¿Qué significa representar? Probablemente, cuando hablamos de representación, es necesario también traer a primer lugar a la imaginación. Esa capacidad individual y colectiva, a partir de la cual construimos relaciones entre imágenes, desde donde podemos crear, reformar y reordenar el mundo. Es a través de la imaginación que los otros se nos aparecen de una determinada manera y, por tanto, somos capaces de interpretarlos. Pero la misma imaginación no es una facultad aislada, sino que más bien está inserta en relaciones de poder que condicionan sus posibilidades. No se trata simplemente de que el poder delimite absolutamente las posibilidades de la imaginación, sino más bien condiciona los recursos a partir de los cuales la imaginación actúa.
Entonces tenemos al menos ya dos elementos a partir de los cuales es posible la interpretación. Por un lado la imaginación, por otro el poder. Y por cierto, el poder, como bien decía Michel Foucault, no se trata simplemente de una cuestión externa a los cuerpos y a las subjetividades, sino más bien una fuerza subjetivante y creadora, productora de los cuerpos. Desde esta perspectiva, me parece entonces que el problema de la representación está profundamente ligado a la manera en que pueden interactuar las relaciones de poder con las capacidades de la imaginación. ¿Es posible anular completamente la imaginación sometiéndola a las meras directrices del poder?
¿Podemos vivir en sociedades en las que lo único que exista es la voluntad de unos pocos, las élites, articulada a través de una trama de relaciones de poder? Tal vez esa es la imagen terrible que Giorgio Agamben quiso poner de relieve cuando utiliza el concepto de vida desnuda, es decir, una vida que ha quedado totalmente a expensas de las relaciones de poder, cuestión que, en última instancia, podría resultar en una vida ya no sólo entregada a fuerzas simplemente coercitivas, sino también de aniquilamiento. Es ahí donde Agamben usa la figura del Muselmann, que describe originalmente Primo Levi. Cuerpo impotente, entregado completamente a un poder que ha planeado su destrucción de antemano. ¿Pero no es acaso esta figura de un cuerpo derrotado y entregado al aniquilamiento una especie de sueño perfecto del fascista o del administrador colonial? ¿No están de alguna manera representados en ese cuerpo impotente los sueños orientalistas de pueblos sin historia que quedan totalmente dispuestos a la intervención del poder de sus ocupantes? ¿No es acaso el Muselmann una figura posible dentro de muchas otras, como por ejemplo la del judío resistiendo en el gueto de Varsovia? Es decir, ¿no se da al mismo tiempo que la posibilidad cierta del aniquilamiento, la de la liberación y la proliferación de formas de resistencia?
Ahí aparece una cuestión que me resulta clave para pensar el problema de la imaginación. Porque esta curiosa facultad pareciera tener no solamente una capacidad de recibir, es decir, una cierta pasividad inscrita en ella, sino también la de reordenar, la de recolocar, reposicionar los elementos de la cultura. Lo que quisiera plantear, entonces, es que la imaginación funciona como una especie de fuerza de interacción con el poder que sólo puede ser verdaderamente aniquilada cuando el poder asume un carácter genocida, es decir, cuando la vida ha sido apagada y, como es lógico, no puede imaginar.
Por eso, lo que ocurre en Gaza, Palestina, resulta paradigmático. Allí donde el poder ha encontrado maneras efectivas de aniquilar a miles de personas, la imaginación ha comenzado a proliferar como nunca. Ha proliferado, por supuesto, en los propios palestinos, que a través de diversas formas de resistencia pacífica y violenta han puesto en jaque el discurso hegemónico de las representaciones creadas por Israel. Representaciones que se sostienen en binarismos simples, donde lo bueno y lo malo son simplemente ideas como la democracia, la libertad, la seguridad, que intervenidas por relaciones de poder desde las élites, se convierten simplemente en conceptos vacíos. Y por eso también prolifera la resistencia y la imaginación fuera del mundo de los propios palestinos, específicamente en las sociedades occidentales, donde la promoción de representaciones basadas en estas dicotomías muestran también la distancia abismal entre el imaginario de los pueblos y el ejercicio del poder por parte de sus estados.
