1.- Persona.
Me remito a dos textos clave de la producción schmittiana: Teología política. Cuatro ensayos sobre soberanía y Catolicismo y forma política de los años 1922 y 1923 respectivamente. En el conjunto de los 4 ensayos que conforman Teología Política la discusión de fondo en torno a la cuestión de la “soberanía” remite, en último término, a la obsesión que, a mi modo de ver tendrá el pensamiento de Schmitt a lo largo de su trabajo: el problema de la forma política: “soberano es quien decide sobre el estado de excepción” no es una fórmula que designe la simple arbitrariedad de un poder, sino la puesta en forma asociada a dicho poder que, como tal, es capaz de “dar forma a la vida de un pueblo” dice Schmitt. Es clave este problema: Schmitt está disputando la noción de forma política, tanto a la escuela neokantiana de Hans Kelsen como a la del romanticismo político. Para el caso de Kelsen su apuesta normativa se identifica, según Schmitt, a una “norma transcendental apriorísticamente vacía”, a diferencia de la verdadera “norma transcendental” que se jugaría en lo “jurídicamente concreto”. Incluso en su discusión epistemológica con Kelsen acerca de si el decisionismo sería o no una “ciencia”, el problema schmittiano tiene exactamente que ver con esto: frente a la “teoría pura del derecho” incapaz de ofrecer una “forma política” y, por tanto, de incorporar la noción, tan compleja como eficaz de que la “soberanía” en virtud de su apuesta despolitizadora, sería necesario asumir lo “concreto” de una forma política que la distinga de la simple arbitrariedad de un poder. A esta luz, Schmitt insiste en que lo que está de fondo en este debate es la capacidad que porta la soberanía –y no cualquier poder- de dar forma a la “vida de un pueblo” y, por tanto, de atender la topología soberana que asume el carácter normativo y fáctico a la vez. El problema de la “representación auténtica” será profundizado en Catolicismo cuando Schmitt remita la cuestión de la forma al modelo de la Iglesia Católica: modelo que no intenta reconducir la política moderna al catolicismo en un sentido “confesional”, sino modelo propiamente político en el que se juega la vitalidad impregnada por la forma política. Como ha sido visto, Schmitt utiliza el término latino y no alemán para designar “representación” (“repräesentation”) que enfatiza la cuestión de la distinción o prestigio social y en la que la “persona” resultará fundamental: la repräesentation de la persona de Cristo –dirá Schmitt- no será sólo jurídica o simplemente estética sino que tendrá un sentido “histórico-universal”. Su apuesta hace constelación con la posición de Romano Guardini (Magri, 2013) para quien Cristo estaría lejos de ser una persona biográficamente considerada como una persona en el sentido de una decisión fundamental. En Schmitt, resulta clave la distinción entre lo jurídico y lo estético: porque si la primera está asociada al positivismo jurídico, la segunda forma lo hace al romanticismo. Para el jurista, constituyen dos modos nihilistas de comprensión de lo político, dos maneras de “mala infinitud” –si se quiere, que pierden de vista la decisión soberana y la capacidad de ofrecer la vitalidad de una Forma política capaz de ir más allá del pensamiento económico (liberalismo y marxismo) y de resolver la profundidad de la crisis de Weimar (Ellen Kennedy). En este sentido, el término “catolicismo”, quizás, deba entenderse en Schmitt no en un sentido “confesional” sino en cuanto dispositivo político capaz de ofrecer un katechón necesario a toda fuerza capaz de destruir la verdadera y auténtica “Forma política”: “Esa es la palabra clave de mi completa existencia intelectual y publicística –dice Schmitt remitiéndose al término “católico” usado por Konrad Weiss- la lucha por esa profundización verdaderamente católica (contra los neutralizadores, la jauja estética, contra los vende-abortos, incineradores de cadáveres y pacificistas).” La “profundización verdaderamente católica” significa la reivindicación de la forma política personalista capaz de dar “forma a la vida de un pueblo”. Como tal, “católico” no significa para Schmitt un simple credo como una posición respecto de la “forma” capaz de contrarrestar al nihilismo en curso. Lo “verdaderamente católico” es justamente su pensamiento cuya “forma política” remite a la decisión soberana de un Cristo personal.
