Aldo Bombardiere Castro / Nosotres, les neoliberales

Filosofía, Política

Al cierre de la última mesa de La comuna planetaria, conferencia internacional de conversaciones críticas realizado en la Universidad de Chile durante la semana pasada, Jaime Bassa, ex vicepresidente de la frustrada Convención Constitucional, deslizaba un gesto. Por medio de una pregunta, cuya enunciación es tan clara y directa como profundo y pausado su sentido, invitaba a reflexionar a la diversidad de fuerzas de izquierda. Dicha pregunta consiste en lo siguiente: ¿Cuán neoliberales somos?

Por cierto, el motivo que anima la puesta en marcha de tal interrogante no está vinculado con la necesidad de autocrítica o de asunción de responsabilidades, lo cual, más bien, suele abundar en el tribunal de la opinión pública, con toda su carga de espectacularidad tan propia de los grandes medios de comunicación -tribunal, en efecto, obsesionado con etiquetar y sancionar a los culpables por sus fracasos. Al contrario, la motivación de tal pregunta apunta al acto mismo de reflexión: busca suscitar la sospecha, la problematización y, en el fondo, la perplejidad ante la posible fragilidad de nuestro compromiso con la causa de destituir aquello que, muchas veces y sin siquiera saberlo, nos continúa constituyendo: la lógica neoliberal. Pues -y este es el presupuesto en que descansa la pregunta-, el neoliberalismo es mucho más que un mero modelo económico: es un modo de vida, una cultura de la vanidad, una matriz de producción de subjetividad que, introyectado, esto es, operando desde adentro como las termitas, nos carcome la savia de nuestra médula y la saliva de nuestra lengua.

¿Qué tan neoliberales somos? Creo que resulta de suma relevancia detenerse en este punto, por decirlo de alguna manera, precautorio. De hecho, más allá de precipitarse a dar una respuesta constatable, me parece que la pregunta que nos dirige Bassa es, justamente, la pregunta para estos tiempos: una pregunta que, desde la sutileza, demanda interrumpir la velocidad acelerada del capital, de las redes financieras, de las redes sociales; que exige demorar el diario vía crucis donde los cuerpos son sacrificados en nombre de la hiperproductividad; que se esmera en abrir una mirada y un respiro frente a los cansancios y a las hambrunas que nos asedian al caer cada atardecer, frente a los hastíos que nos desilusionan cuando retornamos a un hogar privado de descanso; una pregunta que apunta a percibir, en medio de la diversión evasiva y de los vicios evasivos que inundan las noches, algo que no tiene que ver con el mero percibir, que entrecorta la percepción y nos hunde en un estado meditativo; en fin, se trata de una pregunta que, sin mayor pretensión, desconecta la relación entre deseo y consumación, movimiento que muchas veces sólo sostiene en un hechizo, en la hiperexposición de un objeto de deseo que el mismo neoliberalismo nos ha hecho desear en la medida que nos lo muestra y luego nos lo esconde. En suma, la pregunta que plantea Bassa no tiene el tono de una interpelación, aunque pueda llegar a transformarse en ello. Por el contrario, es una pregunta reflexiva, enunciada en voz baja, una pregunta que sólo ha de cobrar sentido a partir de la singularidad de cada historia y de la significación que genere. Porque no se trata de un juicio, sino de una pregunta para pensar y para pensarnos: una pregunta que recobra la reflexión y la sinceridad y la cual, por ello, se posiciona contra las derivas neofascistas que ostenta el capitalismo hoy en día. He ahí la relevancia de la precaución: buscar responder esa pregunta sin la sed de encontrar culpables, de condenar, de sancionar o de purgar a ninguno y a ninguna, a ningunx de nuestrxs compañerxs.

