1. Hace años, en el barrio murciano de Santa María de Gracia, compartí apartamento durante algunos meses con un estudiante palestino de medicina, y otro sirio. La experiencia cotidiana de aquella convivencia estuvo marcada por una rutina inquietante: las visitas regulares de la policía para verificar su documentación. La naturalidad con la que esa práctica se repetía mostraba ya, en un contexto aparentemente periférico como el de Murcia, la fragilidad con la que se construye la vida palestina en el exilio: siempre bajo sospecha, siempre expuesta a un control que no busca proteger sino recordar una condición de extranjería permanente, de sospecha sobre su actividad.
Poco después partí hacia Alemania para iniciar mis estudios de doctorado, donde me encontré con un debate ya abierto acerca de la integración turca en las ciudades alemanas, y el vértigo que les causaba la caída del muro de Berlin y la nueva reunificación inminente. La integración se tornaba problemática. En mis regresos posteriores a Murcia nunca volví a encontrar a mis antiguos compañeros de apartamento. La memoria de aquel palestino se transformó, con los años, y en relación con una praxis generalizada, en una figura emblemática: no ya un individuo concreto, sino el símbolo de una vida sometida a vigilancia constante, marcada por la precariedad y la desposesión.
Desde entonces, la hostilidad israelí hacia el pueblo palestino no ha hecho más que intensificarse, bajo la tolerancia —cuando no el apoyo abierto— de Estados Unidos y sus aliados. También ha ido creciendo la violenta respuesta del palestino. La escena doméstica de las inspecciones policiales en Murcia aparece hoy como un eco lejano pero revelador: el mismo mecanismo de sospecha, exclusión y disciplinamiento que estructura las políticas globales contra Palestina se reproducía, de manera casi banal, en la intimidad de un apartamento compartido. Lo que parecía un gesto administrativo menor se revela, en perspectiva, como la extensión silenciosa de un conflicto estructural que convierte a cada palestino, allí donde esté, en un sujeto vigilado y condicionado por la violencia política.
¿Estamos a tiempo de romper la lógica de la violencia? Para nosotros no hay otro objetivo. Aunque actos como la flotilla Smud que zarpó, con “ayuda humanitaria”, de Barcelona el 31 de Agosto de 2025 hacia Gaza sabemos que están condenados al fracaso, en realidad triunfaron. Es un triunfo el hecho de que la opinión pública haya entrado en escena desnudando la criminalidad de las fuerzas involucradas en el conflicto. Y es un triunfo en tanto que mostraron al mundo que la violencia del estado no puede imponerse sobre la población civil, la de los palestinos o la de los activistas que van en esos barcos. Que la categoría con la que son calificados tanto los integrantes de esos barcos como la población gazatí: terroristas, es falsa. Y sobre esa mentira se construye su discurso bélico, el de Netanyahu y su gobierno. Lo cual no legitima la postura de Siwar o de Al Haddad, tan solo pone en evidencia como se siguen fabricando mártires para justificar determinados planes sosteniendo una u otra “causa”, y en ese discurso coinciden los líderes de ambos bandos.
La lógica de la violencia sobre se interrumpirá si volvemos a ponernos en 1948, y desde ahí pensamos el resto de lo acontecido. Israel llegó a Palestina como un “virus”, como los boers o los colonos británicos a Sudáfrica. La vacuna de los dos estados en realidad fue el problema. La enfermedad se ha agravado, quizá hasta un punto de no retorno, pero si en un estado no pueden convivir religiones y culturas diferentes, si además es un estado democrático, entonces no solo es irresoluble el problema palestino israelí, sino que lo que el futuro de Europa se puede convertir en una pesadilla.
2. Estamos ante una crisis mundial sin precedentes, propia de un mundo globalizado y sobre-explotado. El planeta tierra en 2025 se estima en alrededor de 8.230 millones de personas. El crecimiento económico no parece tener freno. Los recursos naturales se agotan. La sostenibilidad de la vida se torna cada vez más precaria. Hubo unos equilibrios de poder en los últimos dos siglos que pusieron a los magnates de Europa y de EEUU en la cima de una pirámide de poder. Esa primacía se está resquebrajando, aparecen nuevos señores, y los viejos amos se resisten a perder ni un ápice de su poder. Es en ese marco de reajustes donde se puede comprender el actual problema palestino, el de Europa y el de nuestro planeta.
En lo que que todos los movimientos neototalitarios coinciden es en la nostalgia del pasado, pero no de cualquier pasado sino de ese pasado donde Europa y EEUU fueron los amos del mundo, sienten nostalgia del pasado colonial, el de la primacía blanca, masculina y burguesa. Hemos ido identificando los rasgos del nuevo totalitarismo, debemos estar atentos a esas siempre repetidas promesas de nuevo empoderamiento del occidental en un mundo donde la realidad es que China o India comienzan a crecer muy por encima de Alemania o EEUU. Esa promesa de prosperidad ilusoria, America first, en sus diferentes versiones nacionales, es irresistible para unas masas cada vez más desorientadas, precarizadas, y que quieren identificar al responsable de su mal, pues necesitan un culpable. La ficción de una tierra prometida, o un paraíso cualquiera, que compense los males sufridos, solo se hará efectiva con el castigo de los destinados a ello, y la compensación se cumplirá, será algo más que una ficción cuando corra la sangre. En ese momento el botín compensara las promesas que siempre se supo que eran falsas.
Como los amos en Europa no quieren asumir ninguna responsabilidad han buscado un chivo expiatorio, son los inmigrantes árabes o Musulmanes, algunos incluyen a latinos, quizá por influencia del supremacismo norteamericano. El problema, para ellos, es migratorio. Como en el medievo el itinerante, el gitano o el judío, ahora el inmigrante, son los culpables de todos los males. Se sueña y anticipa un nuevo ritual sacrificial en Europa. Parece como si la riqueza y la hegemonía del «viejo continente» dependiera de ese «prix de sang» que acompaña a todo logro verdaderamente importante. Todo el continente construye un imaginario defensivo, y parece que Rusia es el enemigo, pero en realidad, para ellos, el enemigo está en casa.
En Europa hay diferentes pulsos con las poblaciones musulmanas, cada país, incluso cada región tiene su propia historia. La imagen heredada por eslavos que estuvieron en contacto con el imperio turco hasta el siglo XX no es igual que el de las potencias coloniales, Francia, Bélgica o Gran Bretaña, incluso España, pero tampoco es igual que otra imagen española mas antigua, de asimilación morisca o de herencia mora. Un conjunto de leyendas, de diferentes procedencias, donde el otro, el bárbaro, atrae y asusta al buen europeo. Intimida tanto más cuanto más se le desea.
Cuando hoy pensamos los dos genocidios más recientes en Serbia y en Palestina la visión que cada región tiene de ellos es diferente según las distintas perspectivas nacionales o culturales europeas. También es diferente si nos encontramos con el integrismo islámico que si nos referimos a la integración de los inmigrantes musulmanes en los distintos países de Europa. El conflicto cultural no es una ficción, en una Europa ilustrada, que tuvo que poner a raya las guerras de religión para fundar una nueva convivencia, la fuerte identidad religiosa del islámico, que se expresa en la vida pública, es un problema. Y no lo es por la diferencia, la otredad de esa cultura sin posible fusión, sino por el miedo a que se repitan los tiempos de las guerras religiosas.
El conflicto político derivado de la diversidad va mutando constantemente. Parece que, a pesar de las diferencias locales, el europeo percibe al musulmán hoy no como el llegado de sus viejas colonias o la potencia turca contra la que luchaba la república de Venecia, el imperio austriaco o la monarquía española. Hoy es el inmigrante que trabaja en los servicios o en el campo. La tragedia del inmigrante hoy es haberse dirigido a territorios en decadencia como son EEUU o Europa. Los que siempre fueron centros de acogida, marcos de desarrollo en plena efervescencia, son hoy lugares sin futuro. Por eso los inmigrantes se han convertido en la amenaza circunstancial de unas poblaciones que ya se sentían amenazadas, cercadas por nuevas formas de precariedad desconocidas hasta el momento y acosados, tanto en Europa como en EEUU, por una constante pérdida de derechos, que se extiende a el resto de los países de la órbita norteamericana. Bajo ese mapa de crisis, actualmente acentuada por el conflicto desatado por la Rusia de Putin, las formas de identidad parecen tener más peso que el propio desarrollo económico. El inmigrante, motor de crecimiento en países como España, se convierte en un delincuente para la propaganda de ultraderecha. La polarización, ser alguien contra un enemigo, refuerza la creación de esa identidad paranoica de neototalitarismo.
