Aldo Bombardiere Castro / Pesar Gaza

Filosofía, Política

No se trata de un peso. Tampoco simplemente de “tomarle el peso”, como cuando exhortamos a alguien a darse cuenta de algo. No se trata de la solidez de un peso. No. O no, mejor dicho, sólo de eso. Más bien, remitimos a un peso, pero a un peso permanente y movedizo; a un peso cuyo salar, constantemente astilloso, se expande por los silencios de nuestro pecho, se agudiza en el crispado vaivén de las noches y nos inunda de pestilencia el revés de los párpados, para terminar por hacer de nuestros ojos un arenal. Y no tiene término. Por cierto, no hablamos de un peso circunstancial o particular, sino de una cierta ontologización del abatimiento: de un estado de pesar.

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Desde el 09 de octubre de 2023, día en el cual la Nakba palestina ingresó en su fase genocida, nuestra relación con el pueblo palestino ha dejado de ser un simple tema. En efecto, ya desde esa fecha sospechábamos que nos sería imposible referirnos a él como si se tratase de un asunto más entre otros. Su asunto no es un caso, sino el estado en el cual nos encontramos: un lugar afectivo. Pero, al mismo tiempo, también es la necesidad de una época: de explosión y explotación de los cuerpos, de espectacularizante administración del mundo, de la extracción de la savia de la vida para distribuirla, programarla, abstraerla y gozar de ella, cuan baño con sangre de niño tomado todas las mañanas. Y esto nada tiene de grandiosidad, pues el genocidio en Gaza simplemente se desarrolla como tecnificación gestional de la racionalidad instrumental. Desvalido de todo horizonte mitologista característico de los fascismos históricos del siglo XX, su desgastada, dogmática e incontrastable narrativa hace del sionismo religioso un dispositivo de gubernamentalidad más dentro del conjunto general de la máquina colonial sionista. Por lo mismo, la banalidad del argumento jurídico con el que Israel justifica su actuar genocida es idéntico al esgrimido, mecánicamente, por las entidades coloniales al momento en que los pueblos han de sublevarse contra la violencia que dichas potencias ejercen, reproducen, maximizan y sistematizan a nivel estructural: el derecho a la legítima defensa. En este caso, no sólo jurídicamente falaz según el Derecho Internacional, pues los Estados ocupantes no pueden ostentar ese derecho, sino también ejercido tecno-militarmente a modo de cacería sobre un espacio desterritorializado, donde el colonizador ha suprimido el campo de batalla tradicional para producirlo (como en hospitales, escuelas, centros de acopio, tienda de campañas, infraestructura básica, etc.) de manera cambiante y arbitraria (Sir, 2024, p.33).

Hoy testimoniamos un estado de un pesar permanente, aciago, viscoso, amenazante, ineludible. Pesar casi ingrávido y, por lo mismo, introyectado en cuerpos de mirada huidiza, velozmente huidiza, en las cuales permanece rebotando el sobrecargado cromatismo y la deformación de las formas, que -lo sabemos- nos esperan allí, arrastrándose tras la superficie de la pantalla. Si pudiéramos registrar la historia de nuestras huellas dactilares dejadas sobre la planicie de tal pantalla, descubriríamos que todas ellas han buscado, como en ningún otro tiempo, presionar y penetrar esas pantallas, llevar a cabo su profundización: desde el 09 de octubre de 2023, nuestros dedos han buscado acariciar o escapar del mundo. Cualquiera sea el caso, el genocidio en Gaza nos pesa con una impotencia indeterminada, a través de un palabrear inexplicable, en medio de escenas intraducibles. Sin embargo, no sólo es un estado de náusea generalizado; en tal estado también palpita una corazonada decisiva: el brío de una indignación que antecede y empuja a la lucha, en virtud de la cual resistimos dicho pesar. He ahí la verdad de una época: verdad que nos confronta con la inclemencia de lo demoníaco, con la crueldad máxima del sionismo y de los fascismos, desde un aquí y ahora del cual todos los dioses han preferido escapar.