No sería nada extraño que la grieta que ha abierto el paradigma palestino comience a aumentar y termine poniendo en tela de juicio los conceptos mismos de democracia liberal, de Estado, de seguridad, que se sostienen apenas. Por supuesto, esa es solo una posibilidad, porque el poder siempre busca herramientas, recursos, para combatir las diversas formas de relaciones de imágenes construidas por una imaginación crítica. Pero de lo que se trata es precisamente de pensar esa grieta.
No habría que pasar por alto que la grieta o las grietas que se han abierto en el discurso están relacionadas con la enorme proliferación de imágenes que nos llegan todos los días no a través de los medios tradicionales, por supuesto, sino más bien por medio de las redes sociales. Estas últimas, que por supuesto muchas veces criticamos por la constante alienación que producen en los humanos contemporáneos, se han convertido también en un campo de lucha en el que es posible hacer aparecer imágenes no consensuadas por las relaciones de poder. Es importante, en este sentido, pensar esta suerte de desbordamiento de los marcos a través de los cuales estos medios tradicionales representaban binariamente lo humano y lo inhumano.
Mientras la prensa tradicional intenta mostrar declaraciones de los líderes de Israel totalmente editadas para que creamos que de ese lado se encuentra la racionalidad y la defensa de los valores occidentales como la democracia y la libertad, al mismo tiempo las redes sociales nos muestran a esos mismos líderes en espacios de aparente mayor confianza con un discurso en el que no dudan de llamar a los palestinos animales humanos o incitando abiertamente a destruir Gaza. No puede ser más radical la distancia entre la construcción de un imaginario a través de los medios tradicionales de aquella que se va creando en la proliferación de imágenes provenientes de medios no oficiales. Y por supuesto, esto no significa de ninguna manera que las redes sociales sean simplemente espacios anárquicos de información, puesto que están, en primer lugar, regidos por modelos algorítmicos que van creando burbujas personales de información. Y por otro lado, estos mismos medios no tradicionales de ninguna manera han dejado de pertenecer a los grandes capitales que han ejercido, de hecho, un intento de control de las imágenes y de la información que se propaga a través de ellas.
Han aparecido muchas denuncias de censura, ya sea a cuentas o a información posteada, que da cuenta de un intento real de controlar la información de las redes sociales por parte de los grandes capitales, cuyos discursos de base siguen siendo afines a los de las grandes potencias, cuyos intereses defienden. Pero todavía el imaginario de libertad y de horizontalidad que las redes sociales hacen aparecer en escena y que a fin de cuentas es lo que da ganancia a las grandes empresas es lo que hace que éstas no maten el negocio que va de la mano con asestar un golpe a esas propias ideas de libertad. Es en ese espacio de indecisión, que por supuesto no sabemos si continuará por mucho tiempo, que se cuelan elementos que el poder duda en controlar, para no hacer tan obscena su censura. Y que finalmente se convierte en contrainformación que habita los mismos espacios en los que el poder despliega sus funciones.
Ahí hay por lo menos una grieta, a partir de la cual nuevos imaginarios empiezan a proliferar sin que el poder los pueda controlar del todo y de hecho, se podría decir que, dada la aparición efectiva de imágenes sobre Palestina que rompen abiertamente con los discursos hegemónicos en realidad, la grieta se ha hecho más grande amenazando abiertamente el discurso hegemónico, que había dedicado tanto esfuerzo a clasificar a los humanos en vidas que tienen relevancia y vidas que son prescindibles. Ahora bien, como las redes sociales siguen estando vinculadas a grandes capitales, y sus algoritmos continuarán siendo dependientes de ellos, la cuestión de las redes sociales como espacio de lucha muestra también sus límites. Es por eso que, sin abandonarlos en absoluto, y por el contrario, haciendo crecer la grieta que ellos posibilitan, la tarea política de nuestra generación es también hacer proliferar las grietas en otros espacios, en otros campos de lucha.
