En un reciente texto divulgativo y muy corto, Giorgio Agamben ha puesto de relieve un asunto fundamental para comprender nuestro atribulado tiempo. Titulado Sobre la identidad, y abordando una sugerente idea de Alexandre Kojève, el filósofo indica que «El error de quienes buscan una identidad es querer convertirse en lo que ya son»1. Una simple fórmula que abre una tensión conceptual para comprender el sionismo político y la deriva genocida del Estado de Israel. Querer convertirse en lo que ya se es no implica de ninguna manera que efectivamente se «sea» de tal identidad, pues –dice Agamben– «Lo que simplemente somos no es una identidad, es una experiencia originaria siempre en curso, que continuamente se nos escapa entre las manos y por eso nunca podemos llegar a ser». La identidad funciona como una forma de imaginar el «sí mismo» no como una posibilidad, sino como algo ya realizado, pero como sabemos, la realización nunca es realmente posible, ni siquiera en las obras aparentemente más acabadas. De este manera, cada vez que se reafirma una identidad como «ya sida», a ella le corresponderá realizarse de otro modo. Por ejemplo, la identidad judía que el sionismo ha impuesto en Israel como retorno definitivo de un pueblo imaginado a su espacio vital o tierra prometida, si en un primer momento hace coincidir la matriz Pueblo-Estado como una realización, de inmediato crea una nueva tarea (expulsar o exterminar a los palestinos, crear el Gran Israel, convertirse en hegemón de Oriente Medio, etc), cuestión que no es otra cosa que una repetición del acto por medio del cual se crea la primera identidad.
El discurso sionista, en este sentido, se produce a sí mismo como una tarea que realizar como acto de repetición de la formulación de Israel como patria de los judíos. Por eso, aunque su retórica siempre apela a la defensa, sus políticas son las de los hechos consumados. En 1948 llevó a cabo la limpieza étnica de Palestina, en 1967 comenzó a crear el sistema de Apartheid en Cisjordania y Gaza, en 1993 aceleró el programa de colonización, en 2006 bloqueó la Franja de Gaza a la que ha bombardeado sistemáticamente desde entonces hasta entrar en la actual fase de genocidio. Pero en la retórica, nuevamente, son los árabes hostiles que buscan eliminar al Estado judío, es el mundo musulmán el que les odia, son los marxistas del FPLP los que minan cualquier intento de paz, es Hamas el que lleva a cabo un ataque que justifica un genocidio.
En el actuar de Israel se ve con claridad la protección de una identidad a toda costa como una forma de paranoia en el sentido en que relacionó Gilles Deleuze este concepto con el de fascismo, donde coinciden la necesidad de definir un enemigo, la normalización de la vigilancia y la construcción de una narrativa totalizante, pues están atadas a una seguidilla de signos que permiten conectar «necesariamente» otros signos de manera infinita, siempre que esas conexiones aseguren la integridad de la identidad. Deleuze le llama «régimen paranoico del signo», pero también lo designa como «despótico o imperial»2.
También Agamben en su texto indica que la persecusión de la coincidencia de una identidad con el presente conduce a la locura. Pero en la paranoia, y en esto seguimos a Deleuze, no se trata de locura, al menos no del todo. Hay una racionalidad que es la que permite seguir uniendo los signos de forma necesaria hasta una eventual consumación en hechos. El problema no es tanto que el sionismo haya entrado en una fase de locura, sino precisamente que sea una forma de racionalidad la que le haya conducido a su fase genocida. Esta cuestión la había iluminado en su momento Adorno y Horkheimer cuando en La dialéctica de la ilustración intentaban hacer ver que el fascismo no es el resultado de una pura irracionalidad, sino de una racionalidad en particular, la instrumental, que había conducido al asesinato planificado de millones de personas. También ahora, en el rol que juegan empresas como Palantir, ayudando con inteligencia artificial a perpetrar la matanza de palestinos, pero en general en el apoyo de las grandes corporaciones y la mayoría de los Estados occidentales, lo que está en juego no es la locura, sino la reducción del mundo a una racionalidad paranoica, que es la que hoy hace de Israel no un Estado excepcional, sino el paradigma en el que podemos leer nuestra catástrofe.
NOTAS
1 El texto en italiano está disponible en su blog que alberga la editorial Quodlibet. En español, en Ficción de la razón.
2 Deleuze, G. (2007) Dos regímenes de locos: textos y entrevistas (1975-1995). Traducción de J.L. Pardo. Valencia: Editorial Pre-Textos, p. 37.
Imagen principal: Mohammed Joha, Gaza: Between Rubble and Memory No. 12, 2006

