Desde el 7 de octubre, con ocasión de la intensificación genocida del proceso de colonial israelí contra el pueblo palestino, hemos recibido un irrefrenable caudal de imágenes, vibraciones y espantos a través de las redes sociales. Esos registros, tomados de primera fuente por periodistas palestinos y afines a la resistencia, han debido surcar un doble cerco mediático: tanto el de la censura propia de las pautas editoriales de los grandes medios de comunicación, como el de la intervención sobre los algoritmos de redes sociales.
Actualmente, tras el creciente develamiento de una serie de fake news israelíes y el paulatino desmontaje de las narrativas mediáticas prosionistas, es posible contemplar con mucha mayor lucidez los engranajes del aparataje discursivo que, en el seno mismo de la prensa tradicional, continúa justificando el genocidio contra el pueblo palestino. Veamos brevemente en que consiste esta operación.
Clichés
El enunciado central que tiende a nutrir y a englobar a los titulares de los grandes medios antes de presentar las declaraciones de los mandamases de la llamada “comunidad internacional” consta de un movimiento de recorte: hacer de la contingencia un estado temporal originario. En efecto, la precariedad de la contingencia queda fijada en calidad de contexto de enunciación esencial(izado), capaz de brindar soporte la adhesión de los posteriores predicados. Es decir, la operación se basa en transformar el enunciado en un contexto enunciativo, presentándolo como un estado de cosas del mundo, cuyo fundamento político residiría en el consenso (los acuerdos de la “comunidad internacional”) y en la incuestionabilidad de la democracia (los valores universales del mundo civilizado). En términos concretos, tal contexto de enunciación ejerce su violencia ya sea desde el titular o la bajada periodísticos y suele responder al siguiente tipo: “siga el desarrollo de la guerra (no del genocidio) entre Israel y Hamás (no contra los palestinos) en Gaza (no en Palestina) originada a partir de la reacción al ataque terrorista del 7 de Octubre (recortando la contingencia de una dimensión histórica omitida) que dejó a 1400 israelíes asesinados (no de colonos ocupantes y, muchos de ellos provenientes de distintos países de Europa y América)”.
Por cierto, lejos de cualquier tono hipotético o problemático, el enunciado es presentado en con connotación descriptiva. Se trata, así, de un dispositivo de producción de objetividad, la construcción de un “hecho” irrefutable que emerge para justificar de jure aquello que meramente está sostenido de facto: el poder colonial (invisibilizado en el enunciado) adquiere el modo de presentación del derecho a defensa (sugerido por el enunciado). Nos encontramos, por ende, ante un dispositivo de producción de objetos objetivos, capaz de acoplarse a la matriz discursiva, establecida en cuanto a priori histórico, dispuesto por las narrativas liberales sobre la democracia (a su vez, tan propios de la filosofía de la historia moderna del capital).
En suma, nos encontramos frente a una máquina de exterminio fáctico cuyo reverso posibilitante descansa en dispositivos productores de simplificación de imágenes: en clichés. O sea, nos encontramos con imágenes despotenciadas, las cuales devienen cliché, esto es, imágenes degradadas a su mínima expresión gestual, imaginativa y afectiva. En ese sentido, se torna conveniente mencionar al menos tres tipos de clichés que estructuran parte del andamiaje discursivo de la maquinaria sionista.
En primer lugar, y como ya advertimos, el supuesto derecho a la legítima defensa profesado por Israel es expuesto en cuanto reacción puntual frente al inicial ataque de Hamas. Esta operación sustrae la dimensión histórica del problema e invisibiliza la asimetría cualitativa entre el poder colonial de Israel (que, además de la fuerza bélica y mediática, cuenta con el poder de instituir y contravenir normas jurídicas nacionales e internacionales a su propia voluntad) y la resistencia política del pueblo palestino (resistencia enraizada al cuidado de sus formas-de-vida y orientada por la lucha en pos de su autodeterminación política).
