Sobre Antropoceno como fin de diseño de Alejandra Castillo, La Cebra, Buenos Aires, 2025
Pese a todo
Sostenía el historiador Fernand Braudel en sus Escritos sobre la historia: “Esta vez no era cuestión, únicamente, de reescribir”1. La frase, en principio, puede parecer simple; puramente descriptiva en su idea de escritura. Sin embargo, la cuestión va más de fondo si se asume que lo que buscaba decir Braudel es que hay en el hoy, en el suyo o en el nuestro, una urgencia (una exigencia si se quiere) que es la de volver a mirar una y otra vez, sin dejar que el espiral descanse, los flujos de la historia, sus movimientos imprevisibles; la historia como devenir de lo acontecimental pero a la vez de lo contingente que jamás será solo cacofonía de sí mismo. El presente nunca se repite, apenas puede tener una traducción o emparentarse con el pasado –que bien podría ser la eco venido de un antes que se transcribe como la actualización de una sola voz–; el presente no como una reescritura o incluso como una simple escritura, sino como un ejercicio soberbio, desbalanceado y que se precipita evitando el mosaico iconoclasta, el nimbo que busca cubrir con su aureola santa la precisión de los relatos sobre lo que fue, lo que es y de ahí en más. Al fin, todo pasaría por escribir sobre el mundo a pesar de la escritura misma, escribir en el palimpsesto –huella sobre huella–; verterse en lo arcano, en lo secreto que va, ahí, siempre siendo, sensualizando (pensamos aquí en Condillac) nuestras intuiciones o boicoteando las verdades que siempre serán transitorias y definidas al paso por las hegemonías políticas, estéticas y entonces hermenéuticas. Deberíamos saber, a priori, que “[…] cualquier tipo de huella tiene vocación de ser archivada”2. Así se abre un pórtico que deja traslucir aquella zona en que la escritura puede tener un efecto, un tempo, y expandirse en la insondable región de lo que aún no se archiva; lo que todavía no es palabra oficial, logos, regla, repetición del canon: “fin de diseño”.
No es humano
Lo anterior, porque pensamos que el último libro de la filósofa chilena Alejandra Castillo, Antropoceno como fin de diseño (La Cebra, 2025) se implica con la potencia de este tiempo y su argot totalitario, estetizado, a la vez, en la hipervirtualidad de las imágenes (que han devenido en una forma expandida y licuada de la representación del mundo) arriesgándose, pues, a escribir pese a todo.
Y es mucho lo que podría decirse o volver a escribir sobre este libro, tan actual como “inactual” (inactual porque en su formulación filosófica el texto va de una cierta no presencia, de un anillo espectral en el que lo político se desplaza), tan justo –en el sentido de justicia y precisión– en su articulación y que lejos de toda paranoia escatológica, es una suerte de umbral epistémico que se debería tomar el riesgo de cruzar. Tal como Castillo lo señala en la introducción: “La imaginación narrativa de la lengua del antropoceno es la imaginación del fin del diseño”3.
Este pasaje alerta de lo que irá el libro en adelante. Primero porque el antropoceno en la autora no es solo entendido como una época geológica que sucede al holoceno dentro de lo que se ha denominado en la comunidad científica el “período cuaternario” de la historia terrestre. Tampoco lo entenderemos únicamente como los efectos destructores de la acción humana sobre el ecosistema planetario. En la filósofa la cuestión trata, sobre todo, de una “imaginación narrativa”, es decir, de lo que se entiende como el agenciamiento de una “razón” que se despliega en el mundo distribuyendo sentidos, organizando imaginarios, planificando la destrucción y definiendo patrones hegemónicos de todo orden. Para ella entonces, el antropoceno operaría como una suerte de significante amo que, tal como lo observaba Lacan en El Seminario 17, es “[…] la manera de entender cómo algo que se extiende en el lenguaje como un reguero de pólvora es legible, es decir, que prende, hace discurso”4. El antropoceno, así, como disposición inconsciente que se manifiesta en el plano de lo simbólico impulsando acciones concretas sujetas a la devastación y al totalitarismo. Insistimos: el antropoceno como la imaginación del fin de diseño.
