1.- No hay papel.
Quisiera seguir el hilo de la profunda columna de Gerardo Muñoz titulada La Universidad norteamericana ya ha colapsado, a partir de una experiencia biográfica que, me parece interesante de problematizar a propósito del colapso en curso. En el año 2020, en plena pandemia, mientras la universidad se había reducido a una pantalla, muchas veces con estudiantes que no eran más que pantallas negras premunidos de alguno que otro nombre, y con el pánico diario de que las vacunas se estaban probando y entonces nuestros múltiples dispositivos inmunitarios nos ofrecían algo más que limpieza cotidiana, sino que parecían asegurarnos una vida eterna, ocurrió una escena del todo singular. Pertenecía yo al decanato de esa época y, un día, se nos citó a una reunión de Consejo de Facultad que, entre los puntos que se debían discutir, era la exposición del encargado de la vicerrectoría de asuntos digitales que, hasta donde recuerdo y a propósito de la demanda pánica que impulsó la pandemia- nos venía a presentar una modernización de los sistemas digitales de la universidad, tan urgente como necesario.
Todos estábamos en pantallas. Pero con el equipo de decanato nos comunicábamos vía w-app “por interno”. La esperada presentación me dejó extrañado. Algo raro para un momento que ya era extraño como estar en una reunión con pantallas zoom, porque una pandemia arrasaba al planeta; extrañado porque la reunión se dijo algo así: “Desde ahora los profesores no tendrán que usar más el papel”. Por cierto, bromeé con mis colegas “por interno” diciendo que, si esto era así, cómo pensaban que haríamos cuando fuéramos al baño a “obrar” –como se decía antiguamente- si ya no existiría el “papel”. Por supuesto, todo se refería a que los procesos administrativos no requerirán más del papel, sino que todo estará en la web, todo sería una aceleración cibernética. Ahora seríamos académicos sin papel.
En general, en la reunión hubo un leve optimismo en medio del apocalipsis virológico que vivíamos, pero lo curioso, fue justamente que, ya sea por pereza, miedo, aburrimiento o lo que fuera, ninguno de los colegas ahí presente cuestionó un ápice del tsunami cibernético que se nos ofrecía. Se nos dijo, incluso, en una versión del optimismo de Manuel Castells de los años 90, que estos procesos de la red traerían mayor democratización precisamente porque nos harían emanciparnos del papel. Tuve una inquietud por esto (no especialmente por las razones indecorosas con las que bromeaba con mis colegas por interno) sino por el hecho de que el uso de menos papel no significaba disminución de los procesos burocráticos, sino incluso, todo lo contrario: en vez que la universidad apuntara a abrir espacios de encuentro, que no estuvieran regimentados por la codificación burocrática, ésta última se multiplicaba gracias a la intensificación digital.
Pero la segunda cuestión interesante aquí es la reacción de la comunidad académica frente a la profundización de los mecanismos burocráticos de control en las últimas décadas: pasividad total. En realidad, no es nada sorprendente. En general, el estrato académico –por más que haya habido díscolos-, ha aceptado todas las reformas propuestas por el modo de producción neoliberal del conocimiento desde la reforma de 1981 y, al revés, no ha propuesto alternativas a ese modo. Así, no se trataba solo de que alguien nos trajera la buena nueva de que no habría papel -¡que ecológico en primera instancia!- sino que la administración cibernética de la universidad parecía algo obvio que las humanidades no tenían porqué cuestionar o, peor aún, que las humanidades ni siquiera tenían repertorio para poder responder. ¿Cómo responder o cuestionar algo que parece ser tan “humano”? Al fin y al cabo ¿no es la burocracia la expresión más acabada del humanismo, que las propias humanidades ayudaron a forjar y que hoy, desplazadas por las “ciencias manageriales”, logran tomar distancia cuando ya es demasiado tarde?
Curiosa escena: desde Kant esa “filosofía menor” no debía ejercer otra cosa que la “crítica”. Justamente lo que aquí no tuvo lugar. Posiblemente esta escena exponga la radicalidad del problema: la intensificación tecnocrática resulta ser inversamente proporcional a la disminución de la crítica, a mayor despliegue cibernético menor cuestionamiento al presente. Es en este sentido que, los académicos se han vuelto simples “investigadores”, figura terminal de la universidad, recluida en el Olimpo de los fondos concursables sin otra relación con el mundo que aquello que la lengua universitaria, ensimismada, designa bajo la rúbrica de “vinculación con el medio”. El mundo en el que la propia lengua universitaria se inserta, se lo considera bajo la jerga positivista como un simple “medio ambiente”. Si no hay “crítica” entonces no puede haber universidad moderna. Y si no hay, significa que es la propia relación entre Estado y ciudadanía la que ha desaparecido.