En el nuevo marco europeo, en pleno colapso del modelo social, tras cuarenta años de políticas liberales, la filosofía de Carl Schmitt sobre la tensión entre amigo-enemigo vuelve a estar de actualidad en una compleja realidad político social donde los enfrentamientos son norma. El enemigo es necesario para reforzar ciertas formas de identidad, en la nueva imagen conservadora el enemigo es comunista y es inmigrante, y si estamos en Europa es inmigrante musulmán. Es interesante retener esta idea porque los discursos ultraliberales de apoyo a las políticas coloniales de Netanyahu «acusaran» de violentos comunistas y pro-islámicos a los que se manifiestan en favor de los palestinos.
Un enemigo no solo refuerza la identidad del grupo también sirve para culpabilizarlo de todos los males que acechan a la comunidad. Y los efectos de esa lógica perversa no serán juzgados. Como a nadie se le ocurre pedir explicaciones a aquellos que han desmantelado los servicio públicos, han privatizado trenes, etc. No, esos no son recordados, ni acusados, lo son los que denuncian los efectos de aquellas políticas salvajemente liberalizadoras. Son los jóvenes liberales los que se quejan del funcionamiento de sistemas que los viejos liberales vendieron al mejor postor, engrosándose sustanciales comisiones con lo que vino a llamarse «puertas giratorias». Cuando el colectivo ha asimilado la idea de que existe un culpable no se investiga ni se juzga, se ataca. Las masas empobrecidas se rebelan contra esos “comunistas” que protegen a los extraños, extranjeros, recién llegados, y eso aunque esos “comunistas” estén luchando por defender y mejorar sus condiciones de vida. Nunca se cuestionaran las verdaderas causas de su mal.
En este marco de pérdida de poder político y económico del «primer mundo», dentro de un orden profundamente desequilibrado, la expulsión de un pueblo de sus propiedades es solo una forma de moderna «solución final». Palestina representa una solución «canibal» para occidente, especialmente para Europa. El occidental que ha llegado a sentirse amenazado, aunque esta amenaza sea profundamente ideológica, ve legitimado su deseo de aprovecharse de la vida de los otros. Lo que los amos quieren hacer, apropiarse de los recursos de los otros, los súbditos lo practican salvajemente. Lo que hoy viven los palestinos tan solo nos anticipa lo que nos viene. Una pérdida de derechos brutal, una expropiación de nuestra humanidad. Lo que hoy roban a los palestinos, su casa, su comida, su vida, refleja una vieja práctica y anticipa lo que nos puede suceder a todos. Se ha roto el precario equilibrio fundado tras la segunda guerra mundial. La Asamblea de la ONU en Septiembre de 2025 es la prueba de que hemos tocado fondo. Y parece que no hay vuelta atrás. En tiempos donde la amenaza y el miedo se reproducen y multiplican, las vidas y las posesiones de las víctimas son el menú de los que sueñan con ser vencedores.
3. En 2017 se estrena Foxtrot, un filme ambientado en Israel y dirigido por el realizador israelí Samuel Maoz. Dentro de la gran tradición intimista, concentrada, casi teatral que pasa de Bergman a Fassbinder, la película es lenta y exquisita, emocionalmente impactante. No llama la atención tanto la banalidad de los cuatro jóvenes soldados que vigilan el puesto fronterizo en tierras palestinas, la humillación que infrinjen a los viajeros de los escasos coches que cruzan el paso, ni el banal asesinato de aquellos cuatro jóvenes, sino que lo destacado es el brutal contraste entre el inmenso dolor de los padres del soldado israelí que saben que su hijo, uno de aquellos cuatro soldados del puesto de vigilancia ha muerto y la absoluta indiferencia, el absoluto silencio que pesa sobre los cuatro jóvenes asesinados y enterrados, dentro del propio coche, por una excavadora. Hay violencia, sufren y han sufrido los israelíes, pero sus victimas no solo sufren, es que ademas son silenciadas, enterradas. El camello1 es una alegoría de la justicia, del destino, del enfrentamiento absurdo entre humanos con diferente lengua y religión, que anteponen esas consideraciones a la vida misma.
Israel es también Samuel Maoz y todos los que se resisten a la maquinaria de guerra del sionismo confundido con esa ultraderecha que va expandiéndose por todo el mundo. La película es una alegoría de una maquinaria de destrucción implacable que oculta sus víctimas hasta a los propios beneficiarios. En muchos discursos se identifica a Israel como el perpetrador, y desde ahí se crea un modelo que focaliza al sionismo como el desencadenante del genocidio palestino. Sin discutir posturas recientes que han transformado la dialéctica Israel-Palestina en una estructura simbólica o paradigma global de las relaciones de resistencia y opresión (Es el caso del libro El Paradigma Palestina de Mauricio Amar) en este trabajo nos interesa descubrir más bien una pulsión islamófoba que atraviesa la ideología neocolonial, anarcoliberal, actual. Debemos considerar el hecho histórico de la nunca realizada descolonización y acercarnos a la comprensión de Israel como una bota del imperio americano en el polvorín de Oriente Medio donde se concentran riquezas sin número. Pero también como un país europeo más, allí, lejano, mediterráneo, de frente a Italia, a España, o a Túnez y Argelia. Un país europeo que gestiona su relación con una población “paria”, musulmana, que intimida más cuanto más reivindica sus derechos. ¿No fueron capaces las victimas del totalitarismo nazi de crear un país democrático donde palestinos y judíos compartieran parlamento? ¿No se dieron cuenta de las consecuencias de crear un gheto palestino?¿acaso esa fue la intención, un apartheid palestino? Después de la descolonización británica de la región, la creación del nuevo estado de Israel garantizó la presencia de los amos tradicionales sobre aquellos territorios, ese Oriente Medio, en el que en el siglo XX se ubicaban los recursos energéticos del planeta. En ese contexto no hay lugar para democracias ni para humanismos.
Aquí pretendemos recordar que igual que el antisemitismo fue una de las fuerzas motoras del totalitarismo europeo de los años treinta, hoy es la islamofobia lo que moviliza a las fuerzas reaccionarias, fascistas y neonazis que recorren Europa (Sin identificar como hace Fernando Bravo López al antisemitismo con la islamofobia). Y en esto Israel, en su permanente conflicto con Palestina, ha sido un modelo de la polarización oriente-occidente. Es cierto que es una simplificación, no se puede etiquetar a todo un país bajo esa categoría, pero la praxis de muchos de sus gobiernos, la voluntad democrática de la mayoría de su población, elige ejercer la fuerza contra sus incómodos vecinos palestinos, que nosotros vemos como una imagen del inmigrante, el árabe desposeído, en cualquier país de Europa.
Creo que fuera de Europa no se percibe este hecho, que la actividad policial o incluso represora de otros estados no sigue necesariamente la misma lógica que se da en el Mediterráneo, lugar de un conflicto secular. Israel tiene como vecinos a los Palestinos, y tiene la posibilidad de apropiarse violentamente de todo lo suyo; el viejo orientalismo islamófobo europeo que tan bien señaló E. Said es su justificación para liquidarlos. El sionismo es eso, y esa es su ambición. Es un problema que ya encontramos en Sudáfrica y que no parece tener solución pacifica ni negociada. En realidad ni palestinos ni sionistas aceptan dos estados. Europa creó el problema pero no tiene la solución, porque Europa tiene sus propios problemas con su población inmigrante, y lo que se haga en Israel podría ser la solución para el problema europeo. El apartheid a la europea, apuntan algunos partidos de extrema derecha, es un plan que prospera en silencio. Igual que las democracias europeas no llegaron a las viejas colonias tampoco se ha pretendido que una verdadera democracia articulara la convivencia de palestinos e israelitas en un mismo país.
La forma de percepción del problema mediterráneo y palestino debe incluir un factor decisivo que influye poderosamente en la opinión pública europea. El sur islámico y postcolonial se desplaza a las metrópolis del norte de Mediterráneo, un mar convertido en una de las vías más mortíferas del planeta. Países como Grecia, Italia o España lo están viviendo en primera persona, las muertes en el Mediterráneo, o el Atlántico en la ruta hacia Canarias. El abandono a su suerte de los refugiados e inmigrantes en Grecia, en Turquía, Italia, o España, paso de frontera hacia el Norte, la constatación permanente de que el mar y el litoral de estos países es un campo tan deshumanizado como el de la Palestina sitiada por Israel, despiertan formas de percepción muy peculiares en Europa y especialmente en los «países frontera». Conectar esas experiencias, la brutal masacre genocida de Israel en Gaza y la actitud de los gobiernos europeos con los inmigrantes islámicos, supone exigir una decisión firme de los estados europeos respecto a los palestinos y respecto a los millones de africanos que anhelan llegar a Europa.
4. Nuestra mirada de europeos, sobre la plural diversidad que nos habita, se ha construido poco a poco. Hace tiempo que todo apunta a que ha nacido un nuevo enemigo tras la caída del muro de Berlín: el islamismo, un enemigo que sustituye al comunista de la Guerra Fría, y en algunos casos se funde con ese otro espectro. Se recuperaba así, en un nuevo contexto, una imagen recurrente de la cultura europea y especialmente española: la amenaza del moro o del turco. Durante un tiempo la opinión pública creyó que el integrista musulmán iba ser la nueva figura amenazante. Parecía que los atentados del 11 septiembre en Nueva York apuntaban en esa imagen del destructor de occidente. Esa obsesiva amenaza era algo así como la mala conciencia del colonizador que temía el ataque del antiguo colonizado.
