En la tradición islámica, Adán ocupa un lugar preponderante. El filósofo y místico de Murcia, Ibn ‘Arabi, en su libro Los engarces de las sabidurías [fusus al hikam] lo vincula con el «humano perfecto» [insan al kamil], lugar de encuentro entre lo divino y el mundo, un istmo [barzaj] que es también un espejo en dos sentidos, en el que Dios ve su revelación y la revelación descubre su pertenencia a Dios. Representante de lo humano en sí mismo, Adán es el padre de toda la especie, convertida a través de él, en regente [khalifa] de la tierra. De acuerdo al Corán su llegada al paraíso es por lo menos escandalosa. Los ángeles dijeron a Dios “¿Pondrás en ella –la tierra – quien la corrompa [desbastándola] y derrame sangre siendo que nosotros te alabamos y santificamos?”, frente a lo cuál Dios dijo “En verdad Yo sé lo que vosotros ignoráis” (Corán, 2, 30). Si ponemos atención a esto, en el misterio divino Dios no tiene sólo un propósito para el humano. No está determinado a cometer el bien pero, por cierto, tampoco el mal. Es un ser que se sitúa también como un barzaj, más acá del bien y del mal. Es un ser cuya naturaleza es la apertura, la potencia expuesta por su posición límite.
Mes: febrero 2024
Aldo Bombardiere Castro / Con-tacto: sentires desde Gaza
Filosofía, PolíticaHay dos tipos de judíos: los que reaccionaron ante el inenarrable horror del holocausto jurando que harían todo lo posible para que semejante cosa no se repita jamás a nuestro pueblo; y aquellos que sacaron como lección de ese trágico acontecimiento que deberían hacer todo lo posible para que aquello no le ocurra jamás a ningún pueblo en ningún lugar del mundo. (Testimonio de Joe Murphy, recordando las palabras de su madre judía, en versión de Edgard Morin)
Absortos frente a la pantalla, nuestros ojos rozan la transparencia de un límite que nos mantiene a resguardo. Lejos de Gaza, sin embargo, sabemos que la causa palestina se trata de una extraña e innombrable conjunción entre solidaridad y deber: somos impulsados y nos obligamos actuar para frenar la hiperrealidad de una injusticia que nos desmorona a pesar de aquel límite transparente de la pantalla. De ahí que, muchas veces cayendo en real desesperación, compartamos una avalancha de videos por redes sociales.