Ahora, lo alarmante y la significación inversa que, pareciera, se desprende de la lectura de Alejandra Castillo y que –ocupando el término de François Jullien– hace “descoincidir” al sentido común respecto a la destrucción del mundo, es que según la filósofa
La escala antropocénica no es humana. Su archivo teletecnológico es algo rítmico, su inteligencia es artificial, las operaciones que incorpora son las de la interacción, la edición, la mezcla, el collage, el montaje, la hibridez, la traducción, la incorporación5.
Entonces, y aquí la intuición de Alejandra Castillo, es que el mundo así como lo conocíamos, deja de ser mundo; hablamos de otro mundo, de uno lateral en donde la emergencia de nuevas y diegéticas formas teletecnológicas llevan a las y los individuos a desentenderse del arrase de ese mismo mundo; hay una desmundanización deshumanizada de la destrucción, la que se archiva, como lo señala, en el perímetro donde lo humano ya no es, aunque, (y aquí también se percibe la tesitura escritural de Castillo deslizándose por diferentes bordes; escritura nómada nunca sedentarizada en estereotipos) no podría ser sin lo humano mismo que esta desmundanización deshumanizada podría tener lugar. La mecánica asoladora de los vivos aparece en lo espectral, en lo holográmico; en esta suerte de matrix de la destrucción a la cual solo es posible acceder vía virtualidad: una dimensión sin coordenadas en el aquí y ahora temporal de una existencia típica, sin embargo, solo deducible a partir de una inmanencia radical y de una historicidad también total. Una destrucción de lo humano producido por lo humano pero cuya escalada prescinde de lo humano. Un vaciamiento y una toma de forma; siguiendo a Catherine Malabou, el antropoceno como plasticidad, es decir “[…] el exceso del porvenir en el porvenir”6. Y aquí surgen preguntas casi inevitables ¿el antropoceno contiene al porvenir? O aún más ¿es el antropoceno el porvenir como fin de diseño?
Diseño y fantasma
“¿Qué es un diseño? Un diseño es una figura que se piensa por adelantado. Antes de la existencia material de la figura pensada ya se ha dado contorno a un objeto […] Lo propio de un diseño es la prefiguración de algo que aún no es”7.
Esta cita extraída del libro, aun en la introducción, pensamos que tiene una importancia filosófica mayor. Si bien se conecta con las ideas de algunas/os otras/os autoras/es como la misma Malabou, Derrida, Badiou, Butler, en fin, lo que hace emerger es la figura de un fantasma. Fantasmas que orbitan en torno al no-origen de un objeto porque éste no encuentra su actualización, su manifestación empírica si se quiere, si es que no persistimos en la relevancia protética, “injerencial del injerto”, de lo suplementario no como un después sino como un antes sin tiempo, sin lugar; una dislocación radical –el resto no es lo que queda sino un antes suplementario–. Se trata de un antes difuso, no identificable y que desbarata la línea temporal clásica y va ahí, buscando un objeto al cual plegarse pero sin declarar proveniencia.
El diseño es una arqueología imposible, no se deja hallar, pero así y todo un barniz adherido al objeto. Si algo califica en este último, en su aquiescencia como presencia, es una “prótesis de origen”8. El origen mismo ya fue bastardizado por que es el resto sin nombre, sin familia; lo suplementario de una cierta nada que, no obstante, está en el corazón del diseño que debe reconocerse, por implicación también política y de normatividad estética, como la verdad de un tiempo (la escena no-originaria).
El antropoceno no tiene origen, es inhallable; la temporalidad no tiene recurrencia, no releva ni revela. Existimos en un origen que es prótesis de sí mismo y el diseño, en este sentido, también es nada más que el tránsito y comercio con los fantasmas. Luego vendrá todo lo demás.
