Rodrigo Uribe Otaíza / Cartografía IV. Los intrascendentes y los cualquiera

Filosofía, Política

Secreto a voces. Territorio acorralado. Palabras vacías, principios sin horizonte. Todo abunda en la hacienda vocal de nuestro presidente don Patrón. La larga gesta de nuestra historia agreste. Un Barros Luco, aceitoso y pelado. Los intrascendentes. Siempre los intrascendentes, los don nadie, los que se creen mucha cosa. Chile adolece de sí mismo, porque tiene pesadillas de unidad, tolerancia y paz. Le teme a la violencia. Pobre bebé acorralado. Pobre ovejita con colmillos. Las cunitas de oro de su breve ilustración derogada, sin seguridades.

Dice la prensa: “hoy todo es distinto, hoy todo es fiesta en la denominada Plaza Dignidad”. El fondo permanece inconfesado. Se enuncia con la displicencia de una paz impune. De una torpe amnistía, tácita y vulgar. Llena de comportamientos internacionales mezquinos, muy ansiosos de hacer dispositivo lo imperativo. Gesto de “reserva”. Alguaciles con dinero, más terribles que los comisarios del pueblo. Ver al trato internacional desde el miedo traicionero del “pero”. Un tribunal que acusa recibo de que, en realidad, la constitución siempre fue un documento incoherente, con menos futuro que el pueblo al que apaleaba.

Dice hoy la prensa que todo es distinto. ¿Qué dice la torpeza asalariada? Que llegó a la tierra la celeste fiesta de la democracia. Pero esa fiesta huele más a tertulia que carrete. Es más fonda aristocrática que malón popular. Los intrascendentes quieren decir que ella les pertenece. Y no es así. No. No puede serlo, pues la calle es indomable. Su territorio no es ni será nunca el del todos. Su potencia profana, su baja democracia, es que se merece en los cualquiera1.

Dice la prensa. Siempre dice, nunca calla. Siempre comunica, nunca escucha. ¿Qué es ese distinto? En su boca, nada. Es el distinto que ama todavía al siempre. A la repetición de siempre. A la defensa del patrón. Es poesía sin prosa2. Discurso sin pulso. Corazón sin violencia3. Dice en un matrimonio celebrado dentro de la hacienda de su gran señor. Respeta su régimen de propiedad4. Aleja a los gestos y las alegorías del triunfo perenne de la tierra. “Hoy todo es distinto” es el triunfo del significado. Y nosotros, meras superficies, jamás hablamos pues nunca hemos tenido voz5.

Los cualquiera somos los mediocres. Los que cargamos con más deudas que rocas en el estómago. Nuestra vida ha sido indigesta por muchos años. Y ahora los Lagos, los Chahin, los Lavín levantan con su bruma costera nuevos retazos de estúpida estulticia. Dicen en su monólogo ininterrumpido, que primero fueron hordas y luego personas dignas. Se sientan en la cafetería de sus años mozos, devorando a las masas que con tanto gusto ordenan a la cocina del poder durante su adolescencia infinita. Cargamos con más deudas que rocas en el estómago. En un vómito. En una tripa acorralada. Un nudo terrible. Respiración agitada. La rabia guardada tras el mostrador, mientras la palabrería impotente de esos nuevos déspotas llamados clientes apuñala nuestros más breves recuerdos.

El gesto de la palabrería de estos déspotas es su modestia. Su fragilidad. Su rostro triste. Un hombre viene a la cafetería donde trabajo con un margen de dos semanas, siempre los sábados y junto a su hija. Yo no tengo la culpa de su divorcio, y sin embargo se empeña en decirme cómo hacer mi trabajo. No es el primero ni el último. Los cielos no están regalados para nosotros, que como cualquiera no tenemos derecho alguno6. La familia del presidente contó menos de treinta personas en el funeral de su tío Bernardino. Los sirvientes no son siquiera un número. No somos fracción, grado porcentual, nada. Esa es la potencia de la calle, que permanece indeterminada frente a la fuerza informe que quiere hacerla hablar. El plan es la picana, el periodismo sueña con hacernos cantar. La dignidad es el silencio de una vida que se sabe clandestina. Es la encuesta respondida de forma antojada, porque sabemos de sobra que los datos de nuestra monarquía acéfala7 sirven para enunciar una palabra.

