Gerardo Muñoz / El ícono vacante: elementos de la pintura de Laura Carralero

Estética, Filosofía

I. «Ícono». El espacio pictórico es la preocupación central de la pintura de Laura Carralero, aunque esto sólo se valida en la medida en que aceptemos su presupuesto: la operación del ícono. El imperio icónico ha sido elevado a tal altura en la apoteosis civilizatoria de nuestro presente (advertising, funcionalidad, señalética, diseño), que olvidamos que la querella bizantina se originó como regulación de la proskynesis timetike (adoración trascendental) entre la imagen redentora del Cristo y la sustancia racional de la naturaleza [1]. Como ha mostrado Gerhart Ladner, un erudito de la controversia iconoclasta, la unidad icónica constituía el pasaje entre la revelación del Cristo y la temporalidad del Mesías hasta la segunda hipóstasis. El ícono producía la iluminación de la forma. En manos de Carralero la iconostasis ya no promete salvación, sino que evacúa el tiempo de espera en una historia consumada y pobre en mediaciones simbólicas o plásticas. La tarea de la pintura admite el cese de la temporalidad para entrar la mirada en el umbral de la proskynesis timetike. Se trata de un desalojo que da lugar no tanto a una economía de las cosas de este mundo, sino a aquella morada que no depende de los subrogados de la actividad metafórica. De ahí que la iconicidad evasiva de los cuadros de Carralero sean el reverso de la fuerza icónica que hoy organiza el ámbito de la moral metropolitana. La publicidad admite el juego de las cosas (res), pero siempre y cuando ésta sea traducida en objeto.

Giorgio Agamben / La verdad y el nombre de Dios

Filosofía, Política

Desde hace casi un siglo, los filósofos hablan de la muerte de Dios y, como suele ocurrir, esta verdad parece hoy aceptada tácita y casi inconscientemente por el hombre común, sin que, no obstante, se midan y comprendan sus consecuencias. Una de ellas -y sin duda no la menos relevante- es que Dios -o, mejor dicho, su nombre- fue la primera y última garantía del vínculo entre el lenguaje y el mundo, entre las palabras y las cosas. De ahí la importancia decisiva en nuestra cultura del argumento ontológico, que unía insolublemente a Dios y al lenguaje, y del juramento pronunciado en nombre de Dios, que nos obligaba a responder de la transgresión del vínculo entre nuestras palabras y las cosas.

Federico Zuolo / Escándalo soberano. Cien años de la «Teología Política» de Carl Schmitt

Filosofía, Política

A veces el éxito de las obras controvertidas trasciende el momento. Puede depender de la bondad de las ideas y los argumentos. O la polémica puede conseguir crear un enemigo grotesco e imposible, un hombre de paja del autor que se convierte en algo tan importante como la propia tesis de la obra. El éxito suele venir de las necesidades póstumas de confrontación crítica con otras cuestiones para las que la polémica inicial no es más que un pretexto conveniente. La enorme fortuna de la Teología Política de Carl Schmitt, tan engorrosa y paradójica como su tesis, proviene de todas estas razones.

Miguel Ángel Hermosilla Garrido / Para una aproximación crítica a la historia de la filosofía moderna

Filosofía, Política

En este comentario me interesa interrogar la historia de la filosofía moderna como articulación imperial de lo político, que se expresa como dispositivo proto fascista –orientalista1, al interior de la filosofía de la historia del capital y su configuración onto política moderna, entendiendo que estos, más que conceptos monumentales, son articulaciones o tecnologías inmunitarias que reaccionan ante la emergencia de un singular que desorganiza un cierto “nomos de la tierra”, como esquema de orden en el que se determina la diferencia entre la verdad y el error, entre lo normal y lo patológico, entre lo civilizado y lo barbárico, entre un nosotros y ellos. La historia de la filosofía moderna pone en juego el imaginario imperial de lo político como forma histórica de constitución del poder, en términos de una relación compleja entre soberanía y vida. En ese sentido, la razón imperial es una operación soberana ejercida sobre la vida, para administrarla, productivizarla o, incluso, sacrificarla.2 en este horizonte reflexivo la historia de la filosofía moderna se inserta al interior de esta narrativa soberana- la razón imperial- en articulación con lo que el mismo Sergio Villalobos- Ruminott, denomina, “filosofía de la historia del capital”, aclarando que con este concepto no se hace referencia a un relato o esquema normativo y explicativo que daría cuenta del movimiento de la historia a cabalidad, sino como una narrativa compleja y diversificada que asigna a esta historia una cierta destinalidad, o si se quiere, una cierta estructuración archeó- teleológica que le da sentido y fuerza como relato general y reconstructivo que justifica las derivas de los procesos históricos de las formas de acumulación capitalista3.

Rodrigo Karmy Bolton / La violencia del ángel

Filosofía, Política

Es sabido que en el momento en que Dios le pide a Abraham que sacrifique a su hijo Isaac (22, 3), sube a una colina y cuando va a perpetrar el acto un ángel le detiene la mano e interrumpe su mortal movimiento: “Alargó Abraham la mano y tomó el cuchillo para inmolar a su hijo. Entonces le llamó el Ángel de Yahvéh desde los cielos diciendo: “¡Abraham, Abraham!” El dijo: “Heme aquí”. Dijo el Ángel: “No alargues tu mano contra el niño, ni le hagas nada (…)” (22, 11-12). De un momento a otro, el sacrificio queda desactivado. No podrá jamás consumar su acto porque el dispositivo no puede completar su círculo mítico, dado que ha sido violentamente interrumpido por el Ángel, la potencia divina que irrumpe dejando caer el cuchillo, debilitando el acto asesino, llevando el acto sacrificial hacia su destitución.

Ángel Octavio Álvarez Solis y Gerardo Muñoz / La iglesia sin fin

Filosofía, Política

El presente está encarnado en una disrupción teológica. Contra los entusiasmos del secularismo moderno, la teología ha estado presente en la estructura profunda del mundo. Por esta razón, no hablamos en parábola si dijésemos que una de las crisis que atraviesa el presente es de naturaleza profundamente teológica. Teologías en combate permanente. Crisis de nuestros arcanos más remotos. Que un medio de elites tan autorizado como Financial Times recomiende a la clase bancaria que “realice el trabajo de Dios” no es un titular altisonante ni un lapsus freudiano, sino el índice del malestar contemporáneo destilado como deber [1]. La teología sigue, aunque la iglesia se oculte. Cuando decimos “una crisis teológica” es inevitable remontarse al vínculo estrecho entre crisis, teología y apocalipsis, cuyo eón probablemente estemos tramitando en su momento de desintegración. Aunque es siempre difícil advertir el “final de los tiempos”, el reconocimiento del “tiempo del fin” aparece como ladrón en la estela de la noche. ¿Qué ocurre cuando San Pablo sale del escenario mundial? Alguien toma su lugar, y algo acecha. Los bancos administran el otro mundo. Esto lo supo muy bien alguien tan atento a la estructuración técnica de lo moderno como Günther Anders, quien llegó a escribir que ya no podemos decir que estamos a la espera de un final del tiempo, sino más bien que ya estamos en “tiempo del fin”, puesto que carecemos de las certezas espaciotemporales mínimas: somos incapaces de dotarnos de otro sentido de futuro para el mundo de la vida [2].