Publicado en portugués en Instituto Humanitas Unisinos – IHU
1. ¿Cómo analiza el recrudecimiento del neofascismo a través de la profundización del neoliberalismo? ¿Cuáles son los nexos posibles en la coyuntura que vivimos?
Me parece que nada podemos comprender hoy si no miramos a Palestina. Palestina es el catalizador de las transformaciones en curso y, por tanto, desde mi punto de vista, la grilla de inteligibilidad a través de la cual podemos contemplar el presente. ¿Por qué Palestina funciona como catalizador? Porque es en palestina donde el orden liberal encuentra su límite, donde el derecho internacional es violado, la moral destruida y el pueblo palestino despojado de su mundo. Nada de esta mutación capitalista podría tener lugar sin Palestina, por tanto: es Palestina la que ha mostrado el fracaso de Israel como proyecto ético y político, es Palestina la que exhibe la hipocresía del derecho internacional, es Palestina la que expone el derrumbamiento del ordenamiento liberal. Por eso, sin el genocidio sobre Palestina no puede apuntalarse el neofascismo, sin la masacre permanente de la colonización sionista no puede desplegarse la nueva fase del capitalismo global en la que éste se desprende del polo liberal para situarse desde el polo fascista y donde Israel se ha convertido en el modelo mismo del fascismo del siglo XXI. Como un reverso de la Alemania nazi, Israel –precisamente porque fue solo un “reverso especular” de dicha Alemania- no podía más que reproducir las formas del nazismo ahora bajo los modos del sionismo. Y esto no se debe a Netanyahu. Este último es, más bien, el efecto de años de nakba. En este sentido, si Palestina es el catalizador del proceso en curso es precisamente porque aquí todas las mediaciones erigidas hacia finales de la Segunda Guerra Mundial fueron desconocías desde un principio. En un ir y venir, podríamos recordar la tesis de Aimé Cesaire en “El discurso del colonialismo” cuando señalaba que el nazismo fue simplemente la aplicación de las técnicas coloniales sobre el espacio europeo y que, por eso, la exterminadora política de Hitler, se volvió imperdonable para los europeos. Podríamos decir que, la cuestión palestina es exactamente a la inversa: lo que los europeos aplicaron con europeos durante el nazismo (el colonialismo) ahora se externaliza desde 1948 hacia Palestina donde colonos europeos (sionistas) aplican lo que el nazismo hizo con los otrora europeos, así como los nazis aplicaron lo que los europeos aplicaron con los pueblos del “tercer mundo”. Por eso, una vez finalizada la Segunda Guerra, todo pareció volver a la “normalidad”: la catástrofe volvía a desplegarse, supuestamente, fuera de Europa. Y así, Israel parecía un proyecto completamente moral que, como tal, podía invisibilizar lo Real sobre lo cual dependía: la nakba. Israel fue y ha sido perdonado porque no ha atentado contra población europea sino contra el pueblo palestino.
Hoy, cuando no existe ninguna posibilidad de distinguir claramente el primer del tercer mundo, la zona metropolitana de las zonas periféricas, se ha producido una doble introyección que articuló una misma máquina sobre la que opera el capitalismo contemporáneo: introyección de las viejas técnicas coloniales orientadas a la compartimentalización de las poblaciones colonizadas en la forma territorializante del fascismo e introyección del viejo liberalismo metropolitano de corte desterritorializante. Ese doblez es lo que dio origen a la gubernamentalidad neoliberal, a su máquina que tiene a Israel como paradigma justamente porque Israel condensa esa doble introyección liberal y colonial, desterritorializante y territorializante a la vez, cosmopolita y fascista igualmente. Si se quiere, digamos que asistimos al desplazamiento desde el polo desterritorializante que caracterizó a las primeras décadas de neoliberalismo hacia el polo territorializante en donde el neoliberalismo deja su forma democrática y asume diversos modos fascistas. Este desplazamiento define al fascismo como una pasión por la Tierra donde el término “tierra”, por supuesto, está identificado a soberanía y territorio. Esto, a su vez, quiere decir, que el fascismo nada sabe de la Tierra, solo del territorio. Y, a su vez, quiere decir que, hasta ahora, la experiencia de los Estados nacionales nos ha alejado sideralmente de la posibilidad de hacer la experiencia de la Tierra sustituyéndola por el hecho de vivir en un territorio. En este marco, la misma política anexionista que implementa Israel en Palestina es la que el devenir fascista del neoliberalismo desata en la actualidad en el trumpismo cuando pretende anexar Groenlandia, México o Canadá. Una advertencia para los bien pensantes del progresismo: el neoliberalismo debe ser entendido como una máquina de dos rostros que, en su propia gubernamentalidad, articuló el liberalismo clásico con el fascismo histórico, es decir, la desterritorialización del capital financiero con la territorialización de las formas de acumulación, un polo económico-gestional y otro jurídico-político a la vez. Hoy, en la medida que el marco post Segunda Guerra Mundial encontró sus límites a la puja del capital en Palestina, éste puede rebasarlo y redistribuir así la cartografía de la tierra. Precisamente porque se trata de una pasión por la tierra, tal movimiento no podía sino articularse a partir de un conjunto de momentos fascistas que territorializan y se anudan constitutivamente en y desde el interior de la propia máquina neoliberal. Momento fascista que opera como el reverso del fascismo histórico: si este último realizó su vuelco sobre la Tierra vía el nacional socialismo situando como objeto de aniquilación a los judíos, el actual lo realiza vía el sionismo, que centra su objeto de aniquilación en los palestinos. Un mismo antisemitismo perpetrado por la misma máquina civilizatoria en dos tiempos heterogéneos. Por eso, no hemos salido del orden liberal de la post Segunda Guerra Mundial, sino que habitamos en su reverso negativo, ahí donde la única pasión posible, parece ser la peligrosa pasión por la tierra y su política anex-sionista.
