello podría dar a pensar –a menos que nos entendemos sobre qué quiere decir allí beligerante– que lo que lo que a Marchant lo movilizaba cuando espeta que “[l]a filosofía en Chile no ha servido nunca ni ha pensado nunca adecuadamente” es una cuestión de orden meramente subjetivo, casi que una imprecación gratuita. Sin embargo, todo indica que no podría serlo dado el contexto en que se enuncia7.
Por cierto, Marchant era un personaje ácido para sus colegas, y el mote de beligerante sin duda le era endosado de tanto en tanto8. Polemizó con sus contemporáneos, qué duda cabe (Jorge Guzmán y Roberto Torretti, para empezar), al punto de llegar a precaver: “Contra la violencia gratuita, el rigor conceptual exige la ‘violencia conceptual’”9. O: “yo saco saber teórico de las situaciones, jamás me turbarán el juicio teórico; en eso consiste mi fuerza”10.
No obstante, habría que intentar ponerse en los zapatos (o en el armario) de un filósofo que es desestimado (en Chile se diría, ninguneado) porque en lugar de ocuparse de lo que escribe se justifica el no leerlo porque le es hostil a una camarilla. Cuestión bastante doméstica, pero que observada más de cerca comprende un problema filosófico a parte entera y del que en Chile, hay que decir, se ha evitado discutir (precisamente –o entre otras cosas– porque se confunden las relaciones teóricas con relaciones de amistad, o más bien, de complicidad… solo por eso se le puede decir a un filósofo que no está tratando conceptos o no está haciendo filosofía, sino que está siendo beligerante: «todo lo que hayas dicho me importa cuatro huevos, estás siendo beligerante»: retórica de la ceguera). Pero se trata del problema –siguiendo al filósofo franco-argelino Jacques Derrida– de la posibilidad general de los parentescos espirituales, vale decir de la explicación destructiva con el otro (Heidegger le llamaba: Auseinandersetzung), dependiente de una producción especular (es decir, con el otro y contra el otro) de parentescos espirituales y genealogías conceptuales11.
La lectura en este sentido es un aspecto clave, ya que leer no es simplemente juntar una palabra con otra, sino más bien la producción de un dispositivo de reflexión especular que en efecto el filósofo franco-argelino Jaques Derrida, rebautizado Jacques incluso para parecer todavía más francés, denominaba una psyché, en relación a un tipo de “espejo giratorio” muy común en Francia, pero que evoca por cierto la psyché filosófica12.
De hecho, A. A. parece creer que leer es juntar una palabra con otra, o, en cualquier caso, interpretar, presentar galones de exégeta. Si pensamos que leer es eso, pues ni modo (diría la Chilindrina), la lectura no es otra cosa que traducción. O, dicho de otro modo, si eso fuese leer, leer no se diferenciaría del acto de comer papas a la francesa.
Aunque la cuestión de la traducción en la que repara A.A. posee una historia vinculada con Marchant y ha sido una problemática podría decirse articuladora de un pensamiento filosófico chileno más receptivo a un trabajo en y desde América Latina, y que, en el caso chileno, se ha vinculado con un pensamiento sobre el arte, ya que este ha tenido un desarrollo más polémico (o al menos de mayor rebeldía) con respecto a las instituciones universitarias en sus formatos tradicionales (tomismo, kantismo y heideggerianismo, principalmente). De hecho, ese pensamiento sobre el arte no es una quimera y de ello da cuenta el propio A.A., de una manera un tanto provocadora, o, en su concepto, “en el espíritu beligerante” de Patricio Marchant13 sosteniendo que “Chile es uno de los lugares en América Latina donde la filosofía primera es la estética y no la metafísica o la epistemología”, lo cual, por cierto, no constituye nada que no haya dicho –aunque con muy poca fortuna crítica sin duda– un Iván Trujillo, quien en relación con el arte (en el contexto filosófico chileno) hablaba de un “punto de reunión”, haciendo por tanto decantar allí una cierta intimidad crítica o derechamente un círculo familiar14. Solo que en su reseña (¿?) A.A. solo nombra a los muertos: no alude a ninguna “tesis” de filosofía primera que se pudiese debatir ni explicita dónde pudieran estar o, en cualquier caso, qué implicancias tendría eso más allá de constatar un lugar a estas alturas común.