Pero la masacre de Bosnia apuntaba en otra línea: efectivamente el musulmán era el enemigo, pero no como militante terrorista sino como refugiado o inmigrante, como un ciudadano «europeo» transitorio que ocupa un lugar que no le pertenece. Así como vive el palestino en Israel. Era la misma figura pero vista desde dos prismas diferentes, o como el agresor empoderado o como la víctima desasistida de las metrópolis europeas. Fuimos viendo como se iba construyendo el discurso, ciertas agresiones del «árabe» se convertían en justificaciones de las necesarias operaciones «defensivas» del occidental. Este discurso se va manteniendo sin fisuras en los últimos 30 años. Hoy Israel ha presentado, gracias a la violencia de Hamas, a los palestinos como agresores, como esos árabes que ocupan un pedazo de Europa que no les pertenece. La desmemoria y el olvido han hecho el resto, el apoyo masivo de la opinión pública europea en el Festival de Eurovisión 2024 fue buena prueba de que todavía funcionaba el argumento victimista que pesa sobre el judío errante y maltratado.
Así, bajo esa cobertura mediática, hemos llegado a repetir lo que vimos en Bosnia: el exterminio de un pueblo, algo que pensábamos que era una pesadilla soñada en los campos de extermino alemanes, un estigma del pasado. Pues no, hoy Gaza es un campo de exterminio. Y, como en 1939, Europa tolera la ocupación de un territorio, hablamos de Gaza no de Ucrania, pues lo que no tolera a Rusia si lo hace con Israel. En realidad no importa la violencia, al contrario suben las Bolsas, se trata de lazos comerciales, de pactos, de la seguridad de que Israel no va a seguir invadiendo territorios fronterizos como si hizo Alemania en el 39. La tolerancia respecto a la violencia estatal es mayúscula siempre que beneficie a los más poderosos, siempre que sea perpetrada por los más grandes, no es tolerable la violencia de los pequeños. La guerra es un gran negocio.
Por eso Europa se sostiene sobre un conjunto de contradicciones entre el derecho y el hecho. Entre la defensa del negocio y los derechos humanos. Y muchos ciudadanos comparten la hipocresía de la razón de estado. No se trata de que los intelectuales hayan escrito infames alegatos en favor de Israel, es que hay cada vez más gente que tolera la violencia y el crimen como forma de gestión política. Por eso nos interesa pensar la forma en la que los filósofos han pensado Bosnia o Gaza. Seguramente nadie se imaginó cuando Adorno escribe «Después de Auschwitz» en Dialéctica negativa, que llegaríamos a estar «antes» de Auschwitz. Desde 1995 en Bosnia a la Palestina de 2025 han pasado treinta años cruciales y durante estos años parece que estamos atravesando aquellos bochornosos barracones de los Lager alemanes.
5. Lo verdaderamente extraordinario es que en los discursos de los últimos años se ha establecido un curioso paralelismo: se vincula a las posiciones políticas de izquierda con los palestinos, y en general con todos los grupos islámicos que deambulan por Europa. La derecha europea ha creado una islamofília de izquierdas que les sirve para poner al musulmán en el lugar que tuvo el comunista en la Guerra Fría. Es francamente extraño que se adscriba a la izquierda, que algo debe tener de marxista, unas filias religiosas islámicas, olvidando que la religión, no solo la cristiana, sino la judía o la musulmana, igual que la budista o la sintoísta, son el «opio del pueblo» para la izquierda. Y más incompatible aún por el supuesto de que la izquierda, anticlerical y demócrata, apoya a un grupo «autoritario» islamista como es Hamas. Pero no importa, el discurso ya se ha creado y difundido. Muchos están convencidos, entre ellos algunos viejos comunistas tremendamente confundidos. El liberal, especialmente el anarcoliberal fascista, simplificando las cosas, y en lugar de comprender que la izquierda no apoya a estas comunidades por su religión sino por la innegociable defensa de los derechos humanos, por una exigencia quimérica de justicia social, se niega a apoyar una interrupción de la violencia, a reprobar al invasor, justificando ciertos derechos que reducen los cuerpos a materia inerte, inorgánica. Porque al final se trata de eso, no de una cultura o una religión, sino de un cuerpo, una vida, un conjunto de historias, de relaciones, unos territorios.
Y, sin embargo, es así, es raro, no imposible, que un simpatizante de la derecha liberal se posicione en apoyo de las víctimas palestinas, como no lo hizo con los bosnios. El apoyo a causas como la de los musulmanes bosnios durante las guerras de Yugoslavia o la de los palestinos en el conflicto con Israel es percibido por la derecha liberal occidental como un posicionamiento inherentemente «de izquierdas». Esta asociación no es casual, sino que hunde sus raíces en divergencias históricas, ideológicas y geopolíticas profundas que han estructurado la manera en que ambos espectros políticos interpretan el mundo.
En primer lugar, existe una razón histórica e ideológica fundamental: la tradición de la izquierda, especialmente en su vertiente más radical y anticolonial, ha consistido en alinearse con los movimientos de liberación nacional que se enfrentan a potencias imperiales o a proyectos de dominación. Los colonizados eran otra figura del proletariado explotado. Desde Argelia hasta Vietnam, la izquierda ha construido su relato en torno a la defensa del «oprimido» frente al «opresor» en coherencia con la denuncia marxista de la explotación del trabajador. En este marco, la causa palestina es considerada como una lucha anticolonial contra una ocupación militar respaldada por Occidente, mientras que la agresión contra los bosnios musulmanes fue interpretada como una limpieza étnica perpetrada por un nacionalismo expansionista serbio. La derecha liberal, por el contrario, prioriza la estabilidad geopolítica y la seguridad de sus alianzas tradicionales. Israel es visto como una democracia liberal y un bastión estratégico en una región convulsa, mientras que los palestinos —y por extensión los bosnios en su momento— son a menudo asociados con la inestabilidad y el islamismo amenazante.
En segundo término, entra en juego un factor cultural y religioso. La derecha liberal suele converger con el conservadurismo cristiano y los sectores seculares que perciben el islam como una amenaza identitaria y una fuerza antiliberal. Desde esta perspectiva, apoyar a comunidades musulmanas, incluso cuando son víctimas de crímenes de guerra, es visto con recelo, como una forma de tolerancia o de romantización de una cultura retrógrada. La izquierda, en cambio, aborda el tema desde un prisma antirracista y de defensa de las minorías, separando la religión o cultura de un grupo de su derecho a no ser masacrado. Para ella, la defensa de los bosnios o los palestinos es una cuestión de vida o muerte, de derechos humanos universales, no de afinidad religiosa. La izquierda minimiza quizá un hecho que es importante, el carácter religioso de la motivación del islamismo.
Finalmente, la geopolítica ofrece la clave definitiva. La derecha liberal se alinea con la visión de que Occidente debe proyectar su poder y defender sus intereses, lo que incluye el apoyo a aliados como Israel. Critica a la izquierda por lo que percibe como una mirada ingenua que ignora los crímenes de grupos como Hamas o la complejidad de los conflictos. La izquierda, por su parte, ve estos conflictos como productos del colonialismo, el capitalismo global y la maquinaria de guerra occidental. Para ella, la OTAN no es un actor neutral en Bosnia ni EE.UU. en Oriente Medio, sino partes interesadas que alimentan el conflicto.
Por eso no es raro que la derecha liberal considere «de izquierdas» el apoyo a bosnios o palestinos, y esa perspectiva es el resultado de un choque entre dos cosmovisiones: una que prioriza el orden y las alianzas tradicionales de Occidente, y otra que se identifica con la lucha contra la opresión, sin importar quién sea la víctima. Esta grieta no es solo política, sino también moral e interpretativa, y sigue definiendo las trincheras ideológicas del mundo actual.