2.- Expresión.
En Pasolini la situación es diferente: el nihilismo que él percibe no se ofrece desde el debate jurídico-político, sino –como en Edward Said- a la luz del problema de la cultura. Es ahí donde Pasolini inscribe la “crisis” que, en sus palabras, atiende al problema del modo en que la lengua italiana, tradicionalmente concebida como una lengua expresiva y, por tanto, poética, ha devenido una lengua comunicativa propia de la época tecnocrática en curso: “La lengua italiana –escribe- va hacia un predominio total y completo de lo comunicativo sobre la expresividad.” Es interesante este diagnóstico: no solo porque en él se entiende en qué sentido la “mutación antropológica” del neofascismo capitalista han llegado a modificar la existencia humana, sino, además, porque en él queda claro en qué sentido habría en Pasolini una remisión al problema de la forma entendida no de manera ius-personalista como en el caso de Schmitt, sino de un modo expresivo y, por tanto, inmanente al mismo devenir de la vida. Si seguimos sus breves, pero contundentes palabras señaladas en Marxismo y cristianismo para, después, vincularlas al filme Evangelio según San Mateo vemos que Pasolini señala que, solo a partir de la crisis: “(…) pensé, concebí y luego realicé el Evangelio”, crisis que, como hemos dicho, remite a la mutación de la lengua, de su talante expresivo hacia su forma propiamente comunicativa. A esta luz, el Evangelio es comprendido por Pasolini como síntoma o, si se quiere, suspensión de esa crisis. Pero ¿en qué sentido habría que leer esta afirmación? Me parece que, una vía posible consiste en mirar el conflicto escenificado en el Evangelio: Cristo se opone a la institución (el sanedrín) y disputa el lugar de la autoridad que la remite, esencialmente, a las Escrituras y no a la Tradición. Escrituras cuya intempestividad asumen en el personaje de Cristo una forma expresiva frente a la forma personalista de la Tradición: dos modos irreductibles de construcción de autoridad, por tanto, o bien, vía las Escrituras o bien vía la Tradición, una autoridad de tipo estatal o bien otra de tipo popular. El Cristo de Pasolini lucha contra la Tradición, desde una forma de autoridad radicada en los “oprimidos”, invisibilizada por la propia Tradición. Es justamente este aspecto expresivo que irrumpe en el Evangelio, el que abre la referencia pasolineana para con el papa Juan XXIII –precisamente el papa que llevó a cabo el Concilio Vaticano II al que Schmitt, en su Teología Política II se opuso tajante. Juan XXIII resulta interesante para Pasolini por la puesta en juego de una “experiencia laica y democrática” (lo “mejor que la Revolución francesa produjo”) pero cuya modalidad aparece bajo la forma del humor: “El humor del papa Juan tenía esa característica absolutamente poética nueva, de ejercerse sobre los demás (llamó al futuro papa Pablo VI “nuestro eminentísimo Hamlet”) pero también sobre sí mismo, sobre todo acerca de sí mismo (…) En cierto sentido Juan XXIII ejercía el acto profunda y altamente democrático de reírse de sí mismo en tanto autoridad.” –dice Pasolini. Clave referencia para entender el Evangelio, quizás, como una suerte de comedia de la Tradición, momento decisivo en el que Cristo se autoriza desde las Escrituras poniendo de relieve el carácter cómico de la Tradición y la expresividad de la lengua –justamente lo que la Tradición no tiene. El Evangelio, entonces, quizás, sea una obra pensada para resistir a la época de la “mutación antropológica” que tendrá a Juan XXIII como referencia, en la medida que, a través del humor, rescatará la lengua expresiva y su deriva democrática justamente al reírse de sí mismo “en tanto autoridad”. Pasolini piensa una “democracia” no bajo