Plenario sobre Mahmoud Khalil en Manhattan en la noche del sábado 22 de Marzo. Se me ocurre describirla, al vuelo, como una experiencia agridulce y detallista, aunque con eso decimos poco. Sabemos que el detalle expone la tentación de invocar plenamente a la figura ausente. Si al mundo hoy le falta la especie humana en su conjunto, aquí nos falta un hombre: falta Mahmoud Khalil entre nosotros. Este era el pathos subyacente a las previsibles consignas que todos sabemos. Buscar y anotar el detalle que reverbera entre nosotros, eso pensé desde el fondo y ahora lo sigo pensando. Hace unos meses solo cierto milieu del Upper West metropolitano sabía de Mahmoud Khalil, o había podido escuchar su voz durante las acampadas propalestinas en Columbia University. En su capacidad de detalle que ha astillado la totalización en la que nos encontramos, el nombre de Mahmoud Khalil nos da entrada a todo lo que nos falta. Divagar es promover una enunciación de pequeñas ruinas: falta Mahmoud Khalil, falta Palestina, faltan esos otros, recordados en la carta de Khalil, que pueblan los oscuros calabozos a la espera de una deportación sin proceso en el país de la “Originalist Constitution”.
¿Qué significa que estemos ante un acusado de deportación que encarna, al mismo tiempo, la figura del “deportado interino” en el mismo sistema legal que lo busca expulsar? Sabemos que el deportado no puede ser simplemente “un hombre”, sino que debe ser la negación de la humanidad, el resto inhumano del cual depende la motorización justificatoria del nexo social. Khalil: migrante, estudiante, deportado. En cada denominación que se derive de la ficción de la “identidad civil” se destruye infinitamente al hombre, porque la guerra ahora es por la mera presencia entre género humano y palabra. Que haya sido Mahmoud Khalil el blanco de un primer escarmiento no es un ‘caso’ aleatorio, sino evidencia de la eficacia social contra una de las últimas figuras felices de Occidente, el estudiante. Por activa o por pasiva el estudiante debe ser acechado: el rapto de Mahmoud Khalil de Columbia Housing en la noche del 9 de Marzo es tan solo el punto de mayor intensificación de la capitulación del student a client, como recomiendan los más afables y creepies decanos universitarios. El detalle evoca necesariamente a otros: los escombros de las universidades en Gaza es la interfaz atroz y despiadada del proceso de desmantelamiento de la propia misión de las “humanidades” del proyecto de la universidad ilustrada que desde hace mucho sobrevive por inercia. Así, Khalil y la AI son apenas dos modos del ‘probing’ del nuevo funcionalismo social en el que todos somos sus inmates.
Domiciliados a la intemperie ¿Cómo explicar, por ejemplo, como relataba el organizador del encuentro que absolutamente todos los espacios de la Ciudad de Nueva York (universidades incluidas, por supuesto) se hayan negado a auspiciar o colaborar con un conversatorio público sobre un estudiante arrestado de esa misma ciudad? O lo que es peor: ¿Qué significa que los Board of Trustees universitarios y sus administradores de Columbia University hayan concedido todas las demandas del poder ejecutivo, poniendo así un precio a la cabeza de sus estudiantes (cuatrocientos millones de dólares) en el mejor estilo narco? ¿Y qué significa que las universidades sean espacios administrados por decisiones externas, a la vez que el cuerpo representativo termina desalojado o suspendido, como en efecto ha sido el caso de Grant Miner, el Presidente del sindicato de estudiantes graduados también aquí presente? Ahora puede verse con toda claridad y sin claroscuros que la promesa de la autonomización moderna queda liquidada gracias a la propia expansión de su supuesta independencia práctica. En el enésimo reenactment de la autonomización universitaria y el estado federal, lo que no tiene lugar – de ahí su reiterada promesa, por supuesto – es justamente Palestina.
Ha tenido que ser un constitucionalista, Chris Eisgruber, el Presidente de Princeton University, el que haya elaborado en estos días un texto programático donde se instala el duopolio de la autonomía universitaria y autoridad administrativa estatal como un dispositivo que, oscilando y asignados roles y competencias entre un lado y el otro, haya terminado por codificar que el verdadero objetivo es perpetuar la guerra contra las palabras contra un nombre; esto es, contra Palestina. La tarea de estabilizar las mediciones entre la universidad y el estado, es la operación estructurante: amasar todas las diferencias intelectuales y prácticas, culturalistas y regionales de la palabra fijada en “time, place, and manner” para así extirpar y contener la irradiación de su pasión. No se nos presenta ninguna novedad, obviamente: no pasamos por alto que a lo largo del curso histórico de la secularización, como bien ha notado Erich Auerbach, la domesticación de la pasión (pathos) fue sometida a una regulación sentimentaloide, arrancandola de su sentido original ligado al estado de lo posible, a su capacidad de generar un movimiento en el alma del viviente (kinēsis tes psuchēs) [1].
¿Qué significa depurar una palabra de su pathos, y alienar a la especie humana de la interioridad sensible de sus almas? La extenuante soledad del estudiante a nivel epocal se encarna en Khalil como lugar donde se ejerce la depuración no solo de un cuerpo, sino primordialmente de la elaboración de la denominación de los nombres. Por eso solo vamos ganando en intensidad cuando intentamos no ceder la furtiva gama de los nombres en los que aparecen no solo los muertos y los mundos por venir, sino también las instancias del dolor y de lo inestable de un cúmulo de experiencias que se apilan para cortar la cuerda de la infinitización del orden. La “nueva pobreza del estudiante” contemporáneo a la que se busca asentarlo radica en neutralizar la pasión del nombre y de la palabra; verbigracia, garantizar que mediante poder desinhibido de decirlo todo (aquí y ahora y al instante, inteligencia artificial mediante) se renuncia a la dinámica de lo decible y del nombrar con respecto a los fenómenos del mundo.
En este sentido, la lucha alojada en el nombre propio “Mahmoud Khalil” no se agota en la lucha política, ni en una lucha agitada por la fuerza inmovil y socialmente fractaria del ‘movimiento de movimientos’; al contrario, es una lucha por el aflorcerer de la palabra para la parcelación de un mundo que aún no concluye. La incompletitud del mundo: la incongruencia de los mundos reside en el tensado entre lo dicho y lo inasible. ¿Qué significa, en última instancia, la soledad de esa ingrávido canto que es Palestina? “Porque esta desesperación es genuina…— porque el hombre desesperado ya no puede considerarla una expresión adecuada de lo que busca para su alma. El horror ante la soledad humana irrumpe aquí con una fuerza irresistible precisamente porque todas estas destrucciones despiadadas aún no pueden eliminar la soledad” [2].
Notas
1. Erich Auerbach. “Passio as Passion”, en Selected Essays of Erich Auerbach: Time, History, and Literature (Princeton University Press, 2014), 170.
2. Georg Lukács. «Dostoevsky» (1962), en Welleck Ed., Dostoevsky: A Collection of Critical Essays (Prentice-Hall, 1962), traducción al castellano por el autor.
