Es bien conocida la frase lapidaria que pronunció Napoleón al reunirse con Goethe en Erfurt en octubre de 1808: Le destin c’est la politique: “el destino es la política”. Esta afirmación, perfectamente inteligible en su momento, aunque aparentemente revolucionaria, ha perdido totalmente su sentido para nosotros hoy. Ya no sabemos lo que significa el término “política”, y mucho menos soñamos con ver en ella nuestro destino. El destino es la economía” es más bien el estribillo que los hombres llamados “políticos” nos repiten desde hace décadas. Y, sin embargo, no sólo no renuncian a llamarse a sí mismos tales, sino que los “políticos” siguen llamándose a sí mismos los partidos a los que pertenecen y los “políticos” se declaran a sí mismos las coaliciones que forman en los gobiernos y las decisiones que no cesan de tomar.
Entonces, ¿qué queremos decir hoy cuando pronunciamos, aunque sin mucha convicción, la palabra “política”? ¿Hay en ella algo parecido a un significado unitario o, más bien, el sentido que transmite el término está constitutivamente escindido? La incertidumbre terminológica en la traducción del término politeia, que ya hemos analizado, no es sólo reciente. La traducción latina de la Política de Leonardo Aretino, publicada en Roma en 1942 junto con el comentario de Tomás, traduce el término con gubernatio y respublica (más raramente con civitatis status). Si el pasaje que hemos citado (1279 a, 25-26) en su traducción latina dice: Cum vero gubernatio civitatis et regimen idem significant…, en el pasaje precedente politeia se traduce en cambio con respublica (est autem respublica ordinatio civitatis). En el comentario de Tomás, que evidentemente tenía otra traducción delante, politeia se traduce a veces con policia y a veces con respublica. La proximidad del término policia con nuestra “polizia” no es sorprendente: polizia es de hecho, hasta principios del siglo XIX, el término italiano para politeia. “Policia” puede leerse todavía en la traducción de Plutarco por Marcello Adriani, publicada en Florencia en 1819: “significa el orden con que se gobierna una ciudad y se administran sus necesidades comunes; y así se dice que tres son las polis, la monárquica, la oligárquica y la democrática”.
En los teóricos alemanes del cameralismo y la ciencia policial, que tomaron forma y se extendieron por toda Europa durante el siglo XVIII, la ciencia del Estado se convirtió en una ciencia del gobierno (Regierungwissenschaft), cuyo fin esencial es la Polizei, definida -a diferencia de la Politik, que sólo se ocupa de combatir a los enemigos exteriores- como la administración del buen orden de la comunidad y el cuidado del bienestar y la vida de los súbditos en todos sus aspectos. Y no es casualidad que Napoleón, que afirmó resueltamente la política como destino, fuera también el gobernante que dio a la administración y a la policía la forma moderna con la que estamos familiarizados. El Estado administrativo teorizado por Sunstein y Vermeule, que se está imponiendo en las sociedades industriales avanzadas, es fiel a su manera a este modelo, en el que el Estado parece resolverse en administración y gobierno y la “política” transformarse por completo en “policía”. Es significativo que, precisamente en un Estado concebido en este sentido como “Estado policial”, el término acabe designando el aspecto menos edificante del gobierno, es decir, los órganos obligados a garantizar en última instancia por la fuerza la realización de la vocación gubernamental del Estado. Y sin embargo, el aparato formal del Estado legislativo no desaparece, como tampoco desaparecen las leyes que los gobiernos siguen promulgando a pesar de todo, ni los cargos y dignidades que según la Constitución encarnan y custodian la legitimidad del sistema. Más allá de sus transformaciones, la naturaleza bipolar esencial de la máquina política se mantiene viva al menos formalmente.
Fuente: Quodlibet.it