Siempre pensé que Israel controlaba Gaza-Palestina, pero en realidad Israel controla a todos los países excepto Gaza-Palestina. Motaz Azaiza, reportero de UNRWAD
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¿Qué es Gaza? ¿Una cárcel cercada por la figura de una franja? No. Gaza es peor que una cárcel. En las cárceles los prisioneros poseen un estatuto jurídico mínimo, lo cual significa que, de algún modo, son reconocidos en cuanto sujetos de derecho. Gaza, en cambio, constituye un campo de concentración a tajo abierto: el modo de regulación jurídica que impera sobre sus habitantes se determina, en última instancia, a partir del arbitrio del Estado de Israel. En una palabra, Gaza se trata de una tierra donde el pueblo palestino desarrolla su vida bajo un sistema colonial caracterizado por un estado de excepción hecho regla. Gaza es peor que una cárcel: lo que sucede en Gaza no tiene nombre.
Esta fue la posición adoptada por Rodrigo Karmy en una conversación dominical con Ilan Pappé, tal cual sostiene en el último podcast de Vitrina Dystópica, dedicado a la resistencia Palestina.
En efecto, Gaza no sólo se encuentra flanqueada por cielo, mar y tierra, con su espacio aéreo, sus millas marítimas del Mediterráneo oriental y sus fronteras colindantes tanto con la Palestina ocupada como con Egipto por el paso de Rafah, bajo control del Estado de Israel. Además, a sus habitantes, palestinos refugiados en segundo grado -refugiados de refugiados- les ha sido negado sistemáticamente el reconocimiento a sus derechos políticos. Y ante esta situación, la única política que allí puede dar a luz, como sucede desde el 2006 momento de la liberación de Gaza y del ascenso de Hamas, es la política de la resistencia.
Por ende, bien podríamos decir que Gaza expresa la máxima verdad de Palestina: la aniquilación más bestial de su agencia política de cara al mundo. Así, Gaza, aunque pueda representarlo, ni siquiera alcanza a ser una cárcel. Más bien, en ella se actualiza el símbolo de lo que han hecho otros con ella: un campo de concentración por abstracción, donde los palestinos sobreviven de manera indefinida e indefinidamente recluida. Condición de perpetuos detenidos. Condenados a un proceso sin cargos, juicio ni sentencia, criminalmente inculpados a un crimen cometido por quienes les acusa y aniquila, esencializados y barbarizados por el supremacismo de un occidente ensimismado en sus delirios orientalistas, Palestina irriga al mundo el testimonio de su catástrofe -que es la nuestra-. Ello, inmediatamente, nos transforma en testigos, pudiendo ver cómo se da cumplimiento a su ejecución: ya sea una lenta muerte por asfixia debido a la indifirencia de una presunta comunidad internacional, ya sea un espectacularizante genocidio gracias a la impunidad de la cual goza el Estado de Israel. Con todo, se reatifica lo de siempre: Palestina está sola, sola y ahí, palpitando sobre un mundo que no cabe dentro de una pantalla y dignificando a un humanismo demasiado humano. Palestina está tan sola como los pueblos del mundo que la acompañan: casi siempre abandonados por el poder de sus gobiernos.
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Dada la dinámica que ha adquirido esta fase genocida del proyecto colonial sionista, intensificada a partir del 7 de octubre, se ha ido evidenciando la invisibilización palestina. El modo que ha asumido esta evidencia, como se adivina, es extraño: la invisibilización de la causa palestina se ha mostrado gracias a su propia negación constitutiva, es decir, como tenuepero decisivo contraste frente a un insostenible cúmulo de saturación mediática. Así, la manipulación descontextualizante que intentó presentar los crímenes de Israel motivados por una reacción puntual ante los asesinatos y secuestros de colonos sionistas llevados a cabo por Hamas; la producción de un discurso simplista y culpógeno, caracterizado por la dicotomía entre condenar o justificar el actuar de dicha organización, para ocultar la diferencia cualitativa de la relación colonial; la apropiación y copamiento victimista del concepto de “legítima defensa” a favor de Israel; así como la ausencia de voces palestinas focalizadas en dar a comprender la historicidad del proceso de colonización; fueron todos fenómenos imperantes en las grandes agencias y medios de comunicación. No obstante, ello mismo ha configurado, involuntariamente, las condiciones de posibilidad para la acogida del testimonio palestino que circula por fuera de dichos medios. Las redes sociales -pese a la intervención de sus algoritmos y a la censura que sufren muchos de los contenidos- se han transformado en un lugar de denuncia y de escucha: lugar de denuncia de las atrocidades sionistas, así como de las infamias de sus campañas e influencias mediáticas; lugar de escucha del sufrimiento palestino, así como de los encuentros mundiales en solidaridad por un Palestina libre. En suma, la narrativa proisraelí derivada de las grandes agencias de prensa cuenta cada vez con menos credibilidad: porque ha quedado en evidencia la invisibilización que han hecho de Palestina.