6. Escribe Savater a una pregunta de Luis Alemany (en una entrevista realizada para El Mundo: «El propalestinismo se ha convertido en una religión sustitutoria») «¿Le puedo preguntar por Gaza?» Responde Savater: « Adelante. Pues eso. Creo que el culpable principal es Hamas, no Israel. Creo que el propalestinismo se ha convertido en una religión sustitutoria basada en ideas que se repiten pero no se reflexionan. El conflicto árabe-israelí es complejísimo y, por supuesto, Netanyahu es un personaje abominable que enloda el prestigio de Israel. Eso mismo lo dicen muchos amigos judíos. Pero no olvido que los israelíes están bajo el peso del terrorismo». Ahí está la clave, en el «pero». Para las posiciones conservadoras el problema se reduce a la dialéctica Estado-Terrorismo, Israel es el Estado, los palestinos son terroristas. Savater presenta una lectura plana, no hay dudas, el Estado está legitimado para preparar su defensa ante el ataque. No hay nada más, proyecta su imagen de ETA a tierras palestinas sin empacho, los estereotipos proisraelies de la derecha hacen el resto. Y para desmontar cualquier posible crítica se refiere a la información que recibimos como una manipulación de alcance internacional que prepara Hamas, por eso cuando L. Alemany le dice: «Pero la gente ve imágenes y noticias tremendas y supongo que hay un instinto de bondad en decir «esto me duele». Responde Savater: «Dos cosas: ¿quién nos manda esas imágenes tremendas? La gente se informa con las imágenes de Hamas, que es quien se queda la comida, quien administra la ayuda y quien emite la información que le interesa. Están pasando cosas horribles, sí, y hay una población civil tomada como rehén por los terroristas que dicen representarla. Eso lo vimos en el País Vasco, los etarras se refugiaban entre la gente… Lo segundo: todos sentimos compasión por los niños de Gaza. Pero hay que enterarse de cómo se ha llegado hasta allí, quién manipula a quién». Solo tenemos testimonios, fotografías y grabaciones que para Savater son falsas. Pero es que en realidad la población hoy masacrada ya estaba sentenciada por el «secuestro» de Hamas, el ejercito israelí solo ha confirmado su destino. El nivel de «media inteligencia», como diría Adorno, de Savater se revela absolutamente criminal, especialmente cuando se confirma que han sido asesinados tantos periodistas, que según Savater son parte de Hamas. En este caso la conciencia de simulacro actúa como una coartada para dejarnos indiferentes ante los testimonios. Considerar manipulada la imaginería gazatí es el único recurso que le queda a la derecha católica para justificar su indiferencia y su apoyo al los homicidas.
Sin embargo, a pasar de toda esa falaz demagogia del intelectual cómplice del colonialismo genocida, esas imágenes han despertado un sentir en los espectadores. Toda la conmoción internacional es emocional, pura empatía inaceptable para el que solo calcula beneficios y se enmascara en un formalismo moral. Por eso la pregunta ahora es pertinente: «Entiendo entonces que el instinto de bondad no es suficiente. Se lo pregunto como profesor de Ética». Responde Savater: «No, porque los buenos sentimientos pueden ser mal utilizados. La bondad y la compasión son la base de la ética y de la humanidad, pero no son la ética. Los grandes maestros de ética, empezando por Kant, escriben sobre eso: hay que defender la ética de los buenos sentimientos porque el peligro es que la ética sea sentimentalismo autosatisfactorio». Esa afirmación apelando al formalismo moral de Kant es propia de la indiferencia moral de los que no quieren nombrar el dolor de los gazaties ni compadecerse. Y aunque la afirmación podemos considerarla ajustada a Kant, son los matices que resultan aquí decisivo. Pues Kant defendió el valor de los buenos sentimientos como un complemento crucial, un apoyo necesario y un subproducto deseable de una buena disposición moral. No quería una humanidad de robots racionales, sino de seres racionales cuyos sentimientos estuvieran educados y alineados con la ley moral. Y en eso se percibe que Savater simplificó la postura positiva de Kant sobre el papel de los sentimientos en la vida moral, adoptando la distancia racional del prusiano que podría justificar hasta el genocidio.
7. A veces parece que se rompe el simulacro que se ha construido contra las prácticas de los litigantes, especialmente ahora, que las imágenes se insertan en un scroll infinito que las digiere en décimas de segundo con un dedo sobre la pantalla o un cursor. Por eso la denuncia es circunstancial, al final predomina el discurso oficial de los amos. Contra los hechos se van construyendo narrativas que interesadas los ocultan. Ahora Gaza es solo una imagen falsa para ciertos sectores, como falso es el cambio climático o la violencia machista. La vieja denuncia de que todo era un espectáculo la emplean ahora los denunciados, viejos sujetos espectaculares, para espectacularizar lo que otros denuncian de ellos. Y todo espectáculo se consume. Y eso es lo que hacen algunos como Pascal Bruckner en su artículo en City journal el 24 sep de 2024: «Una palestina en la mente». El título del artículo de Bruckner es muy significativo, viene a denunciar el fantasma de la izquierda que busca una utopía, una víctima suficiente maltratada que sea la imagen perfecta del buen salvaje, una pura representación idealizada de su utopía.
En la actividad israelí Bruckner no ve ningún genocidio, solo ve argumentos, discursos, y los intereses, de nuevo la maquinaria espectacular que enmascara por una parte la intención de Irán por convertirse en el líder anti sionista y por otra parte los europeos a los que la defensa de palestina «ayuda a proporcionar una catarsis colectiva, exonerando supuestamente a las naciones por crímenes pasados contra los judíos» Es lo que llama victimología inversa por la que el sionismo se ha convertido en delito. Por eso lo que Bruckner escucha en las manifestaciones de mayo en las Puertas de la Universidad de Columbia es un alegato en defensa de Al Quassam (sirio anticolonialista 1882-1935) y Hamas. Los apoyos pro palestinos son siempre pro Hamas, por eso el palestino, para la izquierda, se ha convertido en «el nuevo miserable de la tierra».
Bruckner pretende identificar el fundamento de este activismo, y lo hace de la siguiente manera: cuando la extrema izquierda perdió la URSS abrazaron la idolatría del Islam, sencilla, directa y falsa. Por ese repite una y otra vez que el Islam radical se ha convertido en la ultima gran narrativa de la izquierda, reemplazando al comunismo y al tercer mundismo. Según Bruckner fue Foucault, con la muerte del Sha en Irán en 1980, el instigador de ese giro. Foucault había fundado un comité de intelectuales para investigar los cambios del mundo, bajo los auspicios de Il corriere della Sera. Foucault se fue a Irán…La visión “retorcida” de Foucault anticipó la de los jóvenes de hoy, indignados por los bombardeos de Gaza, una indignación cuyo objetivo es expulsar a los judíos. La prueba la obtiene de que estos activistas que se movilizan en pro del terrorismo de Hamas se olvidan de otros, rohinyas, kurdos, yazaidies. Por eso dice que para estos manifestantes occidentales «la vida de un africano vale infinitamente menos que la de un palestino». Nombra otras muchas masacres (Yemen, Siria) cuyas cifras de muertos minimizan los muertos palestinos, y con crudo cinismo afirma que cuando los árabes se matan entre ellos no pasa nada sin embargo si lo hace Israel surge el clamor de «genocidio». Y como otros como Savater dirían afirma que la tragedia palestina es culpa de líderes corruptos, o por ser los peones de varias intrigas diplomáticas. En definitiva no es ningún genocidio, es un problema interno, algo así como una guerra civil. Al minimizar la tragedia palestina en el marco global tan solo reduce la culpa del Estado de Israel y de los colonos israelíes. Convierte la mirada de los objetores propalestinos europeos en una obsesión que debería ser tratada en el diván psicoanalítico. El enfermo moral, frío cómplice de asesinos de masas, solo ve enfermedad en los otros. Su miedo irracional proyecta en el otro la figura de su fantasmal agresor.
8. Deberíamos revisar los postulados psicoanalíticos, la negativa del paciente a despertar el pasado, a descubrir ocultos deseos y frustraciones. Es la situación del intelectual conservador. Por eso no hay que «hurgar» en el pasado, el pasado no dice nada, no resuelve nada, no existe, no es nada. Por eso directivos de la banca y de la patronal repiten hoy que no hay que buscar culpables de la crisis de 2008; los políticos conservadores insisten en que ganar el futuro exige no remover el pasado —como ocurre con la memoria histórica. Sin embargo, sí existen responsables: solo quien se sabe culpable niega el pasado que lo señala, porque lo acusa. En este juego, parece que la culpa nunca es de “nosotros”, siempre de “los otros”, y en la actualidad ese otro es el Islam.
La ironía de ciertos conservadores roza lo explosivo. Basta recordar el título del tercer capítulo de La tiranía de la penitencia (2006), “La piscina de la inocencia recuperada”. Allí Pascal Bruckner sostiene que los europeos, abrumados por su decadencia, buscan redención desviando sus culpas hacia dos naciones: Israel y Estados Unidos. Repudiarlas sería, para él, la forma de salvarse. Y a quienes han perdido sus esperanzas subversivas les queda, según Bruckner, un último “buen salvaje”: el palestino. Esta misma crítica ya la había ensayado en La tentación de la inocencia (1995), ignorando deliberadamente el victimismo con el que Israel logró el apoyo de la opinión pública con motivo de los ataques de Hamas el 7 de Octubre de 2023.
