Mauro Salazar J. / Proletarios. Un pasaje de Augusto Blanqui

Filosofía, Política

Al poema obrero.

En un concitado libro, El desacuerdo de Jacques Rancière (1996), tiene lugar una escena de escenas que nos permite escrutar las aporías de la política moderna. Aquí encontramos un momento paradigmático que quizá ilumine nuestro presente. La secuencia reza así:

En 1832 el revolucionario Aguste Blanqui era procesado. Al comparecer ante el presidente del tribunal, este le preguntó por su profesión: Blanqui respondió Proletario. Ante lo cual el Juez replicó de inmediato: esa no es una profesión. A lo cual Blanqui volvió a insistir: es la profesión de 30 millones de franceses que viven de su trabajo y que están privados de derechos políticos. Luego de transcurrido este episodio el Juez acepta que el escribano tome nota de esta nueva profesión.

La erótica que hay en este episodio histórico nos permite escrutar la singularidad del discurso político. Una primera forma de interrogar tal cuestión nos lleva a interrogar el decisionismo que hay tras la persistencia de Blanqui, a saber, quien se erige en nombre de la «humanidad toda», deviene en un particular que muestra la potencia universal. No se trata de un hiato que la representación pueda copar sin más, aquí las cosas van mucho más lejos. Pretender ser, la voz de los sin voz, no involucra un derecho delegado que agota la presencia de un tercero en una identidad plena, sinoun agenciamiento infinito que viene a perturbar los límites de lo posible (realismo). Por ello, tras la ontología de este enunciado, se olvida la representación y tiene lugar una secuencia más bien solipsista. De otro modo, ¿por qué habría Blanqui de arrogarse, cuál custodio, el derecho a establecer los designios de una multitud innombrada? ¿Acaso es posible una representación popular y fronteriza bajo la articulación del todo o nada, desafiando el horizonte burgués?

Mauro Salazar J. y Juan Carlos Orellana / El afecto pedagógico ¿Agonías públicas o experiencias comunes?

Filosofía, Política

a la comunidad de los amantes, a la unión inundada de escisión

Durante el petit siglo XX, la instauración del cuerpo político permitió proyectar escuelas abrazando una sociabilidad compartida bajo la arquitectura de la vieja República (1938-1973). Los Liceos públicos como espacios de reconocimiento y prácticas comulgantes, edificaron un “nosotros genealógico” que daba cuenta de la dimensión ontológica de la razón moderna y que aún porta la esperanza melancólica-utilitaria de las intervenciones locales. Una futuridad que abonó el fortalecimiento de perspectivas ciudadanas y horizontes cognitivos, ayudó a cimentar una disposición de comunicabilidad. Lo público, y las edades metafísicas del citoyen, fueron certezas onto-epistémicas que diagramaron la organización de una época. Aludimos al programa de una comunidad que se asentó sobre valores compartidos, a saber, la humanidad como noción universal impugnante y potencialmente inquisitiva. La “común humanidad”, y su alma bella, alcanzaría mediante el convencimiento racional la estructura comunicativa de la praxis deliberativa.

Mauro Salazar J. / El malestar como despojo. Dispositivo de la post-transición

Filosofía, Política

En medio de un paisaje empapado de negacionismos y enemizaciones, dice Carlos Peña, “Han mejorado de una forma inimaginable las condiciones materiales de existencia, hasta situarse entre los países con alto desarrollo humano, pero al mismo tiempo ha incubado un malestar hasta hace poco soterrado y, de pronto, hecho explícito con alto desarrollo humano-, pero al mismo tiempo ha incubado un malestar hasta hace poco soterrado y, de pronto, hecho explícito” (2020). Aquí no hay vestigios sobre la acumulación primitiva de capital. No hay referencia sobre la caída de los salarios reales y su traducción en informalidad y angustia existencial. Ni siquiera existe alguna referencia (decorativa) a las formas de explotación analizadas por el intelectual de Tréveris.

