A quienes han caído, gracias a quienes han caído.
Hoy Francisca Sandoval; ayer Shireen Abu Akleh; mañana Julian Assange; antes, ahora y siempre, periodistas de investigación y reporterxs que, al ser asesinados, traen al presente el fantasma más cruel de todos: el imperio y la impunidad del poder. Chile, Palestina, Estados Unidos, cientos de países más. En cualquier parte. Siempre, en todo momento y sin localización precisa, estamos siendo localizables: quien denuncia es una amenaza. Para el poder del capital su interrupción es sinónimo de negación. No importa el género, la acreditación periodística, la nacionalidad, la etnia y ni siquiera la inverosimilitud de las justificaciones con que se intenta poner en duda cada crimen. Habrá algunxs más susceptibles de ser asesinadxs, pero ningún atributo identitario es capaz de asegurar que no lo vayamos a ser (“Judíos que odian a los judíos; judíos que se odian a sí mismo”, reza el eslogan sionista, identificando solapadamente categorías religiosas con étnicas). Si denuncias al poder, ya estás contra el despliegue de la historia del capital.
Quizás justamente allí, en la ética periodística que se expresa en las prácticas de denuncia (y nunca en la mayoría de las prácticas de los periodistas integrantes medios hegemónico que, más bien, merecen ser denunciadas), se revele la ambigüedad de nuestra época, de la época de la hipertrofia informativa, del simulacro del simulacro. Las palabras no sólo son palabras, fonemas o grafemas descompuestos hasta la abstracción de su materialidad; las imágenes no sólo son representaciones que han extraviado lo representado, sucesión de hologramas devenida planicie. En la palabra y en la imagen, por el oído y por el ojo, se expresa una voz, se propaga una llamada. ¿De quién? De quien nos llama, de quienes, como nosotros, necesitan llamar y concurrir. ¿Concurrir? ¿A dónde? A cualquier parte, a ninguna parte: lxs cualquiera, lxs ninguneadxs siempre hemos estado allí: aquí, en la inminencia de la lucha.
Así, la ética periodística, antes que darle voz a los sin voz -como intentan convencernos los liberales biempensantes desde su púlpito paternalista-, expande esa llamada con su clamor de justicia desde el fondo de la historia: no es el telos destinal de la filosofía de la historia, la promesa de un paraíso fuera de la historia, sino el magma telúrico que, irrigando a los cuerpos, desgarra la continuidad del relato histórico. Al contrario, el poder del capital, mientras está siendo ejercido, proyecta su propio terror: cuando asesina al denunciante espera mitigar el crimen denunciado. Cree que el mensajero es el mensaje. Y no se equivoca del todo: el mensajero también es parte del mensaje. Sin embargo, nunca el mensaje se reduce al mensajerx, similar a como la potencia se torna irreductible al acto. Lxs mensajerxs, al denunciar los crímenes del poder, activan una potencia: anuncian el conatus de la lucha contra el poder que se empeña en capturarle. Tal anuncio es, en realidad, la ofrenda de un recuerdo: nos recuerda la lucha, la rabia y el impulso de justicia que siempre ha estado y estará allí, encadenado a y por las injusticias. Así, lxs mensajerxs, en cuanto ofrendan el recuerdo, también anuncian el advenimiento de una nueva buena nueva: una voz, un llamado capaz de reafirmar la potencia contra el poder; la profanación de la teo-teleo-logía capitalista.
Tal ofrenda, no es sacrificial. Ella no busca restituir el orden calmando la avidez de sangre de los dioses. En la ofrenda no hay equivalencia, incluso reside más allá de las lógicas de la reciprocidad. En ese sentido, los asesinatos de estxs periodistas constituye un martirio. En la medida que claman por una dignificación de la existencia, no van hacia la muerte, sino que reafirman la vida, la lucha por la justicia, hasta en el asesinato. Su muerte, no es una exigencia; pero se acepta (Karmy, R. 2020) con el desgarro y la fuerza de quien asume una realidad brutal. Por eso lxs mensajeros se suelen transformar en mártires, pues portan el mensaje de la ofrenda: no nos dicen qué hacer, tal cual no les fue exigido morir, pero sí nos recuerdan que habitamos una lucha. Nos comparten la voz de su agonía.