El gesto modesto es el susurro. Un breve suspiro que antecede a la muerte. Su territorio es una desfalleciente moral, que estando en las últimas reclama nuevos sacrificios para su cuerpo miserable. Su quintaesencia es la falta de atención. El círculo financiero. La burbuja extendida en acciones pastorales para conocer la vida del pobre al que dominará8. Siempre un susurro, un breve suspiro. Montón de aire atragantado en la garganta que modula la papa con la que pronuncian sus discursos.

Y si les dijera que Democracia, Justicia y Paz no son palabras, ¿cómo se les caería el centro al descubrir que su mísero rol es la de ser carentes de sustentos por decisión? ¿Cómo de intacta les quedaría la esperanza, al descubrir que su vida falta de carácter apenas sí puede algo contra el destino? Y porque pregunto, lo sé. La muerte acecha, y nosotros miramos su intrascendencia de reojo. Hoy y siempre, la horda destruye porque así sabemos hacerle frente a la violencia. Nuestras armas son medios de producción. Esbozos sin intensidad. Latidos sin pulso, corazones llenos de violencia.

Una memoria involuntaria nos arroja a los pasajes de esta hazaña. No soy nadie, así que mejor revisa que no haya un escupo en tu café la próxima vez que me visites. Y si te he visto, no me acuerdo.

Apéndices

§1

Instrucciones para desbaratar a la ANI, la CIA o cualquier otra oficina de inteligencia

A las 17:32 con 7 segundos y 41 milésimos, comience a abotonar esa camisa que guarda en el ropero para cuando lo llamen a entrevista. Proceda en sentido inverso al usual: comience por el centro, y permita que sus dedos dibujen la invasión perfecta a sus periferias. Guarde el cuello para más tarde, cuando el secreto que lo acompaña se haya colgado junto a su sorda esperanza. Finalice con tres sentadillas, seguido de la fotografía que por redes constate lo ocurrido. De ahora en más, al sapo del vecino salúdelo como si nada, y disfrute su nueva clandestinidad públicamente adquirida.

§2

Diario de Campo, 20 de octubre de 2019

El carnaval de los animales

Al león se le sobrepone el camello; al camello, el niño. Pero antes de ser niño, la hiena se burla de las garras del león y de la mansedumbre del camello. Aprecia la ironía: donde el poder usa sus tecnologías para controlar, ésta resiste entregándole sus mismas herramientas a una nueva apertura. En la era disciplinar, la toma de la propiedad privada entrega a la fábrica un nuevo tipo de encierro. En el ciclo pastoral, Rasputín responde con el culto al pecado como modo de acercarse a Dios. Tal es el carácter destructivo: la entrega de todo potencial de un modo intensivo a su retorno, hacia el fundamento de sus relaciones –sea Dios, sea la voluntad de poder-, con el instante de su apertura. Una experiencia de beatitud, en la que somos una singularidad con nuestro potencial abierto. Comunión con las nuevas potencias de lo infinito y lo indefinido. Marco general: en el espacio, lo infinitesimal se alza respecto a su cohorte extensivo; en el tiempo, la sucesión se transforma en un punto monadológico, jeztzeit, instante total.

La feroz sátira de los miserables es devuelta, ahora, con la risa estruendosa, el relámpago con el que el carácter se sobrepone a su destino. Una curiosa sinfonía, compuesta por Saint-Saëns, lleva por título Le carnaval des animaux. Presenta al león, en su desfile real, ser derrotado finalmente por una curiosa asociación sonora en la que, en cada instante, se aglomera un chiste tras otro (hay que comprender, la cadena lleva como fondo un único gran acto cómico). A la marcha real del león, le sigue el estruendo de las hienas y los gallos. Luego, la gran velocidad del asno salvaje, seguido con el peso de las tortugas y del elefante. Al canguro, saltarín, lo sigue el acuario de creaturas mágicas y la sorpresa extendida de los “personajes con largas orejas”. El cucú en la profundidad del bosque, dentro de una melodía a la que se sobrepone con su canto característico; el aviario, con su vuelo enjaulado, y los pianistas ensayando escalas como un animal en su cárcel. Los fósiles sonando con sus huesos, para darle paso al vuelo glorioso de los cisnes. Grand finale, retoma uno a uno los animales que se han sobrepuesto a la sátira tiránica del león. Se acoplan a su melodía, se la devuelven, arrojan a su marcha gloriosa, con la que justifica su orden natural, al silencio del que proviene. Final abrupto, pero la sensación en nuestros corazones –una vez la oímos- se mantiene. Después de todo, a la marcha de los miserables se le opone el carnaval de los animales.