Si, desde una perspectiva molecular, los dispositivos neoliberales orientados a la producción de subjetividad han inseminado un individualismo extremo, amparado en “valores” como la competitividad, el exitismo social y la reafirmación de la identidad personal en función de una presunta idea meritocrática, entonces, para indagar en la pregunta de cuán neoliberales somos, habremos de pensar en todo ello. ¿Cuán tan empresarios de nosotros mismos nos consideramos y, sobre todo, nos publicitamos y exhibimos? ¿Qué tan deudores somos de las nociones de éxito en su diversidad de variantes? ¿Hasta dónde nos hallamos atravesados por el neoliberalismo que incluso a la hora de acoger este tipo de preguntas la concebimos -o aceptamos que se conciban- en términos de magnitud o espacialidad: cuán, qué tan, hasta dónde? Pero, por otro lado, y como si de un golpe de asco, buscáramos oponernos e intentáramos adentrarnos al problema por el frente contrario tendríamos que decir: ¿cuál sería el modo en que el neoliberalismo hace carne en mí, cuáles son los modos en que esa matriz neoliberal nos convierte en un engranaje suyo, en un dispositivo que reproduce y expande aquella subjetividad sin la cual el capitalismo, tarde o temprano, dejaría de ser? Pero, ¿acaso es tan fácil de responder? Y de no serlo, ¿por qué desearíamos que fuese fácil? ¿Acaso lo desearíamos por la rapidez? ¿O acaso desearíamos la rapidez por la rapidez de la solución? Es más: ¿Acaso nos preocupa ocuparnos de simples cadenas de preguntas? ¿No sería mejor preocuparse de ellas cuando están orientadas por una estrategia, cuando se hallan destinadas hacia un objetivo, o cuando al menos engendrarán una cartografía de acción capaz de asegurar cierta recompensa equivalente al gasto que implican, a la inversión que requieren? ¿Qué significa ser neoliberal sino eso mismo: el hecho de racionalizar el mundo a partir de un criterio instrumental cuyo lógica esencial sea la operatividad del cálculo entre costos versus beneficios? ¿Y qué significa ser de izquierda sino otra cosa: confiar en la igualdad de la vida puesta en común, o sea, confiar en una igualdad vital que tiende a lo común no porque sea una meta a cumplir, sino porque constituye un presupuesto, un principio que es así? O ¿quizás ya sea demasiado tarde para confiar en algo que no sea en lo que ya confiamos? ¿Acaso aún nos mantenemos atados a la gramática, a esa estructura que concibe al nosotros a partir de la primera persona, es decir, como una mera sumatoria o conglomerado de yo?

*

Independientemente de si existe o no una cifra, un dato, un hecho o una historia que marque un caso como acreedor de nuestra confianza, hay una gestualidad de todos quienes nos consideramos de izquierda y/o anticapitalistas que es necesario restituir: el compañerismo (en igualdad). Me tomo de esta última inquietud acerca de la confianza para retornar a algo que señaló Bassa.

Según él, el único sector que desde un inicio de la Convención brindó un apoyo incondicional a ésta fue el de las diversas organizaciones de trabajadores. En contraste, cada conjunto de los demás movimientos organizados léase, de ecologistas, de pueblos originarios, feministas, de estudiantes, el movimiento No+AFP, etc., esperaron que estuviera redactado el texto para comprometer su apoyo. Paralelamente, el gobierno de Boric, no sólo dejó a la deriva a la Convención en términos de infraestructura y de medios comunicacionales (hasta el día de hoy, Boric no ha hecho ningún esfuerzo por recuperar algo tan básico como TVN con miras a consagrar el derecho social a la diversidad informativa,), sino que además, con el paso de los meses, declaró que, en caso de resultar aprobada la propuesta constitucional, el texto podría retocarse y, acto seguido, declaró que en caso de no resultar aprobada podría abrirse otro proceso. Simultáneamente a esta desconfianza y falta de compañerismo que lucían las fuerzas transformadoras, la derecha avanzaba en bloque con su campaña comunicacional a base de tergiversaciones, fake news, dispositivos algorítmicos y de discursos de amor/terror en supuesta defensa de la familia, la economía y la propiedad privada contra las asonadas violentitas.

Dado lo anterior, ¿qué podríamos señalar acerca del compañerismo que compartimos dentro de la diversidad de fuerzas de izquierda? ¿Acaso no actuamos como unes neoliberales más? ¿Por qué? Porque cada sector (excepto el de los trabajadores, cuya tasa de asociación sindica es muy baja, aunque esto aquí no tenga relevancia alguna) abogó más en favor de su predio, más en favor de ver asegurado lo propio en lugar de confiar en la potencia de la igualdad y de la heterogeneidad puesta en común que debería ser expresiones vitales de la izquierda. Con ello, lejos de apuntar a los culpables, tan sólo buscamos reflexionar sobre el síntoma neoliberal que pesa sobre el amplio espectro de la izquierda.

