Es el momento en que todxs hablemos de Palestina. Todxs, significa, un común del que podemos hacer experiencia. Todxs, implica transgredir la normalizada división social del trabajo y asumir que el porvenir depende hoy de Palestina. En este sentido, Palestina no es el nombre de un asunto étnico, tribal o particular. Más bien, es el nombre de una solidaridad. ¿Y qué es la solidaridad? Ante todo, es el erotismo con el que los pueblos se abrazan en el instante de peligro. El momento políticamente imaginativo de los pueblos que va a contrapelo de la catástrofe en curso. “Solidaridad” deviene, por tanto, la cifra de un encuentro entre cuerpos que material y singularmente danzan en medio de la destrucción devenida. La “solidaridad” es, por tanto, el lugar que se abre cuando las instituciones habituales del Estado se derrumban y exhiben la violencia de su fundamento; “solidaridad” es, por tanto, el lugar que acoge y potencia, frente al militarismo que aplasta y asesina, que desgarra y extermina.
No se trata de que todxs “debemos” hablar de Palestina o que simplemente podamos decidir que “queremos” hablar de ella. Más allá de un “deber” y de un “querer” se trata de un “poder” que nos atraviesa y nos envuelve en una experiencia común bajo el término “solidaridad”. “Podemos” hablar de Palestina, su condición está ahí para tomarla. La “decibilidad” de una “potencia” que etsá disponible para todxs pero que no se agota en alguien en particular. Todxs significa inmediatamente una potencia capaz de desafiar la institucionalizada división del trabajo. Amplitud de mirada, sonrisa “solidaria” en la que se desenvuelve el común que hoy abraza el nombre Palestina. Todo está condensado en ese término. También el devenir de lo que podremos entender por Universidad. ¿Es neutral el saber? –pregunta clave que se juega aquí y que, gracias a Palestina, se puede volver a abrir para pensar sus múltiples caminos. Probablemente la Universidad bajo la rúbrica de la solidaridad pueda suspender, por algún momento, su maquinaria de saber-poder y abrigarse a lo intempestivo del pensamiento.
Habitualmente dos discursos impregnan el debate. Por un lado, el de que es necesario enfatizar la dimensión experta del saber-poder universitario y su formación, por otro, el discurso anti-académico que cree que puede pavonearse solo por el planeta sin los saberes ni las reflexiones necesarias que la formación universitaria ofrece. En realidad, esos dos discursos no son sino el mismo discurso universitario (Lacan) en su doble faz, sea su cara de saber (expertos vulgares), sea su cara del anti-saber (militantes vulgares),. En cambio, el acontecimiento del pensar quiebra dicho discurso y le plantea a la universidad que su régimen de saber-poder, en realidad se debe siempre a la discontinuidad de su infancia, lugar en el que imaginación y pensamiento devienen un mismo continuo, y todas las certezas que parecían evidentes y se hallaban naturalizadas se vuelven opacas, extrañas y dignas de interrogación. Quizás, lo que aquí se desvele no sea más que el rostro de Dios, único lugar en el que el conocimiento pueda transmutarse en verdadera experiencia, donde la “cosa” no es un simple “objeto” sino un lugar en el que se experimenta la felicidad de la existencia.
A esta luz, si existe una lucha que ha dado signos claros de que es imposible dividir la expertiz de la militancia, la teoría de la praxis, intelectualidad de la acción es precisamente la lucha Palestina: es Palestina la que desafía la división social del trabajo y que resta a la maquinaria del discurso universitario. Gracias a estos miles de intelectuales –que muchas veces han arriesgado algo más que sus posiciones académicas- que, a su vez, están anudados con la silenciosa historia de los miles de luchadores durante estos 76 años de nakba, que hoy podemos poner en cuestión al sionismo y sus dispositivos mitológicos. Gracias a estas luchas podemos contar con un mínimo de vocabulario crítico que nos permita hablar de “colonización de asentamiento”, “resistencia” (sumud), “nakba”, o “intifada” entre otros términos. Porque estas luchas han sido la irrupción de humanidades populares que, desde las múltiples periferias –periferias que, sobre todo, habitan al interior del propio centro- han impugnado el régimen del saber poder dominante sobre el cual se sostiene el sionismo.
El devenir de las humanidades populares no es más que el acontecimiento del pensamiento que interrumpido las formas institucionalizadas del saber y sus repetitivas cadenas ideológicas. Por eso, nada de simple expertiz orientada bajo la ideología de la neutralidad, pero tampoco del vulgar anti-intelectualismo que se asienta en la frase de la 11era tesis sobre Feuerbach de Marx sin entender un ápice de ella. No. Necesitamos la “solidaridad” en la que el acontecimiento del pensar se revela justamente como una verdadera experiencia en común. Pensar es siempre pensar juntos. Por eso, es precisamente en momentos como estos, cuando una intifada global irrumpe en los caminos, cuando donde todxs podemos hablar de Palestina. No simplemente “debemos” por algún imperativo moral ni “queremos” por la arbitrariedad de nuestra voluntad, sino “podemos” precisamente porque el acontecimiento Palestina juega con la materialidad imaginal de los cuerpos.
Mayo 2024