En un texto que A.A. tendría que leer, pues es prácticamente la paráfrasis del suyo: “Pensar en Chile. Dos ideas acerca del libro Sobre árboles y madres de Patricio Marchant” (2000), de Juan Manuel Garrido, él sostiene que “nuestra realidad es nada más que la relación con nuestra lengua. Probablemente, Patricio Marchant sea el primer filósofo latinoamericano –desgracia chilena la que le permitió comprenderlo– en explicar nuestra falta de filosofía denunciando una relación inauténtica con nuestra lengua. Estamos acostumbrados a formarnos con filósofos que escribieron en latín o griego, alemán o francés: es normal por lo tanto que sospechemos, secretamente, del castellano. Así como es normal que alguien prevenido encuentre que una palabra –o un silencio– de Gabriela Mistral diga muchísimo más que lo que puede cualquier profesor que se sienta un rastacuero en su lengua materna”15.
Es el mismo trasfondo de A.A., a quien le desazonan los lectores (realidad chilena: realidad de lectores de filosofía). Pero quejarse de la dependencia de turno, es una cuestión de coyunturas teórico-políticas, a menos, o bien que se pueda encontrar un rasgo articulador que pase de lo contingente, o que caigamos en esencialismos vendidos por moneda liviana, como decir, de hecho, con valor apodíctico: “Chile es un país de traducción de libros de filosofía, antes que de creación de obras filosóficas” (A.A.). Y añade de hecho A.A., que, en Chile, “la ‘traducción’ es el principal objeto filosófico y donde el poema, antes que el filosofema o el estratagema, tiene preminencia normativa en nombre del concepto”.
Pero hay dos cosas ahí: una es decir que “Chile” (¿y quiénes en Chile?) “es un país de traducción de libros de filosofía”, que se refiere al oficio de la traducción (a menos que, para A.A., traducción equivalga a lectura: no queda claro en su reseña ¿?); y otra es decir que “la ‘traducción’ es el principal objeto filosófico”. Son dos situaciones distintas y, creo yo, no precisamente interdependientes. A.A. conocerá la literatura filosófica local donde la cuestión de la traducción es el asunto, aunque no podemos saber en qué está pensando.
De cualquier forma, siempre se puede encontrar una cabeza de turco insularizante. En algún momento, por ejemplo, le cuento esto a A.A., fue Heidegger: “Se podía sospechar, entonces [señalaba Pablo Oyarzún en 1989], una relación nada de superficial entre el nombre de Heidegger y la institución local de la filosofía: avizorar a Heidegger como lo que podríamos llamar el aval y el garante invocado por nuestra profesionalidad filosófica. Y si me apuran, diría que no sólo ha sido un aval, sino también algo así como un destino”16.
Pero volviendo a la afinidad entre el texto de A.A. y el de Garrido, es una especie de indigestión que en ambos provoca Marchant17.
Dice A.A.: “La insularidad es un problema. La insularidad es un mal de exiliados, ficción de puerto y régimen de capitanía, pues como enseñó María Zambrano, una isla es una fractura, un desprendimiento violento de un pedazo de tierra (Zambrano, Islas, XIII). Pero una tierra fragmentada no compone una isla. Por consiguiente, la textura ‘filosófica’ de Marchant es quizá la de una isla en tierra de islas, una fractura telúrica en continuo desprendimiento”.
Y Garrido por su parte: “Hoy, el único interés que suscitan sus textos [de Marchant] –la letra de sus textos– es, a pesar de todo, lo que en éstos se dice de o desde algunos autores del pensamiento europeo ‘post-moderno. Impericia o no, Marchant no supo evitar que lo convirtieran en una plantilla de lectura para tratar de comprender lo que nos gusta imaginarnos fueron Nietzsche, Freud, Lacan, Derrida o Foucault, Lyotard o Levinas … Marchant entonces también se transformó en el legitimador de un pensamiento universitario o –si se tolera este feo recurso– para(univer)sitario, cruzada esta vez de un pensamiento fronterizo, ése que “trabaja el borde”, filosofía anti-profesional, insurrecta, rebelde -filosofía de la imparable question, se arguye, como si eso fuera un argumento, y no una pasión–: en suma, pataleta de profesores rene-gados (o podríamos decir: auto-renegados, así como se dice que hubo durante la Dictadura “auto-exiliados”). Marchant no pudo imponer la circunstancia singular de su trabajo por sobre la bibliografía a la que supo acudir. Lo que equivale a decir: nadie todavía en Chile ha conseguido leer a Marchant”18
En esta indigestión filosófica, entre A.A. y Garrido, solo cambia el alcance del apotegma (dos caras de la misma psique): “nadie todavía en Chile ha conseguido leer a Marchant”, por: “desde el marco de la filosofía universitaria, Chile es un país de lectorxs, no de autorxs”.
