Giorgio Agamben / Lo lícito, lo obligatorio y lo prohibido

Filosofía, Política

Según los juristas árabes, las acciones humanas se dividen en cinco categorías, que enumeran de la siguiente manera: obligatorias, loables, lícitas, reprobables y prohibidas. A lo obligatorio se opone lo prohibido, a lo que es loable lo que es reprobable. Pero la categoría más importante es la que se sitúa en el centro y constituye, por así decirlo, el eje de la balanza que pesa las acciones humanas y mide su responsabilidad (la responsabilidad se llama “peso” en el lenguaje jurídico árabe). Si loable es aquello cuya realización se premia y cuya omisión no se prohíbe, y censurable es aquello cuya omisión se premia y cuya realización no se prohíbe, lo lícito es aquello sobre lo que la ley sólo puede guardar silencio y, por tanto, no es ni obligatorio ni prohibido, ni loable ni censurable. Corresponde al estado paradisíaco, en el que las acciones humanas no producen ninguna responsabilidad, no son en absoluto “pesadas” por la ley. Pero -y este es el punto decisivo- según los juristas árabes, es bueno que este ámbito del que la ley no puede ocuparse de ninguna manera sea lo más amplio posible, porque la justicia de una ciudad se mide precisamente por el espacio que deja libre de normas y sanciones, premios y censuras.

En la sociedad en la que vivimos ocurre exactamente lo contrario. La zona de lo lícito se reduce cada día y una hipertrofia normativa sin precedentes tiende a no dejar ninguna esfera de la vida humana fuera de la obligación y la prohibición. Gestos y hábitos que siempre se habían considerado indiferentes a la ley están ahora meticulosamente regulados y puntualmente sancionados, hasta el punto de que ya casi no hay ninguna esfera del comportamiento humano que pueda considerarse simplemente lícita. Primero razones de seguridad no identificadas y luego, cada vez más, razones de salud han obligado a obtener una autorización para realizar los actos más habituales e inocentes, como caminar por la calle, entrar en un lugar público o ir a trabajar.

Una sociedad que restringe tanto la esfera paradisíaca de los comportamientos que no están lastrados por la ley no sólo es, como creían los juristas árabes, una sociedad injusta, sino que es propiamente una sociedad invivible, en la que cada acción debe ser autorizada burocráticamente y sancionada legalmente, y la facilidad y la libertad de las costumbres, la dulzura de las relaciones y las formas de vida se reducen hasta el punto de desaparecer. Además, la cantidad de leyes, decretos y reglamentos es tal que no sólo es necesario recurrir a expertos para saber si una determinada acción está permitida o prohibida, sino que incluso los funcionarios encargados de hacer cumplir las normas se vuelven confusos y contradictorios.
En una sociedad así, el arte de la vida sólo puede consistir en minimizar lo obligatorio y lo prohibido y, a la inversa, en maximizar el ámbito de lo permisible, el único ámbito en el que si no la felicidad, al menos la alegría se hace posible. Pero eso es precisamente lo que los miserables que nos gobiernan hacen todo lo posible por impedirlo y dificultarlo, multiplicando las normas y los reglamentos, los controles y las verificaciones. Hasta que la lúgubre máquina que han construido se arruina a sí misma, atascada por las propias reglas y dispositivos que debían permitir su funcionamiento.

28 de noviembre de 2022

Fuente: Quodlibet.it


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