Ni consenso ni disenso
¿A qué corresponde lo consensuado en la práctica del consenso? ¿Existe algo así como una dimensión caótica, exterior y de antemano susceptible de ser consensuada por el consenso?
La radicalización sin restricciones de esta pregunta -a primera vista prosaica- nos lleva a preguntarnos acerca de un problema de valor fundamental, el cual ya se deja entrever en la misma pregunta ¿De dónde provendría el sentido del consenso, sino de una dimensión absolutamente irreductible, inconmensurable, pero, al mismo tiempo, capaz tanto de orientar como de verse orientada por ese mismo consenso?
Frecuentemente, la ansiedad de nuestro deseo de tranquilidad -y en el fondo, la pulsión de muerte que sobrevuela al instinto de autoconservación- nos empuja a caer en el hechizo de los consensos. Entonces, dando curso a una operatoria de unidad excluyente y minimizada de la totalidad social, pretendemos legitimar el procedimiento del consenso gracias a la homogeneización de pareceres mayoritarios que dicho procedimiento consensual pareciera sólo haber mostrado sin afectar. El consenso como mecanismo de muestra. Pero es es así que, casi sin notarlo, hemos dado a luz, tal cual lo problematiza Gerardo Muñoz en función de los debates sobre la integración plurinacional en Bolivia, a un autoritarismo consensual, esto es, a la databilidad de una “biopolítica positiva” (Muñoz, 2025, p.51).