Es en esta dirección que la idea de diseño en Alejandra Castillo no solamente despunta hacia una liminalidad desconocida, al menos no de esta forma reforzada o tratada. Su idea de diseño podría ser considerada como un estructura del pensamiento; “el diseño” como un régimen de idea en tanto estabiliza una ontología de nuevo cuño que reconoce, justo, lo que Heidegger no vio aunque intuyó, el desmadre total de la técnica en telefactualidad distorsionada y anárquica. Recordemos las palabras ya resignadas del polémico filósofo que advirtió, no obstante, el riesgo porvenir:
Todo funciona […] y la tecnología arrastra a la gente. No sé si ustedes tienen miedo, yo ciertamente lo tuve cuando vi hace poco esas fotos de la Tierra enfocada desde la Luna. No es necesaria una bomba atómica […] Lo único que resta son condiciones puramente tecnológicas.9
Todo esto le permite a la autora entrar en lo político asumiendo la ontología del diseño como la escena no-originaria (o protética) que reconoce la polisemia de la dominación bien que, en este caso, la filósofa se refiera al diseño de la Modernidad. Como lo indica: “El diseño enlaza una definición de democracia, bienestar, desarrollo y un patrón energético […]. Este diseño nunca se pensó en la escasez de recursos”10.
Escritura por donde sale el sol
Si consideramos lo escrito, de alguna forma entenderemos la trenza crítica que se desprende de cada uno de los 14 ensayos breves que dan cuerpo a este libro. Las temáticas son variadas: crítica al capitalismo, a la guerra, a la cuestión del género y los feminismos (frente a los cuales la autora, siendo feminista, no renuncia a su potencia crítica: “Muchas veces ciertos feminismos reproducen la misma corpo política del orden dominante”11), lo carcelario como metáfora del mundo o la acumulación sexual originaria del capital, en fin.
Con todo, estas entradas se reúnen en un solo corpus filosófico-político que va templándose progresivamente y de manera precisa en la escritura de Alejandra Castillo. Porque habría que volver y decir que no es solamente cuestión de reescribir la historia, como lo apuntaba Braudel, sino que también de escribir en la historia, deslizando párrafos no desde un terraplén puramente apocalíptico lo que son las ingentes acciones humanas que sí, es verdad, podrían destruirlo todo, sino que encontrando en esta pulsión tanática un hendidura por donde se filtra un pensamiento particulado, fragmentario pero que es capaz de producir, a la vez y en el páramo de la más que legítima desolación de cara al futuro, un ensamblaje narrativo abierto al porvenir, a lo que puede o no llegar a ser sin renunciar a ese destino que es también el del pensamiento, procurando que nunca el desmadre de la barbarie nos embrome llevándonos, como sonámbulas/os, así como lo escribía Hannah Arendt, “[…] al bosque oscuro donde la filosofía perdió su camino”12.
En esta línea es que la autora logra, tal como lo narraba Michel de Certeau, que “[…] lo nocturno se abra brutalmente a la luz del día”13. Esto no significa que la destrucción del planeta, los genocidios, las guerras, el ascenso vertiginoso de los fascismos en su versión de extremas derechas “democráticas”, etc., no sean evidentes ni que no seamos testigos de esta articulación mórbida que abrevia lo que, de nuevo, Arendt denominó “el mal radical”. Lo importante en el libro de Alejandra Castillo es que este mal toma formas, se hace plástico y se deja ver, con originalidad, en su densidad contemporánea, la misma que hace de sus flujos un presente heterocrónico y alternante.
