Para Andrés Gordillo,
por la afirmación de la negatividad.
No se trata de quedar anclado a ninguno de los dos polos. No somos ni el sujeto idealista cuya consciencia pretende sostener el mundo, al tiempo que concederle su existencia; ni estamos entregados a la caótica tiranía de un flujo desprovisto de todo concepto, absolutamente inasible y, por ende, tan fatalista como un Cristo barroco desangrado en su cruz. Es decir, no se trata de hablar de(sde) sí mismo, con esa autonomía lingual y bucal entronizada en la virtud de una supuesta persona, ni de dar por sentado la coincidencia o continuidad de la lengua con el concepto, lengua y concepto entre los cuales, ingenuamente, sólo se establecería un contrato de usufructo instrumental. No se trata, tampoco, de cuantificar la parte en nombre del todo para, bajo un mito de hierro fundido, hundiéndonos en la sinécdoque de su espejo, capt(ur)ar la objetividad del objeto, la mensurabilidad de la cosa. Nada de eso. Más bien, habremos de mirar al cielo: la potencia de las constelaciones no reside tanto en las formas que, por libre juego del azar cósmico, dibujan en nuestra imaginación, sino en la irrupción del relámpago, en el derrame de su estela; en fin, la potencia de las constelaciones emana de la redención, sin necesidad de promesa, que ellas portan y riegan, redención en virtud de la cual todxs devendremos constelaciones tan inimaginables como los párpados de ellas mismas. Posibilidad de lo imposible; imposibilidad de un universo cognoscible, natural resistencia frente a lo pronosticado hasta lo pronosticado. Las constelaciones y su relámpago abren el tiempo de la esperanza: mística ya sin mito, Mesías renegado de escatología. No somos ni el sujeto ni el objeto: la mediación entre ellos, es decir, la historia del Universo, continúa irradiando dicha potencia que, cuan agónico momento, los ha conformado. La medicación configura lo que nunca hemos dejado de ser: el siendo, el haber sido, y la potencia de aquello que jamás ha de llegar a ser.