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El primero de Mayo, Francisca Sandoval, periodista del canal Señal 3 La Victoria de Santiago, recibió un disparo en su cabeza cuando realizaba labores de cobertura periodística en el contexto de las manifestaciones del Día de las y los Trabajadores. Quien presionó el gatillo, pertenecía a una lumpen-organización delictual que lleva meses -al menos- expandiéndose por el centro de Santiago bajo la pasividad -cuando no el beneplácito- de la fuerza policial. De hecho, hacía unas semanas y en el mismo sector, vendedores ambulantes (muy probablemente integrantes de otra o la misma lumpen-organización) habían atacado brutalmente a estudiantes secundarios en el marco de una manifestación, dejando a uno de ellos gravemente herido. El accionar de la policía para impedir el acto fue idéntico al caso de Francisca: nulo. Para decirlo en lenguaje jurídico: cuanto menos se trataría de una responsabilidad por omisión, con el agravante de la reiteración. Pero dejémonos de eufemismos. La mañana del 12 de Mayo, Francisca Sandoval ha fallecido: fue asesinada.
12 de Mayo. Shireen Abu Akleh, periodista palestina -con pasaporte estadounidense- de la cadena catarí Al Jazeera, reporteaba, junto a su camarógrafo, otro de los innumerables operativos represivos, criminales e ilegales que el Ejército Israelí en Jenín, ciudad del norte de Palestina Ocupada. Demás está decir que según dicta el Derecho Internacional, un Estado Ocupante no cuenta con la potestad legal para realizar estas acciones, tal cual tampoco lo tiene para construir asentamientos en zonas que exceden su soberanía territorial o que se encuentran catalogadas como zonas grises o intersticiales (Meier, D. 2022), pero Israel día a día infringe el Derecho Internacional tanto en Cisjordania como en Gaza.
En abril de 2019, Julian Assange, fundador del portal WikiLeaks es detenido en la Embajada de Ecuador en Londres tras que el presidente ecuatoriano Lenín Moreno retirara el asilo que le fuera otorgado por el exmandatario Rafael Correa. Mantenido en cautiverio desde el 2012, mientras le eran espiados sus dispositivos digitales e intervenidas sus cuentas financieras y personales, fue llevado a juicio en los tribunales británicos por mandato estadounidense con el objetivo de lograr una extradición. Sólo su deterioro físico y mental, así como la alta probabilidad de sufrir torturas similares a las que él mismo difundió en su portal, han dilatado que se concrete la extradición. Su principal delito: espionaje. Léase: haber dado visibilidad mundial a las flagrantes violaciones a los DDHH llevados a cabo por el Ejército Estadounidense, especialmente en Irak, Afganistán y Guantánamo.
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No es la muerte lo que les ha ocurrido u ocurrirá a estxs periodistas (Karmy, R. 2022). Tampoco se trata de víctimas de simples asesinatos sucedidos a partir de encontrarse en un terreno conflictivo, en el nunca recomendable lugar de los hechos, en el centro de la guerra. Aquí no hay accidentes, porque todo aquel que ose denunciar, resistir y sublevarse contra el poder del capital imperial es clasificado como un producto no-deseado y desechable de la misma maquinaria del capital, pues atenta contra su reproducción. Así, queda a merced de los arbitrios de la muerte. He ahí la acelerada intensificación y expansión contemporánea de la necropolitica.
La cuestión no se trata del individuo que apretó el gatillo. El tema no se acota al lumpen fascistoide que trabaja codo a codo con la policía chilena (quienes a su vez trabajan para la oligarquía); no es el soldado israelí, colono de ascendencia europea, que todas las tardes se divierte con sus compañeros apostando a quién asesina más palestinos en Gaza o apalea más niños en Cisjordania; tampoco es meramente la hipocresía de la llamada Comunidad Internacional, cuyos compromisos con los DDHH, la libertad de expresión y, sobre todo, el derecho social a acceder a información pluralista y veraz, sólo permanecen en el discurso ilustrado de la ONU. Este no es un mero asunto moralista (a estas alturas de la historia, sería una ingenuidad analizar las dinámicas de explotación/devastación de la vida y acumulación del capital desde una perspectiva moralista, personalista o kantiana).