El segundo cliché remite al combate contra el presunto terrorismo de Hamas. Si desde los titulares de los medios, Hamas es denominado “grupo terrorista”, que ejercería el arma política del terror tanto contra Israel como contra la población gazatí de la cual profitaría, ello configura un escenario de entrada: Hamas detentaría el salvajismo, la figura de oposición natural a la racionalidad dialógica intrínseca de la democracia liberal. Es decir, con Hamás -cuan retorno de lo reprimido- advendría la amenaza de la barbarie: una irracional capacidad de violencia demostrada en la conducta de sus integrantes, quienes, obedeciendo los designios divinos y sacrificiales, estarían dispuestos hasta a matarse con el fin de matar a los sujetos civilizados. Este cliché orientalista porta el virus del espanto excesivo: la monstruosa muerte con que nos amenazan los monstruos terroristas del monstruoso islam. Vale mencionar que, desde Hobbes en adelante, una corriente relevante de la filosofía política extrae su energía a partir de este salvajismo mítico que impone la necesidad de ser reprimido, justificando la adopción de criterios securitarios.
El tercer cliché ejerce una función inmunitaria, la cual busca neutralizar las críticas contra el conjunto de la maquinaria sionista: la noción de antisemitismo. Esta noción es fruto de una operación, de un lado, sinecdóquica (donde se llama al todo, lo semita, a través de una de sus partes, los judíos) y, de otro lado, de apropiación por exclusión (donde la diversidad de pueblos semitas, entre ellos los palestinos, quedan excluidos en beneficio del judío). No obstante, además el cliché busca identificar al sionismo que detenta al Estado de Israel con el pueblo judío, en su calidad de doble heredero privilegiado: por una parte, heredero de un relato mítico, presuntamente anclado a una teología bíblica, cuyo rendimiento político y totalitario se sintetiza en la autoconciencia de un Pueblo Elegido que vuelve a una Tierra Prometida tras su peregrinaje por la diáspora; por otra parte, heredero único del “Holocausto” perpetrado por el nazismo, lo cual le inviste el aura de “víctima absoluta” de la historia (Karmy, 2023), brindando a Israel un incondicional derecho de defensa contra las fuerzas que, desde los albores de la historia, han intentado exterminar al pueblo judío. Junto a ello, en el desarrollo del sionismo como maquinaria colonial burguesa y racista se ejerce un exitoso movimiento de desplazamiento orientalista: hacer del árabe del siglo XX aquello que era el paria judío a los ojos de la Europa central del Siglo XIX: un exceso barbárico que amenaza la civilización. De ahí que el sionismo, lejos de representar a los creyentes judíos, usufructe de tal religión para consumar su proyecto colonial en detrimento de los nativos palestinos.
Estos tres clichés insuman parte de la maquinaria sionista, en su variante discursiva, la cual día a día vemos desplegarse a través de los medios de comunicación masivos. Sin embargo, su enunciado sintetizador, devenido máxima y principio articulador de los elementos constitutivos, ya no sólo del sionismo, sino de la cultura occidental moderna, y que le permite al primero insertarse en ésta, es el siguiente: se ha de defender la civilización (en este caso, el “Estado democrático de Israel”) contra las supersticiones y fanatismos irracionales de la barbarie (el “terrorismo islámico de Hamas”). Por ello, cuando llega el final de cada día y los periodistas occidentales se hunden en sus almohadas, sólo logran conciliar el sueño tras decirse, tras repetir hasta convencerse, lo siguiente: “después de todo, y pese al genocidio, nuestros semejantes no son los nativos palestinos, sino los colonos judíos; ellos son nuestros prójimos, nuestros amigos, por quienes mentimos y callamos hora tras hora”.
En suma, como consecuencia de lo anterior se desprende una doble clausura temática. Por una parte, la complejidad de las discusiones sobre la des-identificación entre sionismo, en tanto ideología y proyecto neocolonial, y judaísmo, en tanto religión y forma-de-vida. Ello, a su vez, ralentiza la única solución del problema, esto es, la vía hacia una desionización de Palestina y de los israelíes, desionización que abrir la esperanza en un Estado plurinacional. Por otra parte, actualmente también parece clausurada la posibilidad de reflexionar acerca de los diversos usos de la violencia que hoy puedan asistir al pueblo palestino, los cuales, por cierto, yacerían amparados en sus derechos políticos de autodeterminación colectiva.