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Según Derrida, toda experiencia política debiera implicar la previa realización de una experiencia de relación consigo mismo: una experiencia de sí (Fathy,1999). Por cierto, la destitución del yo, el abandono de una identidad personal y propietal, la derogación de una sustancia privada y central, capaz de sosportar y acompañar todas mis representaciones, y en virtud de la cual, de manera empírica, podríamos adosar tanto nuestros deseos de orgullo como nuestros terrores diluviales; incluso, digo, la destitución de ese yo concéntrico demandaría un momento anterior. En efecto, la monumentalidad constitutiva del yo ha de ser inicalmente afirmada, al menos en calidad de momento existencial, para luego hacerla implosionar desde sus raíces, para transgredirla cuan fricción liminal, en cuyo erotismo táctil acontezca la irrupción y recepción de un mundo otro, imposible y, así y todo, vivible. Se trata de hacer una experiencia de sí tan profunda que ella nos logre abrir a la venida de lo excesivo e intempestivo, de una revuelta sin vuelta atrás: de un comunismo cósmico. Hoy esa experiencia de sí también se encuentra amenazada por el genocidio palestino.

El pesar de un afecto desafectivo, de un afecto mínimo, administrable, privatizable, esto es, de un dolor que deprime más que estimula, debe ser pe(n)sado. Quizás únicamente desde esa oscilación sin destino compuesta por el yo y su destitución, nos encontremos no sólo con nuestra experiencia de sí, sino también con una irrefutable ligazón a la comunidad de los afectos, a un intersticio vital e insustancial, exclusivamente expresable en la fugacidad y metamorfosis de un pensamiento adverbial, susceptible de ser abierto por preposiciones y circunstancias: al entre de los cuerpos, al para de los usos, al sin eternidad de lo infinito, a los por de todo habitar. Comprenderse consiste en un ejercicio de desprendimiento, abandono y hasta traición de sí: en la apertura a una “inabreviable adverbialidad”. Más allá de estudiarse a la manera de un sujeto cuyo único modo de acceso a sí mismo es a través de su propia objetivación, el acto de comprenderse aboga por un desprendimiento de la subjetividad. Un movimiento marginal hacia los márgenes. Hoy, a casi dos años del genocidio que el sistema sionista ejecuta en Gaza, pareciera ser que esa experiencia de sí sólo transparentara un pesar desfondado; la condensación de un vacío, la concentración y solidificación de todos los pesares. La solidificación del estado de pesar simboliza la estaca que, al tiempo que nos atraviesa, nos clava a la catástrofe.

No obstante, pese a esta desolación, la estaca que nos inmoviliza también ha de poder metamorfosear en la forma de una lanza. Referimos a la perenne posibilidad de invención de esa invencible potencia de resistencia con que los pueblos, derogando su propia soberanía ciudadana, se arrojan contra sus verdugos para liberar los mundos otro que tales pueblos también son. Los pueblos son, en pleno acto, un mundo otro gracias a que, sin negar este mundo, ellos destituyen su soberanía propietal y estatuto ciudadano, para resistir en su, cada vez, nuevo habitar.

La estaca de nuestro pesar, una lanza. Tal vez, ése sea nuestro modo de padecer, de solidarizar y sentir, a kilómetro de distancias y a mares de privilegios, algo de la intensidad vacía, algo del peso alojado en las piedras que los palestinos de Gaza se atan al vientre para no escuchar el hambre de sus estómagos. Una piedra, una estaca, una lanza, un incomprensible cansancio comprimido, concentrado en los recovecos de nuestro pecho, como si ascendieran desde los estómagos palestinos. Padece a un grado menor, pero en la misma tonalidad. Si toda experiencia política implica una anterior experiencia de sí, toda experiencia de sí, desde el balbuceo imberbe del lenguaje hasta la incomunicable despedida que preludia nuestra muerte, esboza el pensamiento común de lo político. ¿Cómo? Prefigura el porvenir la felicidad: la comunidad anclada no meramente a un receptivo sentir, sino el afecto con que nos afectamos, identificamos, nos des-identificamos y devenimos unxs con otrxs, unxs en otrxs.