Pero la cosa, como siempre, es más complicada. En primer lugar, en el carnaval no se es nunca uno u otro animal singular. El carnaval nos abre a la multiplicidad de ellos, ahí donde el humanismo –cristiano, doctrinal- había querido domesticar al hombre para transformarlo en un ser confiable, un animal capaz de prometer. El sacerdocio, esos personajes que quieren el sarcófago del mismo modo en que el pudú se constituye en su fragilidad, viste guantes de cuero antes de acariciar a las creaturas aglomeradas en este carnaval único. Al fin y al cabo, sintiéndose hombres erectos, desprecian la animalidad que algún día pudieron llevar. Por otro lado, los gusanos que corroen a nuestros cuerpos por dentro, agentes de la mala consciencia, se alzan con la fuerza carroñera del cóndor: sobrevuela en grandes nubes apañadas por las máquinas más abstractas, pavonea el aire entre sus alas en esta atmósfera de cotilleos que imparten en todos lados. Hacen síntesis, no por amor a los hechos. Ante todo, quieren que el viento corra favorable, apuñalando al angelus novus por la espalda mientras éste se eleva en sus vientos del progreso.

Somos roedores, desanudando los cables que organizan nuestros flujos que, con la cibernética, se habían querido resguardar auto-poiéticamente. Somos unos tubérculos extraños, desperdigando sin vocería las claras señales del descontento que, bajo el haz de culpa, no debe ser percibido. Y después de todo, no dejamos de ser humanos. Entre el olor a caucho quemado que sobrevuela en la ciudad, ante el silencio del toque de queda, bajo los breves hilos de cacerolazos que se oyen en el horizonte, un pequeño gato sale en la mañana con ojos de plato, olfateando a qué rincón confiarle sus más pudorosos secretos. El niño, quizás sea luchín, juega con él. Los adultos, con su seriedad, miran réprobo al niño. Éste juega con el gato, con su chupete en la mano izquierda, y con las desorientadas páginas de lo que alguna vez fue la constitución a su derecha. Los cóndores miran atónitos. Se detienen a reflexionar sobre el hecho de que, cortada la comunicación aérea de los aeropuertos, no solo se altere el origen, sino también el destino.

En su pieza, el pianista ensaya sus escalas. Mira por su ventana esta imagen alegórica del niño, con el gato, el adulto y el cóndor. No puede entender cómo todo eso es una sola cosa y, bien, prosigue arpegiando y errando entre nota y nota. Y en el error, lo comprende. Aprende a apreciar, en el secreto de sus estudios sobre Chopin y Debussy, el baluarte único del juego. Lo ve, claro como el agua, que todos los animales se reúnen en este carnaval a reír, embriagarse y jugar con el destino que les impartía una mala pasada. El esclavo usa su grillete para golpear a su verdugo, mientras se burla de la tiranía de los faraones. Y comprende, al final del día, que su ensayo se trastorna pleno cuando rompe las hojas que guiaban sus pensamientos.