Mauro Salazar J. / Homero Expósito en el fetiche de un afiche

Estética, Filosofía, Política

Siempre debía vestirme con pieles, por supuesto; en la ausencia de pieles los placeres    de Leopold estaban desprovistos de sabor…. Deleuze, G. (1967). Présentation de Sacher-Masoch.

No hay dioses hegelianos en la sintomatología poética que abraza Homero Expósito. Solo hay devenir en un mundo de ideologías sexuales donde el fetiche -del afiche- viene a conjurar la penosa ausencia del sujeto significante. La prosa distópica de Afiches (1956) desnuda la representación concebida como velo, espejo y pantallazo. Todo abunda en develar el frenesí donde las artes plebeyas son liberadas en los consumos de la indistinción, o bien, en disolver los compromisos ontológicos en la reificación de las mercancías. Guy Debord y los heraldos de nuestra parroquia. En Maquillaje el poeta de zárate diagrama desde un soneto barroco (siglo XVI) una zona abismante cuyo eco es el juego de las máscaras. En un viaje de ida y vuelta, somos transportados al barroco, “Porque ese cielo azul que todos vemos, ni es cielo, ni es azul. Lástima grande que no sea verdad tanta belleza” (1559-1663). Con ello, alude “a una mujer que se afeitaba y estaba hermosa”. Un fragmento atribuido a Bartolomé Leonardo de Argensola, y su hermano, Lupercio Leonardo de Argensola, cronista del reino de Aragón. La trampa que ausculta la belleza, en connivencia con los ministerios del amor, desnuda la relación entre copia y simulacro. Un efecto de la cosmética que, al mismo tiempo, retoca y trastoca lo real. En el límite de la herida narcisista,  existe un cauteloso engaño del sentido, que nos lleva a pensar en la pulsión de simulación, ya que crea una ilusión que aparenta una presencia verosímil (“lo real”). Comparecemos a la decadencia de la mentira. Tras la muerte completamente inesperada de un amigo, Expósito exclamó,“¡No hay derecho a morirse a los 21 años!”.

Mauro Salazar J. y Carlos del Valle R. / Enemización y nuevos colonialismos. Más allá del malestar

Filosofía, Política

Los estados de insurgencia, intifada y revuelta nos demandan una nueva categorización que busca trastocar las complacencias habermasianas del malaise, como así mismo, la conflictividad “anestesiante” de los Think Tank. Ello también se extiende a los agonismos crítico-liberales que hoy ficcionan disputas entre adversarios. Tal necesidad, se funda en un agotamiento categorial del programa moderno y el tiempo histórico concebido como sustancia o fuerza teleológica. De allí, la necesidad de revisar los silogismos del orden y reubicar el mal-estar, más allá de su vocación pedagogizante, donde destacan las fisuras de la modernización chilena y su extensión regional (1990-2019). El malaise, y su impronta elital, se asemeja a una democracia para “domesticar cuerpos” y producir dispositivos biomédicos. En cambio, el momento actual, reclama otros utillajes, aquellos que deben responder a los “trastornos geopolíticos del Antropoceno” que implica descifrar un cúmulo de nuevas incertezas socio-epistémicas en medio de destructividades primarias, sedimentaciones, o potenciales guerras como figuras constitutivas de todo conflicto.

Mauro Salazar J. / El Silencio, un residuo ético de la comunicación

Filosofía, Política

a Rodrigo Karmy, quién nos conminó a pensar la revuelta del pensamiento, sin el demiurgo de los indicadores.

Una de la materias que la ensayista Manuela de Barros (París 8) ha interrogado en catálogos y textos críticos es el silencio. En la era del Antropoceno se trata de una noción mucho más expansiva y fructífera que su reducción a la ausencia de sonido. Como teórica de las artes, ha descifrado su polisemia -desmasificando sus usos- que van desde un monasterio en contraste con el bullicioso urbano o los efectos vitriólicos de la industria del espectáculo. “Trotsky gritó después de un discurso vitriólico: ‘¡Matemos a los burgueses!’.