2. Con la llegada de Trump al poder, se consolida el imperio de los tecnócratas que componen al gobierno norteamericano. En ese escenario, parece que las figuras del homo oeconomicus, de Foucault,y la del animal laborans, de Arendt, resultan ser cada vez más actuales al corroborar el vaciamiento de la política. ¿Cuál es su análisis?
Pienso que el imperio tecnocrático ya estaba perfectamente operante durante el gobierno de Biden y hacia atrás. Debemos dejar de pensar que Trump inauguró todo y atender al proceso por el que el progresismo logra constituir las condiciones materiales del trumpismo.
En este sentido, para mí, Trump simplemente es un “liberal” que lleva al acto las medidas para profundizar y reconfigurar el dominio sobre la Tierra. Por eso los híbridos que aparecen (el anarcocapitalismo, el fascismo nacional o el nacional libertarianismo entre otras figuras) y las tensiones que atraviesan a Maga y que yo definiría como “cielo y tierra”, excepción y regla, facticidad y derecho, pero también, y sobre todo, Maga articula una precisa estructura del tiempo histórico en que intenta armonizar pasado y futuro, el ciudadano rural estadounidense y la futurología de Elon Musk. El “make America great again” es el dispositivo mítico que mira hacia el pasado pero que se imbrica con el futurismo de Musk. En este sentido Musk es el Marinetti de Trump.
A esta luz, la mutación antropológica sobrevenida (para usar el léxico de Pasolini) es aquella que ya había definido el neoliberalismo: el capital humano. ¿Qué es capital humano? Es la antropologización total del capital y, a su vez, la capitalización total del hombre. Siempre he dicho que, para mí, Frederich Hayek debe ser entendido como el Hegel del siglo XXI porque, de la misma forma que Hegel identificó al Espíritu con la Historia Humana, Hayek identificó la Historia Humana con el Capital. En este sentido, el trumpismo es la intensificación de una antropología que coincide enteramente con la economía o, si se quiere, de un hombre que no es más que un modo del capital. Así, el fascismo en ciernes es una deriva autoritaria del capitalismo que tiene como nudo antropológico a este cyborg que es el “capital humano”.
3. ¿Cree que el fascismo pasará por una reactualización y profundización con la alianza que se consolida entre Trump y Putin, o bien con Netanyahu? ¿Por qué?
Con tu pregunta, pienso en Freud cuando caracterizó el devenir de las fuerzas que constituyen la subjetividad moderna personificándolas bajo la forma del “complejo de Edipo” que la vulgata psicoanalítica ha reproducido como caricatura. Me parece que no se trata de “personas” como de “procesos” de gran densidad histórico- filosófica. Netanyahu ¿qué es sino el perfecto continuador de las políticas coloniales implementadas por la izquierda sionista de los primeros años de Israel y sus “románticos” kibutz con los que las izquierdas occidentales quedaron estúpidamente seducidas? La nakba es un proceso no una persona, a pesar que sea Netanyahu quien está cargo hoy de tal proceso. Lo mismo debemos decir respecto de Trump y Putin, esto es, que son nombres que expresan una mutación epocal cuya fuerza es interna al propio despliegue del neoliberalismo global; mutación que consiste en el desplazamiento desde el capitalismo liberal hacia su forma autoritaria o, si se quiere, a la exposición apocalíptica del capitalismo, su mostrarse desnudo, con su violencia sacrificial a la luz del día, sin tapujos, ni mediación alguna. Se trata de un violento tránsito –más bien un salto- desde el capitalismo hegemonizado por los Estados Unidos hacia el capitalismo exento de hegemonía que, por supuesto, no sería otra cosa que la guerra civil planetaria. Netanyahu, Trump y Putin son los nombres de tal guerra civil donde todo territorio puede transformarse, de un momento a otro, por cualquier justificación, en Gaza. Nuestro presente nos dice: todo es (potencialmente) Gaza. Esto significa: no hay mediaciones institucionales porque el ordenamiento liberal está exhibiendo su propio reverso tanático. Así, tal “alianza”, en rigor, es la fuerza que apuntala el proceso de guerra civil en curso donde el capitalismo queda expuesto en su arquitectura propiamente mítica y donde lo que se está jugando es una nueva repartición de la tierra. Justamente, lo que une a Netanyahu, Trump y Putin es su conjunta pasión por la tierra, sea que ésta se exprese en el retorno de la industria estadounidense a su territorio (Trump), en la colonización total del territorio palestino (Netanyahu) o en el nacionalismo inspirado por Ivan Ilyin (Putin). Y, en la medida que este proceso implica un desprendimiento del antiguo liberalismo con el que se identificaron las oligarquías financieras, lo que emerge es su forma neofascista.
