Aldo Bombardiere Castro / Lenguaje: red, palabrerías, poesía

Filosofía, Política

Una red. Así de simple. Una red, eso sí, compleja y extensa, tan infinita como confusa. Eso es el lenguaje. Una red que remite a la misma red; una red de cuerdas entrelazadas, cuyos hilos se sujetan, tensan y vibran, se tocan y trastocan, se relacionan y co-constituyen unos a otros, pero siempre de modo pasajero y, a la vez, infinitamente pasajero: en viaje permanente hacia ninguna parte. El lenguaje, concebido en cuanto red, transparenta su guturalidad: los infinitos modos de modular, significar y exorcizar un grito que flota sobre la nada. Modos de mentirnos y modos de convencernos de que se hace imposible cualquier otra alternativa; modos de culparnos y de sobrevivir. Pero también infinitos modos de decir esa única verdad: que no dejamos de ser el lenguaje en el que estamos.

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Creemos que hay algo afuera. O nos gustaría creer que hay algo sólido. Pero la presunta solidez del lenguaje sólo es un grado mayor de sedimentación de apariencias, que ha olvidado su naturaleza apariencial. Tal cual lo advirtiera Nietzsche, se trata de un olvido olvidado, de metáforas que, olvidándose de sí mismas y de su propio acto de olvido, se han abstraído para vestirse de conceptos y verdad, cuan monedas gastadas por el uso que han perdido su troquelado. El olvido olvidado: la negación de la negación que da fruto a la impostura de un “sí”: el “sí” de un “no” repetido hasta la negación del acto repetitivo (y represivo). Acumulación de apariencias, degradación de las metáforas, usurpación de la vida y la creación a manos de los conceptos (de conceptos siempre a-la-vista). Ficción insoportable y vergonzosa de sí misma; ficción engreída y desclasada, que escapa de sí y de los suyos con pretensiones de aspirar a la verdad en otra parte: lejos del entramado del lenguaje. Ficción de un lado, verdad del otro; lenguaje natural y ambiguo, de un lado, lógica formal y unívoca del otro ¿Acaso no es eso en lo que creemos? ¿Acaso no es eso lo que queremos: convencernos y descansar en la verdad que habitaría más allá de cualquier querer y creer?

La solidez del lenguaje reside en su errancia. El flujo de su caudal permite que la red del lenguaje se dilate, pero también que se rigidice. Todo depende de lo que digamos; y aún más, de lo que hagamos: usar las palabras con la ingenua soberbia de un dedo índice que se hunde en el mundo, o usarlas como un martillo de terciopelo que, con la potencia de sus caricias, pueda relampaguear sobre el hielo nocturno.

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Hay épocas en que los poetas se fatigan o enloquecen, dejan de escribir, se suicidan o son acribillados de indiferencia en el centro de la plaza pública. Aunque la poesía, como la vida, no tenga final, los poetas sí mueren. Entonces la poesía se repliega en los libros. Y es ahí, en esos tiempos aciagos, cuando proliferan, como una avalancha sin demora ni descanso, las palabras de los diarios y de los noticieros. Durante esos tiempos ominosos las pantallas de los celulares espejean ofertas especiales y dentro de los taxis se encadena un “yo fui…yo hice…” con otro “yo fui…yo hice…” como trágica e irónica manera de resistir la soledad reafirmando el narcisismo. Son tiempos que se inundan de palabrerías: tiempos vaciados de Kairós, famélicos de goce y enfermos de productividad, donde nos aferramos a antidepresivos y terapias durante el día y amordazamos a nuestros demonios con clonazepam durante las noches; tiempos del capital y de neofascismos; tiempos de algoritmos y clichés; tiempos de un espacio sin materia ni imaginación; tiempos de sed y de consumo, de devastación y acumulación; tiempos de un solo tiempo: el del cálculo cronológico, cuya patria es la mercancía…y donde ganan los malos poetas1. Así, la red del lenguaje se rigidiza, adquiere un núcleo y una predecible estabilidad. La red engrosa sus nudos, cual sedimentos acumulados entre las alcantarillas. A esos nudos sedimentados le solemos llamar realidad. Y actuamos conforme a ella, pese a su pestilencia: ya sea en la medida de lo posible (Aylwin) o en pos de un acuerdo imperfecto (Boric).

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Lo que traspasa la red -aquello que, con encono o agonía, logra traspasar la red- no cabe en los contornos de las palabras ni en la transparencia de los conceptos; tampoco permanece condenado al silencio, ni a la avidez de las manos y los ojos, ni a la ilusión de las madres ni al delirio de grandeza de los padres. Lo que traspasa la red -en caso de darse tal milagro- no puede ser más que el aliento de Dios: el poeta. Sombra que, sin llegar a ser vista ni nombrada, voltea el rostro al Verbum y da la espalda a la Encarnación. He ahí la irrelevante fascinación de su gracia: el milagro consiste en que no sea necesaria -ni suficiente- la existencia de Dios.

Sin embargo, el poeta no sabe nada de eso: él sólo ha sido elegido, él sólo padece su condición. Si lo supiera, si supiera que porta el aliento de los dioses, no sería poeta, sino profeta. De ahí que algunos, léase Huidobro, caigan en la tentación de llamarse “pequeño Dios” y terminen escribiendo en prosa: porque, por azar, han llegado a imaginar el vientre oceánico, la cuna materna de la cual no guardan memoria. Pero, como una mosca atrapada en una red, el poeta no puede saber que es una mosca; es decir, no puede saber que sus ojos ven aquello de lo que el ser humano sólo puede hipotetizar, concluir y palabrear. Así, el ser humano a lo más es capaz de creer en la reverberación que el poeta está mandatado a crear. Por eso llamamos a las cosas, cosas, a las palabras, palabras y a Dios, Dios. Lo demás es poesía.

NOTAS

1 Rodrigo Karmy lo ha expresado irónica, lúcida, pero también tragicómicamente, al referirse al rol de Cristián Warnken en la campaña del Rechazo. Para decirlo en breve: el mal poeta resultó ganador en el país de poetas.

REFERENCIAS:

Karmy, R (2022): “Carta abierta: Los paupérrimos” en La voz de los que sobran, el 28 de Julio de 2022, Santiago de Chile. Enlace: https://lavozdelosquesobran.cl/hoy/carta-abierta-los-pauperrimos/28072022

Nietzsche, F (2010): Sobre verdad y mentira en sentido extramoral y otros fragmentos de filosofía del conocimiento. Editorial Tecnos: Madrid.


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