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Muy frecuentemente escucho a miembros de ONG y abogados increpar a políticos, periodistas o “intelectuales” sobre su complicidad con el genocidio por medio de la siguiente interpelación: ¿qué habrán de decir a sus hijos y nietos cuando les pregunten acerca del cobarde rol que ustedes cumplieron al permitir, con su silencio, el genocidio en Gaza? Se trata de una interpelación moral válida, pero críticamente ingenua, pues supone dos ideas contradictorias e irreconciliables entre sí: 1) que los palestinos de Gaza -al igual como lo están siendo ahora- culminarán por ser exterminados; y 2) que la historia universal, noción atesorada por la idea de una cierta cultura humana, y las generaciones futuras subsistirán a este genocidio. Aquellos, aunque bienintencionados, no han comprendido que en Gaza se juega la dignidad de los pueblos del mundo, más allá de un simple asunte de derechos humanos y de particular retroceso histórico dentro de una presuntamente incuestionable espiral hacia el progreso general. Desde su perspectiva moderna y ciudadana, no han comprendido que la crisis ecológica, los neofascismos, el imperio del capital, así como la resistencia e imaginación de los pueblos, con sus formas de vida siempre en rebeldía contra la dominación, la administración y abstracción de la vida, se juegan en Gaza. Tampoco comprenden que cuando Gaza y la memoria palestina sean borradas, sus habitantes expulsados y enterrado sin sepultura el clamor de los mártires bajo infraestructura de gaseoductos y paradisíacos resorts en la “riviera israelí”, Gaza habrá estallado por los cielos para arrojar las astillas de todos sus huesos y sangre calcinada contra el rostro de la historia de una cultura humana ya fenecida. La única manera de comprender esto será, lejos de toda simple empatía individualista y apaciguadora de consciencia biempensante, comprimir nuestro pesar: hacer una experiencia de sí que reconozca, desde la común fragilidad de su afecto, la dignidad del porvenir de un mundo por habitar. Entonces, alzándose en la misma ritmicidad que Palestina, una vez más, el conjunto de los ciudadanos devendrá pueblos del mundo y Gaza, por todxs y sí misma, se habrá liberado. Porque el mundo es Gaza (Karmy, 2024).

En la piedra atada al estómago y la estaca que, día a día, nos mantiene anclados a la limitación de un punto desgastado y desterritorializado no deja de reverberar la apertura de un porvenir. Estas imágenes, al contrario de aquellas que deslizamos al scrollear la planicie de nuestros celulares, nos adentran en una profundidad capaz, aún, de donar esperanza. En la impasible desesperación que portan, en la angustia con que dividen nuestros órganos, ellas -no sabemos cómo- no cesan de desplegar afectos, de abrirnos a formas-de-vida sustentadas en maneras de sentir y de resistir, creadoras de gestos que reinventa la hambruna, exultantes de rabias ya no sentidas, pero cuyo advenimiento, cuando irrumpan los pueblos del mundo, asonará cataclísmica. Aquello que nos une indestructiblemente a Palestina radica en el estado de pesar, pero, sobre todo, en su destitución. El peso extensivo y movedizo, permanente e intensificado, entre los pliegues de un dolor compartido, ya anuncia, después del mañana, la inminente sublevación de un pasado mañana.

Si el pesar es nuestro estado compartido, la piedra y la estaca nunca han de resistirse a la calidez de la mano que aún no ha soltado la vida. He ahí no sólo nuestra esperanza, sino nuestra resistencia: la poética de la imaginación gracias a la cual, como si acunáramos la infancia de una utopía en crecimiento, continuamos cuidando la irrupción de lo porvenir. Imaginar, escribir, bailar y padecer, también son formas de resistir.

Referencias

Fathy, Safaa (1999): Derrida, por cierto. Arte: Francia. [Documental]

Karmy, Rodrigo (2024): “Todo es Gaza” en La voz de los que sobran. 8 de abril, 2024. Disponible en: https://lavozdelosquesobran.cl/opinion/todo-es-gaza/08042024

Sir, Hugo (2024): “Nos va a costar responder. Breve misiva para el pequeño Bruno” en Palestina. Colonialismo y resistencia. [Rodrigo Karmy, editor] Pehuén Editores: Santiago de Chile.

Imagen principal: Hazem Harb, Not There, Yet Felt لستُ هُناك، ولكنك محسوس, 2025

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