De este modo, en una serie de preguntas, el libro abre a indeterminaciones del pensamiento que, con todo lo que esto puede implicar, destacan por las posibilidades hermenéuticas que con la fuerza de la escritura aperturan a cuestiones fundamentales para entender lo contemporáneo. Por ejemplo, en el texto titulado “Gobierno de la riqueza” Castillo se pregunta “¿Por qué se escribe la historia?” 14. Y aquí podríamos enarbolar la más fácil de las respuestas: para validar la hegemonía de los vencedores. Pero la filósofa genera otras salidas; sinuosas salidas escriturales que inventan otra interpretación como respuesta:
El gobierno de la riqueza transfiere a las periferias el costo del uso de alta tecnología como contaminación, saqueo y depredación de ecosistemas. El gobierno de la riqueza transfiere a las periferias el costo del disfrute de recursos naturales en la forma de usurpación de tierras y neocolonialismos en busca de apropiación de los recursos naturales. El gobierno de la riqueza transfiere a las periferias el costo de su bienestar y alimentación exquisita en la sustitución de bosque nativo en monocultivos.15
La repetición de la palabra “periferia” aquí es la tecla que Castillo –insistimos, en el deambular escritural siempre resguardado por la crítica resuelta y consciente– toca; periferia que viene a ser el tálamo, el recipiente de toda la parrilla programada de la devastación propia de lo que denomina “gobierno de la riqueza”. El asunto no refiere, y hay aquí una fisura con otras lecturas entre las cuales me sumo, simplemente de la oligarquía folclórica que patenta el poder, sino de un gobierno, es decir, de toda una red extensiva de dispositivos, infraestructura, discursos, medios, en fin y que estaría a la base de esta dominación. La historia en esta perspectiva, intentado releer y responder peregrinamente a la pregunta de Castillo a ¿por qué se escribe la historia?, es porque hay que controlar y marginar aún más la periferia; ensancharla para que en tanto tal siga dispersándose por fuera de los bordes de la riqueza; allá, lejos de mi tierra, de mi agua, de mi oro, de mi mundo. La historia se escribe para que la dominación no entienda de límites y sea esencialmente ciega a la pauperización de esas tierras y de esos gobernados de los cuales extraen sus riquezas. Es como una legitimación inconsciente de la periferia; es necesaria, urgente, imperativa; es la palabra; la unión de todas las fuerzas de la historia que se reúnen para soportar al gobierno, pero no cualquiera, sino el de la riqueza. Así, el fin de diseño muta a formas diversas: explotación, marginación de la mujer de la historia, extractivismo en éxtasis, capital-colonial que transforma a los pueblos en costras; coagulaciones de muerte que ya no alcanzan a sostenerse más pero siguen ahí, resistiendo en los humedales de sus lágrimas que no son sinónimo de debilidad sino la expresión de un ojo que siente y después mira; Gaza como el llanto de lo ingobernable16.
Y más adelante otra pregunta lanzada por Alejandra Castillo: “¿Qué es la libertad para la extrema derecha?”17. De nuevo la respuesta parece de inmediato audible: la libertad para la extrema derecha se reduce, en el “mejor” de los casos, a defender la libertad económica y la libre circulación de mercancías a nivel global desregulando al máximo todas las barreras arancelarias que impidan el “natural” expansionismo del mercado (habría que decir que esto, en la actualidad y con el delirio faraónico de Trump, parece haber sufrido cambios, al menos circunstancialmente; todo iría de subir impuestos a las importaciones de los diferentes países en orden a favorecer el nacionalismo estatista de cuño imperial. ¿Alguien podría haber siquiera intuido, en un ejercicio febril, que EEUU podría ser la verdadera tumba del neoliberalismo?). Sin embargo, la filósofa Alejandra Castillo no se deja seducir únicamente por este lugar común que es totalmente cierto, relevando en el ensayo “Lapsus brutus”, antes de la pregunta que cierra el texto, que “La brutalidad es una acción que no esconde la falta de cuidado e indiferencia hacia quien se percibe como una amenaza. La brutalidad es la política del odio que moviliza, crea y administra la amenaza. La brutalidad es un hacer y decir violento”18.
Entonces la libertad para la extrema derecha, que ha sabido diversificar sus toxicidad fascista –Trump, Milei, Meloni, Bukele, Erdogan, etc., son manifestaciones que obedecen a radicalizaciones y discursos supremacistas de diversa índole–, son abordados por Castillo bajo la noción de brutalidad. Esta “libertad” esteriliza lo alterno, lo castra como sujeto de sentido y significación al interior de un mundo común. Ya se trate de la libertad del odio para con las y los migrantes, la libertad de la misoginia y la obliteración de la mujer en casi toda la historia, la libertad para seguir con la opresión de los pueblos originarios o de las identidades locales son, en su dimensión burocrática y administrativa, lo que entiende la extrema derecha por libertad.
