Mauro Salazar J. / Argentina 1900. Inmigración y derrames identitarios

Estética, Filosofía, Música, Política

“Me llamo Roberto Arlt, nací en una noche del 1900, bajo la conjunción de los planetas Saturno y Mercurio. Me he hecho solo. Mis valores intelectuales son relativos, porque no tuve tiempo para formarme. Tuve siempre que trabajar, y en consecuencia soy un improvisado o advenedizo de la literatura”. Confabulaciones.

¿Cuál era el futuro astral que prometía el 1900? Un liminal ensayo de Beatriz Sarlo (1989) desliza las huellas de una escritura que rastrea -sin afanes iniciáticos- una entrañable pérdida de sentido en una ciudad de “rostros desfigurados”, incognoscibles. Una comunidad sin reparto de los afectos. Comunión “de individuos y no de ciudadanos”, concitando a Borges. Bajo el fin de siècle pululan personajes -bastardos- sin destino que padecen la intraducibilidad de la experiencia en la hipérbole arltiana. La convulsionada porteñidad desactivó las fronteras entre géneros masivos y literatura culta. Con todo, las vanguardias literarias y estéticas fueron lanzadas a descifrar el mapa urbano de los 20′ y 30′ -Siglo XX- y las letras se debían a una nueva economía cultural. Todos los sucesos confluyeron en un excedente de sentidos, etnias, razas, símbolos, y lenguas sin enraizamiento. El juego de voces aparece indisolublemente ligado a la modernización del país hacia fines del siglo XIX. Una ráfaga de acontecimientos agravó las “estrategias de la mezcla”. El fondo material de la “modernidad periférica” (1989), alude a una geografía experimental donde ingresan al puerto trasandino, más de cuatro millones de inmigrantes (7 de cada 10 ciudadanos son extranjeros). Tal tráfago transcurrió en el marco del Yrigoyenismo, “perturbando” cualquier univocidad del lenguaje, asediando cuestiones de “identidad nacional” frente a un collage de mestizajes (1890-1930). “Nuestra ciudad se llama “Babel”, escribe Borges en 1925. Las “interferencias lingüísticas” fomentaron una lengua desgarrada e inestable que precipitó una inclemente “debacle idiomática” que “amedrenta” la conformación moral del Estado.

Mauro Salazar J. / Santos Discépolo. Más allá de las pasiones tristes

Estética, Filosofía, Música

a Carlos Ossa.

Una intervención de Sergio Pujol (1997), desliza una penetrante intuición cuando nos recuerda la “crisis de invención” en la obra del dramaturgo argentino durante los “años dorados” del Peronismo histórico (1946-1955). Si bien, sabíamos de tal hito gracias a los textos de Emilio de Ipola, aludimos a la condición peronofila del hijo de Santos. Con todo, tal tesis no era fácil de asimilar. Según ambos autores, el dramaturgo, habría padecido una “crisis curatorial”, un “vacío de inventividad”, que se puede atribuir al monumentalismo estético del primer peronismo –al cual suscribió sin miramiento de pasiones. No debemos olvidar que el pequeño Enrique, formado en la tradición religiosa, padeció tempranamente la muerte de sus padres napolitanos. Ello en un breve lapso de cuatro años -1906 y 1910, respectivamente-. El aporte de Armando Discépolo, su hermano mayor, dramaturgo teatral fundamental para retratar los desarraigos Tanos (1887-1971) en la “galería de los grotescos”. Lo anterior sugiere algunos cruces con un anarquismo que David Viñas alcanzó a consignar en el giro hacia Musfatá (1921). La obra de Armando, mediante un triple movimiento, desplaza el mito del italiano enraizado y lo devela en sus ambiciones para resguardar su identidad en medio de opciones donde no hay beatitud. La avidez era necesaria, cuestión similar ocurría con el “mito gaucho” y, especialmente, el vacío gubernamental del proyecto liberal argentino que, insistía, en mostrar el Centenario como una tierra solidaria -léase conventillo- con el italiano. La holgura del “sainete” quedaba atrás, “tu cuna fue un conventillo”, decía antes Vacarezza. Lo grotesco denuncia los frágiles lazos de la comunidad y las glorias del Centenario se desvanecen.