4. Aliados históricos de Israel, los EEUU son los más importantes partidarios del armamentismo que alimenta la guerra y la limpieza étnica genocida contra los palestinos. ¿Cómo comprende la posición israelí y el apoyo norteamericano en ese contexto?
La posición israelí es clara: desde 1948 su apuesta ha sido colonizar totalmente el territorio palestino, a través de una forma denominada colonialismo de asentamiento que tiene por objetivo no la integración de la población nativa en las fauces de la civilización (como ocurría con el imperio hispano, por ejemplo) sino su expulsión, desintegración y aniquilamiento de dicha población. Israel simplemente aplica el tipo de colonialismo que se implementó en los EEUU desde el siglo XVII por parte de los colonos ingleses y luego el cono sur con sus poblaciones indígenas (Chile, Argentina, Uruguay). La secreta solidaridad entre EEUU e Israel pasa, en este sentido, por tres niveles: ambos son sociedades de colonos cuyos Estados aplicaron las mismas técnicas de colonialismo de asentamiento; en segundo lugar, ambos funcionan en base a una misión histórico-salvífica: el “destino manifiesto” de los Estados Unidos y la noción de “pueblo elegido” desde Israel (una noción que mutó en la forma de una teología política colonial con el sionismo en el siglo XX); en tercer lugar, el famoso lobby sionista en los EEUU que muestra algo que, en mi último libro “Palestina Sitiada. Ensayos sobre el devenir nakba del mundo” subrayo con intensidad: Israel no es un “aliado” de EEUU en el sentido que Estados pueden establecer relaciones de colaboración diplomática o económica, sino que es su “ideal del yo”. Ningún otro Estado “aliado” de los EEUU tiene el grado de poder sobre la política norteamericana como Israel. Me explico: en un discurso que Joe Biden ofreció en Tel Aviv en 1986 dijo: “si Israel no existiera, los EEUU tendrían que inventarlo”. Esta afirmación hay que situarla en una genealogía en la que encontramos al sionismo cristiano como un pivote del otrora imperialismo británico que surgió desde el mundo evangélico de Gran Bretaña desde el siglo XVIII y que, al politizarse durante el siglo XIX en función de la geopolítica británica, articuló la idea de que el “pueblo judío” debía volver a Palestina porque, una vez ello tenga lugar, los judíos terminarán por convertirse al cristianismo y Cristo reinará sobre la Tierra. ¿Por qué ese “filosemitismo”? Básicamente porque fue el modo en que el evangelismo británico podía acceder a lo que consideraba la revelación originaria (judía) y situarse imaginariamente en una relación de identificación con el Padre. Pero, precisamente porque esa relación pasa por la mediación cristiana, ella debía implicar un forzamiento (pasar del cristianismo al judaísmo) para experimentar esa revelación originaria ofrecida en lengua hebrea. Ese forzamiento constituye el pivote de la teología política sionista posibilitando un imaginario imperial para Gran Bretaña primero y luego, con su “judaización” de fines del XIX, un imaginario territorialista y nacional a lo que será Israel en 1948. El “filosemitismo” británico del sionismo cristiano, por supuesto, es un anti-semitismo invertido, en tanto, implica el triunfo de Cristo sobre la tierra en virtud de la supuesta “conversión” que sobrevendrá una vez que los judíos “vuelvan” a su supuesta tierra. Como ha mostrado el historiador Donald M. Lewis, esta teología política afincada en un “filo (anti) semitismo” le permitía a Gran Bretaña mostrar su ventaja sobre el catolicismo del imperialismo hispano y el secularismo del imperialismo francés por otro. La teología política sionista no es más que una geopolítica orientada a la apropiación colonial de Palestina. Justamente, el sionismo cristiano fue el puntal ideológico del imperialismo británico que terminó conquistando Palestina en 1917 y que relevó su dominio al naciente Estado de Israel en 1948. Por eso, Israel no es un “aliado” sino la idea imperial de Occidente, si se quiere, su “ideal del yo”, el núcleo teológico de su política. Así, la afirmación de Biden es totalmente cierta y permita abrir una genealogía que rebasa con creces los habituales análisis “geopolíticos”. Por esta razón, hay que prestar atención a lo que dice Ilan Pappé, el maravilloso historiador israelí: desde el 7 de Octubre de 2023, Israel está experimentando un “colapso” –es su tesis. A la que yo complemento con el efecto dominó: si Israel –su carácter de “idea” que nuclea la ideología del imperialismo atlántico- cae, cae con él ese mismo imperialismo (Europa y EEUU). Y, justamente, diría que lo que está en juego hoy es el agotamiento del discurso imperial “atlantista” –su retroceso- cuya forma primaria se expresa en el colapso israelí con Netanyahu a la cabeza y el imbricado colapso estadounidense con Trump en el gobierno. Y justamente, la pregunta que cabría hacer es si, en este momento crítico, los Estados Unidos tienen o no la fuerza performática para “inventar a Israel”, es decir, reinventarse a sí mismos.