Bruckner se adentra en la bibliografía de «izquierdas», una de las interpretaciones más retorcidas es su lectura de Jean Genet, a partir de la entrevista que le realizó Tahar Ben Jelloun. Pero es interesante sobre todo porque identifica aquello que les obsesiona a estos pensadores reaccionarios. Dice que Genet confesaba: «¿Por qué los palestinos? Era natural interesarme no solo por los más desfavorecidos, sino por quienes encarnaban en el grado más alto el odio hacia Occidente». Para Bruckner, esta declaración sería la “prueba definitiva” de que la causa palestina se sostiene en un resentimiento ciego, y esto para Bruckner no es ideología sino pura verdad histórica. Sin embargo, lo que él presenta como prueba en palabras de Genet no es más que un estereotipo heredado desde el siglo XIX, fundamento del antisemitismo, ya presente en autores como Herder: la vieja idea de que los desfavorecidos odian y, por ello, se rebelan. De ahí se desliza el cliché: los palestinos —y por extensión los inmigrantes árabes— odian a Occidente. El antisemita decimonónico se ha hecho islamófobo en el siglo XXI.
Frente a esta simplificación, voces como la de Juan Goytisolo han ofrecido una visión muy distinta de Genet. En sus crónicas sobre los campos palestinos, Goytisolo subraya la ironía mordaz y la capacidad del escritor francés para entrelazar escenas banales —como recepciones aristocráticas— con el horror de Sabra y Chatila. Genet no se limitó a estetizar la violencia: denunció el colonialismo, el racismo y la complicidad de los poderosos, defendiendo que el sufrimiento palestino forma parte de una misma trama de opresión global, desde las Panteras Negras hasta los fedayines.
Como señala Bruckner y toda la derecha, Palestina es un símbolo, se percibe la elección de los palestinos como “causa”, y probablemente esto los castiga doblemente, pues no solo se castiga a los palestinos sino a la intención subversiva que ellos representan simbólicamente. Genet, un paria en la metrópoli, se siente cerca de otros parias. Y entre ellos surgen los héroes, pero hay una ambigüedad en esta figura del héroe y de la violencia, Genet utiliza la palabra “héroe” de forma irónica y ambivalente. Habla de la “alegría del kamikaze” o del “vértigo suicida” como experiencias estéticas, casi teatrales, comparándolas con Hamlet y el gozo del espectáculo.
Su lenguaje mezcla fascinación y crítica, algo que otros como Baudrillard repitieron, sin ofrecer una condena explícita, lo que ha sido leído como una justificación del terrorismo. Mas bien presenta la violencia de los oprimidos como respuesta a una agresión israelí previa (algo que es históricamente indiscutible). En entrevistas y textos póstumos (L’ennemi déclaré, 1991), Genet afirma que los atentados (suicidas o no) son una respuesta de los pobres y marginados frente a ejércitos poderosos y opresores. Defiende que se trata de una reacción inevitable, comparándola con la lucha de las Panteras Negras, los fedayines palestinos o incluso grupos revolucionarios europeos como la RAF. Genet conecta la causa palestina con otras luchas anticoloniales o contra el racismo (Panteras Negras, FLN argelino, movimientos revolucionarios). Para él, Palestina no es un caso aislado, sino un nodo en la red mundial de resistencia al colonialismo y al imperialismo.
En su discurso se perfila la crítica a Israel como potencia colonial. En Los palestinos (1971), Genet afirma que Israel, concebido inicialmente como refugio para los judíos, se transformó pronto en “la amenaza imperialista más ofensiva” en Oriente Medio. Sin embargo, no se engaña, y señala que para los palestinos el enemigo tiene dos caras: el colonialismo israelí y los regímenes reaccionarios árabes.
En Cuatro horas en Chatila, Genet plasma su experiencia del genocidio palestino en 1982, con una indignación visceral y una claridad que lo convierten en un testigo incómodo. Su escritura busca dar voz a los silenciados, contrarrestando la mirada elitista o lejana de Occidente.
9. Bruckner, en cambio, insiste en que el apoyo a Palestina, en realidad, no busca ayudar a personas de carne y hueso, sino alimentar un mito ideológico contra Occidente. Es puro resentimiento aliado con el Islam para destruir Europa. Como vimos, una vieja ideología antisemita renovada para el momento que acusa de ideológicas las posiciones del enemigo, pues para Bruckner, el propalestinismo es pura ideología plagada de clichés. Según él, la izquierda europea proyecta en los palestinos su necesidad de expiar culpas históricas: el colonialismo, el fascismo, los totalitarismos. Así, Israel aparece castigado no por sus acciones concretas —la invasión del Líbano en 1982, Sabra y Chatila, la ocupación de Cisjordania, los bombardeos en Gaza— sino como símbolo de esas culpas europeas. De aquí extrae Bruckner una conclusión paradójica y polémica, según él, el antisemitismo se disfraza de antisionismo. De nuevo Israel, un nuevo episodio de la historia europea donde el judío vendría a ser en chivo expiatorio. El defensor de la vida, de los derechos de las minorías, se convierte en el nuevo nazi para esos señores que se sienten «cancelados». Y, mientras se lamentan, preparan cacerías que intimiden a sus canceladores wokistas.
En realidad los sujetos victimizados son estos personajes elitistas y conservadores que no toleran el más mínimo freno a su ansia de poder, a su deseo de victoria y perpetuación. Una idea repetida por la derecha es la del odio, la vergüenza y la culpa, que hoy encarnan ciertos sectores ideológicos de la izquierda y junto a eso el deseo de castigar a lo que fuimos, nuestro “glorioso” pasado. Para ellos la izquierda está cegada y actúa con intransigencia frente a los restos imperialistas de lo que fuimos. Así lo expresa Bruckner:
«Para una Europa en declive…qué reconfortante resulta ver al ejercito más poderoso del mundo abocado al fracaso por la acción de un puñado de yihadistas en Irak, qué hermosa revancha le permite eso respecto del Nuevo Mundo, sordo a nuestras advertencias…Francia, Alemania, España, Italia, convertidos en enanos políticos, parecen proclamar ante la opinión pública: nos divorciamos de Occidente para acercarnos al sur, porque nuestros intereses son idénticos»(Bruckner, 2008:72)
El núcleo del argumento de Bruckner es claro: según él, la izquierda habría “hitlerizado” la Historia, convirtiendo toda violencia pasada en un preludio de Auschwitz y transformando el sufrimiento en capital moral. Para Bruckner, “Auschwitz se ha convertido en el patrón oro del sufrimiento humano… la alimentación de una metafísica perversa de la víctima”; el horror se convierte en un objeto deseable, y el sufrimiento otorga derechos: “La gran superioridad de la desgracia respecto de la felicidad es que nos dota de un destino” (Bruckner, 2008: 98-99). En un mundo en el que no se acepta la superioridad de unos pocos, estos se rebelan con furia denunciando la fingida explotación de los que se catalogan de víctimas, y Bruckner es de esos que desprecian a los que se atreven a mostrar el sufrimiento.
Para los herederos de los triunfantes colonizadores es indignante ver multiplicarse las «leyendas negras», su credo, y el de sus antepasados se revela como el testimonio de la degradación de la humanidad. Su ataque furibundo a estas lecturas de la historia nos quiere hace pensar que los verdaderamente culpables del delito son los que nombran el delito. De esta forma, la izquierda estaría incurriendo en lo que Bruckner considera su gran pecado: “hitlerizar la Historia” (Bruckner, 2008:101), es decir, interpretar cualquier acto de violencia histórica como un anticipo de Hitler. Según él, “cualquier carnicería de la historia prefigura a su modo la irrupción de la Wehrmacht” (Bruckner, 2008:104). Esta operación, sostiene Bruckner, no solo anticipa la violencia, sino que la justifica como respuesta. Y aquí surge el giro perverso de la supuesta denuncia, pues denuncia el que debería ser denunciado. Cita el caso de Argelia: “Señala con el dedo acusador a Francia, recuerda un ‘genocidio de la identidad argelina’ para no meter a su régimen en un examen de conciencia… Apelar de manera sistemática al crimen contra la Humanidad equivale a decir a los demás: ¡No me juzguéis!” (Bruckner, 2008:105). Por eso para Bruckner el único culpable de cualquier “leyenda negra” es el que la narra, el que la inventa, pues no hay diferencia entre una cosa, contar, y la otra, inventar. Solo hay un criterio de verdad: la victoria, casi una marca divina que señala a los elegidos (Agustinismo, ética protestante y judaísmo coinciden en este supuesto que defiende Bruckner). La victoria siempre es garantía de virtud, el perdedor es culpable. Es el mismo argumento que emplea el marido que maltrata a su mujer, la culpa es de ella.
Lo sorprendente de todo esta construcción discursiva es que ignora deliberadamente que el victimismo no lo creó la izquierda sino los judíos supervivientes de la Shoah. Las víctimas fueron ellos, el supuesto capital no está del lado de la izquierda sino del judío, que junto a gitanos, comunistas, homosexuales y otros fueron liquidados en los Lager alemanes. Y son victimas reales, con nombres y con historias, no son pura ideología de izquierdas o de derechas. Querer borrar los delitos y las miserias de unos y de otros no es hacer historia, es, como decía Nietzsche, monumentalizar la historia.