Por eso, las humanidades agonizan y se sitúan como simples adornos frente a las verdaderas ciencias que promueven el capitalismo académico: porque la neoliberalización de la universidad moderna desplazó a las humanidades no porque éstas simplemente no calcen con la lógica economicista del “mercado” sino porque otros saberes, mucho menos complejos, pero radicalmente eficaces que podríamos denominar “ciencias manageriales” definidas como un corpus heteróclito de saberes, pastiche de las disciplinas clásicas, pero que apuntan hacia la subjetivación neoliberal, han sustituido la función que otrora cumplían las humanidades. Si estas últimas propiciaron el lenguaje y las formas de subjetivación requeridas para la constitución de la república moderna, la universidad era, por tanto, crucial en ese ensamblaje puesto que producía al nuevo sujeto requerido: el ciudadano. Pero ¿qué ocurre cuando la universidad de “excelencia” o “calidad” sustituye a la universidad “estatal-nacional”?
Justamente, las humanidades como saberes decisivos orientados a producir ciudadanía ya no son necesarios porque de lo que se trata es de producir sujetos prestos a la lógica del capital y no a la de la república. No se trata más de ejercer la crítica sino de convertirse en exitoso, no se trata de formar una ética ciudadana como de gestionar tu capital. Por eso, la difuminación de las humanidades del horizonte universitario es, precisamente, la difuminación de la ciudadanía moderna o, si se quiere, la emergencia de las ciencias manageriales vino a sustituir la función que otrora ejercían las propias humanidades.
Así, la antropología del ciudadano dio paso a la del capital humano donde, en efecto, humanidad y capital están plenamente identificados. Si Hegel identificó a Dios con la Historia bajo la forma del Espíritu, Hayek identificó al Capital con el Hombre en la forma de la Libertad. Por eso, la intensificación planetaria del capital en la forma de la guerra civil contemporánea es el último reducto del “Hombre” y humanismo. Hombre y Capital se imbrican funcional y antropológicamente.
2.- Palestina.
Precisamente, es en Palestina donde la cuestión de la Universidad vuelve a aflorar: más de 14 universidades en Gaza fueron totalmente destruidas por Israel. Karma Nabulsi denominó “escolasticidio” al proceso general por el cual la colonización sionista hace lo imposible para destruir la esfera de la educación y sus instituciones. Destruir universidades, asesinar profesores, rectores, estudiantes y depositar bombas en la infraestructura para, en medio de un reel grabado entre risas, estalla la universidad. Justamente, el desplazamiento de la universidad estatal-nacional hacia la universidad tecnocrática de tipo neoliberal implicó la destrucción de la primera a favor de la segunda; la universidad que, en el mundo colonizado adquiere una dimensión singular orientada a cultivar y proteger el tejido cultural, ha estallado. Ha volado por los aires. Esto es lo que Gaza nos muestra con la crudeza de un genocidio en curso.
Universidad estallada como paradigma de todas las universidades el planeta que, en virtud de su misma lógica, están siendo llevadas a su misma suerte. Estallido universitario que es la destrucción de la crítica, en el fondo, porque en el instante en que ésta se revela acuciante frente al devenir del presente, ella resulta ser hábilmente sancionada, perseguida, conjurada. Es clave este punto: no se trata que la universidad esté asediada desde fuera sino que es la propia universidad que, al renunciar a la crítica y desplazar a las humanidades hacia una región marginal, ha producido nuevos regímenes de codificación propios del capitalismo académico.
Cuando Israel destruye las universidades palestinas no lo hace sino desde la misma técnica universitaria: la dietética con la que mantiene a los palestinos de Gaza bajo un orden proteíco mínimo, los mecanismos de ciberseguridad, tecnología asociada al control fronterizo, tecnología de contrainsurgencia, en suma, todo el aparato industrial de “seguridad” israelí es, a la vez, universitario. Si, como nos muestra Gaza, las universidades están estallando en todas partes del mundo, es porque, en último término, el modelo estatal-nacional en sus diferentes derivas (incluso aquellas coloniales que Edward Said mostró muy bien) aún propiciaba encuentros. Es posible que toda la querella contemporánea orientada a la destrucción universitaria sea una conjura contra los encuentros y, en este sentido, contra la activación de la sensibilidad, antes que contra las formas de “izquierda”.
Palestina, quizá, no sea otra cosa que un lugar cuya textura es la de un médium sensible y común que activó otra sensibilidad frente a la máquina genocida del sionismo contemporáneo. La sensibilidad abierta por las revueltas que asolaron a gran parte del planeta durante la década anterior se profundizara en un lugar que devino uno y múltiple a la vez: Palestina. Así, lo que está de fondo en la destrucción de las universidades en Gaza es la destrucción de los encuentros, el lugar propiamente ético en el que se juega nuestra relación con el lenguaje: ¿será casualidad que uno de los primeros asesinados fue el académico y poeta Refaat Alareer? Matar un poeta ¿por qué? ¿No es precisamente esa palabra que ha recuperado su potencia, esa voz que porta consigo la gestualidad del común lo que, efectivamente, es necesario aniquilar?
