Mauro Salazar J. / El malestar como despojo. Dispositivo de la post-transición

Filosofía, Política

En medio de un paisaje empapado de negacionismos y enemizaciones, dice Carlos Peña, “Han mejorado de una forma inimaginable las condiciones materiales de existencia, hasta situarse entre los países con alto desarrollo humano, pero al mismo tiempo ha incubado un malestar hasta hace poco soterrado y, de pronto, hecho explícito con alto desarrollo humano-, pero al mismo tiempo ha incubado un malestar hasta hace poco soterrado y, de pronto, hecho explícito” (2020). Aquí no hay vestigios sobre la acumulación primitiva de capital. No hay referencia sobre la caída de los salarios reales y su traducción en informalidad y angustia existencial. Ni siquiera existe alguna referencia (decorativa) a las formas de explotación analizadas por el intelectual de Tréveris.

Qué decir de los mitos del progreso a la hora de mitigar la violencia que involucra la relación entre estrés y capital. La publicidad transicional -con sus Protágoras- fue capaz de pacificar los antagonismos, garantizando un “mar sereno”. Una apacible continuidad dominical que se ausculta en la propaganda epidemiológica que expande la noción de malestar como un problema inevitable de las “capas medias” ante las fallas de mercado.

Los think tanks, “tanques de pensamiento”, segundos pisos transicionales, hoy exudan una orfandad hermenéutica para imaginar los enjambres de la subjetividad. Una tragedia visual de las epistemologías y una eficiente profecía vulgar. Entre silogismos y carcajadas transicionales (años 90’) la modernización fabricó la “armonía” entre desigualdad estructural y paz social mediante consumos expansivos. De aquí en más, toda frustración fue llamada mal-estar y la sociología ofertó velozmente la vaguedad necesaria -un significante vacío- para catalizar difusamente la gestión del orden. El malestar es una tecnología que contiene, administra y disciplina “cuerpos monetarizados”, pero permite el despliegue adaptativo de la sociología que ha naturalizado un discurso de la desigualdad cognitiva dentro de los dispositivos de gubernamentalidad.

En suma, el dispositivo mal-estar sería un resultado del progreso (consumos glonacales) y de «expectativas» insatisfechas. En este punto la post-transición chilena es un proceso de “modernización” destinado a reubicar el “papel del malestar” neutralizando conflictividades y disidencias. El malaise, en tanto principio de realidad, es un recurso del realismo, diagramación y sentido común que pudo colonizar la vida cotidiana y sancionó las cogniciones críticas a nombre de afecciones psicológicas. Toda modernización (emprendizaje) implica malestar y todo malestar se debe a una modernización. Tal es la tautología en cuestión, a saber, malestar y emprendizaje.

¿Malestar para civiles y militares? ¿Teoría o diagnóstico? Tal estado de cosas, nos obliga a repensar la fertilidad del términoinductor, como aquella tecnología que fomentó una república centro-centro y opacó la irrupción de antagonismos, diluyendo la expansión de “las diferencias”. No ha sido un lugar común para nuestras elites vincular el mal-estar con la racionalidad abusiva de las instituciones porque inviste un dispositivo de gobierno.

Y así, se forjó un Mall -lista de lavandería- de los problemas de salud mental. Tal rectorado semiótico con su sobriedad verbal (mal-estar) se debe al tiempo (post)transicional de encuestas, índices de urbanidad, miedos, depresiones y desconfianzas, obesidad de los chilenos, situaciones de espasmos, psicotrópicos, trastornos de sueño, smog y perturbaciones de la vida farmacéutica.

Y así, toda la ciudadanía se encontraría sumida en los deseos y estéticas anestésicas del mal-estar oligárquico. Una máquina gubernamental productora de “individuos normados” que ofertó una narrativa -epidemiológica- para normar psiquiátricamente la vida cotidiana. La episteme transicional como dispositivo de gobierno, extendió las brechas entre la modernización (crecimiento, consumo, progreso) y la autonomización de las subjetividades respecto a los discursos del consenso. El Malestar hizo de la sociología una manufactura de obscenidades –epistemicidio– donde todos los caminos son posibles. Y para muestra un botón: la revuelta también fue motejada de malestar.

Bajo la teoría de la gobernabilidad, el mal-estar obtuvo sus “piochas de bronce” en su eficiencia tutorial para gestionar elitariamente los antagonismos en nombre de la Realpolitik. Un hito fundamental fue el Informe del PNUD de 1998”, y las épicas del realismo (“Paradojas de la modernización”) cuando daba cuenta de los pesares de la subjetividad y la necesaria producción de consensos racionales. El malestar gubernamental. Pregunta fundamental, ¿de alta o baja intensidad? Todo el lenguaje aporofóbico deviene descriptivista y curatorial, para producir retóricas de pacificación en plena fractura entre política institucional y vida cotidiana. El “malaise gestional” ha derivado en un “supermercado cognitivo” que obliga a transitar dócilmente entre modernizaciones, sujetos dóciles, ideologías adaptativas, beligerancias naturalizadas y ciclos de protesta social que impiden diagnosticar las nuevas expresiones y figuras de conflictividad y enemización.

Todo se asemeja a un déjà vu de los años 90’. Y así, irrumpe la “pulsión consociativa” que nos remite al realismo visual de la teoría de la gobernabilidad que pudo gestionar los dolores de la subjetividad. El malestar, aquel dispositivo biomédico de la imaginería transicional, no es más que un “estado de anorexia”. Por fin, todo experto que insiste en el uso del malestar, no es sino un empleado cognitivo que abraza la distancia infinita de la acumulación.

Hojarascas.

Lectura: Carlos Peña. Pensar el malestar. Taurus, 2020

Mauro Salazar J. Doctorado en Comunicación. Universidad de la Frontera.

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