5. Según la filosofía política de Giorgio Agamben, las democracias liberales fueron concebidas para operar dentro del paradigma de la soberanía, pero también en el paradigma de la gubernamentalidad. Por eso, en cualquier momento el estado de excepción puede ser legítimamente convocado para establecer la excepción como regla, dando origen a derivas autoritarias que son sombras permanentes en ese sistema político. ¿Cómo entender esa paradoja que sustenta las democracias?
La tesis de Agamben se inscribe al interior de una larga tradición crítica en filosofía y ciencias sociales que hoy resulta más decisivo que nunca rescatar. Sobre todo, considerando que la democracia burguesa tiene un límite que es precisamente el problema del capital. Cuando éste resulta amenazado, entonces, esa democracia no tiene ningún problema en mutar sus formas hacia dispositivos autoritarios en los que prima el estado de excepción y otros dispositivos asociados. Justamente la paradoja de la democracia liberal es la contradicción inmanente al orden del capital, entendiendo por este último, no un simple sistema económico como un régimen de dominación, tal como lo sostiene hoy Nancy Fraser, por ejemplo, en Cannibal Capitalism. Agamben entiende bien el límite de la democracia burguesa a la luz del dispositivo del estado de excepción y, entiende bien cómo ese régimen de dominación se articula en la forma de una máquina constituida por dos polos antitéticos, pero estructuralmente unidos. Eso significa que, para Agamben, la democracia está siempre a punto de devenir en dictadura y, a su vez, que esta última siempre puede “normalizarse” en la forma democrática. Este último punto ese advierte de manera prístina en el caso chileno desde 1990 y el modo en que Pinochet fue progresivamente desmaterializado en la forma abstracta del dispositivo constitucional que la dictadura instauro y la democracia llevó a consumación. La contribución de Agamben –que, insisto es una reflexión que se sitúa al interior de una constelación crítica- permite desafiar la ingenuidad liberal, según la cual, la cuestión fascista es abordada como un asunto anómalo respecto de la democracia, exterior si se quiere, que surge en virtud de un par de dementes que se toman el poder. Ir a contrapelo de la tesis liberal significa mostrar que la democracia porta consigo el elemento tanático que, en cualquier momento, la revierte en las formas más descarnadas. Hoy día, en efecto, Estados Unidos, Argentina, El Salvador y otros tantos países, han devenido verdaderas dictaduras civiles. Antes era común la dictadura militar, pero hoy eso no es necesario, entre otras cosas, porque la gubernamentalidad securitaria rebasó la eficacia del dispositivo soberano-militar subsumiéndolo completamente sobre sí. Basta con un conjunto de lawfares y de realizar elecciones como rituales vacíos y el derecho deviene un dispositivo cada vez más hipertrófico, para convertir esa democracia en una cáscara que actúa como dictadura en la medida que, al tiempo que hace retroceder a los derechos civiles, políticos y culturales, fortalece fuertemente a la policía y la milicia. De hecho, lo que trumpismo enseña es que en las nuevas dictaduras no defienden a las corporaciones financieras, sino que son las propias corporaciones, vía sus respectivos CEO las que entran a gobernar directamente sobre los Estados. Se trata de una dictadura del capital de manera directa, sin las mediaciones liberales, como decíamos a propósito de Palestina. Por eso, nada de esto podía implementarse sin el genocidio en curso, sin la intensificación de esa nakba que hoy asume una forma planetarizada. La fórmula que planteo en mi último libro “Palestina sitiada” es justamente ésta: estamos asistiendo al devenir nakba del mundo. En este registro, la máquina Estado-Capital se articula bajo el nuevo desplazamiento autoritario por el cual se agudiza la dictadura del capital. Dictadura que, como decíamos, siempre estuvo bajo la mediación liberal pero que hoy, en la palestinización del mundo, se expone al desnudo, tal como lo expresa Trump cuando dice que los diversos gobernantes le “quieren besar el culo”. O sea, Trump le muestra el culo a todo el planeta para que se lo besen como forma de sometimiento: el poder al desnudo, el soberano exponiendo el misterio de la máquina que no es otra cosa que su culo, es decir, un vacío sobre el que la máquina capitalista no deja de girar sobre sí misma.