Además, Bruckner sostiene que la historia de la violencia no es la Historia, es tan solo la historia del oprimido, y su discurso busca desmontar esa narrativa: no más discurso de la víctima. Y es sencillo, pues la víctima es el motor de la violencia. Según él, la víctima debería callar, como los familiares que todavía hoy saben que los cuerpos de sus seres queridos permanecen en las cunetas de la Guerra Civil española. Deberían callar porque ellos fueron los culpables del levantamiento de los «buenos españoles». La violencia parece surgir cuando se nombra la violencia, solo el silencio de la víctima puede mantener bajo control la violencia. Esta argumentación se parece a la del «mal menor» que defendían los que han tolerado los horrores con su silencio.
Silenciar la lógica víctima-verdugo, hacer la historia de la voluntad de poder triunfante (la derecha) contra el discurso del oprimido (la izquierda) es un intento desesperado de borrar la dialéctica de la historia, de ocultar en lo más profundo la lucha de clases. Se trata de volver a la era en la que el oprimido era compensado simbólicamente si asumía con resignación su estado servil, su rebeldía era violencia, violencia primera, y esa violencia desataba la respuesta del amo, que podía ser muy violento, pero siempre justificado por aquella violencia primera. Olvidarse de la violencia es acabar con cualquier conato de rebelión, pero también confiar en que los amos serán condescendientes.
10. Pero dicho todo esto todavía no hemos llegado a la motivación más profunda de este argumentario. Según Bruckner la izquierda asume la inmigración, incluso la violencia integrista, como el pago de la deuda del colonialismo: «incluso antes de desembarcar en nuestro territorio son acreedores que vienen a cobrar»(Bruckner, 2008:111). De ahí surge el miedo al inmigrante que se está extendiendo por Europa y EEUU. De ese modo, dice, los inmigrantes y los musulmanes son recibidos como acreedores de una deuda colonial. Pero esta lógica, al tiempo que alimenta la culpa, genera miedo: el inmigrante se convierte en amenaza y el islamismo radical en castigo histórico. Y sí, aquí encontramos el verdadero desprecio de Bruckner por la izquierda, ellos parece que quieren pagar una deuda que no debería ni siquiera ser nombrada, pues no existe. Se explotó a trabajadores, a mujeres, a niños, a otros pueblos porque se tenía el derecho de hacerlo. No se quiere asumir ninguna «penitencia» porque no se quiere acabar con la explotación. Ese derecho es el fundamento de la superioridad, pues el mapa social está jerarquizado. De nuevo el silencio, no hay violencia, no hay deuda. El amo nunca debe ser cuestionado.
Entonces añade un nuevo perfil a su acusación de la izquierda: son ellos los verdaderamente antisemitas, ellos fueron los verdaderos cómplices del holocausto. Así de sencillo, los que se avergüenzan es porque se saben culpables: «Una parte de Europa se limpia sus crímenes contra el judaísmo». La brutalidad del judío en Palestina hoy justificaría el holocausto: «Israel es culpable» (Bruckner, 2008:58-9) «Se odia a los judíos por haber superado su debilidad inmemorial, por haber recurrido a la fuerza sin temor. Han traicionado la misión que les había asignado la Historia, la de ser un pueblo de apátridas»(Bruckner, 2008:60). «La cuestión palestina sólo ha servido para legitimar con toda tranquilidad el odio hacia los judíos»(Bruckner, 2008:63). Las acciones de Israel, la toma de Beirut en 1982, las masacres de Sabrá y Chatila, la ocupación de tierras palestinas en Cisjordania, el muro, el bombardeo de Líbano en 2006, el genocidio en Gaza, no son hechos, Bruckner y toda la intelectualidad de derechas borran las prácticas genocidas. Y lo que es más grave todavía se acusa a la izquierda de una penitencia y victimismo que es el que ha venido cultivando Israel y sus cómplices. Costa Morata lo expresa así:
«El mundo se ve obligado a coexistir con un Estado injusto y vengativo, que insiste en mostrar al mundo que las vejaciones sufridas durante siglos por el pueblo al que dice representar no se repetirán nunca más, para lo que no se le permite que se le suponga debilidad alguna…»(Costa Morata, 2024: 29)
Pero todo eso es indiferente para el argumentario del imperialista que pretende revivir el viejo colonialismo: a Israel no se le «odia» por los crímenes cometidos sino por antisemitismo. Y eso aunque, como recuerda Costa Morata, no haya pruebas de que hoy un miembro de cualquier sinagoga sea un descendiente de aquellos semitas. Quizá una de las mayores infamias consisten en intentar legitimar esos títulos de propiedad de los colonos judíos sobre determinado territorio basándose en un mito: la Biblia. Esto supone un conflicto con aquellos que reivindican derechos sobre determinados espacios geográficos en virtud de una ocupación histórica, el estado-nación hoy no tiene ningún fundamento, la historia misma de los movimientos humanos por el planeta lo confirma. Pero la infamia se cierne todavía más en esa acusación de antisemitismo a aquellos que defienden el derecho de los masacrados en Palestina.
El círculo se cierra apuntando a un futuro dudoso, la “falsa proyección” pone en evidencia la voluntad oculta del acusador, cuando se dice que la izquierda penitente es la culpable por su pasado antisemita y nazi y por su actual desprecio de Israel, debemos entender que el supremacismo occidental se está preparando para perpetrar un nuevo asalto. Por eso, si invertimos el argumento y analizamos el discurso de Savater o de Bruckner podemos preguntarnos ¿No será que ciertos occidentales de la derecha sienten islamofóbia? Porque la culpa para Savater y para Bruckner, la tiene el árabe ocupado, por eso fue ocupado, no el europeo o el israeli, colono.
La voluntad de poder emerge desnuda y sin complejos. El esclavo, decía Aristóteles, es esclavo porque lo merece (Política). El hombre libre nunca se dejaría esclavizar. En consecuencia lo que propone el viejo europeo de casta, es la alegría, asumir sin complejos el pasado y el presente, el viejo y el nuevo colonialismo, y eso lleva a muchos a levantar alegremente los estandartes del totalitarismo nazi, el fascismo, el falangismo, a pasar a que acusen a sus enemigos de ello. Adoran los símbolos de la fuerza y de la victoria (una paradoja porque los totalitarismos fueron derrotados). Esta defensa «liberal» está despertando un orgullo por el poder y la fuerza del pasado, está despertando toda una mitología que se reveló sangrienta y anuncia nuevas masacres.
Precisamente lo que estos discursos de la derecha saben muy bien es emplear la «falsa proyección» (Adorno & Horkheimer), por eso frente a las manifestación en defensa de las víctimas (Es lo que ha sucedido con la interrupción de la vuelta ciclista a España en Septiembre 2025), contra la violencia obscena del ejercito israeli, el imperialista se ve amenazado y acude a denunciar la violencia de la izquierda. Por eso vemos como se repite siempre el argumento de la agresión del paria, de la izquierda, palestina o comunista, y la legítima defensa del orden dominante, de la derecha, del israelí.
Entonces se renueva toda la literatura de la violencia marxista como una fuerza desestabilizadora. Porque ha sido la izquierda la que desde postulados revolucionarios ha reivindicado la violencia contra el capital:«De ahí surge también la increíble tolerancia de nuestras élites intelectuales, políticas y mediáticas hacia el terrorismo palestino…nuestra fascinación por los baños de sangre. Preferimos claramente la estética del crimen que la ética del compromiso (en nota cita: «sobre la excitación y casi cosquilleo que producen las bombas humanas en la intelligentsia, véase el excelente análisis de Paul Berman en Les habits neuf de la terreur, especialmente a partir de los ejemplos de Breyten Breytenbach y José Saramago»)»(Bruckner, 2008:68), afirmación que viene de la declaración de Baudrillard de la alegría que sintió ante el derrumbe de las Torres Gemelas.
11. La victimización del judío, contrario a lo que presenta Bruckner (obsesionado con achacar a la izquierda don el sanbenito de la penitencia), es la verdadera coartada de Israel en este conflicto. Y esa victimización no surge de los atentados más recientes de Hamás el 7 de Octubre de 2023. Los judíos asesinados por el integrismo islámico no suponen base empírica alguna para esa formulación. El argumento es a priori. Paul Berman ha elaborado una genealogía de la vinculación entre el nazismo y el islamismo. Esa es la línea de trabajo de Paul Berman y, en cierto sentido, el marco oficial de la respuesta de los políticos que han sostenido el discurso israelí.