Por otro lado, ¿cuál es el origen de tal invisibilización que el sionismo ha operado sobre Palestina? Quizás su origen esté en un acto a la vez originario y continuador: la instauración de un neocolonialismo sionista a contrapelo de los movimientos de descolonización globales. Así, desde la Declaración Balfour de 1917, y como si se tratara del acta escrita y a la vez de un ejercicio de borramiento performático, de una matriz colonial y de una suerte de maldición pragmático-linguística, tanto el nombre de Palestina como el de los derechos políticos de quienes habitaban esa tierra bajo Mandato británico, han sido omitidos. Si toda matriz colonial cuenta con la maquínica virtud de reproducirse a sí misma, tanto a nivel sistémico como de subjetivación, entonces la Declaración Balfour puede ser leída como un dispositivo de reproducción neocolonial del colonialismo moderno e inherente a la filosofía de la historia del capital. En ese sentido, este documento fue generado por, al tiempo que resguardó un proyecto neocolonial, en el seno de emergentes movimientos decoloniales que se desplegaría alrededor del mundo. Con el paso de las décadas, sin embargo, aquel proceso neocolonial, de limpieza étnica, ocupación y borramiento del pueblo palestino, se ha sobrepuesto y articulado con nuevos modos de recolonización y planetarización neofascista del mundo producto del ingreso a una fase de axiomatización del capital. Por ello podemos la Declaración Balfour, así como sus modos de gestación, resulta ser un símbolo privilegiado para comprender el tiempo presente.
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La lucha mediática que hoy debemos librar no ha de ser sólo humanitaria, o sea, enfocada en conservar en la sobrevivencia del pueblo palestino. Ha de ser eso, sí, y con urgencia; pero sobre todo, debe ser mucho más que eso: ha de tratarse de una política por la potencia de la vida, irreductible tanto a una relación de libertad palestina de Israel, como a una idea de libertad consumada en la forma del Estado-Nación de corte étnico. En dicha potencia que resiste y crea, que lucha e imagina, reside la indominable dignidad de la vida, de vivirla y de nombrarla, de vivirla nombrándola: la dignidad de habitar un lenguaje capaz de decir Palestina. Justamente esa dignidad ha sido, desde hace milenios y hasta comienzos del siglo XX, lo que supuró en Palestina: un cosmopolitismo salvaje cuya virtud consistió en hacer del tránsito un lugar de encuentro y convivencia intercultural (filisteos, arameos, árabes, túrquicos, egipcios, asirios, etc.) e interreligiosa (cananeos, judíos, cristianos, musulmanes, etc.).
Oponerse a los dispositivos de borramiento discursivo que se insertan dentro de un proceso colonial de limpieza étnica implica apelar en el sentido más básico de dicha palabra, es decir, en el de poner un nombre en busca de dirimir un asunto: apelar a la politicidad del “pueblo palestino” y no a su mero rótulo de “población” sometida a los criterios demográficos y administrativos de un humanitarismo tan lastimoso como cuantificador; apelar a la politicidad de la “tierra palestina”, con su proliferante riqueza intercultural e interreligiosa, y no al apresurado facilismo del “territorio”, el cual homogeniza tal riqueza bajo una representación cartográfica, abstracta y funcional a los intereses macroeconómicos y comerciales que determinan las dinámicas geopolíticas. Por supuesto, no quiero decir que Palestina no sea objeto de ayuda humanitaria ni que, a nivel simbólico, no ocupe un rol geopolítico relevante, sino que Palestina excede con creces la reducción a estos lenguajes operacionales. Las categorías poblacionales y territoriales han de ser notas constitutivas de todos los pueblos, pero en ningún caso principios capaces de determinar su propia constitución. Dicho en términos lógicos, tales categorías se articularían como nociones instrumentales y contingentes, pero en ningún caso como nociones suficientes o identitarias. Por lo mismo, llamar a un pueblo “población” o a una tierra “territorio” sólo respondería a consideraciones de utilidad dentro del orden y de la gestión colonial ya dominante, esto es, en un escenario de neoliberalismo gestional con su deriva neofascista. Y la ayuda humanitaria, por lástima, también se inserta al interior de esta configuración.