Por cierto, aquel síntoma neoliberal que atentó contra la confianza entre lxs compañerxs se agudiza más aún si consideramos que el principal recurso de la derecha para bloquear la Convención fue superado por el pueblo a la hora de no permitir que los representantes de ésta lograran 1/3 de los escaños. En efecto, en la práctica la Convención Constitucional habría rozado el transmutar en una asamblea constituyente. Y así y todo, no confiamos en y entre lxs compañerxs.

*

Así y todo, no confiamos, compañerxs, en lxs compañerxs. No confiamos en la diversidad de movimientos ni en aquello que tales movimientos portaron, es decir, en esa diversidad que, como toda diversidad, se define por ir más allá de cada particularidad. En ese sentido, la heterogeneidad expresa una potencia destituyente capaz de poner en común aquello que nos constituye y privatiza: el poder. Poner en común el poder, la identidad o ese miedo o esa soberbia, ese contorno que contiene, que define, que delimita y limita aquello que hacemos, que deseamos y, sobre todo, que nos disponemos a entregar, a poner en común. Porque poner en común aquellos límites significa, en un solo acto, suspenderlos y derogarlos: habitar lo común. Lo destituyente, así, y al contrario de cómo suele señalar el sociologismo con su pulsión (y represión) de orden, nada tiene que ver con la anomia ni con la negatividad, sino con una forma-de-vida, con un habitar imaginal cuya organicidad fluye sin mirar hacia el futuro ni hacia el mañana, sino que, desde aquí, mira el porvenir, mira el pasado mañana cuyo amanecer logra filtrarse a través de las grietas de este presente resquebrajado, inundado de creatividad común. Quizás hubiera sido necesario que una última ráfaga de esa potencia destituyente, otrora derramada sobre las calles del país, escrita sobre los muros, danzada en las esquinas, vivificada en las plazas, que un soplido de esa potencia destituyente nos hubiera sacudida durante esos días de pandemia. Quizás así no hubiéramos buscado constituirnos -como lo hicimos- sin antes habernos derogados; quizás así no hubiéramos buscado asegurar la propiedad sobre (lo ya nuestro de) nuestras propias demandas, para, en su lugar haber podido confiar y confiarnos en lxs compañerxs. Claro está, sin embargo, que esa ráfaga destituyente no habría asegurado nada de la labor constituyente. Pero, quizás, justamente de eso se trate: no de la seguridad, sino de la confianza en lxs compañerxs. Al final, y muy en el fondo, de lo único que estamos seguros es de que la subjetividad neoliberal opera como las termitas: desde adentro hacia fuera.

Para concluir, vale recalcar el rol de la precaución reflexiva. Que nada de esto sirva de lección, pues no apunta a formar parte de una pedagogía del poder político. Que nada de esto, tampoco, sea una señal para culparnos y, al fervoroso ritmo del capital, expiar nuestros pecados, la liturgia sacrifical del poder pastoral, desde hace dos mil años, ya anida en nuestra alma. Que esta pregunta tan sólo sea lo que deba o no deba ser, que se escuche donde se tenga que escuchar, y sobre todo, que no deje de devenir todo lo que su potencia, y nuestra potencia, pueda llegar a transmutar y destituir en nosotres, les neoliberales.

Descarga este artículo como un e-book

Print Friendly, PDF & Email

Un comentario en “Aldo Bombardiere Castro / Nosotres, les neoliberales

  1. Creo q la pregunta se dirige a la esencia dl neoliberalismo, q consiste no tanto en apropiarse d tu trabajo, ni d tu cuerpo, ni inculcar el individualismo, si no de apropiarse d tu propio ser y convertirte n un homus neoliberal por esencia. Eso es lo q hace d peligroso este sistema (no es un modelo), nos ha capturado sin q nos diéramos cuenta. 

Deja un comentario