Se trata, más bien, de la tiranía del capital, de la instrumentalización del Derecho, de la consumación fascista de la democracia moderna, de la irreflexividad del conocimiento, de la despolitización de la política, de la hiperproductividad en un mundo, de facto, globalizado (hecho globo), de una alta cultura o cultura oficial sobrevolada por la catástrofe y hundida en el lenguaje gestional, de una historia que ya ni siquiera se precisa contar, pues yace acumulada, reproducida y manipulada en cuanto dato o big data. Amputar y docilizar la expresión vital, minimizar la interrupción/irrupción de los sentidos imaginales, ese es el objetivo del poder del capital: atentar contra la irrefrenable potencia ética de la vida. En jerga gubernamental-financiera: prevenir los riesgos calculando el propio índice de riesgo. En suma, se trata del control y reducción de todo aliento de vida que busque oponerse o interrumpir la violencia más radical de todas: la de una técnica antropocéntrica motivada, producida y reproducida por el poder. Es el poder el que mide y limita las medidas del cuerpo, despotenciándolo, separándolo de la vida y de otrxs cuerpxs; es la orden del poder quien divide las regiones de la existencia en saberes ordenados y ordenadores, en disciplinas disciplinantes; es el poder quien capitaliza los usos de las palabras y de las imágenes en markenting y pronóstico, en fake news y simulacros, en miedos y alienaciones destinadas a activar un instinto de conservación que se adapte al poder. Poder de captura sobre la vida. Poder de muerte. Algunos pueden (están autorizados para) matar.
Asesinar a Francisca Sandoval, a diferencia de lo declarado por Boric, no tiene por causa la violencia de un criminal; sino los intereses de una clase y los miedos de una casta ante la amenaza de perder parte de sus privilegios. El asesinato de Shireen Abu Akleh, no tiene por causa a la cobarde soldadesca sionista, sino un proceso de exterminio neocolonial que el Estado de Israel, con plena complicidad de occidente, sustenta gracias a la ideología sionista. La futura muerte de Assange y las torturas que ha vivido en estos años, no son consecuencia de una incorrecta interpretación jurídica del Derecho Internacional, sino del amedrentamiento a quienes decidan mostrar los horrores del supremacismo blanco, de quién busque alumbrar el horror que prolifera al borde del camino donde el capitalismo se dirige hacia su presunto “Destino manifiesto”.
La violencia nunca es “violencia sin más”, un atributo abstracto; necesita una sustancia en la cual inherir-se. Necesita de un cuerpo disponible (pero nunca dispuesto) a ser devastado; una vida a ser destruida. La violencia consiste en el modo de ser del poder: su lenguaje horroroso, el caos de toda significación. Ni el legítimo uso de la violencia ni la violencia terrorífica de imaginar la muerte violenta. Hoy ya no requerimos fantasear con esa muerte salvaje que ahorca la carne y la sangre, la cual se hallaría, desde Hobbes a Weber, en la base mítica del Estado. Hoy es la necropolítica del capital y las amenazas de muerte que la constituyen quienes nos buscan aterrorizar; pero, al mismo tiempo y como en todos los tiempos, es la rabia ante la injusticia la que nos llama ya no sólo a resistir, sino también a sublevarnos.
Una cierta inminencia se respira: la revuelta siempre está a punto de detonar. He ahí el llamado que, sin necesidad de decirlo, nos ofrendan lxs mensajerxs en su agonía.
Referencias:
Karmy, R. (2020): Intifada. Una topología de la imaginación popular. Santiago de Chile:Editorial Metales Pesados.
Karmy, R. (2022): “Shereen: sobre la piratería israelí y la palestinización del mundo”. En La Voz de los que Sobran, 12 de Mayo, 2022 (disponible en: https://lavozdelosquesobran.cl/opinion/shereen-sobre-la-pirateria-israeli-y-la-palestinizacion-del-mundo/12052022 ).
Meier, D. (2022): “En los intersticios de las fronteras”. En Le Monde Diplomatique, N°238, Abril 2022(Edición Chilena), pp. 24–25.
Imagen principal: Orazio De Gennaro, Terra Bruciata (Scorched Earth) – Small abstract red and black painting, 2017.