NOTAS

1 Vale, en este sentido, el desarrollo del problema de la democracia que realiza Jaques Rancière: “lo “propio” del demos, que es la libertad, no sólo no se deja determinar por ninguna propiedad positiva, sino que ni siquiera le es propio en absoluto. El pueblo no es otra cosa que la masa indiferenciada de quienes no tienen ningún título positivo –ni riqueza, ni virtud- pero que, no obstante, ven que se les reconoce la misma libertad que a quienes los poseen. […] El demos se atribuye como parte propia de la igualdad que pertenece a todos los ciudadanos. Y, a la vez, esta parte que no lo es identifica su propiedad impropia con el principio exclusivo de comunidad, y su nombre –el nombre de la masa indistinta de los hombres sin cualidades- con el nombre mismo de la comunidad” (El desacuerdo, pp. 21-22). Es a este sentido indeterminado del demos, que he preferido traducir como “cualquiera”, lo que choca con la determinación oligárquica de las democracias modernas, según en Éloge a l’anachronisme de Nicole Loraux se señala que constituye la actual versión popularizada del régimen. En este sentido, si la burguesía reclama una determinación del pueblo como comunidad en torno a los pilares de la libertad, la igualdad y la fraternidad, el pueblo indeterminado nada más puede pedirse como existente en su reclamo por una dignidad que le es, por naturaleza, impropia. Al reclamo de anomia hecho por los intelectuales de la “modernización capitalista”, bien se les puede reclamar que la afirmación de la situación normal sólo acontece una vez se ha sacrificado cualquier componente que ayude a permanecer indeterminado al demos. El reclamo que hacen las masas, no es un llamado a permanecer indeterminado, sino antes bien es la denuncia al hecho de que sobre una diferencia se ha hecho pasar una jerarquía. No trata de la falta que se afirma como medio por el cual se constituye, como bien pudiera decirse si se aplica un criterio semántico sobre el diferencial que lo hace. Es el señalamiento de que sobre una diferencia como cualquier otra, se ha querido constituir un orden de inclusión-exclusión con el que dar cabida a la emergencia de las propiedades del pueblo. Bajo este parámetro, por ejemplo, también puede una etnia devenir en una nación, ya que la última parece entregarle criteriosy densidad epistemológica a ese objeto que los antropólogos en doscientos años no han podido asir. El asunto político del que se trata, por lo tanto, no es el destino por el cual un umbral es atravesado, y por el que un estado diferenciado de las cosas adquiere su afirmación. Más bien, es el señalamiento paródico de un límite, como ciertamente lo es la burla a la dignidad de un Chile de posdictadura que había encontrado su legitimidad en el llamado a la defensa de los derechos humanos.

2 Como ritmo basado en una repetición pura, constitutiva de su abstracción con el material fónico indisociable del sentido afectivamente intenso de cualquier poema.

3 Ya nos recordaba Deleuze, a propósito de Proust, que la condición de la diferencia es también la violencia y, ajustando las cosas, que del corazón del que se arma un fundamento político no es posible identificar en su verdad doctrinal una real tolerancia a sus fragmentaciones. El afán por lo uno, el resguardo museográfico materialmente legitimado por la violencia del derecho, es al mismo tiempo la condición de afirmación del orden y la exclusión de las condiciones del pensamiento mismo sobre dicho orden. También para la policía es válido el designo dejado por Proust: “es preciso experimentar el efecto violento de un signo y que el pensamiento se vea obligado a buscar el sentido del signo” (Deleuze, Proust y los signos, p. 33). Para nuestro orden policial de posdictadura, tanto como en lo que respecta al demos, dicha violencia es enunciada como un atributo impersonal que la policía se encarga de informar sobre el cuerpo real de los cualquiera. Tanto así aparece en la amnistía política de 1978, como en el anonimato que cubre a los actos de tortura en el informe Valech. La perpetración, el Holocausto, con todo lo que de victimal y sacramental tienen, presentan una serie de difíciles umbrales públicos a atravesar sobre los cuerpos sacrificiales que larvan al Estado de Derecho. Presenta un afán procedimental estrictamente reglamentario, pese a que a la actualidad cuente con un relativo sentido consuetudinario, con los que marcar una verificación posible de que el umbral de personificación de una violencia normal ha tenido lugar. Se trata de una coreografía macabra, en la que la afirmación del orden se ensambla con su impotencia más propia, ya que fundamenta su naturaleza en la exclusión violenta, en la diferenciación de una vez y para siempre, con la materia informe de pueblo. Si la violencia es el efecto impersonal de algo que se determina sobre un atributo personal de la población, si la violencia es en fin un sello que asegura la nuda vida, sería también preciso reconocer como su síntoma el estatuto roto de todo signo con vocación normal. Una vocación de sentido, reglamentada por fuerza de la tradición y la gloria en contra de una historia crítica dispuesta a sustraer la deuda con el pasado o el futuro que nos hace, constituye un signo imposible. Trata, por obra de esta deuda que no deja de corroer las relaciones múltiples y equívocas entre significado y significante, un atributo inesencial, vago o extensivo del signo que dice comandar dicho ordenamiento normal. Se trata de una regla que pierde vocación real, al tratar de justificar como esencia el estatuto de un diferencial cualquiera. La garantía, así, de nuestro estado policial de las cosas, es la interrupción del cauce semántico de la diferencia en razón que las gramáticas sociales se demuestran impotentes y extensivas. A este devenir territorial de la norma, hay que reconocerla con las soberanías de facto que la excepción funda en la nueva tierra del capital. Aquí ya toda repetición aparece bajo la modalidad de la rotación, apariencia misma de la acumulación de riqueza.