6. En términos mundiales, la extrema derecha se fortalece con el crecimiento de su representatividad en Argentina, Alemania y con el segundo mandato de Trump y sus derivas siniestras, entre otros varios países que podrían servir de ejemplo. ¿Cuál es su lectura sobre ese escenario, considerando los resultados electorales?
Como lo he sostenido en las preguntas anteriores, me parece que el fascismo surge por el desplazamiento al interior de la propia máquina mitológica capitalista: de su polo liberal y desterritorializante, hacia su polo fascista territorializante. Insisto: la democracia liberal ya no puede ser pensada como dispositivo que pueda inmunizar a la sociedad del fascismo sino al revés: es precisamente su condición. La mayoría de las propuestas fascistas en la actualidad llegan al gobierno por vía democrática. Por lo tanto, en vez de asombrarnos del triunfo fascista, tendríamos que asombrarnos del asombro que ello genera en el progresismo. Su fe en la democracia liberal es su punto débil frente al fascismo que, como hemos visto, no es más que su reverso especular, el polo que siempre está al acecho, cada vez, que la propia democracia se ve amenazada. La dicotomía democracia-dictadura es una dicotomía liberal que el pensamiento crítico tiene que cuestionar en el sentido en que no se trata de una dicotomía como una bipolaridad, en el sentido en lo que entiende Agamben. En otros términos, dictadura-democracia o, si se quiere, fascismo-progresismo no son términos antinómicos como rostros de la misma máquina del capital que, en cualquier momento y por cualquier circunstancia que lo justifique, se podrán encontrar perfectamente. Es el caso Von Mises u otros llamados “liberales” que, en su momento, no tuvieron ningún reparo en apoyar a Hitler.
7. ¿Cómo percibe la inserción de magnates de la Tecnología de Información junto al gobierno de Trump? ¿Qué puede decir eso acerca de la democracia liberal y sobre el capitalismo de vigilancia?
Esta pregunta es clave. Justamente si hoy entramos en el ciclo de la dictadura civil es precisamente porque dichas formas, tal como está ocurriendo en los EEUU respecto de la persecución de estudiantes y profesores en las universidades, pero también en la expulsión de población “migrante”, funcionan de manera eficaz y totalitaria vía el dispositivo cibernético que provee de una velocidad y totalización del control inéditos. Digo “control” en el sentido de un dispositivo que ya no es el de la soberanía hobbesiana sostenido en base al “contrato” sino a la gestión centrífuga de cuerpos y almas que, a diferencia del Leviathán y como ha mostrado Cavalletti, la “seguridad” resulta un paradigma basado en la inestabilidad de la diada seguridad-inseguridad, según la cual, toda seguridad produce cada vez, mayores grados de inseguridad pues esta última no es un “exterior” a la seguridad sino su exterior interno, el motor de la máquina biopolítica que le da consistencia. De otra forma: si la seguridad fuera solo un asunto técnico, sus problemas ya se habrían solucionado. Pero precisamente porque es un asunto mítico cuya última forma no es más que una vida “biológica” que aboga por su conservación y potenciación, ella resulta ser un paradigma biopolítico que, en la actualidad, no ha hecho más que funcionar a partir del despliegue cibernético. Pienso que los casos de Jullian Assange, por un lado, y de Edward Snowden por otro, constituyen formas que alertan del mundo en que vivimos. ¿Por qué? Básicamente porque ambos casos ponen de relieve que el espionaje ya no es serializado como ocurría históricamente, sino masivo gracias, precisamente, al dispositivo cibernético. Un perfil de Facebook, twitter o lo que sea, puede abrir un hilo masivo de información sobre alguien o sobre un grupo en particular. Hace muchos años que ingresar a Israel implica, para muchos, borrar sus redes sociales. Hoy esa práctica se extiende a los Estados Unidos. Más aún, múltiples plataformas articulan listas negras de supuestos “simpatizantes” de Hamás o, como dice el discurso sionista, de supuestos “antisemitas” que deben ser expulsados de las universidades hasta su eventual deportación. Estados Unidos hoy es una dictadura civil. De más está decir que el exterminio en Gaza se realiza con Inteligencia Artificial y que el espantoso ataque israelí en Líbano implicó la intervención de los dispositivos de información (beepers, celulares, etc) que, en el momento de la decisión, simplemente estallaron masivamente. La cibernética, en cuanto dispositivo de gobierno coincide hoy completamente con la guerra. La otrora “hipótesis cibernética” elaborada en su momento por Tiqqun, resulta absolutamente vigente al día de hoy.