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Volvamos. ¿Acaso la emergente visibilización de Palestina a los ojos de los pueblos del mundo significa que la causa palestina está siendo escuchada? ¿Acaso el hecho de que estén siendo visibilizados los testimonios registrados sobre el genocidio que padece el pueblo palestino, significa que su causa política está siendo comprendida? ¿Acaso aquella creciente visibilidad de la invisibilización que ha sufrido Palestina está abriendo paso a la “palestinización de los pueblos” o sólo da cuenta de una nueva consciencia acerca de “israelización del mundo”? O quizás ni lo uno ni lo otro: quizás para los pueblos, aún no se trate de palestinización de sí ni de israelización del mundo, sino sólo de un contundente proceso de desambiguación entre judaísmo y sionismo, entre la captura y utilización ideológica que el último intenta ejercer sobre la diversidad de las formas-de-vida que recorren la religiosidad judía. No lo se. Ojalá sea así. Pero francamente no sabría responder a estas inquietudes. Sin embargo, creo que aquí -y ahora- se juega buena parte de la lucha por el lenguaje (una lucha por una lengua ligada al cuerpo y un cuerpo ligado al mundo) con miras a los próximos años: no sólo debemos abogar por el inmediato término del genocidio israelí contra Gaza, sino que también debemos abogar por los derechos políticos del pueblo palestino, es decir, por su derecho a la autodeterminación en cuanto pueblo. Ahora, más que nunca, las palabras han devenido armas.
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Hace algunos días, Israel ha intensificado el castigo colectivo sobre el pueblo palestino que ejerce desde 1948 (y antes). En Gaza ha cortado el suministro de electricidad, luz, agua, señales de internet, y, sumado a ello, prohíbe el ingreso de ayuda humanitaria, incluso vía Egipto. Hace un par de días, Israel destruyó una docena de ambulancias que transportaban a heridos y personal médico. Antes había lanzado un misil a un hospital asesinando a casi 500 palestinos, muchos de ellos niños refugiados. Tras esto, bombardeo otros hospitales, así como el campo de refugiados de Jabalia, al norte de Gaza, masacrando a cientos de personas, en su mayoría mujeres y niños. Ayer sus bombas descuartizaron a decenas de familias que se dirigían hacia el sur, tal cual los voceros israelíes les habían advertido que lo hicieran para evitar la muerte. Paralelamente, Israel ha asesinado a más de un centenar y medio de palestinos en Cisjordania. Esta noche Gaza está sufriendo un bombardeo sin precedentes, aunque, tal vez desde 1948, totalmente predecible. Todo ello, así como la movilización de los pueblos del mundo en solidaridad con Palestina pese a la indiferencia de sus gobiernos, marca la presencia más descarnada de la época del fuego.
Sin embargo, el fuego es milenario. Además de destruir cuerpos, de quemar tierras y de carbonizar animales, también flamea, también danza al son de su propia llama(da). Al centro de la noche, el fuego resiste e ilumina aquello que no se muestra a sí mismo. Por eso, en caso de acontecer una liberación ésta sólo habrá de irrumpir acompañada de fuego: desde el fuego y con fuego, sólo así se forja la libertad, como un relámpago en llamas. Hoy no somos capaces de pensar en eso, pues el fuego apenas late en forma de corazonada: tan sólo logramos ver la sombra de ese fuego que, a cada muerte y cada noche, sentimos arder y danzar en nuestros corazones. Pero esa misma corazonada mantiene encendida otra esperanza: anuncia el día en que el fuego nos iluminará en un ardor ya sin cenizas ni catástrofes, y donde todo odio -incluso el nuestro- habrá de evaporarse para tan sólo preservar la pureza de su rabia. Ese día Palestina, desde el río y hasta el mar, será libre. Y la gaza ya habrá sanado la herida piel de este mundo.