Aunque hay que ser aquí el abogado de Iblis: todo indica que Garrido, a diferencia de A.A., no cree que leer sea simplemente –como se ha dicho– juntar una palabra con otra. No obstante, si A.A. está diciendo que Chile es un país de gentes que solo se limitan –en filosofía– a juntar una palabra con otra, entonces quizá también Garrido esté pensando lo mismo que A.A., si bien en este último tal parece que leer es únicamente –y en todos los casos– juntar una palabra con otra.
Ontólogos amerindios:/ ¡No temáis a las afirmaciones “sociologizantes”!/ ¡Hacedlas florecer en el poema!
A.A. puede no esté al tanto de un debate que pudo haber sido y no fue, y de su lectura de Marchant (de la ficción que suscita ¿su nombre?), heredera, habría que decir, de la de Garrido, es una guardia celosa.
Es parte de la discusión que pudo haber sido y no fue: el celo tiene que ver con un no poder dejarse de explicar con el otro, incluso (o más todavía) si no se lo nombra. O, como se puede extraer de un texto dedicado a la lectura sobre Marchant de Garrido: “el celo y los celos pueden entenderse como una determinada relación con el pasado como ya pasado. Tal que si algo ya ha pasado, esto mismo debe poder producirse de nuevo pero originalmente, debe poder crearse ojalá como una primera vez”19.
La celosía de A.A. se expresa en dogmatismo y, al igual que en Garrido, como precipitación (repetimos el apotegma): “desde el marco de la filosofía universitaria, Chile es un país de lectorxs, no de autorxs”; “[e]n Chile, los ‘especialistas sin creatividad’ que practican la filosofía profesional comentan textos, promueven sucursales de pensamiento, desvían los disparos de la filosofía europea en forma de tertulia”20.
Por otra parte, resulta bastante evidente que Marchant está totalmente advertido de la guardia celosa, lo que dice sobre la foto es también eso. Y que lo advierta, no quiere decir que no se le venga encima. De ahí que haga falta calibrar el pathos que está trabajando Marchant, frente a lo cual sugerir que pasa por el “odiar a sus compatriotas de manera furibunda” es básicamente – y se me excusara la falta de sutileza–una tontería21.
Hay dos apotegmas celosos en la reseña¿? de A.A., o, podríamos decir, que destacan más:
1-. “La filosofía es una manera de contener la guerra para aquellos que no son capaces de tomar las armas y, al mismo tiempo, una manera de provocar sangre por medio de resentimientos, envidias y paranoias”.
2-. “Por eso resulta tan incómodo para el discurso universitario hacerse cargo del nombre ‘Marchant’ y tan cómodo para realizar homenajes, libros colectivos y discusiones de largo aliento en los paseos matutinos, pues Marchant entendió el pensamiento como circuito de amistad, como coloquio de paseantes solitarios”.
Ya de este segundo apotegma habría que decir que es poco certero, pues precisamente el problema es bien probable sea el de la complicidad (que permite por ejemplo, escribir una reseña para todos y para nadie, para que se pueda, incluso sin querer, entrar en complicidad con ella): “… cuando una publicación filosófica en nuestro país: o silencio o aplausos vacíos, aplauso de los amigos, ningún debate serio; fundamentalmente, ella, hija del miedo, la complicidad”22. De hecho, en “la academia”, la amistad no es lo que genera la guardia celosa, sino la complicidad, el complicitar.
Hace diez años, en la discusión que pudo haber sido y no fue, se sugería tratar esta cuestión: “Es posible que el afecto político de Richard que queremos aquí presentar como antiintelectualismo (que en ningún caso debe ser considerado como exclusivo de su proyecto), su anti-filosofismo, sea también una defensa contra el poder (académico…). No lo descartaríamos de plano. Se trata de toda una idea, de toda una forma de vivir el trabajo, y en particular el trabajo filosófico. De no poder dejar de sentirse en deuda por ejemplo con la filosofía, ante la cual una respuesta, una defensa posible, es declararse irresponsable [la reseña de A.A. comienza, de hecho, así: ‘Hagamos un poco de historia comparada de la filosofía a modo silvestre, sin planeación historiográfica ni rigor metódico’]. Pero en estas condiciones eso no se da sin resentimiento. No se da sin una redistribución de la violencia como afecto del poder, como energía que no se pierde”23.