4 El régimen de propiedad articula, bajo la práctica extendida de los patrones que no dejan de correr sus muros para quitarle una porción de la propiedad a sus vecinos, la expresión en que el capital dibuja su nomos. Para jugar a los neologismos, el régimen de propiedad conforma una “nomo-tecnia” propiamente capitalista. Se trata del nomos capitalista de la tierra; el territorio al que es debida la vigencia de nuestros Estados.

5 A la realidad extensiva de los signos normales, de las sintomatologías policiales del orden normalmente constituido, se acopla también una contra-conducta tenida en la mudez del subalterno. El problema, así dicho, no es tanto si puede o no hablar la subalterna, o si acaso ésta no cuenta con otras formas de expresión corporal para manifestar su disgusto y posibilidades de alianza contrahegemónicas como sugirieran Spivak y Grimson. La pregunta en la que se aloja también una respuesta al orden biopolítico de nuestro globo, requiere romper el sentido hegeliano en que los estudios decoloniales y poscoloniales siguen dibujando el estado de unas relaciones dichas como exteriores a la epistemología moderna (confieso lo peliagudo del caso, ya que la decolonialidad no ha dejado de apuntar al sentido diferencial del capital, fundamentalmente en las prácticas asociadas a la acumulación originaria, cuando rescata el modelo dicotómico hegeliano de estas diferencias políticas. De esto, sin embargo, no se sigue una disposición subjetiva de respuesta como bien demostró la base votante de Hitler). El juego de la voz republicanamente constituido, afirma que la articulación en logos de la voz del subalterno, entrega una potencia de subversión al orden hegemónico. Lejos de eso, cabe volver a preguntar si no es justamente el punto de conveniencia el hecho de que las masas del demos permanezcan mudas ante la vocación semánticamente impotente del orden policial. En el atributo impropio de la voz, hay quizás una posición con la que radicalizar el diferencial del capital hasta cortar su ciclo rotativo.

6 Los cualquiera trata, en este sentido, del extenso resto sin salvación que no ha hecho comunidad con el orden divino.

7 El primer acto que sigue a la ruptura de las relaciones con la Corona Metropolitana, fue la de fundar un Estado Central que emula el cuerpo decapitado del poder regio bajo la seudo-modalidad secular del poder moderno.

8 Cuando el contra-orden semántico de los regímenes de poder hacen manifiesta su culpa con las miserias que genera, los colegios de las elite levantan a sus jóvenes en tropel para atender las heridas que sus mismos padres, y ellos mismos en un futuro, reproducirán. Este es parte de un sentido ritualmente poderoso, de la misma manera en que Marshall Sahlins lo explica con respecto al ritual del kaiko, y de la misma manera que todos observamos en ese potlatch franciscano llamado “Teletón” (en Sahlins, Marshall. Poor Man, Rich Man, Big Man, Chief: Political Types in Melanesia and Polynesia). En este caso, la deuda-culpa retorna como un crédito de prestigio social, capaz de reinaugurar las posiciones de prestigio en las subjetividades determinadas dentro de la letra impotente de la policía. De igual manera, estos espacios pastorales en la educación cristiana, provee los medios para seguir reproduciendo a unas clases sociales poco receptivas a la movilidad social al ofrecer un espacio para que surjan las parejas y nuevos matrimonios de los segmentos pechoños de las elites chilenas. Esto requiere un estudio etnográfico más poderoso, en el que se observe la manera en que los discursos sobre lo mal que está el país se ensamblan con la objetivación de niños vulnerables que los varones demuestren a las mujeres el ser portadores de una sensibilidad seductora y sexualmente poderosa. Esta situación, además de incestuosa, se anunciaría como pederasta al ocupar a los niños como objetos eróticos.


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