Rodrigo Karmy Bolton / Libertad

Filosofía, Política

El 30 de septiembre de 1975 tres fascistas del barrio de Parioli matan a una chica, María del Rosario López y hieren a otra, Donatella Colasanti. En este momento Pier Paolo Pasolini interviene en una entrevista crucial: “En realidad –dice- la criminalidad de los neofascistas del Parioli y de los hampones subproletarios tiene el mismo origen: la destrucción de los valores tradicionales debida no a un revolución intelectual y obrera sino a la revolución derechista del consumismo.” En esta misma órbita el propio Pasolini había subrayado la existencia de una mutación antropológica de los italianos que condicionaba un período de homogeneización y docilización brutal de las poblaciones y que, siendo diferente a las formas de ejercicio tradicional del poder, Pasolini denomina el “Poder” –con mayúscula para situar la dimensión nueva e impersonal de la nueva realidad. Pero sin vacilar, esa mutación antropológica devenida por la “revolución derechista del consumismo”, Pasolini calificó de “fascismo”. No porque dicha realidad sea igual a los años 20 o 30, sino porque, a pesar de su diferencia, se resuelve bajo un poderoso aparato de homogeneización capaz de reducir la existencia humana al consumo. Pasolini escribe durante la primera mitad de los años 70.

Época que hace constelación con los trabajos de Michel Foucault por un lado y con los de la Escuela de Frankfurt por otro. Algo de esa “libertad” que proclaman a los cuatro vientos las sociedades democráticas trae consigo un problema que no puede reducirse a una simple anomalía, ni a una excepción, sino que configura la propia estructura de esas mismas sociedades. Pasolini pone el acento en el “consumismo” como efecto del modo en que la “revolución derechista” en curso, se articulará a partir de las teorías de Hayek y Friedman. Las sociedades democráticas portan un elemento tanático, porque son efecto de la “revolución derechista” que puso a los seres humanos bajo la égida del “consumismo” cuyo significante crucial se llama “libertad”. El fascismo de nuevo cuyo es el de la “libertad”. Paradójica conclusión hasta que reparamos en el carácter desnudo de la vida que dicha “revolución” pone en juego. El fascismo de nuevo cuño, de segundo orden –aquél que Pasolini identifica con una “P” mayúscula, implica una aceleración –“revolución” –dice Pasolini- de las formas de homogeneización de los gestos y de la cultura, un proyecto total de uniformización vía el consumo. Mutación antropológica de los italianos –por cierto- mutación antropológica de los seres humanos devenidos “consumidores” de la época neoliberal. Porque no es obvio constituirse en un sujeto del consumo. Para ello se requiere de todo un arsenal técnico y político que haga de la economía un objeto de “necesidad” y del deseo de los seres humanos una pulsión dirigida hacia el capital. No es algo natural, sino producido, articulado, promovido por la nueva sociedad que Pasolini está viendo nacer y que nosotros ya conocemos bastante bien.

El “consumismo” se levanta bajo el nombre “libertad”. Pero esta última ¿qué es? Ante todo, el nombre de una soberanía última, de un capital enteramente antropologizado: de la misma forma que Tomás de Aquino antropologizó a Aristóteles en el siglo XIII contra la interpretación de Averroes (“el perverso deformador”), Hayek antropologizó completamente la economía bajo la fórmula, tan cibernética como decisiva, de “capital humano”. La antropologización hayekiana de la economía significa que no hay diferencia entre humanidad y economía, que cada movimiento de la vida se resuelve, a su vez, en un movimiento del capital. Esta es la consecuencia de la “revolución derechista” señalada por Pasolini, mutación antropológica que hace de la sociedad el juego permanente del “consumismo”. Nada hay fuera del capital. Ni si quiera la enfermedad, ni la muerte. Tampoco el nacimiento, un gesto, un modo de escritura. La homogeneización es total, su lógica implacable.

El fascismo de los nuevos tiempos se llama neoliberalismo y su fórmula más conocida se proyecta en defensa de la “libertad”. ¿Libertad? Si, es el “orden” del capital. Nada más, nada menos. “Libertad” no consiste más que en “elegir” soberanamente entre un producto y otro para consumir, entre un candidato y otro para consumir, entre un canal de TV y otro para consumir. “Libertad” es el nombre de una soberanía economizada y de una economía enteramente politizada. Por eso, la “libertad” aquí en juego no es opuesta a la soberanía estatal como frecuentemente aducen sus defensores. Porque ambas son la misma, pero en lugares diferentes. La misma soberanía, la misma mitología, el mismo círculo sin salida y sin llegada; sin “afuera”. Desplazar la maquinaria mitológica desde el Estado al Capital fue la operación decisiva del neoliberalismo. Pero con ello, mudó la “libertad” estatal-nacional que se defendía frente a un invasor externo, por la “libertad” económico-gestional que se promueve a favor de un consumo extremo. “Libertad” es el nombre del mito y, por tanto, de una violencia propiamente soberana que ya no reside en el Estado sino en las manos del Capital. Pero el Capital deviene aquí sinónimo de “humanidad”, precisamente en virtud de la noción de “capital humano” que consuma la mutación antropológica advertida por Pasolini.

Humano es capital y el capital es nada más que lo humano. Por eso “libertad” es el nombre del capital que a su vez, coincide con la característica más propia de los seres humanos devenidos. La “libertad” aquí expuesta es la del fascismo de nuevo cuño, aquél que territorializa los cuerpos y afectos para producir al emprendedor gracias a la “revolución derechista” acontecida. Revolución que, para Pasolini aparecía bajo el espectro de la Democracia Cristiana pero que parece nosotros devino de golpe con el asalto a La Moneda en 1973. El “golpe” se le llamó “libertad” tanto como a su “forma de construcción subjetiva. Sin Estado, pero con Capital, sin impuestos pero con empresas, la “libertad” no es más que el nombre del fascismo, es decir, aquella técnica que reduce a la existencia humana al “consumismo”: arbeit macht frei (“el trabajo hace libres”) –se leía en el frontspicio de Auschwitz.

Noviembre 2021.

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