En esa redistribución que no se pierde se pone en juego precisamente el celo, que irreprimiblemente es también una resistencia a la deconstrucción (por ejemplo, marchantiana), pues es una resistencia al resto, como esa “peor violencia” de la que habló el franco-argelino y archi-francés Derrida, una donde ya no se puede nombrar. El pueblo fantasma de A.A., esa reseña¿? en la que solo hay muertos, funciona como guardia de la ciudad: “… lo fotografiado en una ciudad vacía es la guardia de una ciudad, la ciudad como guardia”24.
A su vez, si seguimos las conclusiones del propio A.A.: “Los pensadores chilenos, dignos de portar el nombre, trabajan los textos filosóficos como si fuesen fotografías”.
Pero nuevamente se muestra aquí una zona umbrátil, una filtración que amenaza hacer capotar todo el edificio: dignos de portar el nombre, podría ser dignos de ser así llamados, o también dignos de nombrar.
De cualquier modo, suponiendo que pudiese formularse en esos términos, trabajar los textos filosóficos como si fuesen fotografías sería trabajarlos como guardia (referencia de Marchant en Amor de la foto, a la “theoria griega”: “Pues el ver y el guardar no son dos momentos de la theoria griega de igual jerarquía. Lo esencial reside precisamente en comprender que es a partir de la guardia que se debe entender el ver, y no al revés, y no al mismo tiempo”)25.
O como ha apuntado Marchant en otro lugar: “Así el guardián se resguarda de su propia tentación tentando a los otros y defendiéndolos, al mismo tiempo, de su (propia) tentación. En el fondo, con un saber del cual nada quiere saber, el guardián sabe que nada le aguarda, que no guarda nada. Salvo su propia guardia. Guardia de su guardia”26. Cuestión un poco más enrevesada –se concederá– que lo que supone el lirismo apotegmático de A.A.
O dicho de otro modo: la reseña de A.A. es pura facticidad, “[e]s la ley y la producción misma de lo privado como opuesto a lo público, de lo íntimo como opuesto a lo abierto”, es decir de “un debate de ideas”27.
El gesto de A.A. está, por tanto, en su intención, gravado de anti-filosofismo, al punto que el último párrafo de la reseña parece un intento, al cabo, de reafirmar lo dicho en la primera parte bajo el efecto de la ficción beligerante (celo, desazón), no de reseñar algo: “La fotografía recuerda que toda muerte puede ser impedida, anticipada, imaginada pero jamás evitada, pues nada más necesario de la contingencia que el propio accidente. Dieciocho meses más tarde, Barthes fallecía; diez años después, Marchant. La diferencia entre ambos pensadores, entonces, es que mientras que el primero optó por escribir hasta el último día; el segundo eligió el silencio de la lectura. Se confirma la hipótesis sugerida: los filósofos franceses escriben los libros que los filósofos chilenos piensan. Los traductores chilenos traducen las fotografías del pensamiento francés. Los pensadores chilenos, dignos de portar el nombre, trabajan los textos filosóficos como si fuesen fotografías. La fotografía es la filosofía primera”.
Se confirma la hipótesis sugerida (tendría que decir): soy el Ángel de la Guarda, aquí nada se pierde. De hecho, no a implicado su firma en Amor de la foto (de ahí en más se precipitan todas las desgracias).
Por lo demás, la lectura en Marchant no puede ser silenciosa, y ni siquiera por estar escrita con Wagner de fondo, con Mahler, con Bach. Es una lectura polifónica, si no estereofónica28, y, por tanto, se confirma la hipótesis que A.A. tiene una concepción bastante rústica de la lectura, casi como una suerte de ejercicio medieval (o colonial).
Contraste con Diderot (La religiosa). Lo dejamos sin traducir, para el deleite de A.A.: “Un jour qu’il était tout entier à ce travail, monsieur d’Alainville lui rendit visite et le trouva plongé dans la douleur et le visage plein de larmes. – Qu’avez-vous donc ? lui dit monsieur d’Alainville. Comme vous voilà ! – Ce que j’ai, lui répondit monsieur Diderot, je me désole d’un conte que je me fais !”.