la referencia liberal (y, por tanto, representacional) sino como la apuesta por una gestualidad expuesta radicalmente en el humor, donde la autoridad es precisamente subvertida. ¿Puede reír la autoridad sino es en virtud de una lengua expresiva o, en otro sentido, una forma que deviene exposición de su misma medialidad? “Mi idea es la siguiente: seguir punto por punto el evangelio según San Mateo sin hacer un guión ni reducirlo. Traducirlo fielmente en imágenes, siguiendo la narración sin añadir ni quitar nada. (…) Es esta altura poética la que me inspira con tanta ansia, y es una obra de poesía la que yo quiero hacer. No una obra religiosa en el sentido corriente del término, ni una obra en modo alguno ideológica.” No una obra religiosa ni ideológica, sino poética. Sin embargo, el propio Pasolini vincula el talante poético –la dimensión expresiva- de Juan XXIII al humor como forma de una experiencia democratizadora. Ni la religión ni la ideología en sentido lato –como formas de la Tradición- sino poética o, si se quiere, humor, restitución de la palabra expresiva por sobre la comunicativa: se trata de imágenes y no de guión, de expresión y no comunicación. No hay mensaje que ofrecer como un gesto con el que irrumpir, no habrá doctrina que defender como una risa que lanzar.
3.- Dos formas.
El tecnocratismo estadounidense marca, tanto para Schmitt como para Pasolini, una nueva época histórica. Triunfo del pensamiento económico en Schmitt (el triunfo del liberalismo), al igual que en Pasolini (el reemplazo de lo expresivo por lo comunicativo). Pero a la destrucción sobrevenida ambos se posicionan y resisten de manera diferente: en Schmitt, atendiendo el problema intenta rescatar una forma “histórico-universal” de corte personalista que vaya más allá tanto de la dimensión puramente jurídica como estética y asuma el talante soberano de dar “forma a la vida de un pueblo”. Su antídoto a las deriva destructiva de lo moderno reside en la repräesentation. Para Pasolini, no se trata de una forma personal como opuesta a la forma tecnocrática, sino una forma expresiva (el reino de la gestualidad) donde justamente se pierde la cuestión personal a favor de una relación intempestiva con el pasado: en Schmitt ese pasado (la Iglesia) remite a una decisión, en Pasolini a una expresión: la primera sigue siendo una operación nómica, la segunda deviene totalmente poética; la primera proviene “desde arriba”, la segunda “desde abajo”, finalmente, son dos “formas” de Cristo, pero la de Schmitt deviene una forma sustancializada, la de Pasolini una forma que coincide punto por punto con la gestualidad. Ambos están enfrentados a la “mutación antropológica” y, por tanto, a una derrota política significativa. Pero la vía de salida será diferente: para Schmitt solo podrá combatirse al nihilismo desde la puesta en forma de la decisión soberana para dar “forma a la vida de un pueblo”, para Pasolini, justamente ha de enfrentarse con la expresividad desalojada por la razón comunicativa en la medida que la forma parece ser inmanente al pueblo que nada necesita de la Tradición puesto que establece una relación intempestiva y no autoritativa con ella. Pero se trata de dos modalidades de la forma: una forma jurídico-política en el caso de Schmitt y, por tanto, que no renuncia a la cuestión de la soberanía, y una forma poético-política para Pasolini en que la soberanía va a contrapelo de la verdadera autoridad, aquella intempestividad profética ausente en Schmitt. “Forma” ¿qué es? Para Schmitt es un límite que ha de imponerse (un katechón) contra las formas centrífugas del orden, para Pasolini “forma” designa algo de lo cual la lengua italiana aún podía gozar y con lo cual un papa aún podía reír.
Noviembre 2022