El presente está encarnado en una disrupción teológica. Contra los entusiasmos del secularismo moderno, la teología ha estado presente en la estructura profunda del mundo. Por esta razón, no hablamos en parábola si dijésemos que una de las crisis que atraviesa el presente es de naturaleza profundamente teológica. Teologías en combate permanente. Crisis de nuestros arcanos más remotos. Que un medio de elites tan autorizado como Financial Times recomiende a la clase bancaria que “realice el trabajo de Dios” no es un titular altisonante ni un lapsus freudiano, sino el índice del malestar contemporáneo destilado como deber [1]. La teología sigue, aunque la iglesia se oculte. Cuando decimos “una crisis teológica” es inevitable remontarse al vínculo estrecho entre crisis, teología y apocalipsis, cuyo eón probablemente estemos tramitando en su momento de desintegración. Aunque es siempre difícil advertir el “final de los tiempos”, el reconocimiento del “tiempo del fin” aparece como ladrón en la estela de la noche. ¿Qué ocurre cuando San Pablo sale del escenario mundial? Alguien toma su lugar, y algo acecha. Los bancos administran el otro mundo. Esto lo supo muy bien alguien tan atento a la estructuración técnica de lo moderno como Günther Anders, quien llegó a escribir que ya no podemos decir que estamos a la espera de un final del tiempo, sino más bien que ya estamos en “tiempo del fin”, puesto que carecemos de las certezas espaciotemporales mínimas: somos incapaces de dotarnos de otro sentido de futuro para el mundo de la vida [2].