Una nueva campaña de reclutamiento apareció en los campus universitarios de élite de Estados Unidos el pasado abril. En escuelas como Carnegie Mellon, Cornell y Penn, los carteles pegados en las paradas de autobús, con fondo negro, lanzaron una inquietante advertencia: «ha llegado el momento del ajuste de cuentas para Occidente», antes de acusar a la mayoría de las empresas tecnológicas de no considerar el «interés nacional» cuando deciden «qué debe construirse». Por el contrario, Palantir, el contratista de defensa especializado en análisis de datos y responsable de esta campaña de reclutamiento, declaró que no se limita a construir productos tecnológicos «para garantizar el futuro de Estados Unidos», sino, de hecho, «para dominar».
El mensaje implícito de la publicidad refleja la convicción de los líderes de Palantir, entre ellos el fundador Peter Thiel y el director ejecutivo Alex Karp, de que el verdadero mandato de Silicon Valley es consolidar la supremacía militar de Estados Unidos y de «Occidente», una nostálgica reacción por los días felices de la Guerra Fría y su fusión entre Estado, ingeniería y capital.
En esta versión del nacionalismo tecnológico, el make America great again se traduce en un impulso por el dominio, claro, contra adversarios extranjeros pero también contra el «capital woke», el consumismo afeminado y un sistema universitario dedicado a la justicia social y la diversidad (los carteles de Palantir se publicaron junto con una nueva iniciativa que invita a los estudiantes de secundaria con talento a «saltarse el adoctrinamiento» de la educación superior a cambio de una beca Palantir de cuatro meses).
Palantir tiene sólidos motivos para organizar su carrera de reclutamiento. Aunque los críticos se regodearon cuando sus acciones se desplomaron brevemente tras el anuncio de los aranceles de Trump, la capitalización bursátil de Palantir supera actualmente los 270 mil millones de dólares, más del triple de su valor en septiembre pasado. Además, la capacidad de la empresa para establecer contactos de alto nivel entre el personal de seguridad nacional le ha generado una serie de contratos gubernamentales vinculados a la aceleración del autoritarismo trumpista.
Palantir ya ha colaborado con SpaceX de Elon Musk y con el contratista de IA y robótica Anduril (otra empresa tecnológica con tema de El Señor de los Anillos dirigida por otro empresario de extrema derecha) para comenzar a construir la «cúpula dorada» de Trump, una versión estadounidense del sistema de defensa aérea Iron Dome de Israel. También está colaborando con el Department of Government Efficiency (DOGE) de Musk para crear una interfaz de programación de aplicaciones que permitirá a Seguridad Nacional rastrear datos fiscales en busca de más contribuyentes indocumentados para expulsar.
En abril, Palantir, que desde hace tiempo presume de sus colaboraciones con militares, policías y agentes fronterizos, ganó un contrato de 29,8 millones de dólares con ICE para mejorar su distópico Immigration Lifecycle Operating System. Es decir, destinado a proporcionar información molecular y en tiempo real sobre los inmigrantes que el gobierno busca monitorear, detener y expulsar. La empresa se dispone a revisar el sistema de gestión de casos investigativos de ICE para rastrear mejor a las «poblaciones» objetivo a través de cientos de categorías de datos, desde el color de ojos hasta tatuajes, dirección laboral y números de seguro social.
La actividad de investigación y desarrollo fascista de Palantir no se detiene en las fronteras de Estados Unidos: la empresa y Karp han proclamado su apoyo ideológico y material a Israel, que lleva adelante el genocidio en Gaza. En enero de 2024, durante una reunión extraordinaria del consejo de administración en Tel Aviv, la empresa publicitó su alianza estratégica con el Ministerio de Defensa israelí, proporcionándole tecnología para la guerra, incluyendo posiblemente su Plataforma de Inteligencia Artificial, vendida como una forma de incorporar chatbots alimentados por modelos de lenguaje en los procesos de toma de decisiones en tiempo real en zonas de guerra. La dirección de la empresa ha dejado claro que su concepción de la supremacía occidental implica la defensa intransigente del sionismo en el exterior y del nacionalismo de extrema derecha en el país.