Además de Les habits neufs de la terreur, el análisis de Berman sobre la fascinación de ciertos intelectuales occidentales por el terrorismo y los atentados suicidas se desarrolla en dos obras fundamentales: La huida de los intelectuales (Duomo Ediciones, 2012) y Terror y libertad (Tusquets, 2007). En la primera, Berman examina cómo pensadores y escritores reaccionaron con ambigüedad o complacencia ante la amenaza islamista, lo que él interpreta como un signo de cobardía de la intelligentsia frente a la violencia. En la segunda, traza un paralelismo entre el islamismo radical y los totalitarismos europeos del siglo XX, mostrando cómo ciertas ideologías del odio —en especial el antisemitismo— han sido heredadas y reelaboradas por movimientos islamistas contemporáneos.
En ambos libros reaparece un núcleo crítico constante: la “excitación” intelectual ante la violencia revolucionaria, la atracción estética por el terrorismo y la indulgencia hacia movimientos radicales que hacen de la violencia una herramienta política. Este patrón, ya señalado en Les habits neufs de la terreur, se extiende a su análisis de la cultura literaria y filosófica occidental, donde Berman detecta una peligrosa fascinación por la “ruptura” violenta. Lo que extraña es que Berman ignore la tradición liberal burguesa, que, aunque imperialista, primero es fuertemente nacionalista y revolucionaria. La caída del “Ancien Regime” es violenta, las revoluciones burguesas entre 1668 y 1848 son constantes en Europa, y esa burguesía revolucionaria es en gran medida judía, como lo serán las revoluciones proletarias siguientes, aunque diferenciar entre judíos y no judíos en ese contexto histórico es irrelevante, como irrelevante es la cultura religiosa familiar del renano Karl Marx.
En entrevistas y conferencias, como la publicada en Letras Libres (2023), Berman ha reiterado estas tesis. Explica que el terrorismo islamista no solo busca infligir daño físico, sino también producir un efecto teatral: la exaltación del martirio. Esta lógica, incomprensible desde parámetros occidentales, ejerce sin embargo cierta atracción sobre sectores de la intelligentsia. Berman insiste en el paralelismo histórico: así como hubo intelectuales seducidos por el comunismo o el fascismo, hoy existen quienes justifican o romantizan el terrorismo islamista. Pero la espectacularidad del martirio no está dirigida a los intelectuales sino a los millones de espectadores de las redes, como lo eran las ejecuciones públicas del Antiguo Régimen y el medioevo. La adoración del violento, del que tiene el poder sobre la vida y la muerte, no es intelectual, ni de izquierdas, precisamente Etienne de La Boetie justifica explica como el espectáculo del poder seduce al pueblo.
Un aspecto decisivo de Terror y libertad es la genealogía ideológica que traza del islamismo. Según Berman, el islamismo radical no surge como reacción a Israel ni tiene que ver con la apuesta norteamericana por el integrismo en Afganistán; bebe de doctrinas más antiguas. La influencia de pensadores como Sayyid Qutb y los Hermanos Musulmanes condujo a una concepción del “mal judío” importada del antisemitismo europeo de los años treinta y cuarenta, en particular del nazismo. En el islam tradicional, señala, los judíos no eran percibidos como una fuerza todopoderosa; esa visión fue una importación occidental. De ahí que la ideología de Hamás, lejos de ser una respuesta a la violencia israelí desde 1948, sea en realidad una doctrina preisraelí: una causa originaria de la violencia y no una consecuencia de ella.
En este sentido, Berman sostiene que reducir el ataque de Hamás del 7 de octubre a una mera confrontación con Israel es un error. Tal como ocurrió con el 11 de septiembre o con los atentados de París en 2015, estos actos deben entenderse en un marco más amplio: el de un proyecto civilizatorio y global del islámico respecto a Occidente. Dice Berman que la carta fundacional de Hamás (la de 1988 bien diferente del documento de 2017), con su artículo séptimo que llama explícitamente al exterminio de los judíos (De ahí surge eso de “Del rio al mar”), y revela que la lucha islamista se plantea como una guerra de alcance mundial. Por eso, una de las mayores perversiones de lo expuesto por Berman es colocar en el mismo nivel el antisemitismo europeo y nazi del pasado y la resistencia contra la violencia israelí actual. Pero en esa Carta, incendiaria, se hace alusión expresa a los “invasores sionistas”, en ningún caso, por violento y genocida que sea el alegato de Hamas, se hace referencia a una globalización de la conquista, una nueva guerra santa, que les debería llevar a un dominio completo de Occidente. Por eso Berman confunde voluntariamente este documento con el proyecto racial global de los nazis.
Lo que no percibe Berman es que su argumentación parece sacada de las proclamas nazis donde se aludía a la supuesta intención de los judíos de destruir Europa y Alemania en particular (Los protocolos de Sion). La misma acusación formulada por el nazismo contra los judíos la emplea hoy el judío, y no solo Berman, respecto del musulmán, mediante el mismo mecanismo de “falsa proyección”. Ellos repiten que los musulmanes son una amenaza para Occidente. Eso pone en evidencia que el judío ha asimilado como propio el discurso con el que se planificó su exterminio. Un pueblo liquidado proyecta el exterminio de otro bajo la misma hoja de ruta. Hoy lo repiten constantemente: los palestinos no son tolerables porque quieren destruir a Israel. Pero es el mismo discurso que oímos en Francia o en España: los inmigrantes musulmanes no son tolerables porque quieren destruir nuestras naciones. La extrema derecha europea, de la que forma parte Netanyahu, ha diseñado un inquietante plan para alcanzar el poder: poner a todos los ciudadanos europeos contra los musulmanes. Ellos son los enemigos, los más pobres, que prepararían una violenta venganza. Cada acción del paria es presentada como una nueva prueba del peligro que acecha a la comunidad. Así se construyó la unidad alemana del III Reich.
El planteamiento es bien sencillo: el árabe, no digo solo musulmán, quiere destruir a Europa, por lo tanto hay que acabar con ellos. Ha comenzado con Israel en Gaza, en Europa los “ultras” están ya afilando los cuchillos. Cualquier agresión musulmana, por mínima y particular que sea, es la excusa para la movilización de la maquinaria militar a gran escala. Lo que está en juego ahora es la vida de miles de víctimas palestinas, pero también judíos y “gentiles” atrapados en esa máquina ideológica. Nadie escapa a esta lógica del que ignora el valor de la vida en el ejercicio de su voluntad de poder, venga de donde venga.
12. Pero lo que el liberal ha olvidado, una vez más, es que la violencia originaria es burguesa, la burguesía fue la que cortó cabezas regias y fue la que acabó con el antiguo régimen. Esa fascinación por la revolución es burguesa antes que proletaria, es la de los amos del capital no solo la de los siervos. Y hoy lo podemos identificar así en los discursos y en las prácticas. Esta retórica de la confrontación y la violencia ha sido asumida y radicalizada por la ultraderecha, que hoy reivindica con orgullo los valores de fuerza y poder de Occidente, incluso los símbolos del viejo totalitarismo. En este juego de espejos, la violencia es siempre del otro: se denuncia la tolerancia de la izquierda hacia el “terrorismo palestino” mientras se ocultan los abusos de las potencias occidentales.
El resultado es inquietante: un discurso que trivializa la historia de los oprimidos y niega la voz de las víctimas. Frente a él, Genet y otros recordaron que Palestina no es un mito, sino una herida concreta, ligada a la memoria colonial y a la lucha contra la desigualdad global. Aunque estos movimientos pro palestinos han logrado notoriedad en estos días, en 2025, que se traduce en pálidos signos como el reconocimiento del Estado palestino, es una victoria fría, mortuoria, que llega cuando ya no existe el país palestino, pues está siendo arrasado.
Los discursos de la ONU suelen aparecer amplificados cuando los males aludidos ya son irreparables, como ha sucedido en Septiembre 2025, cuando la propia institución ya se muestra inoperante, pues en realidad no existe ninguna organización transnacional verdaderamente horizontal. No hay tal cosa como “las naciones unidas” y, mucho menos, una unidad efectiva entre ellas. Pero en una realidad donde la economía y la información es global, instituciones globales, y sus acuerdos, deberían tener alguna relevancia, y no estar paralizadas por el veto de las potencias vencedores de la segunda guerra mundial. Sí las instituciones del poder transnacional no son democráticas y con poder efectivo no funcionaran.
Lo se pone en evidencia al leer a autores como Savater, Bruckner o Berman es que no estamos ante una simple guerra entre israelíes y palestinos, sino frente a un conflicto globalizado que involucra posiciones e intereses dispuestos a tolerar la supremacía israelí y cualquier forma de violencia sobre los palestinos, pero también sirve para justificar pasadas y futuras aventuras coloniales. El problema es que los ocupados han ido asimilando lentamente el discurso homicida del poder, ya lo han hecho. Frente a unas reglas del juego impuestas con las armas, el sometido nunca aceptara el poder de ese amo violento, y responderá con más furia. El derecho se confunde con el derecho del más fuerte, del ejercito más poderoso. La democracia se convierte en un simulacro. Así es imposible coexistir, no digo convivir.