Mientras no sean transgredidos esos clichés que abstraen, contienen y capturan la vida de los palestinos para presentarla bajo los cánones y coordenadas ya prefijados por el poder y su discursividad hegemónica, sólo se estará junto a Palestina por mera compasión humanitaria: no se buscará contagiarse por la potencia imaginal y afirmativa de Palestina, sino que se la apoyará por el sufrimiento (tan nuestro) que su negación nos gatille.
Imágenes
Sin embargo, cada día, a cada instante, no dejan de extenderse y astillarse los márgenes de una grieta. Se trata de una porosidad afectiva, de una rabiosa pesadumbre, de un indignante dolor, que horada los simplismos binarios (terrorismo/democracia, barbarie/civilización, oriente/occidente) a través del irrefrenable caudal de imágenes que circula en redes sociales (Amar, 2023). Esto no quiere decir que las redes sociales constituyan un campo de transparencia exento de la maquinaria sionista; más bien, es una grieta dentro de esta maquinaria y, a su vez, de la cual la subsume, la máquina del capitalismo algorítmico. Así, pese a intervenir los algoritmos, abajar publicaciones y a censurar palabras, los administradores de las redes sociales no puede detener la resistencia que opone el flujo de imágenes, la creación de afiches y las discusiones que los usuarios desarrollan. ¿Por qué? Porque, sea como sea, esas imágenes expresan la potencia imaginal y los padecimientos afectivos de un pueblo que, hasta en el más cruel de los exterminios, irriga vida a este mundo. Y nada de eso es cliché.
Por otra parte, y en sintonía con el proceso de abstracción que caracteriza a la actual “israelización del mundo”, podríamos insistir en que los clichés, en última instancia, representan meras imágenes degradadas a causa de un discurso previo donde permanecen capturadas. Tales discursos operan exprimiendo el aura de las imágenes, despojándolas de su posibilidad de vivificar la imaginación y de remover los afectos más allá de los pobres límites interpretativos que aquel discurso hegemónico impone. Clichés: imágenes sin imaginación ni padecimiento; imágenes des-imaginadas y devenidas cosas, engranajes, gramática visual de un relato tan hegemónico como ramplón. Vetando la posibilidad de palpar la sanfrienta aspereza de la devastación, robándonos el olor de la angustia que recorre los edificios segundos antes de ser impactado por un misil o años después de ya haberse desplomado sobre familias de fantasmas, los clichés, al contrario, robustece el binarismo abstracto de un sistema de coordenadas prexistentes, cuyo fin, gestional y neofascita, sólo consiste en la predictibilidad securitaria bajo la lógica estadística compuesta por datos variables y constantes.
Pero hay de algunas veces que quienes estamos comprometidos con la dignidad de Palestina, también caemos en clichés. Por ejemplo, cuando, ante el descaro de las palabras de Netanyahu o frente a la hipocresía de las declaraciones de los gobernantes Otanista, transmutamos nuestra rabia en odio; o cuando, tras vibrar hasta el llanto con las imágenes de la masacre de niñes, nos asedia la culpa por aquel dolor que -creemos- nosotros no estamos sufriendo o que no estamos sufriendo lo suficiente como para decidirnos a hacer algo más que compartir imágenes, escribir y marchar en esta país aparentemente tan lleno de placeres en comparación con la tierra Palestina.
¿Cuál sería el cliché del odio? Si la rabia lucha por la justicia hasta aceptar una muerte que no se busca (tal es el sentido del martirio), el odio no apela a la justicia, sino al aniquilamiento del criminal, o sea, a la venganza (tal es, en contraste con el martirio, el sinsentido de quien exige sacrificios: saciar la sed de sangre con la cual restituir un orden). En esa reducción del israelí al sionista que solemos hacer, también hay algo de venganza: una simplificación que opera ya no por medio de una racionalidad instrumental, como cliché del sionismo, sino que es irasciblemente dirigida por la pulsión de muerte.
