Resulta sintomático notar cómo durante estos últimos años la -así llamada- esfera de opinión pública se ha caracterizado por un acelerado copamiento discursivo. Si, según el sueño del liberalismo habermassiano, la opinión pública moderna estaba destinada a constituir un terreno capaz de garantizar tanto la discusión y la deliberación racional, como el ejercicio y perfeccionamiento del Estado de Derecho, de la libertad de expresión y de una cultura democrática al amparo del ideal de la autonomía subjetiva, durante la última década tal sueño ha quedado definitivamente sepultado. La opinión pública, en tanto esfera presuntamente autónoma y posibilitante del ejercicio de la propia autonomía subjetiva, ya no va más: ha extraviado -en caso de alguna vez haber contado con ellas- sus propias condiciones de posibilidad: el carácter crítico de la racionalidad.