¿Por qué Averroes resulta decisivo para pensar la cuestión Palestina? Porque, a partir de un efecto de contraste, permite poner en cuestión al humanismo sobre el cual se sostiene el proyecto sionista. Si este último no es más que un proyecto colonial europeo instalado en el territorio de la Palestina histórica, es porque él se articula como un humanismo “blanco” cuya figura fundamental es la del “judío”. Esto resulta inquietante –unheimlich-, desde un cierto punto de vista. “Inquietante” porque nos muestra que el proyecto sionista es, también, una cristalización precisa del cristianismo imperial y, en este sentido, expone que el discurso sionista no sería otra cosa que el discurso de los judíos conversos al cristianismo. Judíos, en cuyo proyecto estatal-nacional, trocaron el mesianismo del judaísmo rabínico por la sacrificialidad del Estado-nación. Judíos conversos que defienden los “valores occidentales” y que, como bien señalaba Theodor Herzl, se disponen como la vanguardia de la civilización contra la barbarie “asiática”.
Por eso, podríamos considerar dos afirmaciones que, en rigor, constituyen un mismo plexo: el imperialismo es un humanismo, ergo, el sionismo es un humanismo. Habría que explicar brevemente esta fórmula, quizás, a través de la concepción de “máquina antropológica” desarrollada por Giorgio Agamben: tal máquina constituye un dispositivo bipolar que produce a los dos términos en cuestión. De un lado al “hombre”, del otro, al “animal”. Para Agamben dicha máquina funciona a partir del dispositivo del estado de excepción que posibilita la inclusión-exclusión de la vida y, con ello, la producción de la humanidad del ser vivo hombre al precio de excluir de ella, la animalidad que ha de quedar totalmente fuera del orden.
En este registro, podríamos decir que el “semita” fue una producción cuando la máquina se articuló en función del clivaje lingüístico y racial “ario-semita”. El sionismo no sería más que una forma de dicha máquina en la que la bipolaridad “humano-animal” o “civilización-barbarie” se singulariza en la diferencia entre “judío-palestino” o, si se quiere, “judío-árabe”. La operación antropogénica resulta muy eficaz: la figura bíblica de Amalec con la que Netanyahu calificó al pueblo palestino una vez perpetrado el acto de resistencia palestina tiene una larga historia en el discurso sionista, tal como lo ha señalado Silvana Rabinovich. El dispositivo “Amalec” permite al sionismo “nazificar” a sus enemigos. Primero, eran los alemanes en los años 50, y muy pronto serán los árabes y palestinos en particular desde los años 60.
El efecto inmediato fue, justamente, convertir al otro en un “nazi” y con ello, reactivar la máquina antropológica incluyendo al judío al interior del orden humano y excluyendo a los palestinos como verdaderos nazis que estarían fuera de dicho orden. Si la máquina antropológica sionista “nazifica” al palestino excluido del orden es porque a él le estará negada la humanidad y, en este sentido, no será considerado un simple enemigo, en el sentido que incluso lo entendería Carl Schmitt, sino un “enemigo absoluto”, tal como subraya Achille Mbembe, dado que no se trata de una amenaza al Estado, sino a la humanidad en su conjunto. En otros términos, al nazificar al enemigo, el dispositivo “Amalec” permite a la máquina sionista desplegar no una guerra interestatal como una guerra contra la in-humanidad. Nos encontramos aquí con la otrora reflexión de Edward Said y Furio Jesi: si para Said dicha máquina no es otra cosa que el ensamble orientalista, para Jesi, ésta desplaza la amenaza que significaba el “judío” que era visto como un agente sacrificial capaz de matar y matarse, por su nueva forma “palestina”. Esto significa que el cambio del judío al palestino producido por la máquina sionista deja intacto su constitutivo antisemitismo, precisamente porque “nazifica” al palestino bajo la figura de Amalec desplegándose en la forma del colonialismo de asentamiento que, hasta ahora, ha perdurado por 76 años de nakba.
La amenaza del palestino vestido bajo la rúbrica de “Amalec” representa el poder de matar y matarse, la sacrificialidad que la máquina sionista proyecta en otro mientras la ejerce por sí misma. Y, la cuestión clave: si la máquina colonial sionista no hace más que producir al palestino bajo la forma de Amalec, entonces contra ya inhumanidad (semita) es posible desplegar toda una guerra por la humanidad (judío) y, así, restituir cada vez la agotada máquina antropológica occidental. Esto significa: el proyecto sionista se articula en base a dos polos: por un lado, al judío converso (el ario) y, por otro, al palestino nazificado (el semita). Por eso, a través de esta exposición, podemos mostrar que el proyecto sionista es, constitutivamente, antisemita. Pero lo es, no porque no sea humanista, sino precisamente porque lo es. El humanismo heredado del aristotelismo tomista que conjuró al fantasma el averroísmo fue el que articuló la nueva máquina antropológica que hoy, encuentra su forma última y agotada en el proyecto colonial sionista.
Por eso, la pregunta sería: ¿en qué medida la cuestión palestina exige desarticular la máquina antropológica, de qué forma ella deja expuesto el simulacro de dicha máquina desactivando su fuerza performática? Pienso que una respuesta posible reside en la propia tradición árabe y, en particular, en nuestro querido y viejo Averroes. Desarticular el humanismo significa abrir el terreno de una potencia impersonal y común que podemos habitar gracias a la fuerza intempestiva de la imaginación.
Averroes en Palestina designa, pues, la contraoperación capaz de desactivar la antropología del hombre que, desde el tomismo, ha devenido sujeto y agente del pensar. De Palestina, se podría decir, por tanto, que es la vanguardia de los pueblos en el sentido minoritario que lo entiende Hannah Arendt respecto de los judíos: no porque vaya “delante” guiando y conduciendo pastoralmente a las masas por liberar, sino precisamente porque su sublevación ha expuesto el agotamiento de la forma pastoral misma, esa oikonomía sobre la que se funda la máquina antropológica moderna.
En este sentido, la intifada mundial a la que asistimos puede ser vista como una sublevación activada por la imaginación de los pueblos que se han arrojado a habitar la inteligencia común, reducto de felicidad eterna que nos reserva el mundo, “en esta tierra”. Sublevación de los “monstruos”, si se quiere, animales de imaginación contra los “hombres” que, durante siglos, se han apropiado del planeta. El averroísmo no es, en este sentido, solo una teoría, o una doctrina, sino una sublevación imaginal capaz de desarticular la máquina antropológica y sus formas exterminadoras. En otros términos, no se trata aquí, de una política del “sujeto hombre” como de la singularidad de las formas de vida en las que las dicotomías que han constituido a la máquina antropológica moderna (lo humano y lo animal, lo cultural y lo natural, occidente y oriente, si se quiere) se disuelven en un mismo plexo de imaginación común. No más el “hombre” como lo imaginal: un “tercer espacio” (una khorá platónica) que designa el lugar sin lugar poblado por todos los seres vivientes y no vivientes, singularidades que devienen la gestualidad de la vida en la que se abrazan y danzan sin fin. A esta luz, Averroes en Palestina significa el fin de la máquina antropológica moderna. Un fin que, gracias a la resistencia palestina, hoy, después de mucho tiempo, si podemos imaginar.
Mayo, 2024