Me atrevo a decir que durante estos dos meses más de una noche, parpadeando entre sueños oscuros y luminosas vigilias que bordean el delirio, más de una vez he fantaseado con el no tan secreto deseo de aniquilación de Israel. Sin embargo, cuando recobro la prudencia, noto que ese cliché gnóstico, tras su reduccionismo, no hace más que clausurar el mundo: clausura la posibilidad de desionizar al colono israelí y, con ello, de que goce, en cuanto judío, de la interculturalidad que durante 4 mil años ha policromado a Palestina. Esto último que he dicho no representa un cliché, sino que constituye la imagen que ha palpitado en los ojos de millones de habitantes de Palestina a lo largo de la historia y, al mismo tiempo, la imagen que seguimos imaginando otros cuantos millones de seres humanos sin necesitar tener ascendencia palestina.
Paralelamente, también solemos introyectar otro cliché. Uno más solapado, malsano y vestido de una lacerante bondad: el cliché cristino, el de la culpa. Así, mientras el genocidio contra el pueblo palestino ha de prolongarse, en nuestro pecho se va fraguando la turbia densidad de una culpa. Culpa que nos atormenta a causa de un cúmulo de alegrías, la de nuestros niños, de nuestros amores y amigos, de nuestras casas, ritmos y músicas, alegrías que creemos no merecer y, al mismo tiempo, a las cuales somos incapaces de renunciar. He ahí otro modo de cliché: dirigir el castigo contra nuestra interioridad antes que seguir luchando a favor de la justicia y dignidad del pueblo palestino.
En ambos casos de cliché, el del arrebato de un odio aniquilador y el de la culpa devastadora dirigida al castigo de sí, lo que triunfa es la despotenciación de la vida. En el primero, la acaece una degradación de la potencia vital en tanto mero poder destructor de un otro que, dada su irredimible naturaleza sionista, ha de ser aniquilado. En el segundo, la culpa que nos hace avergonzarnos y dolernos de nuestras alegrías mientras, en otras latitudes, un pueblo hermano continúa siendo exterminado, la potencia vital se degrada en simple impotencia negadora de la vida. En ambos casos, ha triunfado el fascismo inherente al sionismo: en el primero, nos ha hecho uno igual a él; en el segundo, ha logrado redirigir nuestras fuerzas para permanecer inmune y, de paso, hacer que dejemos de creer en la felicidad aquí en la tierra.
Niñes
Para finalizar este texto (y para abrir todo lo demás) sólo dejaré la vibración de una imagen. Se trata de una imagen que dibujaré con palabras, para que cada cual, la haya visto o no, pueda imaginarla. Durante las primeras semanas de bombardeo contra el norte de Gaza, un misil israelí dejó un considerable agujero en el patio de un Hospital donde se albergaban una gran cantidad de niñes y refugiados. Al día siguiente, el agujero, las esquirlas, los residuos de armamentos, la tierra incendiada y todo signo de muerte fueron coloreados, dibujados y transformados y usados por los niñes palestines y sus cuidadores (de algún modo también niñes) para jugar: fue su forma de reafirmar la felicidad de la vida y no sólo de sobrevivir; de reafirmar esa forma-de-vida que también late en nuestros niños y en nuestras propias alegrías, incluso cuando, ya sin culpas ni odios, todo esté perdido. Quizás justamente sea eso, y no el odio ni la culpa, lo que se juega, resiste y prolifera en Gaza, lo que ya nos ha regalado y nos seguirá regalando y enseñando Gaza: la potencia de la imaginación en común y el con-tacto de los afectos. Porque en Gaza, como niñes que corren hacia la playa, se juega la felicidad de este juego que es la vida.
Referencias:
Amar, Mauricio (2023): “Gaza. Representación, imaginación y poder” en Ficción de la Razón, 5 de diciembre de 2023, disponible en: https://atomic-temporary-79642232.wpcomstaging.com/2023/12/05/mauricio-amar-gaza-representacion-imaginacion-y-poder/#more-10673
Karmy, Rodrigo (2023): “La lengua del exterminio. El sionismo como religión de la muerte” en Disenso. Revista de pensamiento político. 7 de noviembre de 2023, disponible en https://revistadisenso.com/la-lengua-del-exterminio/