8. El rearme de Europa coloca al mundo sobre alerta, una vez mas. ¿Estamos al borde de una guerra total o se trata de una reconfiguración del dispositivo de guerra para seguir financiando la industria armamentista?
Es claro que se trata de una guerra total o, si se quiere, para ser más preciso, dado que son las poblaciones las que se “palestinizan” y por tanto se hallan como blanco primario de la guerra, se trata de una guerra civil planetaria donde justamente, la diferencia entre lo privado y lo público, lo interior y lo exterior se difumina completamente. En mi lectura, esa guerra civil define al devenir nakba del mundo, si se quiere, la sionización del dominio planetario y la palestinización de las multitudes.
9. Franco Bifo Berardi es extremadamente pesimista en cuanto al escenario geopolítico global, así como a la situación de la izquierda y su responsabilidad frente a ese cuadro (ver https://ihu.unisinos.br/650251-a-pergunta-artigo-de-franco-berardi). ¿Cuál es su análisis sobre los límites y posibilidades de organización y reacción del campo progresista para contener la ascensión del neofascismo en sus diferentes configuraciones?
Diría varias cosas respecto de Bifo. Lo primero es que tiene razón respecto de la izquierda y lo comparto en el entendido que una izquierda devenida progresismo neoliberal bajo el impulso de Anthony Giddens hoy está muerta y resultó nefasta pues no hizo más que hacer crecer el dominio del capitalismo neoliberal en el planeta. Sin ese progresismo no habría tenido lugar la precarización de masas proletarias que jamás encontraron en él un lugar político, puesto que el progresismo solo favoreció a capas medias profesionales y, sobre todo, a las oligarquías financieras. En mi lectura, Joe Biden es el final del progresismo pues él expresa la total desorientación política respecto de la época: la demencia de Biden fue la demencia del progresismo. Lo segundo, es que me es difícil considerar a algún pensador como “pesimista” u “optimista”. Un pensamiento decisivo, capaz de abrazar al presente no puede ser ni lo uno ni lo otro, porque ambos estados de ánimo implican una ceguera frente a lo Real, alguna ilusión que escombra en la forma de alguna irreductible fatalidad: sea, necesariamente seremos derrotados, o sea, necesariamente triunfaremos. Ninguna de estas teleologías las advierto en Bifo. Más bien, diría, Bifo y otros pensadores están intentando ofrecer un panorama lo más real posible que, precisamente, permita la organización, pero que no caiga en ingenuidades que simplemente vengan a replicar la máquina fascista reinante. Lo tercero, es que si hay algo que Bifo no ve es un asunto bastante puntual pero decisivo: Hamás y la resistencia palestina no puede ser inscrita en una relación de equivalencia con el fundamentalismo sionista prevalente en Netanyahu. Entre opresor y oprimido reina un abismo y, aunque por cierto, muchas veces los juegos miméticos operan, en este caso puntual, no solo la resistencia palestina es mucho más antigua que Hamás (y, por tanto, Hamás es solo un modo de esa resistencia) sino que el propio Hamás, en su declaración del año 2017, propone una concepción del Estado enteramente diversa respecto de la propuesta sionista: si esta última se remite al hecho de la expulsión total de palestinos y, a la instauración de un Estado con una concepción estrecha de “nación” en base al marcador étnico “judío”, Hamás, haciendo eco de la tradición de la otrora OLP, está proponiendo una solución “moderada” que implica retornar a las fronteras previas a 1967 y en las que el Estado palestino sea musulmán pero permita la co-existencia de comunidades cristianas, judías y musulmanas, tal como ha tenido lugar en la zona por milenios. Desde mi punto de vista –a diferencia del estrecho análisis de Bifo en este punto- el problema de Hamás no reside en su discurso “islamista” (en este sentido, Bifo se deja seducir por el orientalismo occidental) sino en que expresa a una burguesía palestina precarizada por la colonización sionista y, a su vez, imposibilitada de integrarse al aparato de la clase dominante que representa