Tariq Anwar / La piedra que ve

Filosofía, Política

Lo que hoy se manifiesta bajo el nombre de Palantir no es simplemente una empresa tecnológica entre otras, sino la cifra misma de una transformación decisiva en la relación entre poder y vida. El nombre, como es sabido, remite a las esferas videntes de Tolkien, que permitían ver a distancia y en el tiempo —pero también, significativamente, ser vistos y manipulados por quien detentaba la esfera más poderosa. Nombre apropiado para una máquina que pretende volver transparente todo movimiento humano a los ojos de un poder que permanece, él mismo, rigurosamente opaco.

Es preciso reflexionar sobre el hecho de que la misma infraestructura técnica que acelera el exterminio en Gaza gestiona los flujos migratorios en las fronteras estadounidenses, coordina las agencias de inteligencia y administra los datos sanitarios de poblaciones enteras. No se trata de una coincidencia ni de un simple negocio comercial: es la revelación de una unidad profunda. La guerra, la frontera, la salud y la seguridad ya no son esferas distintas, sino modulaciones de un único dispositivo de gobierno que tiene en la gestión algorítmica de la vida su propio centro operativo.

Mbembe ha captado algo esencial al señalar en Gaza el laboratorio de un régimen planetario de brutalización. Pero la palabra «laboratorio» debe entenderse en su sentido más riguroso: no el lugar donde se experimenta algo que luego será aplicado en otra parte, sino el paradigma en el cual lo que en otras partes permanece velado aparece en su cruda verdad. Gaza no es la excepción, es el cumplimiento. Lo que allí se perfecciona tecnológicamente —la frontera móvil, la identificación biométrica, el asesinato selectivo mediante algoritmos— ya está operando, en formas más discretas, en todas partes.

La cuestión que se plantea es entonces la siguiente: ¿cómo pensar una resistencia cuando el dispositivo de dominación coincide ya con la infraestructura misma de la vida social? ¿Cuando los datos que producimos existiendo —moviéndonos, comunicándonos, enfermándonos— alimentan la máquina que nos gobierna? El antiguo adagio corruptio optimi pessima encuentra aquí una nueva y siniestra aplicación: la promesa de la técnica de facilitar la vida se ha invertido en su contrario, en un aparato que predice y preforma cada uno de nuestros gestos para mejor someterlo. El bien de la conexión, del cuidado, de la seguridad ha sido expropiado y devuelto como instrumento de una vigilancia sin residuos.

Frente a esto, no basta denunciar los excesos o invocar regulaciones. Es preciso más bien preguntarse si todavía es posible sustraerse a la captura, habitar zonas de opacidad donde el cálculo algorítmico no penetre —no por nostalgia de una interioridad perdida, sino porque solo allí donde algo escapa a la previsión puede todavía acontecer lo imprevisto que llamamos libertad.

Lectura: Mbembe, A. (2020) Brutalisme. Paris: La Découverte.

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