Giorgio Agamben / Alegoría de la política

Filosofía, Política

Todos estamos en el infierno, pero algunos parecen pensar que aquí no hay nada más que hacer que estudiar y describir minuciosamente a los demonios, su horrible aspecto, sus feroces comportamientos, sus infames maquinaciones. Tal vez se engañan creyendo que de esta manera pueden escapar del infierno, y no se dan cuenta de que lo que los ocupa por completo no es más que el peor de los castigos que los demonios han ideado para atormentarlos. Como el campesino de la parábola kafkiana, no hacen más que contar las pulgas en la solapa del guardián. Cabe decir que tampoco están en lo correcto aquellos que, en el infierno, pasan su tiempo describiendo a los ángeles del paraíso; también este es un castigo, aparentemente menos cruel, pero no menos odioso que el otro.

Giorgio Agamben / El resto de Israel

Filosofía, Política

En aquel día,

el resto de Israel y los supervivientes de la casa de Jacob

no se apoyarán más en quienes los han golpeado,

sino que se apoyarán en el Señor,

en el Santo de Israel, con lealtad.

Volverá el resto, el resto de Jacob, al Dios fuerte.

Pues aunque tu pueblo, oh Israel,

fuera como la arena del mar,

solo un resto se salvará. Isaías 10, 20-22

Giorgio Agamben / El número de los asesinados

Filosofía, Política

Es preciso meditar una y otra vez el pasaje del Apocalipsis (6,9-11) donde se lee: «Y cuando (el cordero) abrió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los degollados a causa de la palabra de Dios y del testimonio que habían dado. Y clamaron con fuerte voz diciendo: “¿Hasta cuándo, oh Señor santo y veraz, no juzgarás y vengarás nuestra sangre en los que habitan sobre la tierra?” Y se dio a cada uno de ellos una vestidura blanca y se les dijo que descansaran aún un poco de tiempo, hasta que se completara el número de sus consiervos y hermanos que debían ser asesinados como ellos».

Giorgio Agamben / Entre actores y marionetas

Filosofía, Política

El teatro y la política, como sabían los antiguos, están estrechamente ligados y es poco probable que la escena teatral siga viva cuando la política muere o se eclipsa. Y sin embargo, en un país en el que la política ya sólo parece estar formada por momias que pretenden dirigir su exhumación, fue posible presenciar en días pasados en un pequeño teatro veneciano una representación tan llena de vida e inteligencia que los espectadores -como debería ocurrir siempre en el teatro- salieron más conscientes y casi regenerados físicamente. Semejante milagro no se produjo por casualidad. Piermario Vescovo, en su ejemplar conocimiento de la historia del teatro, ha recurrido con lucidez a una tradición aparentemente menor, pero en verdad, sobre todo en Italia, ciertamente mayor, la de los títeres. Pero lo ha hecho -y aquí está la novedad- combinando la presencia de los cuerpos de seis actrices con la de los títeres que sostienen y mueven, de modo que entre los vivos y los muertos, entre los imponentes cuerpos de las actrices que actúan y los escasos pero no menos presentes cuerpos de los títeres, se produce un intercambio inconmensurable, en el que la vida transcurre incesantemente en ambas direcciones y no queda claro al final si son las actrices las que mueven a los títeres o los títeres los que agitan y animan a las actrices. Nunzio Zappella, uno de los últimos grandes guaratellari napolitanos, mostrando su pequeño y gastado Pulcinella dijo una vez: «¡es mi padre!». Quizá no se pueda definir mejor el misterio que se produce entre el titiritero y su marioneta. Pero Vescovo, injertando ingeniosamente el bunraku japonés en la tradición de la comedia italiana, ha hecho más: ha transfigurado un texto menor de Goldoni (l’Incognita – que dejó de representarse tras la muerte del autor) en algo provocador y ferozmente actual. La lección que puede extraerse de todo ello es que el hundimiento de todas las instituciones, no sólo políticas, que estamos viviendo no nos hace necesariamente impotentes: siempre es posible encontrar en el pasado y conservar incluso en las condiciones más adversas la semilla vernalizada que no dejará de abrirse a su debido tiempo.

Giorgio Agamben / El exilio y el ciudadano

Filosofía, Política

Es bueno reflexionar sobre un fenómeno que nos es a la vez familiar y desconocido, pero que, como suele ocurrir en estos casos, puede proporcionarnos indicaciones útiles para nuestra vida entre los demás hombres: el exilio. Los historiadores del Derecho siguen debatiendo si el exilio -en su forma original, en Grecia y Roma- debe considerarse como el ejercicio de un derecho o como una situación penal. En la medida en que se presenta, en el mundo clásico, como la facultad concedida a un ciudadano de escapar a una pena (generalmente la pena capital) mediante la huida, el exilio parece en realidad irreductible a las dos grandes categorías en que puede dividirse la esfera del derecho desde el punto de vista de las situaciones subjetivas: los derechos y las penas. Así, Cicerón, que conoció el exilio, pudo escribir: «Exilium non supplicium est, sed perfugium portumque supplicii», «El exilio no es una pena, sino un refugio y una vía de escape del castigo». Incluso cuando con el tiempo el Estado se lo apropia y lo configura como pena (en Roma esto sucede con la lex Tullia del 63 a.C.), el exilio sigue siendo de facto una vía de escape para el ciudadano. Así, Dante, cuando los florentinos instauraron un proceso de destierro contra él, no compareció en la sala y, adelantándose a los jueces, comenzó su larga vida como exiliado, negándose a regresar a su ciudad incluso cuando se le ofreció la oportunidad. Significativamente, en esta perspectiva, el exilio no implica la pérdida de la ciudadanía: el exiliado se autoexcluye efectivamente de la comunidad a la que, sin embargo, formalmente sigue perteneciendo. El exilio no es ni derecho ni castigo, sino huida y refugio. Si se configurara como un derecho, lo que en realidad no es, el exilio se definiría como un paradójico derecho a situarse fuera de la ley. En esta perspectiva, el exiliado entra en una zona de indistinción respecto al soberano, quien, decidiendo el estado de excepción, puede suspender la ley, está, como el exiliado, a la vez dentro y fuera del orden.

Giorgio Agamben / Ciencia y felicidad

Filosofía

A pesar de la utilidad que creemos obtener de ellas, las ciencias no pueden hacernos felices, porque el hombre es un ser parlante, que necesita expresar con palabras alegría y dolor, placer y aflicción, mientras que la ciencia, en última instancia, tiene como objetivo un ser mudo, que sea posible conocer en número y medida, como todos los objetos del mundo. Los lenguajes naturales que los hombres hablan son, al límite, un obstáculo para el conocimiento y, como tales, deben ser formalizados y corregidos, eliminando como «poéticas» aquellas redundancias a las que, en cambio, prestamos atención principalmente cuando expresamos nuestros deseos y pensamientos, nuestros afectos como nuestras aversiones.