Y esta otra cita también, se la repito aquí, ya que habría moderado un tanto su visión pastoril de los paseantes o de quienes supuestamente homenajean a Marchant con una facilidad digna de presentadores de televisión (… eso le pasa por no leer, ¿ve?):
“Was ist mit den Worten »Denken«, »Gedachtes«, »Gedanke« genannt? In welchen Spielraum des Gesprochenen weisen sie? Gedachtes – wo ist es, wo bleibt es? Es braucht das Gedacbtnis. Zum Gedachten und seinen Gedanken, zum »Gedanc« gehört der Dank. Doch vielleicht sind diese Anklänge des Wortes »Denken« an Gedächtnis und Dank our äußerlich und künstlich ausgedacht. Dadurch kommt noch keineswegs zum Vorschein, was mit dem Wort »Denken« genannt wird”. Martin Heidegger, Was heisst denken?, Tübingen: Niemeyer Verlag, 1954, p. 91.
Zeto Bórquez. Filósofo chileno, traductor, y, aquí, fotógrafo
NOTAS
1 Ángel Álvarez Solís, “La fotografía como filosofía primera. A propósito de Amor a la foto de Patricio Marchant”, Ficción de la razón, septiembre 2023, en línea.
2 Publicado por primera vez en 1970, en la revista Nueva Atenea.
3 Patricio Marchant, “Situación de la filosofía y situación de la filosofía en Chile”, Escritura y temblor, Santiago de Chile: Cuarto Propio, 2020, p. 418.
4 Ibíd., p. 417.
5 Ibíd.
6 Tomás Moulián, “La Unidad Popular: fiesta, drama y derrota”, La forja de ilusiones: el sistema de partidos 1932-1973, Santiago: ARCIS/Flacso, 1993, p. 272.
7 El trasfondo político podría también matizar al respecto algunas apreciaciones (muy útiles para la cuestión de las “buenas” y “malas” lecturas) de Cecilia Sánchez, “Patricio Marchant: Escenas de escritura, cuerpo y devaluación”, en M. Valderrama (ed.), Patricio Marchant. Prestados nombres, Lanús: La Cebra/ Palinodia, 2012, p. 71.
8 Esta situación se puede apreciar muy claramente durante la ronda de preguntas de la presentación de Marchant de “¿En qué lengua se habla hispanoamérica?”, en el Primer Coloquio Chileno-Francés de Filosofía (3 de julio de 1987). En esa instancia, Carlos Ruiz parte señalando: “Me resulta muy difícil intervenir por la violencia extrema que vi en la exposición de Patricio…”. Véase: http://www.bibliotecanacionaldigital.gob.cl/visor/BND:153569 (min. 22:46).
9 Patricio Marchant, “Jorge Guzmán, ‘filósofo’, ‘psicoanalista’, ‘detective’” (1986), Escritura y temblor, op. cit., p. 149.
10 Patricio Marchant, Carta a Juan Domingo Dávila (16 de noviembre de 1982), Amor de la foto, op. cit., p. 55.
11 Jacques Derrida, “Interpretations at war. Kant, el judío, el alemán”, en Psyché. Invenciones del otro, Adrogué: Ediciones La Cebra, 2016. Enunciado esto de manera económica, que en ciertos textos caídos en desgracia está dicho hasta el cansancio.
12 Ibíd.
13 Es preciso que A.A. se mida con este problema: el de los parentescos espirituales, que habría que pensar “[n]o en la sangre, pues esta genealogía no es natural, sino institucional, cultural, espiritual, y psíquica”. Ibíd., p. 758. Por tanto, tendría que revisar A.A. de qué sangre está hablando cuando dice que: “La filosofía es una manera de contener la guerra para aquellos que no son capaces de tomar las armas y, al mismo tiempo, una manera de provocar sangre por medio de resentimientos, envidias y paranoias”. Es bien evidente que A.A. está en la ficción de la beligerancia, sin concepto. Hasta se diría que se ha ofrecido en sacrificio.
14 Iván Trujillo, Jacques Derrida, estética y política, Santiago de Chile: Palinodia, 2009. Entre otros puntos que habría que considerar para una discusión sobre estas cuestiones, Trujillo ha puesto en liza un importante problema de lectura que designó como “la paradoja de Avelar”, y que enuncia del siguiente modo: “1. Leer a Derrida es leer a Benjamin, es decir no leer a Derrida. 2. No leer a Derrida es no leer a Benjamin. 3. Leer a Benjamin es leer a Derrida, es decir no leer a Benjamin. 4. Etc.”. Iván Trujillo, “Complicidad, complicación, coimplicación. Políticas de la desconstrucción”, en Fenomenología, firma, traducción, Santiago de Chile: Pólvora, 2012, p. 315.