En todo esto, ha quedado claro que Palantir representa la alianza entre la industria tecnológica y el nacionalismo autoritario mucho más que los torpes saludos nazis de Musk, el pronatalismo sensacionalista o el trolling «dark MAGA». Como escribió recientemente el académico de tecnología Jathan Sadowski, «desde el principio, el propósito de Palantir ha sido proporcionar… el “plano ontológico” al fascismo, ayudando a que sus objetivos ideológicos cobren realidad material».
En otras palabras, Palantir está construyendo la infraestructura digital para integrar las múltiples formas de violencia y control estatal en las que se basa el autoritarismo contemporáneo: desde el software necesario para deportaciones masivas hasta la IA utilizada en guerras contra pueblos colonizados.
Pero Palantir no solo construye para dominar, también quiere decirnos por qué. Menos de un mes después de la investidura de Trump, Karp publicó su libro, The Technological Republic: Hard Power, Soft Belief, and the Future of the West, escrito junto al responsable de asuntos de Palantir, Nicolas W. Zamiska. El libro es una extraña y prolija mezcla de textos neoconservadores, reflexiones pseudoeruditas y folletos corporativos (y, al parecer, muestra fuertes signos de posible uso de inteligencia artificial).
En su intento de unir el elogio a los ingenieros de Silicon Valley con una estridente exigencia de rearme de «Occidente», The Technological Republic dibuja una visión del futuro en la que las intuiciones sobre creatividad, tomadas del estudio de enjambres de abejas o de los cuadros de Jackson Pollock, se ponen al servicio de garantizar un dominio tecnológico de amplio espectro. En el centro está el lamento de que una élite liberal compacta ha agotado el coraje moral y el dinamismo tecnológico de Occidente justo cuando éste se enfrenta a la revolución de la inteligencia artificial y a la emergente hegemonía china. Tras la vaga retórica de la guerra cultural, no es difícil percibir la reacción airada de Karp y Palantir ante la resistencia organizada por los trabajadores tecnológicos –a través de campañas como #NoTechForIce o Tech Workers Coalition– al proyecto de construir para dominar.
Así como Karp ha subrayado el compromiso de su empresa con la supremacía israelí, del mismo modo su libro habla de una «izquierda» perseguida por el espectro de Palestina. El director ejecutivo de una empresa que obtiene enormes beneficios de los sistemas de vigilancia y extracción de datos, destinados a expulsar disidentes y personas indocumentadas, Karp escribe con desprecio sobre quienes quieren permanecer en el anonimato durante los campamentos contra la guerra de Israel en Gaza. Cita a un estudiante que dice: «si doy mi nombre, pierdo mi futuro». Con una asombrosa falta de autoconciencia comenta: «el velo protector del anonimato podría […] robarle a esta generación la oportunidad de desarrollar un instinto de verdadero dominio de una idea, de la recompensa de la victoria en la plaza pública, así como de los costos de la derrota».
Se trata del mismo libro que, en una variante de la teoría conspirativa del «marxismo cultural», trata Orientalismo de Edward Said como el principal culpable de la emasculación de un mundo académico construido en torno a la civilización occidental –y, por tanto, como un factor más en la vacilante supremacía tecnológica de Estados Unidos. Como declara Karp, el libro del crítico palestino-americano ha desestabilizado «toda una forma de ser académica en el establishment universitario», ha sido «el vehículo a través del cual el mundo académico sería rehecho».
The Technological Republic revela que el tecno-nacionalismo y el tecno-militarismo contemporáneos no solo tienen que ver con la construcción de infraestructuras para el control y la violencia estatales, sino también con la promoción de una ideología indistinguible de quien intenta venderte algo. Palantir obtiene beneficios no solo del modo en que el miedo a los migrantes, a la inteligencia artificial, a las próximas guerras libradas por enjambres de drones, moviliza los recursos de los gobiernos, sino también del discurso y el alboroto. La capitalización bursátil de su empresa se ha cuadruplicado en el último año, superando con creces el crecimiento derivado de los ingresos. Este vacío se llena con especulación, es decir, con palabras e ideas sobre el futuro. El futuro que Karp vende es uno en el que la alternativa es la ruina (la supremacía geopolítica y tecnológica china) o el dominio (estadounidense). Detrás de todas las quejas de The Technological Republic sobre la crisis de confianza en «Occidente», lo que Karp realmente quiere que creamos es en Palantir, es decir, el viejo negocio de la guerra, el racismo y la represión comercializados a través de una nueva y brillante interfaz.
Fuente: Machina Rivista

