En los últimos meses ha estado en boga, a propósito del caso del independentismo Catalán, la pregunta por la autonomía territorial. Pregunta y no demanda concreta porque no está del todo claro qué se entiende por tal y cómo en América Latina aquello puede ser interpretado. Al poco tiempo del plebiscito de Catalunia, las voces por la independencia de Rapa Nui surgieron con fuerza, así como también, obviamente, la de los mapuche, cuyos presos políticos se encontraban en plena huelga de hambre. El pueblo mapuche ha sido, en este sentido, el principal articulador de una demanda por la autonomía, existiendo diferentes interpretaciones que van desde el independentismo estatal al federalismo y la autonomía territorial bajo el paraguas del Estado. Las preguntas centrales, en esta situación, son qué rol juegan hoy los Estados y cómo una comunidad determinada puede construir un imaginario de pertenencia al interior de sus márgenes y, luego, qué ocurre cuando una comunidad no puede incorporar en dicho imaginario las aspiraciones de un Estado central, ya sea porque su modo de vida es diferente al punto de no ser aceptado, o debido a que sus símbolos culturales sean transterritoriales y su imaginario apele a la construcción de un nacionalismo territorialmente incompatible con el del Estado.