Justamente por eso, el estallido de la universidad en Gaza es el estallido de las universidades en todas partes del planeta, con diversas gradaciones, intensidades, pero en base a la misma lógica: transformar definitivamente la pluralidad de los mundos en la uniformización del globo. Un “mundocidio” es precisamente lo que aquí está en juego. El bulldozer israelí que aplasta aldeas palestinas es el bulldozer universitario que aplasta la pluralidad de los mundos y su sensibilidad, extermina la interdependencia de mundos, el encuentro, en lo que éste tiene de amenazante y peligroso para la máquina sionista –hoy, en rigor, única y rizomática máquina fascista- que intenta completar el programa de la globalización en toda su envergadura.
La colonización de Palestina se inició en 1492 cuando Cristóbal Colón llegó a las Indias Occidentales, y ha terminado cuando Israel produjo la nakba en Palestina, vigente hasta el año 2025. En las máquinas coloniales siempre se anudaron las universidades, desde la otrora universidad de Salamanca desde la cual se interrogó acerca del “alma” de los indios hasta las actuales universidades israelíes que han promovido la investigación altamente tecnológica para alimentar la industria armamentista global.
La cuestión del alma, otra vez: ¿tienen alma los indios, tienen alma los palestinos? Como señaló el ex presidente Barack Obama en un pequeño tweet frente al intercambio de rehenes que ha tenido lugar la última semana: solo los israelíes tienen “familias”, los palestinos apenas un “pueblo”, los israelíes tienen alma, los palestinos solo constituyen un colectivo sin alma.
Todo esto no es más que la consumación de lo que el sionismo cristiano, alguna vez leyó en la forma de la “segunda venida” de Cristo que, en rigor, traduce una forma enteramente imperial cristalizada en el Estado de Israel en el que se identifica plenamente cristianismo (democracia liberal) y judaísmo (Estado “judío”). Por fin el imperialismo occidental podrá detentar la revelación auténtica, la dispensación originaria, la última y primera elección de Dios sobre los hombres que posibilitarán un supremacismo con el cual será posible la conquista ya no de la Tierra como de los mundos.
3.- Stasis
La universidad chilena se inserta al interior del paradigma Gaza. Nuestro propio “escolasticidio”. La nueva época “sin papel” significa la era de la intensificación administrativa, del despliegue burocrático en la era cibernética, momento del último reducto del humanismo aquél cuyo destino coincide enteramente con el del capital: globalización.
Convertir la pluralidad, rugosidad y singularidad de los mundos en la uniformización, aplanamiento y totalización del globo. “Sin papel” significa, a su vez, el devenir refugiadas de las academias (ya no tenemos papeles) porque precisamente la ciudadanía ha sido borrada del mapa a favor del capital humano globalizado.
A esta luz, digamos que la universidad norteamericana, que se planteó a partir del esquema de la “calidad” hoy intensifica sus procesos de capitalismo académico desde dentro y pone en juego la “delación”, sanción y expulsión de todos aquellos que pronuncien el vocabulario palestino, esa escritura que abre a los encuentros.
En este sentido, la universidad de “calidad” siempre fue un reducto de guerra civil que se produce en el mismo interior de las otras lógicas horadándolas internamente. No se trata de la guerra contra un enemigo “exterior” sino contra la propia racionalidad universitaria neoliberal que pugna contra sí misma –al modo del “resentimiento” como lógica de dominio, dejando al desnudo el momento de su colapso.
Muchos dirán que es difícil que ocurra algo similar a lo que sucede en los EEUU bajo el contexto de las universidades chilenas. Pero aquél consuelo es debido al provincianismo histórico de un prejuicio que dice: en “Chile no pasan esas cosas”, Chile es el lugar de la excepción.
Sin embargo, más allá de ese provincianismo tan bien aceitado, toda nuestra estructura universitaria, todas sus racionalidades de gobierno, sus condiciones de posibilidad están dispuestas para que “esas cosas” si tengan lugar. De hecho, en un cierto nivel ya está ocurriendo: ¿o acaso no se habla hace años de la “crisis de las humanidades”? En los hechos, la lengua universitaria se “economizó”: ya no hay “cursos” sino “créditos”, ya no hay “derecho” a estudiar sino “aranceles”. La cuestión de las humanidades está lejos de ser una simple una reivindicación gremial de profesores que se dedican a las humanidades y que ven amenazada su continuidad profesional, sino que traduce la cuestión del colapso universitario de la propia universidad.
Durante más de 30 años el sistema universitario chileno se modeló desde el sistema universitario norteamericano. Este último ya está en proceso de colapso. Pero este colapso deja entrever una línea de fuga: la nueva sensibilidad ética de un mundo que se resiste a ser subsumido en un globo que pretende convertir la pluralidad de la Tierra en una superficie lisa, sin sobresaltos donde prime siempre “lo mismo”. La destrucción de las humanidades, como el fin del “papel” es el síntoma último de una consumación mítica que hoy tendrá al sionismo como su vanguardia, el nuevo colonialismo inmobiliario planetarizado.
Octubre 2025

Un comentario en “Rodrigo Karmy Bolton / La Universidad (norteamericanizada chilena) ya ha colapsado”