la Autoridad Nacional Palestina- En otros términos, el límite de Hamás no es el “islam” como la matriz “moderna” de su política. Porque esa matriz, sigue siendo mítica, tal como nos lo mostró Walter Benjamin. Acaso, sea el islam el que pueda ofrecer un antídoto a esa dimensión mítica –la mayoría de las veces ha ocurrido que el islam mismo ha devenido parasitario del devenir mítico de lo moderno. En un aspecto histórico: la OLP también fue acusada en los años 70 de ser “terrorista”. Porque lo que Bifo, me parece, no entiende, es que cualquier forma de resistencia que cuestione radicalmente a Israel será calificada de tal. Y en la historia, toda resistencia palestina SIEMPRE (desde la época del protectorado británico) ha sido calificada de tal. Deslegitimada e invisibilizada. Para mí, la ficción que introduce Bifo es la de la equivalencia con una resistencia que no comprende del todo. Si bien, esta puede existir, no es algo necesario. Por eso, Bifo no puede aceptar que Hamás si puede ser una fuerza de resistencia palestina legítima (fueron los propios palestinos que la eligieron en comicios democráticos en 2006) y que entre opresor y oprimido no puede existir equivalencia alguna. Existe un abismo entre ambos, las lógicas del oprimido son totalmente diferentes respecto de las del opresor, no obstante, puedan terminar triunfando la mímesis y entonces la resistencia se acaba (es lo que ocurre con Fatah en Cisjordania que terminó bien asentado en la burocracia de la Autoridad Nacional después de Oslo). Por eso, la resistencia está siempre en riesgo de mimetizarse contra lo que tendría que luchar. La resistencia palestina no es la excepción a esto.
Para más precisamente a tu pregunta: diría que el error del llamado “campo progresista” es pensar que desde la afirmación de la democracia liberal y de constituir un frente unido frente al fascismo este último podría experimentar una derrota. En “Fascismos/ Antifascismos” Gilles Dauvé ya lo había advertido y, de algún modo, el pensamiento crítico no deja de decir exactamente esto: la democracia liberal no es contraria al fascismo sino su reverso especular en la medida que se co-pertenecen en una y la misma máquina del capital. En este sentido es preciso ver el círculo mítico que se arma: curiosamente a mayor “defensa de la democracia” mayor defensa del sistema que le da fuerzas al fascismo. Piensa en el caso de Trump hoy: quienes se oponen de manera simple a su mandato, por ejemplo, criticando las políticas arancelarias y glorificando todo el globalismo neoliberal anterior por una supuesta ”prosperidad” o “progreso” existentes antes de la pesadilla trumpista, en realidad lo que hacen es glorificar el sistema que puso a Trump en el poder, santificar un orden que acaba no como el progresismo ilusiona (con prosperidad y progreso para todos) sino con fascismo en la medida que dicho orden no hizo otra cosa que incentivar la acumulación infinita de las grandes oligarquías militar y financieras mundiales. Entonces, atención con el círculo mítico que se articula aquí, círculo que no es otro que el de la máquina mitológica capitalista que, eso sí, quizás Bifo tenga razón, solo pueda desactivarse a partir de una suerte de deserción organizada. “Deserción” que deberíamos pensar como un término perteneciente al léxico político de lo porvenir, porque aún no sabemos qué puede designar aquello. Probablemente “deserción” sea un término que sea parte de la constelación minoritaria del pensar contemporáneo que se acompaña de otros términos interesantes como el caso de “potencia destituyente” (Agamben) o incluso “revolución” en la medida que, al desaparecer esta última del léxico político, no sabemos muy bien que designa, a pesar que cierta izquierda no deje de repetirlo. Todos términos enigmáticos que, sin embargo, portan la signatura de lo porvenir –su potencia acontecimental- en tanto no nos ofrecen qué hacer o decir, pero si nos permiten imaginar nuestras comunes formas de resistencia, nuestros múltiples comunismos de lo sensible.
10. ¿Cómo analiza la situación política chilena frente a esta onda autoritaria mundial?