15 Juan Manuel Garrido, “Pensar en Chile. Dos ideas acerca del libro Sobre árboles y madres de Patricio Marchant”, Araucaria, 2/3, 2000, pp. 159-160.
16 Pablo Oyarzún, “Heidegger: tono y traducción”, Seminarios de Filosofía, 2, 1989, p. 85.
17 Sobre la indigestión en relación con Marchant, véase Alejandro Fielbaum, “Patricio Marchant y los vómitos del pensar”, Las razones y las fuerzas, Santiago de Chile: Doble Ciencia, 2020, pp. 221-244.
18 Juan Manuel Garrido, “Pensar en Chile”, op. cit., p. 157.
19 Iván Trujillo, “Marchant: tono y traducción. Sobre filosofía chilena y onto-teología”, Actuel Marx Intervenciones, n°14, 2013), p. 120.
20 La cuestión de las “sucursales” amerita una pequeña nota: ha pasado el tiempo de las grandes figuras filosóficas del s. XX que arrastraron al mundo consigo. Por lo cual, ser hoy en día un “especialista”, o, mejor aún, un “monografista”, o al menos en lo que atañe a ese corpus (en el cual la filosofía en francés tiene un rol importante), incluso resulta, en honor a la evidencia, poco rentable (es decir, al menos de esos referentes, las sucursales quebraron). Mucho más rentable es la monografía de circunstancias, sobre algún tema que pueda ser tan “interesante” que hasta se vuelve susceptible de recibir premios de ensayo o financiamiento de “fondos de cultura”. Recomendación de lectura para A.A. este verano: Luis Ricardo Villarroel, “«El CareRajismo»… más que una expresión, un deporte nacional”, El mostrador, 26 de enero de 2015, en línea.
21 Acerca de la dimensión patética en Marchant, convendría ver René Baeza, Firmar Marchant, Santiago de Chile: Doble Ciencia, 2016.
22 Patricio Marchant, Sobre Árboles y Madres, op. cit., p. 108.
23 Ernesto Feuerhake, “Complicitas. Sobre Crítica y Política de Nelly Richard”, Actuel Marx/Intervenciones, n°14, 2013, p. 50.
24 Patricio Marchant, “La guardia de la ciudad”, Escritura y temblor, Santiago de Chile: Cuarto Propio, 2000, p. 55.
25 Patricio Marchant, Amor de la foto, Buenos Aires: La Cebra/ Palinodia, 2022, pp. 79-80.
26 Patricio Marchant, “Casa hay una sola o las amargas reflexiones de un guardavallas vencido” (1981), Escritura y temblor, op. cit., p. 33.
27 Ernesto euerhake, “Complicitas”, op. cit., p. 48. A propósito, cabe señalar que el trabajo de Marchant, por ejemplo con las “relaciones personales” (del que el mismo Amor de la foto es una apuesta) no es simplemente la facticidad de lo privado.
28 “Ese error, esa ilusión mía, creer que el libro había sido escrito en M.M. o como M.M. Pues bien el sistema M.M. opera a través de todo el libro, sin embargo, se cruza, es cruzado –y ese cruce se anuncia ya al final de la Primera Escena, aparición ahí del nombre de Claudia Eppelin– con otro sistema, otro tono o tonalidad, todo aquello que fue escrito en CI. (en “Claudia” o en su casi anagrama, “Cecilia”). Así, es cosa de contar: las M.M. en general, seis M.M. y una séptima (“Eme Ele”, le dije siempre y, “escrito en alemán”, su apellido es la “W” de “Wagner”), las CI en general y cuatro CI; M.M. Y CI que, cruzándose dejan aparecer, producen, naturalmente –es decir, así está construido, como iniciales, “mi” inconsciente– dos iniciales de dos nombres absolutamente decisivos: C.M. y M.C., la inicial del nombre de mi hija y del nombre “civil” (Primera Escena) de mi madre”. Patricio Marchant, Sobre Árboles y Madres, Buenos Aires: La Cebra, 2009, p. 347. Cristóbal Durán a cuestiones relacionadas con la polifonía en Marchant (por ejemplo, la “tercera oreja”), en Patricio Marchant: Amor de la música, Santiago de Chile: Pólvora, 2016.
Imagen principal: Robert Morris (1931-2018), Investigations (Exhibited at the Solomon R. Guggenheim Museum and Leo Castelli Gallery), 1990