La nube de libertad que aparentan las redes sociales nos hace olvidar muchas veces que nuestras vidas no dependen en absoluto de cuestiones puramente individuales. Asunto que se agudiza aún más con la presencia que tienen las empresas en el tejido de nuestras vidas que, como ya es para todos sabido, intenta vincular de manera completa el consumo con la libertad. Ambas cuestiones obnubilan las relaciones sociales y políticas de las que, en última instancia, depende nuestra existencia. Paradójicamente, la idea de un Estado, que es precisamente lo que Israel deniega a los indígenasde Palestina, se nos presenta ahora no como un hecho trascendental, sino como el constructo contingente en el cual debemos instalar nuevas grietas que pongan en tela de juicio las formas de representación y la generación de imaginarios ligados al poder.
A mi modo de ver, el Estado sigue siendo el campo de lucha política fundamental de nuestro tiempo y, por tanto, hay una serie de acciones comunes que deben dirigirse hacia su transformación y hacia la interpelación de los imaginarios que nuestros estos forman a partir, tanto de las relaciones que mantienen con otros estados, como aquellas que inscriben en las sociedades que en ultima instancia intentan representar. Si las marchas multitudinarias que se han dado en Europa, en África, en Asia y en América Latina a propósito del genocidio en Palestina, no tienen otro fruto más que la masividad, lo que quedaría claro es que ellas son el producto de una grieta que se ha abierto al interior de las redes sociales y espacios de contrainformación pero no podríamos hablar de una grieta al interior de las propias representaciones que emanan del Estado. Es decir, las grietas que se abren al interior de las redes sociales aún no tienen la capacidad de poner en tela de juicio las estructuras reales de poder sobre las que se sostienen nuestras sociedades.
De modo que una resistencia que pretenda ir más allá, al menos debe redireccionar las acciones de los propios Estados que, en este contexto específico, me parece no podría ser otra dirección que la de romper relaciones diplomáticas y militares con el Estado de Israel, que es el actor que está llevando a cabo este genocidio. También, entonces, es necesario representar y representarnos de nuevo la política y la resistencia. Porque esas mismas condiciones que han permitido la aparición de grietas en el discurso hegemónico son las que han sido interpretadas por los nuevos racismo para recrear un imaginario simbólico fundado en dicotomías, en un mundo que pareciera pobremente significado a partir de opuestos simples, en los que lo bueno y lo malo se deciden en una sola oración. De ahí que la tarea siempre necesaria de que la resistencia implique la construcción de discursos que por un lado aprovechen las grietas del discurso hegemónico y al mismo tiempo no caigan en fórmulas simplonas. Discursos que sean capaces de mezclar la rabia que se manifiesta en las calles, las pulsiones del propio pensamiento y la complejidad del análisis riguroso que no deja de criticarse a sí mismo.
Gaza expresa un momento crucial para la humanidad. Un momento en el que, como hace ya más de medio siglo, interpeló la posibilidad de la humanidad misma. Nada volverá a ser lo mismo después de Gaza, porque el horror de las imágenes ya no es propiedad de ningún medio de comunicación, sino que estas circulan en diferentes direcciones. Y aparecen ya no simplemente para interpelarnos sobre tan solo decidir qué vidas deben ser lloradas y cuáles no, sino que indican el momento en que finalmente actuamos o no, resistimos o no. Desde mi humilde punto de vista, no resistir hoy significa simplemente ser cómplice, no sólo del genocidio, sino de la destrucción del mundo, antecedida, por supuesto, por el empobrecimiento de la imaginación.


ojalá aquí no esté yo impedido de decir:
sionistas dementes
porque solo asi se puede resumir el crimen
y la frase me la ha prohibido facebook o su algoritmo «inteligente»
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Gracias Mauricio, muchos cariños y agradecimiento desde Sentir Palestino
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