En contra de lo que se podría leer desde fuera del país, diría que estos 4 años de gobierno progresista fueron 4 años de Restauración oligárquica cuyo proceso aún no ha terminado. Una Restauración que tiene como momento inaugural la expansión del pánico abierto por la revuelta y la pandemia, frente a lo que el Estado operó, a la vez, bajo el dispositivo jurídico-político del “estado de excepción” y el dispositivo biomédico del “distanciamiento social”. Ambos dispositivos se yuxtapusieron ofreciendo no un refugio frente al pánico sino una producción de pánico que solo dio como resultado el que la multitud se aferrara a sus posiciones sociales establecidas. De ahí el triunfo del “Rechazo” frente al plebiscito constitucional en 2022 que ofrecía una Nueva Constitución para el país. Y de ahí también el triunfo del “En Contra” en el segundo plebiscito constitucional de 2023. La multitud se aferró a su posición social, frente al devenir pánico del original erotismo de la revuelta. Y eso, dejó al país en una situación muy compleja: en primer lugar, con un orden económico-político asentado bajo el otrora pacto oligárquico de 1980 instaurado por Pinochet, pero que permaneció vigente pero sin significado (para usar la expresión de Scholem), es decir, una Constitución que opera bajo su forma hipertrófica, exenta de hegemonía; en segundo lugar, una clase política que se inmunizó de cualquier proceso constituyente clausurando dicho proceso independiente que no se modificó la Constitución e independiente de que ninguno de los dos plebiscitos implicaba la aceptación de la Constitución de 1980, que ésta última permanece debilitada, con bajos grados de legitimidad y que, por cierto, si en la clase política el proceso constitucional fue cerrado en la sociedad, en virtud de los problemas que en ella se profundizan (violencia institucional en la forma de “abuso” en todas sus formas) permanece abierto. La sociedad no logra encauzar políticamente la cuestión constituyente porque el sistema político (no solo su clase política) cerró totalmente el proceso desde arriba. Leería el fenómeno de la nueva fascistización de la derecha chilena a partir de esta clave: el discurso fascista probablemente sea el único que ha podido “politizar” el proceso constituyente pendiente de la sociedad. Pero, su juego consiste en ofrecer la ilusión de abrirlo cuando profundiza su completo cierre, por supuesto. Justamente, al cerrarse el proceso constituyente todo funciona como una olla a presión que, no es que vaya a estallar un día, sino que estalla todos los días frente a una clase política privada intelectualmente de cualquier lectura política y de ofrecer alguna salida a la debacle. Sin embargo, ¿por qué esa clase política ofrecería una salida si con esta clausura ella asegura su dominio? Por eso, mi lectura es que es muy probable que las próximas elecciones presidenciales las gane la derecha, porque si ha ganado algo ya es el haber instalado a la “seguridad” como paradigma. Al estar en la oposición no debe dar cuentas de gobierno y no constituye un blanco fácil para descargar la enorme ira que existe en la sociedad respecto de su oligarquía. La crisis política, por tanto, está siendo gestionada –todo el mundo sabe eso- pero no existe una apuesta política que no ofrezca otra cosa que eso. Así, este país parece vivir en la siguiente paradoja: la revuelta abrió un asunto de fondo del que el país –su oligarquía- no quiere saber. Pero si ese asunto de fondo no se toca, no se aborda –y yo creo que nuestra oligarquía, en virtud de su posición de clase, está estructuralmente imposibilitada para abordar ese asunto- no hace otra cosa que estallar infinitamente en una suerte de normalidad bizarra, monstruosa que se va tejiendo todos los días y donde el sistema político no hace más que experimentar una deslegitimación una y otra vez. Entonces, es un país al que la revuelta le ofreció el camino para leer su propio presente, pero que su oligarquía y clase política no hacen más que negar dicho presente, a través de caricaturas como “terrorismo”, “octubrismo”, la “anomia” y otras figuras que el discurso sociológico se ha ocupado para criminalizar. En este sentido, este país quedo totalmente prendido del paradigma de seguridad. Y, me parece que el progresismo que gobierna bajo la cabeza de Boric, se entrampó en ese paradigma y terminó compensando su falta de proyecto por el nuevo paradigma de seguridad que ofrecía salir jugando para articular un consenso performático con la oligarquía en general. A falta de un nuevo pacto político-constitucional solo se vuelve necesario un nuevo pacto performático por la seguridad. Así, la guerra contra los pobres continua, hoy más feroz que nunca, porque se juega aquí una venganza de la oligarquía frente al mundo popular sublevado en 2019. En otros términos, no hemos tenido más que castigo. Una forma de gobierno “portaliano” donde el “garrote” se impone sobre el “bizcochuelo” como diría este Dios falso, usurpador que, como he señalado, nuestro país adora como fue ese señor llamado Diego Portales1. Y precisamente porque nunca nos despojamos de este falso Dios es que Chile ha estado siempre ad portas de una dictadura civil.
11. ¿Le gustaría agregar algún aspecto?
Solo quisiera agradecer estar de regreso en esta bella revista y felicitar a todos quienes la hacen posible puesto que, en épocas como ésta, revistas así ofrecen algo más que un respiro. Son un lugar en el que aún podemos habitar.
NOTAS
1 Véase https://bibliotecadigital.ufro.cl/?a=view&item=1973 y https://bibliotecadigital.ufro.cl/?a=view&item=2073
Imagen principal: William Binnie, Missile Crater (Gaza) I, 2024