En este sentido Alejandra Castillo lleva la noción de libertad a una zona en la que la estrategia deconstructiva, así lo veo, va siendo en su versión de inversión. Nada puede detenerse cuando la palanca de la deconstrucción misma ha sido activada porque no es posible suturarla en tanto acontecer permanente que toma lugar, uno tras otro, en la escritura. Todo esto es resentido en la autora y nos permite ver que lo que escribe es lo que le pasa en vínculo con lo que pasa; resiente lo que siente ahí donde el odio expande su telaraña de muerte y tachadura ¿Cómo andar por el mundo sintiendo tanto y dejándolo preso en nuestro interior, enclaustrado en el puro pensamiento, atrapado y sin salida para la palabra?
Ahí donde no hay escena originaria y donde el diseño es un comercio fantasmático que puede o no llegar ser objeto, es que Alejandra Castillo suelta con valentía, rigurosidad y talento el síncope de una época. Entiende, al decir de Arendt que «El mal radical es la destrucción de la humanidad en el ser humano”, lo que es, igual, un diseño. No es fuera del ser humano que la humanidad se denigra y se destruye, es dentro de él que todo se pervierte y sale al mundo en busca del “vaciadero” donde pueda depositar su odio. Se tacha el mundo, se muere el mundo y el otro, primero, en nuestro interior.
Así como lo revela en esta bella frase ya hacia el final del libro “El acontecimiento para que advenga necesita un cuerpo”19. Más allá de toda muerte, de todo odio, de toda identidad dislocada en su afán de hegemonía que persigue y que asesina, desplaza, segrega y expande la “periferia”, la irrupción imponderable del acontecimiento tiene horizonte; hay salida si podemos imprimirle a ese cuerpo resistencia y belleza; resistencia en el tiempo y la zona donde las desolaciones parecen marcar el destino pero no. El fin de diseño es la apertura hacia otro en el que se habrá de jugar el pensamiento y la acción colectiva, por cierto, de cara a un enemigo criminal, no obstante en nuestra destinerrancia podremos “volver a ver”.
Todo es una invitación a seguir leyendo a Alejandra Castillo, al día de hoy, una filósofa imprescindible.
Así quisiera terminar mi lectura de Antropoceno. Fin de diseño, un texto que leí siendo impactado por su tonalidad múltiple y en el que, como se deja ver en el título de este texto que se cierra, también y más allá de toda teletecnificación y desaparición del rostro, siempre nos quedará una última puesta de sol.
“La puesta de sol. Que hermoso. Creo que en los últimos 30 años nunca me detuve a contemplar una puesta de sol” (Takashi Shimura en Vivir –1956– de Akira Kurosawa).
NOTAS
1 F. Braudel. Écrits sur l’histoire, Champ Flammarion, p. 6
2 P. Ricœur. La mémoire, l’histoire, l’oubli, Seuil, 2000, pp. 211-212
3 A. Castillo. Antropoceno como fin de diseño, La Cebra, 2025, p. 11
4 J. Lacan. El Seminario de Jacques Lacan. Libro 17. El reverso del psicoanálisis (1969-1970), Paidós, 2008, p. 205
5 A. Castillo. op. cit., p. 12
6 C. Malabou. El porvenir de Hegel. Plasticidad, temporalidad, dialéctica. Palinodia y Ediciones La Cebra, 2013, p. 25
7 A. Castillo. op. cit., p. 13
8 “Prótesis de origen” es la bajada que aparece como subtítulo en el libro de Jacques Derrida Le Monolinguisme de l’autre. ou la prothèse d’origine, Galilée, 1996
9 M. Heidegger, entrevista con Der Spiegel, 1966
10 A. Castillo. op. cit., p. 14
11 Íbid., p. 74
12 H. Arendt. Entre el pasado y el futuro, Península, 1996, p. 157
13 M. de Certeau. La posesión de Loudun. Universidad Iberoamericana, 2012, p. 12
14 A. Castillo. op. cit., p. 47
15 Íbid., p. 50
16 Ver J. Agüero Águila. “Humedales de Gaza: la fragilidad insumisa. En torno a Osar Llorar de Guillaume Le Blanc”,en Carcaj, marzo, 2025
17 A. Castillo. op. cit., p. 60
18 Íbid., p. 55
19 Íbid., p. 69
Imagen principal: Tadashi Kawamata, Destruction no. 9, 2016

