Una deriva. Solamente una. Podrían haber muchas. De hecho, las hay: existe una multiplicidad de derivas, reales y potenciales, ignoradas o al borde de quedar expuestas, cada cual con su significación y sus acentos, cada cual recalcando los lamentos de sus caídas o esmerándose en tejer las proyecciones de sus deseos. Hablamos de una deriva, entre muchas otras, sufrida por la literatura latinoamericana.
En efecto, la deriva que abordaremos ostenta un carácter interpretativo, o mejor dicho, doblemente interpretativo. Se trata de una interpretación donde lo interpretado ya constituye, a nivel esencial, una interpretación: la ficción es interpretación que, dichosamente, se ha desprendido de su principio de realidad y de la jactancia enunciativa de la verdad, de una sola verdad. Pero, paradójicamente, en la desenvoltura de tal ficción siempre termina por revelarse la máxima verdad. No la deslavada verdad de los hechos, sino aquella que acompaña e impulsa a vivir a cada ser humano: el deseo de la felicidad, la cual, cargada de angustias, se plasma en imaginación.