Leyéndolos también podemos darnos cuenta del nuevo escenario en el que nos encontramos. Europa no se rearma solo contra Rusia, con esos nuevos y engrosados presupuestos armamentísticos se trata de crear una mentalidad que tolere los mecanismos de control de la propia población del país, que asuma la necesidad de la vigilancia y la represión. La explosión de tensiones de ciertos grupos ultras contra inmigrantes magrebíes en Francia, Alemania o España, apunta hacia un nuevo escenario de relaciones. En Europa, la convivencia pacífica se ve amenazada. Savater, Bruckner o Berman no solo interpretan la violencia, sino que fabrican al propio enemigo: el terrorista islámico. Unos cuantos casos de violencia palestina bastan para justificar un saqueo sistemático y una merma de derechos en Europa, tal como ocurrió en Estados Unidos tras los atentados del 11 de septiembre, y hoy se lleva al límite. En una sociedad democrática hay herramientas suficientes para gestionar cualquier posible conflicto, los grupos, por muy heterogéneos que sean pueden aspirar a tener representación municipal, regional o estatal. Pero cuando la sociedad se polariza se enfrenta, entonces el voto pierde su valor, el más votado pierde su legitimidad, incluso puede ser la encarnación del enemigo.
En este escenario el liberalismo se debilita y muta, como sucedió en la Alemania nazi, o habíamos comprobado en algunos países latinoamericanos con sus recurrentes dictaduras. Lo estamos viendo en EEUU, o en Argentina. El enemigo se expande. Todos los que escribimos y analizamos este tipo de cuestiones somos —o seremos considerados— cómplices en la construcción del enemigo. En última instancia, nos convertimos en enemigos. La violencia tiene el poder de decidir quiénes son sus adversarios, y esa decisión ya está tomada. Sustituir el derecho por la violencia tiene consecuencias fatales. Se transforma la convivencia en una lucha constante. La polarización justifica y hace necesaria la violencia. Habrá más asesinatos desde el frente musulmán y más de nuevo desde diferentes estados, no solo el israelí. Los movimientos europeos en favor de Palestina, en su mayoría, quieren que el derecho se imponga contra la violencia, la de Hamas y la de Israel, aunque también están los que buscan con estas movilizaciones reforzarse para emprender una reanudación de las agresiones. Y cuanto más violencia más crecen las simpatías de los radicales, de uno y otro bando. La violencia es terreno fértil para el nuevo totalitarismo.
Asimismo, podemos constatar que la dominación del capitalismo de producción —la base del viejo colonialismo— no ha cesado. Ese principio productivo justifica la dominación territorial que, de un modo u otro, ejercen ciertos países sobre territorios fronterizos (Rusia en Ucrania, Israel en Palestina) o incluso sobre espacios alejados de sus propios estados (China en África, Estados Unidos en numerosos enclaves del mundo). Los reinos virtuales del capitalismo de la red, el capitalismo de consumo, no serán la alternativa sino solo una forma de consolidar estas viejas formas que pretenden mantenerse en activo mientras se van deteriorando, por efecto de estas practicas productivas, las condiciones de vida en el planeta.
Detrás del litigio filosófico y político, del enfrentamiento entre derecha e izquierda, descubrimos un ingrediente fundamental: el postulado de la desigualdad necesaria a la que nunca renunció el liberal. El intelectual liberal contemporáneo se apoya en una jerarquía heredada de la tradición platónica, a la que se suma la idea de “pueblo elegido” de la cultura judeo-cristiana. La superioridad cultural y la hegemonía de la civilización occidental, tras la era de la descolonización, siguen siendo postulados irrenunciables para este tipo de argumentarios.
13. En 1948 los que debieron pensar las condiciones para que nunca se repitiera el holocausto no estuvieron a la altura de descubrir cual fue la raíz de aquella locura que vivió Europa. No fueron capaces de darse cuenta que el verdadero problema era la incapacidad de asumir bajo un marco democrático la convivencia de culturas y religiones diferentes, de integrar judíos, cristianos, o musulmanes, de integrar hombres y mujeres, liberales o comunistas. Lo que había sucedido en la Europa de 1600, con las guerras de religión, volvía a suceder en la Europa de 1900. Cuando se crea el estado de Israel, no un estado que integrase sino que desintegrase religiones y etnias, se pensaba con la mentalidad de 1900. No se crea un estado moderno donde el pueblo se organice en un parlamento donde hay representantes de todos los habitantes del lugar, blancos, negros, judíos, cristianos o musulmanes. Las propias denominaciones ya se convierten en obstáculos.
Cuando hoy leemos a pensadores liberales como Savater, Bruckner o Berman, nos damos cuenta que el liberalismo nunca fue democrático, algo que sostuve en mi libro Escénicos(2023) y después en El triunfo del drama burgués (2024). Su democracia podría ser como la de los griegos, donde se excluyen del Demos a los extranjeros, las mujeres, o los esclavos. Su democracia es la que defiende que todos los votos no son iguales, que hay algunos que están naturalmente por encima de otros. Ortega decía que los magnánimos, los líderes, no son los pusilánimes, las masas. Así es imposible hacer habitable el planeta. Amin Maalouf escribe un libreto para Kaija Saariaho, Adriana Mater (París, 2006), que se basa en la capacidad de superar el deseo de venganza e imagina la posibilidad de una reconciliación entre serbios y bosnios, cristianos ortodoxos y musulmanes.
Ciertamente lo que sucede en Palestina nos incumbe directamente a todos los europeos, “palestinos” hay entre nosotros en todos los pueblos y ciudades. Nuestra ética nos interpela, mucho antes de que haga acto de presencia nuestra ideología política. Lo primeramente democrático es un perfil moral, un modo de ser privado, lo que después es una manifestación pública, honesta o hipócrita, de nuestra moral.
Democrático es el estado que indiferente a las condiciones de cada ciudadano le reconoce, a cada uno, su derecho a participar en igualdad de condiciones. Si los habitantes de un mismo territorio no tienen los mismos derechos y deberes no podemos hablar de democracia. La separación de Palestina e Israel que se decidió en aquel momento es la prueba de que aquellos liberales, la vieja y la nueva derecha, y los de hoy, no creen en la convivencia democrática. Ahí está el principal problema. Consideraciones de idioma, de religión o de cultura esconden otras consideraciones de clase que suponen el verdadero abismo social entre unos y otros. La democracia para el liberal la fijan las condiciones de su condición económica. Mientras se presuponga la desigualdad entre unos y otros la democracia burguesa seguirá siendo antidemocrática.
NOTAS
1El camello en Foxtrot funciona en varios niveles, y aunque aparece de forma anecdotica contamina el relato de un del absurdo y de la rutina sin sentido. En el contexto del puesto de control, el camello representa la irrupción de lo natural y lo ilógico en un entorno rígido, controlado y artificial. Los soldados cumplen una misión, pero su rutina es monótona y absurda. La aparición periódica del camello, que cruza imperturbable, enfatiza esa absurdidad: un recordatorio de que, más allá de la disciplina militar y de la supuesta importancia del puesto, la vida sigue su curso indiferente y repetitivo, sin importarle las fronteras ni los protocolos. Sin embargo los humanos viven pendientes de esos protocolos que se convierten en rituales asesinos. Como el foxtrot, el camello también se convierte en metáfora del destino y la inevitabilidad. Efectivamente, el título de la película alude a un baile que siempre te devuelve al punto de partida. El camello encarna ese ciclo: aparece una y otra vez, como un elemento fijo del paisaje y de la experiencia de los soldados. Su trayectoria, predecible e inevitable, refleja el destino trágico que persigue a los personajes. No se le puede detener ni razonar con él; solo observarlo pasar, del mismo modo que no se puede escapar del sino asignado. Supone un alegato a la naturaleza, y un contraste entre naturaleza y maquinaria de guerra. El camello, animal ancestral del desierto, contrasta con la presencia del tanque: una máquina fría, metálica y destructiva creada por el hombre. Este choque visual y conceptual subraya la desconexión entre el conflicto humano —ocupación, guerra— y el mundo natural, ajeno a esas disputas y fiel a sus ciclos eternos. El camello es indiferente a la tensión política y militar que lo rodea. Tambien es presagio de la tragedia y la muerte, su lentitud contrasta con los tiempos de los hombres, pero arrastra ese tiempo al de la naturaleza.La escena decisiva es cuando el camello detenido provoca el accidente del camión. En ese momento deja de ser una curiosidad, meramente anecdótica, para convertirse en un testigo mudo y un símbolo del destino, de la muerte. Su presencia silenciosa junto al camión siniestrado resulta inquietante. En muchas culturas, los animales encarnan presagios o representaciones de la muerte. Aquí, el camello se convierte en monumento sombrío a la futilidad de la vida de los soldados, muertos en un accidente absurdo y no en un acto heroico.
Referencias bibliograficas
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Imagen principal: Doris Salcedo, A Flor de Piel, 2014

