a Nelly Richard
pulsión de escritura.
Il Pleut sur Santiago es una filmografía (1975) sobre el tiempo que invoca la identidad del exilio chileno tras el Golpe de Estado. Es una producción de Helvio Soto que se inscribe en el tiempo ininterrumpido del exilio y en la necesidad de generar efectos de representación para testimoniar la insondable tragedia de 1973. Aquí el tiempo es un tópico prevalente, perenne, inhabitable. El tiempo no provee ningún porvenir mientras no sea posible reconocer en el pasado un sentido de futuro.
El título del film acompasa un movimiento de visualidades y significados que articulan tiempo e historia en una fábula de imágenes. La lluvia interminable es el telón de fondo y su monótono repicar abraza el descenso en la inmanencia como huella siniestrada de la historia. Un conjunto de sucesos ruines donde ya no es posible organizar un campo semántico.
Nombrar nuestro encierro es la enseñanza de la tragicidad que no tiene lengua. La lluvia es similar a la destinación de lo que vendrá después de los halcones. Una metáfora del tiempo que se vive qua perpetuación de la catástrofe, como resonancia que marca nuestra violencia irrefrenable. Santiago es una zona gris, un programa de muerte, convertida en la capital del horror. Una lengua desgarrada, fragmentada, herida tras el Golpe, acompañará a las subjetividades mudas. Un tiempo que ha quedado gra bado por la amenaza de muerte. En suma, las frustraciones y las dificultades de estar en el mundo, de haber sido expulsados del presente. La lengua es sinónimo de destierros, porque solo será posible pulular en desposesiones y en desarraigos sin obra comunitaria. ¿Qué pasó para perder de un Golpe la lengua? A partir de la escisión entre dos temporalidades inconmensurables se dispone el olvido como despojo de palabras. La desnarrativización del tiempo hará estallar la energía comprensiva de los acontecimientos.
Más tarde las modernizaciones cyborg. Televisores locales y del primer mundo, imágenes del bombardeo a La Moneda cristalizan un argot de significados e imágenes que se diseminan por el cuerpo social desbordando el campo estético del cine/audiovisual local. La imagen de La Moneda bombardeada funge como propuesta metonímica que representa el 11 de septiembre (1973). El Golpe es metáfora expansiva y un escenario de devastación donde “bombardean”, “destruyen” “queman libros” “violan” y “refundan con guillotina”. El Palacio de gobierno es la conjura de una bruma que pondrá en jaque el destino de todo acuerdo democrático.
En medio de tales éxodos, Astor Piazzolla alcanza un intenso paisaje sensorial. En su organología encontramos un total de nueve cortes: Presagio, Salvador Allende, Como del sud, Salvador Allende, Combate en la Fábrica, La Maison de Monique, 11 pleut sur Santiago y Jorge Adiós. Piazzolla supo retratar todo el gris del horror, el infinito exilio, y los vejámenes del oscurantismo. La organología logra capturar la pregnancia emocional del registro histórico -lo inenarrable/inimaginable- mediante una metáfora estético-visual, cuando las palabras no logran articular un relato de la experiencia. La dramaturgia y las “lengüetas libres” del Doble A, Bandoneón, desanudan la imposibilidad de representar lo irrepresentable -el horror-, merced al fuelle (1900) capaz de dar voz a la inmigración italiana y los desbandes de dialectos. Allí donde se soportan las escasas representaciones del Golpe. Las llamas descontroladas de Palacio como premonición del descontrol neoliberal. Todo será incinerado y no habrá lugar para la expiación.
La extinción de todo horizonte compartido como aquello que el filósofo chileno, Willy Thayer, llama la “sociedad del golpe”. Sociedad fundada desde y para el Golpe. Piazzolla y la máquina de padecimientos petrificados en metal y madera, apela al trauma acústico que cultiva una sensitividad que mantiene en retención las “estéticas de la sangre”. Sangre que marca la época de la desaparición, y nuestros heraldos. Astor Pantaleón nos brinda un universo de sonoridades, una fuerza imaginal, hasta imputar la letra modernizante de los “Chicagos Boys”. El sentimiento de pérdida permanece en vilo luego de 50 años de lenguas modernizantes y oligarquías mercantiles. El Bandoneón -en toda su sensorialidad- interactúa con diversos éxodos forzados, donde la desterritorialización del capital muestra a nuestras élites ávidas, extasiadas de “capital foráneo”. El exilio aparece como una “condena” inaferrable, e imposición absoluta que deriva de unas condiciones de extrema urgencia generadas por la persecución política. Una “pulsión” de salvación de quienes se fueron del país en aquellas circunstancias. El exilio altera una cierta memoria inmediata del acontecimiento, pero intensifica los rasgos de una experiencia en “duración”. Aleja del espacio conocido, al imponer un mundo extraviado, que lleva a la valoración sensible de aquel espacio que se ha dejado, que ahora es visto y vivenciado de manera radicalmente nueva e innombrable.
La película de Helvio Soto, y su afán de memorias combativas, alude a la riqueza de acontecimientos -a los deseos de reconstrucción- de la izquierda chilena en el exilio y, especialmente, a la magnitud de una catástrofe, donde se ha derramado la experiencia. Los lazos que aún podrían quedar entre lo político, lo social, aunque fueron aplastados por un hito sanguinario. Piazzolla retiene el tiempo triste que encierra la destrucción de una época donde la ciudad y sus habitantes han visto como el ritmar desaparece para siempre. Piazzolla puede traducir la experiencia del horror que no tiene lenguaje, invocando el Doble A y la tristeza del violín –Antonio Agri.
Un collage de la supervivencia, que solo puede nombrar una sonoridad sin diccionarios. Todo en una doble configuración, ya que ausencia e inmigración forzada se presentan como una circunvalación de los exiliados chilenos en Venezuela, México, Canadá o Alemania. Una vez expulsados de la patria, se padece el extrañamiento —apátrida— como lo sufrirá una legión de padecimientos donde se ha perdido la lengua.
Un silencio retumbante en un análisis tímbrico, tiñe la operación fundacional del golpismo crónico. Y si la herida supura, y no para de sangrar, cómo explicar el drástico presente del tempo triste que experimenta Chile-. Algo necesario, pero no suficiente para dar cuenta de la drástica transmutación que cifra una devastación sanguinaria. Devastación que no para de llegar.
Por fin, el tratamiento de las memorias devela la actividad rampante de lo innombrable en la cotidianidad de los chilenos. Un duelo que aún permanece como un capítulo inconcluso donde los cineastas, infatigablemente, pudieron globalizar la memoria histórica y develar la violencia del capital. En suma, tras 51 años, existe un nudo ciego entre Golpe y actualidad
La lluvia no cesa.
Mauro Salazar J. Doctorado en comunicación. Universidad de la Frontera-La Sapienza
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