Las fuerzas que empujaban hacia una unidad política mundial parecían tanto más fuertes que las dirigidas hacia una unidad política más limitada, como la europea, que se podía escribir que la unidad de Europa sólo podía ser “un producto secundario, por no decir un residuo En realidad, las fuerzas que impulsaban la unidad resultaron ser tan insuficientes para el planeta como para Europa. Si la unidad europea, para dar lugar a una verdadera asamblea constituyente, habría presupuesto algo así como un “patriotismo europeo”, que no existía en ninguna parte (y la primera consecuencia fue el fracaso de los referendos para aprobar la llamada constitución europea, que, desde el punto de vista jurídico, no es una constitución, sino sólo un acuerdo entre Estados), la unidad política del planeta presuponía un “patriotismo de la especie y o del género humano” aún más difícil de encontrar. Como bien ha señalado Gilson, una sociedad de sociedades políticas no puede ser en sí misma política, sino que necesita un principio metapolítico, como lo ha sido la religión, al menos en el pasado.
Es posible entonces que lo que los gobiernos han intentado conseguir a través de la pandemia sea precisamente ese “patriotismo de la especie”. Pero sólo han podido hacerlo paródicamente en forma de terror compartido frente a un enemigo invisible, cuyo resultado no ha sido la producción de una patria y de lazos comunitarios, sino de una masa basada en una separación sin precedentes, demostrando que la distancia no podía en ningún caso -como exigía una consigna odiosa y obsesivamente repetida- constituir un vínculo “social”. Aparentemente más eficaz fue el recurso a un principio capaz de sustituir a la religión, que se identificó inmediatamente en la ciencia (en este caso, la medicina). Pero incluso aquí, la medicina como religión mostró su insuficiencia, no sólo porque a cambio de la salvación de toda una existencia sólo podía prometer la salud frente a la enfermedad, sino también y sobre todo porque, para establecerse como religión, la medicina tuvo que producir un estado de amenaza e inseguridad incesantes, en el que los virus y las pandemias se sucedían sin tregua y ninguna vacuna garantizaba la serenidad que los sacramentos habían sido capaces de asegurar a los fieles.
El proyecto de crear un patriotismo de la especie fracasó hasta tal punto que finalmente tuvo que recurrir de nuevo y descaradamente a la creación de un enemigo político particular, identificado no por casualidad entre los que ya habían desempeñado este papel: Rusia, China, Irán.
La cultura política de Occidente no ha dado un solo paso en este sentido en una dirección distinta de aquella en la que siempre se había movido, y sólo si se ponen en cuestión todos los principios y valores en los que se basa será posible pensar de otro modo el lugar de la política, más allá tanto de los Estados-nación como del Estado económico mundial.
9 de enero de 2023
Fuente: Quodlibet.it